sábado, abril 28, 2007

Lógico odio al hombre

Las estadísticas son la versión numérica de una inextricable Realidad. Si nos las creemos corremos el riesgo de acabar veraneando en Benidorm y si decidimos prescindir de ellas podemos acabar cazando moscas. El caso es que, a pesar de todo, los medios de comunicación no sólo se nutren de ellas sino que las usan de fundamento. Y de ahí que te pongas a ver un telediario y creas estar subido al Dragón Khan.

En cualquier caso, las estadísticas hacen de las suyas. Van a la suya; que quién sabe si es o no la nuestra. Tanto es así, que ya no me sorprende lo que parecería mentira si no fuera porque forma parte de las estadísticas: ayer leí, en un periódico, que uno de cada cuatro adolescentes padece bullyng en la escuela. Y digo que sin sorprenderme porque hace ya tiempo que las estadísticas se han asociado con el número cuatro, aunque parezca increíble, aunque parezca mentira. Pero tan real como que las estadísticas van a la suya y se han aliado con el cuatro: dicen las estadísticas publicadas en los medios que una de cada cuatro personas sufre mobing; que una de cuatro mujeres sufre acoso sexual; que una de cada cuatro mujeres sufre malos tratos.

Sin ir más lejos. En la sala de cine donde ayer pasé la tarde y donde todo parecía normal había cerca de 40 mujeres sufriendo algún acoso sexual, otras 40 siendo maltratadas directamente y varios adolescentes compungidos por acobardados. Más: en la cena que a mitad de año se celebra en la escuela de la que soy profesor había 8 alumnos que sufren a diario pero en silencio los ataques de algunos de sus compañeros y seis de ellos que se sienten violentados, quizá por las inhumanas exigencias de sus maestros. Además, dos o tres de mis alumnas están siendo maltratadas por hombres de edad indefinida. Más: en el vagón de tren donde viajé el martes pasado estaba plagado de mujeres maltratadas pues coincidió que en él viajaba un grupo numeroso de mujeres que lo hacían con fines deportivos (iban todas en chándal). Y a más gente agrupada menor es el margen de error para las estadísticas. Así, si vamos a la playa un día de verano, debemos saber que estaremos tropezándonos todo el día con mujeres maltratadas.

Y después de todo lo que resulta más turbador: en mi entorno personal (amigos, conocidos y familiares) hay un número variable pero preocupante de mujeres maltratadas. Debo creer que así es porque nada me debe hacer creer que es en el grupo personal de ustedes, lectores, donde se encuentran todas esas mujeres que deben hacer cumplir las estadísticas. Sería una falta de educación y demostraría poco respeto hacia quien no conozco.

Sé dónde buscar los culpables del bullyng que sufren mis alumnos. Sólo pueden estar dentro del mismo centro, muy probablemente dentro de la misma clase. Aunque yo no sepa detectarlos, ahí están, esperando un descuido mío para putear a su compañero de pupitre. Lo que no sé es cuantos son los canallas; no sé si es solo uno el que amedrenta a esos 8 o son 24 los canallas que se turnan para amargar la vida a esos 8 pobres infelices. Todos tenderían a creer que las dos o tres alumnas maltratadas según los cánones lo están siendo por sus respectivos novios, pero en realidad no tenemos garantía alguna de que así sea porque las estadísticas sólo saben de víctimas, que son la parte más rentable de la sociedad actual.

También sé dónde buscar a los culpables de esos 80 cinéfilos que sufren persecución en su trabajo: en sus jefes inmediatos, en sus supervisores (casi todos varones pues la sociedad es por eso machista, dicen). Y dado lo que se infiere de las propias estadísticas todos tenderían a creer que las 40 mujeres cinéfilas que tan apaciblemente comen palomitas con sus compañeros de butaca están siendo maltratadas por ellos, sus silenciosos compañeros de butaca. Así son las estadísticas: allá donde haya 40 mujeres maltratadas hay 40 hombres maltratadores.

