martes, octubre 10, 2006

Necrofilia

Infantilismo es la palabra. Sirviéndonos de las pruebas aportadas hace ya unos años por Pascal Brukner (La tentación de la inocencia) puede afirmarse que infantilismo es la palabra que mejor define nuestra sociedad actual. Otra cosa sería que se quisiera, aprovechando el crédito ofrecido por los feligreses de la corrección, relativizar el concepto propio de infantilismo. Entonces llegaríamos a ningún sitio: que es donde intelectualmente estamos desde que el victimismo de las minorías se ha impuesto salvajemente auspiciado por la defensa (¿) de unos derechos ¿históricos? o la subvención de una Cultura de la Queja.

Así, cuando la Defunción estira la media de edad entre sus clientes, la Madurez hace lo propio con los suyos. Con lo que la adolescencia se ha convertido en el estadio ideal para los individuos de la sociedad actual desarrollada. Acudes a un Parque Temático o a un Centro Comercial y todos los allí congregados se han leído El código Da Vinci. Y apenas queda nada que no sea un Parque o un Centro.

Los lectores de nuestra sociedad actual se encuentran ad-hoc con los tiempos que corren. No hay más que echar un vistazo a las estadísticas para saber que la gente es cada vez más Infantil (cretina). Pero no tanto por leer cosas buenas o malas como por leer fundamentalmente novelas. Leer historietas tuvo sentido: el sentido de aprehender a través del género en cuestión lo que éste pudo aportar durante su desarrollo evolutivo. Tuvo sentido cuando las historietas (la Novela) constituían un reducto alternativo y complementario (y después necesario) de comprensión epocal. Leer historietas tuvo sentido, pues, cuando las historietas podían “ser” formas de conocimiento. Es decir, tuvo sentido en ese momento en el que los hacedores de la Historia decidieron que el Arte (la literatura de ficción) daba cuenta de la sociedad en donde se inscribía su producción.

Algo que carece de sentido con la novela actual dadas las características del mundo actual, un mundo que queda prescrito en la Red y sus autopistas de Información y en una televisión multicanal. Muerto el género por saturación de sí mismo y por asfixia externa, sólo debería tener un sentido académico. Más que nunca tiene sentido aquel aserto del ampurdanés cascarrabias que afirmaba que quien a partir de los 30 años sigue leyendo novelas es un cretino.

La cosa se complica, efectivamente, cuando los expertos insisten en imponer un criterio de calidad -utilizándolo de forma tan ingenua como anacrónica- y asocian dicha calidad a la profundidad de pensamiento, afirmando además que ésta no puede encontrarse en la literatura llamada de entretenimiento. Para los expertos, para TODOS los expertos, el entretenimiento sería EXACTAMENTE lo que difícilmente podría asociarse a la literatura de calidad, pues el entretenimiento es efímero e intrascendente por definición. Y aquí habría que dar al concepto entretenimiento las connotaciones que se desprenden de los últimos estudios realizados sobre los hábitos de lectura, publicados el El País (21-5-05). En ellos se atestigua que el motivo que induce a leer al 91 % de los lectores es el entretenimiento. Que por eso leen novelas. Y no podemos olvidar que quienes leen a Coetzee y Sebald son, en su casi totalidad, los que además leen ensayos; y son una pandilla cada vez más escuálida.

Así, con independencia de las diferencias reales que puedan existir entre novelistas de altura y novelistas populares (que las habrá seguro), la cuestión es que tanto los unos como los otros forman parte, después de todo y les guste o no, de lo mismo: de los que en mundo de las letras se dedican a la fantasía. Ya elaboren productos con la pretensión de formar parte de la Historia, ya los elaboren con la intención de ser leídos masivamente, todos hacen lo mismo: exponer al público lector (que mayoritariamente busca entretenimiento) sus instintos necrófilos. Y lo hacen produciendo entretenimiento. Más o menos sofisticado, pero entretenimiento al fin y al cabo, que es lo que busca el 91 % de los lectores.

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