viernes, agosto 29, 2008

Hacerle la paja a un muerto

Despedida y cierre
Soy un aficionado de la escritura; esto es, soy lo contrario de un profesional, lo opuesto. No sé cuál sería exactamente el matiz que establece la diferencia entre uno y otro, pero lo que sí sé es dónde quedo yo. Un aficionado que es, además, mediocre. Y que nadie vea en esta afirmación algún signo de cinismo o de autocompasión. En fin, soy, respecto a la escritura, casi innecesario, por ser condescendiente conmigo mismo. Porque en verdad, y como ya digo, no soy escritor.

Desde hace un tiempo (el tiempo justo en que he podido dedicar un tiempo a analizar la cuestión) he podido comprobar que no sirvo para esto de escribir. De verdad. Hace dos años que se creó este blog por la insistencia y con la ayuda de mi buen amigo Juanito. El resultado habla por sí solo y las cifras las hemos aprendido a leer estadísticamente, tal y como nos han enseñado los americanos. Los americanos nos han enseñado a ser pragmáticos. Si contabilizo la gente que ha entrado alguna vez en el blog y ha visualizado el perfil y después contabilizo las entradas generales sólo puedo deducir que mis textos no interesan. O por decirlo de otra forma: sólo 6 0 7 personas leen con asiduidad mi blog después de que entraran a conocerlo más de mil.

Dos años han pasado desde que se creó este blog y mi conclusión es que hay demasiados blogs mejores que el mío. La competencia, una vez más, ha puesto las cosas en su sitio. Ya digo, desde que he tenido un poco de tiempo para analizar la cuestión, he comprobado que hay una ingente cantidad de blogs estupendos que además, y lógicamente, tienen una cantidad exorbitante de entradas (posts) que son leídas con auténtica devoción. Por comprobar, hasta he comprobado que hay blogs que tienen diariamente las mismas entradas que he tenido yo en dos años. Y son, claro, excelentes. Y muchos. De desconocidos pero excelentes. He entrado en muchos de ellos y me han parecido, casi todos, sobrecogedores por extraordinarios. No recuerdo demasiado de ellos, pero sé que me han parecido sobrecogedores.

No merece la pena seguir en esta aventura. Y por eso recomiendo a los pocos lectores que tengo que lean esos otros blogs que sí son sobrecogedores por extraordinarios. No será necesario decir cuáles son, pues todo el mundo interesado en la buena literatura los conoce, lógicamente, y de ahí que todos ellos tengan esa ingente y abrumadora cantidad de visitas.

Esta decisión ha sido tomada aquí, en Miami. En un viaje de negocios. Sí, de negocios. Y la he tomado en medio de lo que aquí se denomina un vaporón. Es decir ante una temperatura de 40 grados y con un nivel de humedad que deshace cualquier síntoma de dureza. El calor desmedido me provoca lucidez porque me vincula a lo ineludible y me muestra lo accesorio. Estoy licuado. Así que a partir de ahora voy a dedicarme a los negocios. Sólamente. Gracias al calor americano soy ahora un expectador.

sábado, agosto 16, 2008

Soy un cobarde

Ya lo advertí en otro post. Así que ahora me reafirmo.

No hace mucho Coetzee decía que no creía tanto en la verdad científica como en la literaria. O mejor, decía que llegado el caso podía ser más eficaz, en la comprensión del mundo, la verdad literaria que la verdad científica. Su aserto debemos entenderlo como una licencia… literaria: poética. Esto es, como una verdad. En cualquier caso, ha de apuntarse que la verdad nada tiene que ver con la objetividad de algo sino con el lenguaje. La verdad nada tiene que ver con el objeto, sino con el sujeto. Yo no sé si exactamente soy un cobarde pero yo digo que lo soy. A lo mejor mis actos me desmienten, pero a lo mejor no. Las licencias poéticas en las que tanto cree Coetzee, son para mí sólo licencias poéticas, maravillosas cuando son maravillosas, vulgares cuando son vulgares y necesarias precisamente porque sabemos de la imposibilidad de la verdad científica (objetiva). Creemos en la verdad poética, pues, porque no tenemos otro remedio. En cualquier caso, yo tengo mis reparos ante la magnificación de la verdad poética: me siento verdaderamente molesto, por ejemplo, cuando después de estudiar los problemas de la Historia (como disciplina que analiza y ordena el pasado); digo, me siento verdaderamente molesto cuando después de comprobar los problemas que encierra entender los términos Historia o historiar viene el poeta y me dice “la Historia es una secreción del universo”. Pero éste sería otro tema.

Al periodismo actual le viene al dedillo la confusión entre ambas formas de verdad. Los descriptores de la realidad se pretenden objetivos (y creen serlo) sin darse cuenta de que la realidad la fundan ellos con la noticia. Y la noticia, sobre todo en esta sociedad descreída y políticamente correcta, sólo puede ser expresada a través de la poesía mediocre. Y desde luego sin objetividad posible. El fin último que pretendía la imposición de la corrección política era exactamente ese: que ni siquiera ante la noticia nadie se sintiera ofendido, por eso el hecho, el acontecimiento, debía ser narrado (y descrito) a base de verdades poéticas mediocres, es decir, verdades melifluas, dependientes, contemporizadoras, inestables.

Por ejemplo, hace unos días se dio en todos los medios de formación de masas la noticia de que se había producido “otro asesinato por violencia machista”. Una mujer rusa de 26 años había sido asesinada por su compañero sentimental, al que ya habían localizado y metido en la cárcel. Hemos analizado en otras ocasiones el tema de la denominación (la asociación del término machismo al de crimen), así que no me pronunciaré al respecto de tamaña barbaridad. Lo verdaderamente definitorio de la noticia es lo de “otro”. Porque aquello de que News is bad news es, ya, absolutamente falso. Las noticias ya no tienen que ser malas para ser, sólo tienen que ser oportunas y punzantes. No adecuadas, ni apropiadas, sino oportunas. Y nada más oportuno que las afirmaciones, como esas que, a base de licencias poéticas, repiten y repiten una suerte de estribillo. “Otro” y “otro” y “otro” y “otro”… Beckett en dilatado y en vulgar. Pero produciendo muchos más beneficios económicos.