Así, la sala de cine estaba plagada de canallas. Y la playa es, en verano, una reunión de depravados que hacen como si juegan a hacer castillitos de arena o leer el periódico debajo de una sombrilla. Cosa que hacen mientras sus broncedas mujeres (25 de cada 100) viven, aunque no lo parezca, acobardadas. Todo, claro, si hacemos caso a las estadísticas (que es el tema que aquí nos ocupa y no el hecho sobre el que éstas hacen referencia y del que nadie discute su existencia), las que nos transmiten los medios de comunicación casi a diario.

Dice la leyenda que cuando avisaron a Picasso del poco parecido que guardaba Gertrude Stein con su retrato pictórico el propio pintor dijo: “no os preocupéis, ya se encargará ella de parecerse a él”. No se equivocaba el malagueño (verdadero avilla dollars), basta con que la noticia sea rentable para que sea la Realidad la que haga lo imposible por ajustarse a las estadísticas.
Otra cosa sería que no les importe acabar cazando moscas a quienes aún no veranean en Benidorm.

domingo, abril 22, 2007

La sociedad del esplendor y la nada

Podría decirse, y de hecho se dice, que la sociedad no se merece a los políticos que la representan. Y podría deducirse de ello que los políticos en cuestión, los que nos representan en este nuestro presente continuo, son impresentables.

Así la opinión pública: “nuestra clase política no es buena; todos los políticos son unos...; no nos los merecemos”. Y quede claro que los dictámenes que expresa la opinión pública son los que son y son como son: genéricos y universales, por lo que no pueden ser rechazados en base a poderlos considerar poco argumentativos, simples o maniqueos. O por decirlo de otra forma: los argumentos que expresa la opinión pública los expresa con Convicción Plena, sin dudas y sin fisuras, por lo que no podemos ignorarlos. Así la opinión pública: “tenemos una clase política que no nos merecemos”.

Podría decirse también, y de hecho se viene diciendo desde hace un buen tiempo, que los medios de comunicación supuran perversión por los cuatro costados; que están enfermos desde que han hecho coincidir su primer objetivo, informar, con el fín último de sus amos, medrar. Podría decirse, por tanto, que los medios de comunicación de nuestro ahora no nos los merecemos, pero no tanto debido a algún deje ideológico cuanto a la forma que todos tienen de ser: partidistas, categóricos, asertivos, manipuladores, interesados, envenenadores y sobre todo, serviles a la voz de su amo, un amo que carece de piedad con los débiles.

Podría decirse que nuestra televisión, la televisión de nuestro ahora, es pura basura. Y podría decirse sin que faltaran argumentos que pudieran demostrarlo y confirmarlo. Etc., etc.

Y así sucesivamente con todo lo que podría decirse... y que de hecho se dice respecto a todo eso que al parecer no nos merecemos.

Mutatis mutandi. Podría decirse que un gordo (un obeso) no es mas que alguien que estuvo engordando. La posibilidad de no seguir engordando la tuvo mientras aún no era gordo, mientras engordaba. La posibilidad de no seguir engordando la tuvo a diario, y durante muchos días, el que “ahora” es gordo. Sin embargo fue engordando hasta llegar a ser aquello que más rápidamente serviría para describirlo físicamente: un gordo; un gordo que lo es por haber estado engordando.

Da capo. Una de las discusiones académicas más recurrentes de hace casi 30 años era aquella que consistía en plantear si la televisión que teníamos era la que queríamos o si, por el contrario, era la que nos imponía un ente tirano llamado Poder. Había mucha gente que, posicionándose claramente en el segundo grupo, defendía una televisión plagada de tertulias, documentales y buen cine. Ha pasado un tiempo y es la sección de lo shares televisivos de los periódicos la que, a mi modo de ver, mejor define nuestra sociedad, la que sin duda nos merecemos.

Da igual que hablemos de políticos, de los medios o de la televisión. A quienes verdaderamente no nos merecemos es, sólo y paradójicamente, a nosotros mismos. Ellos (los políticos, los media y la televisión) son nosotros.

miércoles, abril 18, 2007

Cobarde

Han decretado una Fatwa contra una ministra paquistaní.

La ministra saltó en paracaídas vestida para los efectos y una vez hubo tomado tierra se abrazó a su instructor. Imagen feliz. Natural.

Los musulmanes que lo han hecho han decretado esa Fatwa. Así, ahora, esa ministra que corre con los tiempos que corren va ser perseguida. Esa ministra, que podría representar (significar) la versión más desarrollada de un sistema arcaico e inhabitable, será perseguida en nombre de las ideas (¿) que sustenta ese sistema absolutamente in-humano.