La noticia debe incitar, según sus inconscientes distribuidores, al compromiso social, pero lo que hacen con tanta licencia poética (burda) esos distribuidores de noticias (esos conformadores de la Realidad) es incitar al odio. Que es de lo más rentable. El periodismo actual se nutre de la perversa forma de comunicación que ha creado la corrección política. Tanto es así que tuvieron que pasar dos días para que en una coletilla de una pequeña columna de un solo periódico y sin titular significativo se dijera que habían dejado en libertad al (que fue) presunto asesino de la rusa, porque se había demostrado mediante autopsia que el acusado nada tenía que ver con la muerte de su compañera. Al parecer lo único que hizo para ser juzgado por policía y medios y ser introducido en la cárcel fue avisar de la muerte inesperada de su novia. Nadie en la televisión recondujo la noticia dada dos días antes. Nada de exclamaciones grandilocuentes en todos los telediarios. Nada, pues no hay noticia. Los grupos de presión callados como putas. El inculpado exculpado después de pasar dos días en la cárcel con el pesar añadido de la muerte de un ser querido, la muerte por la que se le acusa de asesino. Ni un solo titular, ni una sola exclamación de perdón. No sé si a pesar de todo se habrá contabilizado como caso de violencia género. Pero como la noticia estuvo ahí, escupida por todos los medios, no me extrañaría nada que así fuera.

El problema de la verdad poética pues, no se encuentra en que sea poética (ya que no puede ser de otra forma), sino en que sea de baja estofa. y en que deba ser punzante. Es decir, el problema se localiza en que no sepamos distinguir entre verdades poéticas dignas (por su relación con la belleza o la bondad, por su relación con la consistencia o la justicia) y verdades poéticas vulgares (si toda verdad es poética por definición lo único que resulta imperdonable es que sea vulgar, innecesaria). Pero entonces nos encontramos con otro problema, porque es la misma corrección política la que se encargó de disipar las ofensivas y antidemocráticas diferencias entre lo culto y lo popular, entre lo bello y el kitsch, etc., entre la misma verdad y la mentira, entre lo bueno y lo malo. El periodismo de baja estofa es pues el producto de la carencia de ética en la información.

Aun recuerdo yo aquellos primeros pasos de la corrección política que a mí me tocó vivir en la Universidad a principios de los ochenta. Los profesores posmarxistas que habían militado en el FRAP reivindicaban con ahínco la importancia superlativa de la Cultura Popular. Nos inculcaban, y lo recuerdo con precisión, fanatismo por las series Falcon Crest y Los ricos también lloran, porque decían que la verdad poética se encuentra siempre cerca del pueblo. Y nos inducían a la culpabilidad en caso de tender hacia lo apocalíptico (que siempre ocultaba connotaciones elitistas). Si hay diferencia entre la cultura elitista y la cultura popular –decían- es que la segunda es más democrática y por tanto más verdadera. De este modo quienes rechazaban toda verdad absoluta exigía la verdad verdadera. Así es como lo vulgar (no dicho de forma peyorativa en principio) se hizo con el poder que anulaba la posibilidad de acceso a algo superior por noble (como lo es la Verdad, o la Bondad o la Belleza. Sólo lo popular tenía crédito. Todo lo que no fuera popular era ofensivo.

Hace un par de años tuvo lugar un incidente del que todas las televisiones se hicieron eco aproximadamente 8 veces al día durante una semana. Un salvaje mucho más cobarde que yo le propinaba, en el vagón de un metro, una serie de agresiones físicas a una atónita y acobardada chiquilla sudamericana. Los medios de formación de masas acribillaron a ese otro viajero que torcía la mirada con el fin de no intervenir. Por miedo. Miles de periodistas sugirieron cobardía y por la calle recibió durante una temporada insultos y amenazas por gente que no se consideraba cobarde. Pues bien, ese otro viajero impertérrito ante las agresiones era yo. Yo soy cobarde porque yo fui aquel cobarde. Y no me alegro de ser así.

Hoy viene una nueva noticia a página casi completa. El caso resulta curioso y supongo que todos los lectores lo conocerán. Un hombre defiende a una mujer por verla maltratada públicamente. El defensor de la chica es atacado por el maltratador y debido a la paliza que recibe se encuentra en estado de coma y cercano a la muerte. Ante la demanda de explicaciones por parte de la policía la mujer niega que hubiera el maltrato por el que alguien (que fue agredido) salió en su defensa. O sea, tenemos un hombre a punto de morir, otro hombre que es quien ha propinado la paliza al primero y una mujer que ha sido defendida, al parecer, sin ninguna causa y por ningún motivo. El periódico dice a través de su periodista “La mujer se negó a denunciar a Puerta (el agresor) por motivos personales y porque considera que es un hombre enfermo que necesita ayuda y tratamiento”, “Las fuentes consultadas añadieron que Sandra no es politoxicómana, y que sólo ha sido una mujer con mala suerte que eligió a una pareja con problemas”.

Así pues, mientras un ¿valiente? se está muriendo, la mujer es tratada como alguien a quien hubiera que exculpar. No es politoxicómana, nos dicen. Como si hiciera falta exculparla ¿de qué? ¿Qué nos importa a nosotros si Sandra es o no politoxicómana? Y mientras un ¿valiente? se muere por defender a una ¿indefensa? mujer, las “fuentes consultadas” nos dicen que Sandra “sólo ha sido una mujer con mala suerte que eligió una pareja con problemas”. Mientras un ¿valiente? se muere por haberla defendido, ella exculpa a quien evidentemente ha sido el artífice de la paliza propinada al que se muere por haberla defendido y que muy probablemente sea quien a ella maltrataba. Definitivamente soy un cobarde. Y hoy me alegro de no haber estado allí (en el lugar de los irrefutables hechos) para que me dieran la ocasión de exorcizar mi culpa y poder considerarme un valiente.

Post Scriptum. Este texto fue escrito ayer a falta de alguna corrección, con la noticia comentada recién aparecida. Ahora estoy con el periódico de hoy en las manos y con la continuación de la noticia. Me viene bien esta continuación porque me libra, a pesar de todo, del malestar que me crea el no estar seguro de algunas de mis afirmaciones. La noticia de hoy (16-8-08) dice que la susodicha mujer “denunció hace tres años a un ex novio”, según “confirmaron fuentes policiales”. “Presentó diversas denuncias contra él... y tuvo que refugiarse en un piso particular, con la ayuda de una asociación de mujeres maltratadas, en Granada”. Hace tres años de esto. También aparecen unas escuetas declaraciones de ella sobre el agresor de ahora (al que no quiere denunciar y al que exculpa mientras su defensor se muere): “es una bellísima persona”, dice. ¡Qué cobarde soy!

martes, agosto 12, 2008

Dark Watwer

Amor

Podría decirse que en Dark Water nos encontramos, de partida, ante una mujer recién separada que intenta obtener la custodia de su hija de 5 años. Tal podía ser el resumen para una carátula, como de hecho lo es aproximadamente: “Una mujer que intenta mantener la custodia de su hija de cinco años se traslada con ella a un modesto y lúgubre apartamento… (el resto del resumen es tan absurdo como casi todos los de las carátulas: uso de términos como “extraños fenómenos”, “terrible historia”, “maléfico poder”, etc., pervierten la verdadera esencia de la película). Pero también pudo decirse, dada la introducción en la que se incluye el hecho significativo de su condición, que nos encontramos ante una madre que lucha por obtener la custodia de su hija de 5 años. Así pues: nos encontramos, realmente, ante una madre. Y hay que apuntar que, en líneas generales, pero sobre todo en esta película, decir mujer no es lo mismo que decir madre. Por lo que, dado el asunto de la película, se trataría de una redundancia admisible por significativa.

“Puedo superarlo todo si tú estás a mi lado”, le dice Yoshimi a su hija cuando intuye la dureza de lo que se le avecina ante la nueva circunstancia derivada de su separación. Amor de madre.

Sexo Vs. Género

Los géneros tradicionales ya no sirven para describir una realidad que escapa a la sencilla catalogación. En vez de dos géneros hay una cantidad variable de géneros cuyo número se ajusta perfectamente a la cantidad de individuos existentes. De eso se trataba: el “cada persona es un mundo” se ha hecho realidad desde que la corrección política ha glorificado la diferencia. La clave se encontraba en que nadie se sintiera marginada/o ni ofendida/o ante una clasificación.

Decir mujer, pues, es decir poco si lo comparamos con decir madre, pues de entre todas las parejas posibles que podrían formarse combinando elementos de dos en dos (algo de lo que tanto saben los queer), quien tiene la posibilidad de parir, de alumbrar, de organizar un nueva vida desde sus entrañas, es sólo, la mujer. Así que es la mujer quien tiene la extraordinaria capacidad de ser madre en su embarazo… y de alumbrar. Y, sobre todo, el extraordinario privilegio de ser sólo ella la capaz de serlo… y de hacerlo. Decir mujer es hablar de posibilidad, pues, pero decir madre es hablar de realidad respecto al alumbramiento. Puede haber, por tanto, muchos géneros posibles ante un número limitadísimo de sexos. Lo que adquiere suma importancia si tenemos en cuenta que, con independencia de toda disquisición ideológica y sociológica, sabemos que la mujer se convierte en un perfecto genérico cuando de lo que hablamos es de engendrar. Decir mujer es decir muchas, decir madre es decir una. Esto es; nadie duda acerca de que una madre pueda ser más o menos madre. Se puede dudar acerca de si una madre es peor o mejor, pero no de que lo sea más o menos. Todas las madres son madres. Sin embargo, hablar de mujer es, según la corrección política, algo como mínimo vago y como poco tendencioso.

Mujer separada. Madre con hija

Así, en Dark Water nos encontramos ante una mujer que, en su condición de madre, lucha por conseguir la custodia de su hija de 5 años. Y enfrente de ellas otro personaje, un hombre, el exmarido del que la mujer se ha separado, alguien que nos es mostrado sin reparos como un ser desagradable. Un personaje que apenas tiene presencia en el film (unos minutos), pero que nos sirve a los espectadores para tomar partido por la protagonista aun cuando no puedan disiparse las dudas que el padre manifiesta respecto a la capacidad real de la madre para ejercer su papel (él remite a los abogados los problemas emocionales y psicológicos que en su momento la llevaron al tratamiento médico).

La posibilidad actual (real o no) del sujeto de poder elegir entre un número variable de géneros NO ha servido para que una mujer o un hombre (o lo que sea) sean más felices que antes. Es decir, del poder elegir entre más posibilidades no se ha colegido el poder elegir mejor. La gente sigue encontrando motivos y causas que impiden la felicidad sentimental. Tampoco la libertad sexual promovida por la corrección política a través de grupos de presión ha enseñado a una madre y un padre separados a sobrellevar las penurias de su separación traumática. Les han enseñado a separarse, pero no a saber hacerlo. Por lo que nos encontramos ante una madre que lucha por obtener la custodia de su hija después de su separación con un hombre al que odia. El litigio por la custodia es precisamente el motivo por el que ambos se hablan, sólo, a través de abogados. Puede decirse de otra forma más contundente: el personaje de madre que nos muestra Nakata resulta de fácil identificación para la mujer contemporánea por lo que respecta a su vivencia; el hecho traumático que se deriva de una separación mal avenida y por tanto dolorosa. Además recae sobre ella el estigma de un pasado con el que muchas mujeres contemporáneas podrían identificarse: el de haber experimentado una crisis que ha conducido al tratamiento médico.

La desolación

La infelicidad de ella se agrava ante la necesidad de obtener recursos económicos que le permitan la manutención de la hija. Por lo que recapitulamos: una madre con problemas económicos y posiblemente emocionales lucha por conseguir la custodia de su hija. No tiene, pues, ni trabajo ni dinero ni hogar ni casa. (De lo que se deduce -y más tarde lo comprobamos- que antes de la separación ambas vivían de las rentas del marido).

Todo esto es importante reseñarlo en la medida en que la historia es exageradamente sencilla y sabemos que todo lo que necesita una película de trama sencilla para ser buena es unos personajes complejos. Y es importante en la medida en que eso (lo descrito) es lo que transmite Dark Water antes de que hayan pasado unos cuantos minutos de metraje. Todo eso se vislumbra, desde el primer plano secuencia en el que se nos muestra la tristeza (premonitoria) a través de la mirada de una niña, hasta la secuencia en la que Yoshimi -la madre- adquiere en régimen de alquiler una casa destartalada, precaria y ubicada en la periferia de la ciudad. Nakata nos muestra perfectamente la tristeza y la desolación que sufren los individuos contemporáneos de esta sociedad hipercivilizada.