Así ella (la ministra paquistaní amenazada por transgresora y revolucionaria): “no tengo miedo a nadie mas que a Dios”.

Hasta aquí la noticia.

Yo, sin embargo: “tengo miedo casi a cualquiera... menos a Dios”. Y que cada cual haga sus cálculos de lo que puede significar “casi cualquiera” por comparación a Uno sólo”.

Nota. Este texto estuvo a punto de llamarse Alianza de civilizaciones, pero preferí sincerarme y mostrarme como lo que soy: un cobarde. Un cobarde, eso sí, que no teme al según muchos ente (?) más poderoso del universo.

Post Scriptum. Ayer escuché las declaraciones de dos jóvenes políticos vascos que están siendo amenazados a diario por parte de quien ya sabemos. La conversación entre periodistas y políticos no hacía más que insistir en lo difícil que debía ser para los políticos no comulgantes con el nacionalismo vivir en sus tierras. Y volvía, una vez más, a olvidarse del ciudadano de a pie. Ese ciudadano que teme, que vive con miedo; un miedo que no le permite ser libre; que no le permite ni siquiera ser el que de verdad sería sin ese miedo. Yo tengo miedo de pensar cómo sería “yo” si viviera en el país vasco. Pero pienso que, por miedo, sería un cobarde.

miércoles, abril 11, 2007

Más ritos sin mito: patético

En muchas ocasiones se trata de ir a ver exposiciones de Arte Contemporáneo con independencia de que sepamos (o no) que van a producirnos un gran sopor cuando no un tremendo aburrimiento. Es el precio que tenemos que pagar por ser tan sumamente libres. Y no se trata de una recriminación ni que una queja. El Arte Contemporáneo, es decir, el Arte de nuestro presente continuo no puede ser otra cosa que un bazar. Y en todo bazar hay sorpresas. Pero son la excepción.

Podríamos ir más lejos: casi todas las exposiciones de Arte Contemporáneo son un tostón. Pero no tanto por lo que en ellas se muestra cuanto por la imposibilidad de que pudiera ser de otra forma. El hecho de que pudieran ser masivamente extraordinarias nos conduciría a las mismas consecuencias que un orgasmo de media hora: a la muerte. Así, ir a ver exposiciones de Arte Contemporáneo no es mas que una muestra de interés, del interés que muestran quienes las frecuentan. Un interés que puede (o no) estar recubierto de deseo.

En contra de lo que promulgan los bienintencionados y los bienpensantes, no puede haber placer estético sin prejuicios. Lo que se requiere para disfrutar de una Obra de Arte presentada como tal (a instancias de la Institución); o mejor, lo que se requiere para poder extraer jugo a la experiencia artística es poseer una dosis importante de prejuicios (sentido crítico, que lo llamarían algunos). No hay verdadero placer estético sin prejuicios. El mal endémico del mundo del arte es haberle negado al espectador la posibilidad del disfrute sin mediatización; haberle negado el verdadero disfrute: el verdaderamente personal, el (s)electivo: el libre. Sin embargo, lo que desde la Institución se demanda es que el espectador nade en un mar de piedras. Y que además diga públicamente todo lo que le gusta nadar en tales condiciones.

No hay Arte más autentico que otro, se nos dice desde hace años desde la Institución que reparte éxitos basados en la pura contingencia, y por tanto nadie es, en puridad, mejor artista que nadie. Así Joseph Beuys: “todos somos artistas”. El todos somos artistas proclamado por el Dios Beuys se ha hecho realidad. Y lo ha hecho realidad, como era de prever, la falta de criterio de excelencia que ha impuesto la exigencia de Libertad Total. Ya no hay Arte, pues, sólo artistas como diría el infravalorado Gombrich. Aunque, como en todo aserto verdadero, pueda funcionar perfectamente su contrario.