El pasado que retorna

Debido a su litigio con el exmarido sabemos del pasado turbio de Yoshimi (turbio como el agua es turbia). Sabemos, porque así lo hacen constar los abogados a instancias del exmarido, que el estado emocional de actual de Yoshimi podría seguir afectado desde aquella crisis en la que tuvo que ser atendida médicamente. Se duda, pues, de su capacidad de ser madre. Ella, sin embargo, no niega aquella crisis pero asegura ser cosa del pasado. Sabemos, también, el origen de la crisis: Yoshimi era correctora literaria de novelas horribles, sádicas y crueles, y el contacto permanente y reiterado con tanta barbarie le provocó su desequilibrio emocional. Algo que no resulta casual en la medida en que incide sobre alguno de los problemas sociales del sujeto contemporáneo. A saber: la necesidad de consumir el drama en forma de sangre, venganza, sadismo y crueldad (El gore, Tarantinos varios, El Manga…); la necesidad de codearse con el mal, en definitiva; un mal, si se quiere, de segundo orden, pues es representativo. Como si la convivencia con ese mal quedara disuelta a través del relato ficcional.

Y por otra parte retorna el pasado de Yoshimi como hija, si bien lo hace a través de un pequeño apunte secuencial en el que la vemos esperar a su madre en el colegio, una madre que no llega. La escena retorna cuando Yoshimi, en su obsesiva búsqueda de trabajo, hace esperar a su hija en circunstancias parecidas. Si bien queda claro que la diferencia entre ambas madres es evidente: Yoshimi no quiere infligir a su hija la tristeza que ella padeció ante esos abandonos. Y por otra parte, se encuentra la niña desaparecida (el fantasma), que fue vista por última vez cuando salía del colegio a donde no acudió su madre para recogerla. Si bien este tercer abandono es el verdaderamente trágico, pues provoca la desaparición de la niña (el fantasma). Así tres abandonos: uno, el eventual producto del despiste (Yoshimi con su hija), otro, el reiterado y egoísta (Yoshimi con su madre), y otro, el definitivo y malvado (la madre de la niña desaparecida con la niña desaparecida).

Lo fantasmal

Hasta ahora no ha habido más que un análisis del personaje central. Vayamos ahora a la relación directa de éste con la trama. Como en toda película adscrita al género del terror, la trama se construye a base de señales inconclusas que simplemente dan pistas acerca de la misma imposibilidad de una trama normal (verosímil). Las señales son, de este modo, meros indicadores premonitorios de un desenlace. En la irracionalidad de la trama subyace la a-normalidad respecto a todo posible realismo. En este sentido Japón lleva mucha delantera respecto al cine de terror fantasmal. Quizá debido a su idiosincrasia Japón es líder en propuestas delirantes acerca del fantasma.

Yoshimi recibe señales por parte de una niña desaparecida a partir del abandono sufrido por su madre. Señales, pues, fantasmales. Las señales las reciben ambas, madre e hija, pero sólo la madre es capaz de percibirlas, valga la paradoja, desde un punto de vista racional, esto es, adulto. La niña juega con la señales, la madre las sufre (hasta cierto momento adentrado del film). El conflicto surge, pues, cuando ante la irracionalidad del planteamiento que le adviene a Yoshimi se sobrepone la realidad de lo percibido. Ante las señales la madre intuye un peligro. Peligro que intuye como madre, pues en la protección a su hija interfiere otra protección que se le exige desde lo irracional. Es una madre lo que exige el fantasma (una niña) a Yoshimi, una madre que libere del penar producido por el abandono de una mala madre. Y que lo supla con amor

Lo real: agua turbia (Dark Water)

Si hay algo verdaderamente sobrecogedor en esta película más allá de las escenas terroríficas es la simple descripción visual del edificio donde viven ambas. Un edificio que representa con exactitud el estado anímico de quien lo experimenta. Quizá por ello nunca se ven vecinos deambular por los lúgubres pasillos encharcados. Algo parecido a lo que sucediera en Barton Fink (Cohen), donde el hotel, como aquí las viviendas, son lugares que pueden vivirse con independencia de la realidad que los asiste. Lo emocional, pues, se impone sobre la realidad. La soledad no es estar solo, es sentirse solo, valga el tópico.

El edificio es, además, el contenedor de todas las señales que reciben las dos indefensas y solitarias mujeres. Pronto en él todos los síntomas se van convirtiendo en signos. Tal es, precisamente, lo que diferencia una visión de una experiencia. La experiencia con lo real: una gotera que no cesa y además se agranda, unos pelos en el agua saliendo del grifo, el piso de arriba anegado de agua, el bolsito de la niña que se niega a desaparecer; todos ellos signos de la experiencia de Yoshimi con lo real. Así, donde todo puede tener una explicación racional (que es dada por un extraordinario personaje secundario), Yoshimi vive su trágica experiencia.

Yoshimi ata cabos y comienza a saber de lo que sucede. Y a intuir un destino turbio por mucho que haga por evitarlo. Sabe que el abandono sufrido por la niña (del que sabe a través del profesor) no conlleva la desaparición (que se anuncia), sino la muerte (que ella intuye). Sólo la muerte produce fantasmas reales. Así es como sólo la madre es capaz de saber del fantasma, pues es la única que sabe de la muerte de la niña. Y por saber del fantasma es sabedora también del penar del fantasma.
Un fantasma que le exige amor, el amor que no recibió de su madre. Allá donde todos ven indicios de normalidad Yoshimi ve señales destructivas. Allá donde todos viven la realidad Yoshimi vive lo real.
Allá donde todos ven signos de paranoia en Yoshimi lo que hay es una experiencia inenarrable.

Amor absoluto

La escena crucial de la película es una de las escenas más emocionantes del cine de los últimos tiempos. Decíamos antes que Yoshimi intuye un peligro como madre, pues en la protección a su hija interfiere otra protección que se le exige desde lo irracional. Es una madre lo que exige el fantasma (que es una niña) a Yoshimi; una madre que libere del penar producido por el abandono de una mala madre. Y decíamos también: y lo supla con amor. Pues bien, aquí se encuentra condensado el meollo del asunto: el fantasma ha demostrado su poder destructivo y está dispuesta a lo que sea con el fin de lograr su único objetivo. Hasta casi el final de la película no sabe el espectador que el objetivo del fantasma es uno sólamente: obtener el amor de madre, de una madre. Obtener el amor que sólo puede dar una madre.