El caso es que, siendo el Arte un simple y puro Bazar, sigue existiendo ese conjunto de encuentros y procedimientos simbólicos destinados a conferir sentido al inexistente por eliminado mito (¿). Ciertamente el mito ha desaparecido, pero, curiosamente no lo ha hecho el rito, ese procedimiento simbólico a través del cual el mito obtiene su pleno sentido. Es decir, por ejemplo: se nos asegura que todos somos artistas, pero después se obliga a los espectadores a nadar en un mar de piedras. Y a tener que decir públicamente lo reconfortante y tonificante que resulta.

lunes, abril 09, 2007

Pensamiento frágil

En algunas ocasiones se trata de leer libros aburridos. O malos, directamente. Y se hace con la única intención de estar informado sobre el concreto tema al que hacen referencia. Se leen porque toca, si bien lo que toca, sobre todo, es saber discriminar ante esas lecturas temáticas y múltiples.

En contra de lo que promulgan los bienintencionados y los bienpensantes, no puede haber Pensamiento sin prejuicio. Lo que se requiere para ser un buen lector; o mejor, lo que se requiere para poder extraer jugo a las lecturas múltiples es una dosis importante de prejuicios (sentido crítico, que lo llamarían algunos). No hay verdadero juicio sin prejuicio. El mal endémico del Sistema Universitario es, precisamente, el empeño sistemático y enfermizo de castrar toda posibilidad de Pensamiento. Lo que desde la Institución se demanda es que el estudiante haga acopio de Información; que rellene los pies de página con cartón piedra. Y que mastique arena.

Así, las tesis universitarias han perdido su sentido originario y han pasado a ser, en unos cuantos años, una formalidad perfectamente hueca sin otro cometido que asegurar la endogamia. La sociedad posmoderna, haciendo gala de la vacuidad que le caracteriza, mantiene los ritos aun cuando se burla de los mitos. Tener algo que demostrar es, para un posmoderno director de tesis doctorales, un acto de prepotencia y una falta de respeto al tribunal que lo debe juzgar. Para la Institución hay laureado sólo cuando el investigador ha dejado sus neuronas en las “autopistas de la información”. Masticando arena.

No hay verdad más verdadera que otra, nos dice desde hace años el pensamiento académico, y por tanto nadie está por delante de nadie; todos al mismo nivel, unos junto a otros. El “todos sois hermanos” proclamado por Dios se ha hecho realidad. Y lo ha hecho realidad, en contra de todas las previsiones, la falta de ideología, que no es otra que la que caracteriza al Pensamiento Único. No hay un Saber con mayúscula porque todo saber es coyuntural y contingente. El Mito se ha evaporado, pues. Para los bindicientes todas las culturas se encuentran al mismo nivel, por lo que no existen culturas superiores ni inferiores. Para los biendicientes, el que ciertas culturas (¿civilizaciones?) parezcan estar en un nivel (cívico, por ejemplo) inferior es debido, sólamente, a que ellos también mastican arena. Así pues: como nosotros.

El caso es que, siendo las ideologías algo decididamente periclitado, sigue existiendo el Rito, ese conjunto de encuentros y procedimientos simbólicos destinados a conferir sentido al inexistente por eliminado Mito (¿). Ciertamente el Mito ha desaparecido, pero, curiosamente no lo ha hecho el Rito, ese procedimiento simbólico a través del cual el Mito obtiene su pleno sentido. Es decir, por ejemplo: no hay un Saber... pero en las Universidades sólo aprueba el que pasa por la piedra. Masticando arena.

jueves, abril 05, 2007

Políticamente inviable

Sabemos, gracias al director del Centro Reina Sofía Contra la Violencia, que en el curso de un año se han gastado 23 millones de euros en asuntos relacionados con la violencia de género en la Comunidad Valenciana. Sabemos, también gracias a él, que en el curso de ese mismo año 23.000 mujeres fueron víctimas de esa violencia de género. Y sabemos, por sus propias palabras, que la diferencia entre violencia doméstica y violencia de género “no es una diferencia baladí” puesto que la violencia de género “es la que se perpetúa contra la mujer por el mero hecho de ser mujer”.

Sabiendo que se trata del director de un Centro contra la Violencia me cabe presuponer, cuanto menos, que cuando habla de violencia sabe al menos de lo que habla y, aún más, que conoce todas las particularidades y matices del léxico relacionado con su especialidad profesional. Así, puede que la violencia de género se perpetre (digo yo), pero de lo que estamos seguros es que se perpetúa.