Yoshimi se encuentra en el ascensor abrazando, y por tanto protegiendo, a su hija del fantasma que se le acerca. De repente, y sin secuencia explicativa, se intercambian los personajes: es la hija la que a lo lejos la requiere y es la niña fantasma la que la abraza de forma inmisericorde. La tensión se acrecienta ante los gritos de la niña requiriendo a su madre (mami) confundidos con los de la madre pidiendo a su hija que no se acerque.

Yoshimi intenta liberarse del maléfico abrazo del fantasma pero la fuerza de éste es brutal y está decidido a conseguir lo que quiere aunque sea por la fuerza. En el clímax del abrazo se produce el entendimiento de Yoshimi. Le cambia la expresión de la cara: del terror pasa a la comprensión y de la comprensión a la ternura. La fuerza hiriente de la niña se torna también en caricia. El fantasma, todo se ha de decir, es todo lo repugnante que puede ser una niña que lleva seis meses descomponiéndose en un depósito de agua. Así, el abrazo adquiere un valor añadido, pues en la aceptación de Yoshimi se convoca al verdadero amor de madre. Su hija llora desconsolada ante la escena y ella la mira sabedora de que la está perdiendo. El fantasma es ajeno a la escena; en todo momento se encuentra de espaldas a la escena, ya que lo único que pretende es el amor de Yoshimi, el amor que le libere del penar. Y al mismo tiempo que Yoshimi ofrece su amor de madre al fantasma sacrifica el amor a su hija para protegerla. El abrazo al fantasma es un abrazo de amor infinito.

sábado, agosto 02, 2008

Desaguisado

Hay quien me ha criticado, y no sin razón, que en el post titulado Mundo extraño abriera muchos temas sin cerrar adecuadamente ninguno. Seguro que así es, a veces soy un desastre, por lo que voy a intentar remediar el desaguisado. Decía en dicho post: “no queda nadie dentro del mundo del arte que no sepa que el arte è cosa mentale. Y que por eso, lo que hace falta para ser artista es una idea”. Casi siempre, sólo eso, digo ahora. De hecho, esto es algo que sucede desde hace demasiados años para que alguien aún pueda sorprenderse ante la perogrullesca afirmación. Como en otras ocasiones he apuntado, no se trataba de que las líneas de Modrian estuvieran bien pintadas, sino de que transmitieran toda esa espiritualidad mística que obsesionaba al artista. No se trataba de que la espiral de Smithson estuviera mejor o peor realizada, ni siquiera se trataba de que fuera él quien manejara el tractor y la pala, sino de que su obra comunicara aquello que el artista pretendía transmitir. Yo he visto a Chillida dirigir a sus obreros en los altos hornos para elaborar una pieza de hierro fundido y la escena me ha parecido desconcertante y cercana a lo sublime, sensaciones ambas que, según dicen los propios artistas y expertos en arte, son consustanciales a la observación del arte, del buen arte. Y eso sin gustarme Chillida. Todo muy extraño.

En el periódico de hoy (El País, 2-8-08) viene una reseña sobre una exposición que aborda el novedoso e inquietante tema de la relación del arte con las instituciones. Más concretamente, y al decir del crítico que suscribe la reseña, con las instituciones y su mala conciencia. Así, por una parte está el arte, que una vez más se siente comprometido con su Época (sic) y por ello necesita ser crítico con el sistema que le sustenta, y por otra están las instituciones, en plural, de las que sabemos que se llevan mal consigo mismas. Para ello el comisario ha convocado a tres artistas de los llamados conceptuales; uno es, según el reseñista, “una auténtica institución (obsérvese el lapsus), casi una leyenda en el mundo del arte antiinstucional”, el otro “se ha distinguido por sus preocupaciones por la relación entre el arte y la realidad social y política”, y el otro “es un ejemplo eminente de eso que se llama artivista”. Del primero de ellos dice el crítico “siempre ha estado del lado de un arte al margen del mercado. Obviamente, esto es bueno –como idea-, pero no es negocio”.

¡No es negocio!... pero es ¡obviamente bueno! Debo confesar que he tenido que releer varias veces la aparentemente sencilla frase. Y sigo frotándome los ojos después de todo. Una vez sabemos que la teoría esencialista del arte se corresponde a la perfección con la teoría institucional del arte (y esto lo llevan a la práctica incluso quienes no lo creen) resulta gracioso que, primero, alguien pretenda estar haciendo un arte al margen del mercado, sobre todo si como artista es asimilado desde la institución; segundo, además de gracioso resulta patético que alguien crea estar consiguiéndolo, sobre todo si como artista es asimilado desde la institución; tercero, resulta inútil calificar tal pretensión como de buena, pues el experto debe saber que sólo pueden estar al margen del mercado quienes no son artistas (lo pretendan o no) y que por tanto lo único que es obvio es que sólo el negocio dictamina la bondad de lo que se legitima. Como bien sabe nuestro artista antiinstucional. Pero lo mejor es lo situado entre guiones: es bueno ¡–como idea-¡, es decir, es bueno el arte del artista, no por hacer lo que es bueno (estar al margen del mercado) sino por tratarse de una buena idea. ¿Ven como todo el mundo sabe que el arte é cosa mentale, tal y como decía en Mundo extraño? Y es bueno, ¡pero no es negocio!, ¿ven como no todo el mundo sabe que la teoría esencialista coincide punto por punto con la institucional?

Nota. Haskell demostró que el gusto cambia con las épocas, pero aun con su impecable demostración la Historia del Arte se parece, cada vez más, a sí misma. Tanto si hablamos de los artistas de un periodo o de otro; tanto si hablamos de un periodo en el producto se justifica en la maestría y la excelencia, como si hablamos de un periodo en el que el producto no importa tanto como la autenticidad de quien lo justifica; tanto si hablamos de Velázquez, que es cotejablemente el mejor de su época (y del que pocos particulares poseen obra), como si hablamos de Beuys, cuya excelencia artística sólo es demostrable en función de los magnates que poseen obra suya en colección particular.

miércoles, julio 30, 2008

Casa de juegos

El título de esta película de David Mamet puede resultar desconcertante en la medida en que la propia casa de juegos no juega un papel determinante en el desarrollo de los acontecimientos. Pero resulta perfectamente adecuado por cuanto señala un lugar cuyo significado encuentra un sentido en la trama que liga a los protagonistas. Al carecer de artículo determinado nos encontramos ante una casa de juegos; una casa en la que se juega; una casa, por tanto, en donde alguien gana y alguien pierde. O mejor: una casa en la que, por jugar, cada ganancia exige una pérdida.