Se perpetúa la violencia contra la mujer pues. Y así parece ser que es. Lo “vemos” casi a diario. Porque casi a diario se nos dice que los índices de la tal llamada violencia de género son iguales, si no mayores, que los del año pasado. Casi a diario se nos lo recuerda. Y casi a diario podemos comprobar lo poco eficaz que parece ser esa labor diaria. Tan poco eficaz que, casi a diario se nos dice que los índices de la tal llamada violencia de género son iguales, si no superiores, a los del año pasado por estas fechas y a día de hoy.

Nadie parece contemplar, siquiera de lejos, que quizá la estrategia no sea la adecuada. Nadie parece contemplar que, quizás, no sea al hombre (y al machismo de los hombres)a quien haya que achacar los males de la violencia de género, como suele ser habitual, sino a los hombres que la perpetran. Entonces, sólo entonces, podríamos saber si verdaderamente se “perpetúa” esa violencia contra la mujer que se ejerce contra ella sólo por el “mero hecho de ser mujer”. Y entonces, sólo entonces, podríamos averiguar si el anuncio de Dolce y Gabbana es para todos los posibles espectadores un indicador (o un potenciador) de la violencia de género o es, para algunos/as, la plasmación del deseo de muchas. Un deseo posiblemente prohibido.

martes, abril 03, 2007

El Arte de ser o no ser artista. Dos casos.


Caso uno

El segundo día de estancia ya supe lo que me esperaba en los siguientes, digamos que tres años.
El día anterior me acababa de trasladar a mi nueva casa y me encontraba desembalando trastos cuando por primera vez lo escuché. El sonido procedía de arriba y se trataba sin duda de un aprendiz de oboe. Reconocí de inmediato ese peculiar y asordinado sonido del instrumento aun a pesar de la manifiesta torpeza que mostraba su ejecutante. Esto, como digo, sucedió el primer día, el día de mi llegada. Por eso, cuando a la misma hora del día siguiente comenzó a sonar ese instrumento cuyo sonido se expandía nítidamente a través de una galería interior, supe que eso era lo que me esperaba durante el transcurso de los, digamos siguientes tres años.

Efectivamente, la casualidad quiso que un vecino se decidiera a tocar un instrumento en el mismo momento que yo me mudaba al piso de abajo. O al revés. Con una tenacidad digna de envidia, todos los días realizaba sus ejercicios, los mismos todos los días. Grupos de tres notas que se repetían con enfermiza obsesión. Luego de cuatro, en registro grave, todos los días. Con la misma tenacidad, sus primeras escalas, todos los días. Grupos de tres notas, de cuatro, ahora en el registro medio, pero todos los días. A la misma hora.
El tiempo pasaba y los avances eran casi imperceptibles. Pero al parecer no había excusas, todos los días a la misma hora, mi vecino, un chaval de 14 años, dedicaba de dos a tres horas a controlar su diafragma, a leer signos que le eran extraños, a coordinar sus dedos, a aprender, en definitiva el manejo de un instrumento con el que poder hacer música. Si por casualidad yo miraba el reloj y faltaban unos minutos para las cuatro y media, podía imaginármelo abriendo el estuche y montando el instrumentos con sus manitas de adolescente, manitas cuidadosas a la vez que inquietas. Podía imaginármelo ansioso por llegar al fin que tan lejos se divisaba.

Todos los días a la misma hora comenzaba su sesión de ejercicios. Notas largas y graves que de repente se combinaban con notas más agudas. Una y otra vez, de arriba para abajo y de abajo para arriba, todos los días, todas las escalas de abajo para arriba y de arriba para abajo. Sin cejar en su empeño y con una voluntad digna de admiración repetía todos los días las mismas operaciones aun siendo sus avances casi imperceptibles.

Yo lo escucho con una mezcla de envidia y admiración y quizá por ello gozo con los sonidos que el chaval produce con su instrumento, por muy indomesticados que estén aún, después de año y medio de prendizaje intenso. En él se encuentra toda la música. Toda la música se encuentra condensada en su aprendizaje, el aprendizaje que exige todo aquello que necesita aprenderse. Toda la música se encuentra condensada en sus ejercicios: todas la formas de la música, todo el desarrollo histórico de las formas de la música, todas las trasgresiones de las estipuladas formas de la música.