La historia de la película parece sencilla de resumir: una siquiatra famosa y absorbida plenamente por su trabajo es seducida por un matón. Tras el previsible romance entre ellos, ambos se ven envueltos en una trama gansteril que les lleva a la necesaria separación que les permitirá sobrevivir. En realidad, todo se ha tratado de una trampa urdida por el matón con el fin de desplumar a la siquiatra. Tal podría ser, es cierto, el resumen del film. Se trataría de un resumen, claro está, que sólo serviría para atraer a los amantes del blokbuster. Aún así se trataría de un mal resumen pues no debería desvelarse jamás lo que es desentrañado casi al final de la película. Así, un resumen correcto se tendría que limitar a lo que realmente sucede en las primeras secuencias del film, por lo que habría poco que decir. Hablar más allá de eso destrozaría una historia basada en la trampa y el engaño, pues el engaño al que es sometida la protagonista es paralelo al que es sometido el espectador (como lo que sucede en Vértigo, por ejemplo). Resumen correcto, pues: una psiquiatra famosa pero sin vida social es seducida por un timador profesional.

Este resumen, que ya no cumpliría con las expectativas del espectador blokbuster (dada su extrema brevedad) sí sería un resumen que serviría perfectamente para describir lo que en realidad es sustancial en la trama: una mujer de cultura y de posición socioeconómica elevada se deja seducir por un malvado que en ningún momento oculta su condición. Se trataría de un resumen en el que preponderaría el tema sobre el asunto sin traicionar por ello la esencia del film. En cualquier caso podría haberse hecho un resumen a la inversa, aquel en el que preponderara el asunto sobre el tema. Entonces habríamos podido decir: una mujer insatisfecha a pesar de su éxito laboral va en busca de sí misma (resumen éste que sólo atraería a un sector reducido de espectadores). Dicho así podría tratarse de una película sobre el viaje iniciático de un personaje que va en busca de su verdadera identidad. En una conversación que se da a los pocos minutos de comenzar el film, la paciente loca le dice a la doctora que “nadie está exento de la experiencia, se puede intentar huir de ella, pero finalmente la experiencia te encuentra”.

De esta forma, la doctora se lanza, en un viaje iniciático, a saber más de ella misma, con o sin consciencia de ello, eso no importa. O mejor, se lanza a la búsqueda de un sentido vital que no le queda explicado en el saber lo que sabe. La insatisfacción, pues, como motor, y su fin último, conocer algo de ella que ella misma desconoce. Va, en definitiva, en busca de una revelación. Su amiga y colega es la que, a modo de catálisis narrativa, introduce a la protagonista hacia esa experiencia. Y la introduce a partir de un requerimiento: la búsqueda del placer. Es en esas dos conversaciones que mantiene con ella a principio de la película cuando la doctora manifiesta dos lapsus: uno confundiendo un significativo pronombre posesivo (mi-su) y otro confundiendo una palabra por su antónima (presiones-placeres).

Y puesto que, como decíamos, un resumen correcto se tendría que limitar a describir lo que realmente sucede en las primeras secuencias del film, nada mejor que ver qué pasa en ellas (ya que aquí no nos interesa la película, sino el personaje femenino). Como en todo gran texto fílmico los personajes quedan descritos no tanto haciendo referencia a los hechos escogidos cuanto a la suma de los escogidos y los omitidos. La doctora, que sabe mucho de la condición humana, parece saber poco de sí misma, y de ese saber poco nosotros obtenemos mucha información. Su asertividad laboral se esfuma ante las relaciones sociales de las que desconoce todo (como veremos en su relación Mike, el matón), y la aparente seguridad le sirve para encubrir la fragilidad que le confiere el miedo a la revelación esperada a través de la experiencia. De ahí que, por decirlo rápidamente y quizá de forma prematura, lo que busque en su experiencia sea un malvado, pues sólo de esta forma esa experiencia le aproximará al terreno insondable de lo real.

El valor simbólico del lugar (casa de juegos) no es ajeno a las intenciones del autor, que lógicamente conoce la trama desde el punto de vista de la creación. El jugar a algo te inscribe como jugador y en todo juego, pero especialmente en el del amor, se cumple la figura del jugador jugado; un jugar con alguien que a su vez juega con el jugador. “Todo juego se presenta como un movimiento de vaivén: la acción del jugador sobre el objeto de juego o sobre el camarada revierte sobre él como una nueva provocación. Así que el jugador es siempre un jugador jugado: no sólo juega con algo sino que ese algo siempre juega con él” (Benavides, 1988).

Todo juego se desarrolla en el intersticio que media entre lo totalmente conocido y lo absolutamente desconocido. En su campo de juego se concilian la inteligibilidad de la realidad y lo insondabilidad de lo real. Se concilia, pues, lo posible con lo que escapa al orden del discurso. El juego es una actividad libre que se encuentra fuera de la tenaza que une la necesidad con la satisfacción. Motivo por el cual la doctora sale mal parada de la experiencia (aunque lo propio sería decir que quien sale mal parado es el timador, pues es él quien verdaderamente paga un precio alto por la experiencia de ella). Porque la satisfacción requerida no proviene de una necesidad. Ha jugado sin aceptar las reglas del juego y no ha sabido perder. Hay que apuntar al respecto y haciendo referencia al leitmotiv del film, que el engaño como táctica no implica traición a las reglas, sino que forma parte de una estrategia, la estrategia que todo jugador debe poseer.

Nadie está obligado a jugar precisamente porque todos estamos obligados a trabajar. Y es precisamente el trabajo lo que ha mantenido a la doctora, curiosamente (es psiquiatra, no lo olvidemos), alejada de la realidad, del juego. Es su obsesión por el trabajo lo que critica y cuestiona su amiga y colega en la segunda secuencia, inmediatamente después de la presentación de la protagonista, a la que conocemos por el éxito de su último libro tras la solicitud de un autógrafo por parte de una admiradora (primera secuencia). Su amiga le critica su obsesión por el trabajo y le aconseja ir a la búsqueda de placeres, o mejor, le aconseja ir a la búsqueda de otros placeres que puedan servirle de escape, pues sin diversificación se puede caer en la obsesión. Hay que decir al respecto que el libro que autografía la doctora a su admiradora en la primera secuencia se titula “Pulsión: obsesión y compulsión en la vida cotidiana”. Una vez más, el jugador jugado, aunque esta vez se trate de un juego de ella consigo misma. Uno de los dos significativos lapsus que comete (al inicio) consiste precisamente, como hemos apuntado, en confundir presiones con placeres. Impagable lapsus para un psicoanalista. Y para Mamet.

Pero no es su colega la que logra activar su deseo (de la experiencia) sino un paciente, el paciente que la conecta con Mike, el matón. Y obsérvese que ya hemos calificado a Mike de tres formas distintas: timador, malvado y matón, algo que resulta sumamente significativo en la relación que se inicia, pues la doctora es avisada desde el principio de la calidad humana de Mike, incluso en palabras del propio Mike: “Soy un timador, un delincuente, no te engañes…”. Matón es la forma en la que ella define al propio Mike en su primer encuentro. Lo de malvado lo dejaremos para el final, pero resulta fácil deducir que un matón y un timador son dos formas de representar la maldad.

Pero, como decíamos, es un paciente el que introduce en ella el germen de la intriga. Le cuenta la historia a la doctora: al parecer Mike le matará si no le devuelve los 25.000 dólares que le debe por deudas de juego. Y la espolea con frases que resultan, curiosamente, más definitivas y determinantes que las que su colega le dice desde la amistad: “usted vive en un sueño”, “hay un mundo real”, le dice el muchacho aterrado por la suerte que le espera si no paga a Mike. Cuando ella intenta ayudar quitando hierro al asunto es cuando el paciente habla de la peligrosidad de Mike y lo describe (lo vemos en las notas de ella) como omniescente y castigador.

Ella decide ir a la busca de Mike. Después de la jornada laboral, esto es, de noche. Tiene que entrar en la casa de juegos que es donde se encuentra. Una vez ha entrado la puerta se cierra sola dejando fuera (de juego) al espectador. Está sola. La escena es perfecta por contenida (poco propio de la mayoría del cine norteamericano). El local está prácticamente vacío y unos tipos juegan al billar sin hacer apenas ruido. Ella pregunta por Mike y como en toda película de gansters el camarero dice no saber nada del tal Mike. Todo, pues, al más puro cine negro, pero austero, poco espectacular. La entrada de Mike en escena es precedida por su propia voz en off con la representativa por chulesca frase: “qué coño pasa”. La doctora se gira y aparece Mike en la oscuridad, vemos su silueta pero no su cara. Debe andar unos pasos hacia ella para que la luz revele su aspecto. Mike nace, pues, de la oscuridad. En una casa de juegos casi muda. Está sola y ha comenzado a jugar.

La breve conversación que mantienen nos muestra a la perfección cuáles son las actitudes de los personajes ante la situación. Ella se ha introducido en un juego apostando fuerte, con seguridad y sin mostrar flaqueza. Pero dejando las cartas boca arriba. Debemos insistir, sin embargo, que en este texto no estamos interesados por la película y por tanto no nos interesa lo que, por acaecer después, nos daría pistas sobre la actitud de él en el momento en el que se conocen. Nos interesa ella. Y él, sólo, en lo que afecta a ella. De otro modo deberíamos analizar la relación entre quien entra a jugar con las cartas boca arriba (ella) y quien juega un doble juego (él), cosa que no hacemos porque ello supondría hablar del engaño (del timo) que ella sufre, algo que para nuestro cometido resulta irrelevante. (Debe saber el lector que no haya visto la película que todo lo acaecido durante la práctica totalidad de la película se encuentra controlado y organizado por el timador. Todo ha sido minuciosamente preparado para timar a la doctora. Pero como digo, ese sería otro tema).

Digo que la pequeña conversación nos sitúa perfectamente a los personajes. Cuando ella se atreve a exigirle que le perdone la vida al pobre (¿) muchacho que la visita como paciente, Mike le dice: “si soy tan malo, ¿por qué no saco una pistola y te acribillo a balazos?”. A lo que ella contesta, “yo te diré por qué: no eres más que un simple matón”. En efecto, tiene Mike toda la razón, si él es tan malo como para matar por una deuda de juego, ¿por qué no la mata a ella? Mike, sin embargo, en vez de violentarse ante el insulto se ablanda y la adula: “¿cómo has sabido que no soy peligroso?”. Aunque no lo sabe, ella ha enseñado el farol con su impostada dureza. Y Mike es un timador profesional. Sabe que ha acudido a la casa de juegos por algo que nada tiene que ver con la supuesta deuda de su paciente. Ha ido, sencillamente, a jugar.

Se dan los primeros signos de seducción. Y por tópicos que resulten las artimañas seductoras de él, la cuestión es que funcionan con ella a pesar de su inteligencia y conocimiento. Conocedor como es Mike de las debilidades humanas la seduce, cómo no, haciendo gala de sus conocimientos acerca de los signos que manifiestan las personas en su comunicación no verbal (la impostación, por ejemplo). La doctora queda seducida, pues, a partir de una habilidad de Mike que le convierte en un hombre INTERESANTE. Una habilidad, además, que mucho tiene que ver con aspectos fundamentales de su trabajo, si bien desde un lado mucho menos científico, pero no por ello menos basado en lo empírico. Mike le enseña a la doctora lo que es una señal (en el argot del timador), que sería eso por lo que un sujeto delataría sus intenciones. Se lo muestra con un ejemplo en el que averigua el pensamiento de ella (descubriendo la mano en la que oculta algo). Para ella él es, ya, alguien por el que sentirse atraída. Nada nuevo, pues, en el concepto clásico de lo que una mujer requiere para ser seducida, por muy liberada y actual que sea la protagonista. Sorpresa, inteligencia, ingenio, dureza y sensibilidad. Con absoluta independencia de que todo ello pueda coincidir con la maldad (absoluta), algo de lo que es avisada en todo momento. Y de lo que ella nada quiere saber: es sorda porque no quiere oír y ciega porque no quiere ver. Pero con absoluta voluntad de que así sea debido a la excitación que le produce lo oscuro. Todo juego, decíamos, se desarrolla en el intersticio que media entre lo totalmente conocido y lo absolutamente desconocido. En su campo de juego se concilian la inteligibilidad de la realidad y lo insondabilidad de lo real

Y aquí es donde se produce la mejor secuencia del film. Mike se encontraba jugando a Póker cuando ha tenido que salir cabreado ante el requerimiento de ella: recordemos, “Qué coño pasa”. Ahora le reclaman desde la mesa de juego y es el momento en que Mike le propone a la doctora que le ayude a desplumar a un tipo que le está limpiando y le dice que si lo consiguen perdonará la deuda al chaval, una deuda que era mucho menor de lo que éste le había dicho. Ahora la doctora entra en el juego, en otro juego, un juego que se bifurca del otro que ya ha comenzado. La tensión que se vive durante la secuencia es intensa y ella parece controlar su cometido haciéndose pasar por la novia de Mike. La excitación de ella es evidente; él le pregunta “¿te lo estás pasando bien?”, y ella contesta “como nunca”. Y la cámara nos muestra un plano que, quizá por poco frecuente, resulta extraordinariamente significativo: los dos de perfil y mirándose sin pestañear durante un largo rato. Delante de ellos, nosotros, los espectadores, detrás, todo el mundo. Y ellos en medio, cara a cara.