En sus grupos repetitivos de notas más largas y más cortas, más agudas y más graves, ligadas o picadas, se encuentra toda la historia de la música; y en sus errores toda esa misma historia. En sus ejercicios se condensa, no sólo toda la música aprendida sino toda la que le queda por aprender: pura y simple cuestión de tiempo. En sus ejercicios se encuentra ya, no sólo la música con la que aprende, sino toda la música que se formaría a partir de aquella con la que está aprendiendo. Toda la historia de la música está allí, en un aprendiz que todos los días y a la misma hora se planta delante de su problema.

No sé si ya será consciente, debido a su edad, pero a todo ese “sufrimiento” diario, mi vecino tendrá que añadir otro tarde o temprano: el saber que muy pocos son los afortunados que consiguen tocar en una orquesta importante. Por eso, todos los días y a la misma hora monta su instrumento, lo toca durante unas horas, lo limpia y lo guarda para abrirlo media hora más tarde en el Conservatorio y volverlo a tocar, ahora ante el atento oído de alguien que sabe más que él.

Por eso todos los días y a la misma hora toca su instrumento: para aprender a tocarlo.

Caso II

Hacía mucho tiempo que no la veía, digamos que unos cinco o seis años. Me la encontré en la salida del cine. Nos pusimos a hablar, cómo no, de tiempos pasados que no siempre fueron mejores; al menos esa es a la conclusión que llegamos. Me habló de sus nuevas circunstancias personales y me contó cómo estaban los dos amigos con los que compartimos cierta época y tantas experiencias. Le pregunté por sus hijos y me dijo que estaban bien, que le habían salido “bastante buenos”, que el mayor, de 21 años, no era demasiado comunicativo, pero que tampoco le causaba ningún problema.

“Por cierto –me dijo y ahora voy a intentar ser lo más fiel posible a su discurso- no sé si sabes que Carlos está estudiando Bellas Artes y no es que me preocupe en absoluto pero he de reconocer que me tiene un poco desconcertada. Te cuento: cuando me dijo hace dos años que quería ser artista le dije que él era quien tenía que decidir y que si eso era lo que quería, pues adelante. En todo caso, y en mi fuero interno, pensé que lo que podría molestarme de alguna manera serían los olores de sus potingues o el desastre y la suciedad que conlleva tal profesión. Pero resulta que, y ya te digo que lo que estoy es simplemente desconcertada, está apunto de comenzar su tercer curso y, aunque no te lo creas, tiene su habitación tan inmaculada como siempre; es decir, no sólo no está sucia o repleta de trabajos y potingues, sino que además no hay ningún signo por el que pueda saberse que se trata de la habitación de un estudiante de arte. Claro, yo le pregunto, pero como él es como es, me viene a contestar que no lo entendería, o me viene a contar vaguedades que la verdad, no entiendo. La verdad es que no sé qué pensar. No sé que es lo que hace ni sé de qué pretende vivir, lo único que sé es que cuando llega a casa se pone a leer o a escribir notas en una de sus múltiples libretas. Eso sí, de vez en cuando hace fotografías, pero tampoco las revela él, como hacíamos nosotros cuando compartíamos laboratorio en casa de Marisa y César. Lo sé porque a menudo me pide dinero para las copias que encarga a un laboratorio profesional. Un pico, ¿sabes?”.
Todo esto, por supuesto, me lo contaba a mí no por casualidad. Ella, como buena amiga que fue, era sabedora de mi interés por todo aquello que hiciera referencia al mundo del arte. Lo que quería, después de todo, era una explicación que al menos la sacara de su desconcierto. De todas formas, ella tenía una ligera idea, pero no acababa de cuadrarle del todo y por eso requería la opinión de alguien que le pudiera dar una explicación convincente. Yo, por mi parte hice lo que pude y se la di, la explicación, si bien no debió ser muy convincente. Creo que me expresé con claridad, pero el caso es que ella no pareció muy dispuesta a aceptarla. Le vine a decir algo así como que su hijo vivía en el extraordinario mundo de las ideas y que por eso era más o menos Dios, por lo que debía estar, si no tranquila, sí al menos orgullosa.