Después de una violenta escena con pistolas incluidas se descubre el pastel: ella iba a ser timada por toda la pandilla confabulada. Todo había respondido a una puesta en escena minuciosamente preparada por Mike. Ella les descubre el plan (el juego) por un detalle y de repente toda la tensión se disipa de golpe, la luz se enciende y los personajes de aspecto peligroso se comportan, curiosamente, con extremada y casi dulce naturalidad. Se despiden unos de otros recriminándose sutilmente su incompetencia ante el fracaso de timo supuestamente sencillo. Se quedan los dos solos. Él le dice a ella, “vuelve siempre que quieras un poco de emoción”. Más claro, imposible. Es entonces cuando ella puede hacer dos cosas, o salir disparada de un ambiente turbio que le ha demostrado carencia de escrúpulos o sentirse excitada ante la posibilidad de volver. Pueden pasar dos cosas: o que pueda la sensatez o que pueda la perversa curiosidad.

Acto seguido (y entre medio de dos secuencias pertenecientes a la trama principal) vuelve otra conversación con la paciente loca, que a su vez le cuenta a la doctora su conversación con alguien: “Me dijo que puede convertir a cualquier mujer en una puta en 15 minutos”. “¿Y tú qué contestaste?”, pregunta la doctora. “Que no podía convertir en puta a nadie que no lo fuera ya”, contesta la loca.

Así que la doctora va en busca de Mike, en busca de un reencuentro. Mientras le espera en un bar (oscuro) escribe en su libreta de notas “La necesidad de lugares oscuros para llevar a cabo un negocio turbio…” En efecto, no sabemos qué es lo que se quiere decir a sí misma la doctora con la anotación, pero no deja de ser cierto que la experiencia en la que se está metiendo no puede ser más turbia. Lo que no le impide seguir a delante. Se trata de una nota, de algo que se dice a sí misma y de algo que le interesa recordar. Carece de verbo y por tanto carece de significado. Es una frase abierta a la que le falta una explicación; la explicación que ella no tiene respecto al hecho de estar buscando al timador en un bar oscuro.

Tras el reencuentro dialogan un rato en el bar, él le enseña otros trucos de timador y entonces le pregunta, “¿Quieres ver cómo un malo de verdad ejerce su trabajo?”. Y ella afirma. Ésta es la primera oportunidad que el malvado le brinda con el fin de que ella pueda renunciar a la maldad. Pero ella no lo hace. “El principio fundamental es: no confíes en nadie”, le dice entonces Mike. Y esta es la primera vez que le avisa. Y ella no se da por enterada. La atracción. “¿Quieres hacer el amor conmigo?”, le pregunta él. Y ella se deja llevar. La excitación.

Antes de acudir al hotel para acostarse juntos Mike pregunta a la doctora, “todos sacan algo de cada operación, ¿qué sacas tú de ésta? Ella no responde; no sabe. En su no saber de ella misma está el no saber nada de la vida, nada de nada. En su no saber nada de ella misma está todo el desconocimiento posible. La loca sabe mucho más de la vida que la propia doctora, entre otras cosas porque ha vivido ya su propia experiencia. La doctora no quiere renunciar a la experiencia del deseo que le produce la atracción. En este caso, atracción por lo interesante, por oscuro que pueda serlo. En principio es eso a lo que no quiere renunciar, al deseo. Porque el deseo no es deseo de la experiencia, el deseo es la experiencia misma. No le importa lo que pueda pasar después porque aquello a lo que no quiere renunciar es a sentirse viva.

Ante la excitante inquietud que le provoca la incertidumbre ella le hace una pregunta a Mike, "¿qué crees que quiero?”. Y Mike que ya está cerca de tenerlo todo contesta, “quieres que aparezca alguien y te posea; que te introduzca en algo nuevo; ¿te gustaría?, ¿es lo que quieres? A lo que ella contesta, “sí”. Y obsérvese el sutil juego de las palabras: el le contesta con absoluta seguridad y franqueza, y lo que le viene a decir es que lo importante para ella como mujer no es el poseer sino el ser poseída y además serlo a partir de algo nuevo, de la experiencia ligada a una revelación. Aún así, su caballerosidad (¿sensibilidad?) deja un margen de duda y se lo cuestiona. Por tanto la aséptica y concisa afirmación adquiere un valor exageradamente significativo. Está diciendo sí, no sólo a una relación sino a una relación marcada por la sumisión.

Cuando hablábamos de los posibles resúmenes decíamos que en el más corto de todos ellos se encontraba la esencia del film. En efecto, la doctora es una mujer actual, triunfadora e independiente. Sin embargo, decíamos más adelante, que en el acto de la seducción pasa por ser el elemento seducido (lo llamábamos clásico por llamarlo de alguna forma), algo que confirma el intercambio de frases descrito en el párrafo anterior. Omniescente y castigador son los adjetivos que incitan y excitan a la doctora. Lo oscuro le reclama y lo oscuro le pierde. La doctora se pierde en lo oscuro.

La revelación ansiada se produce ante su perversa curiosidad. Una revelación que ha desvelado algo que debió permanecer oculto. Además de una revelación se ha producido un desvelamiento. Ha emergido lo siniestro: las putas no se hacen. En la casa de juegos alguien gana para que alguien pierda. La doctora se ha perdido. Ha perdido en la jugada y no ha sabido perder. El precio que ha tenido que pagar por acceder al conocimiento sólo ha sido alto para el timador. La loca tenía razón, no se puede convertir en puta a nadie que no lo sea ya. El mal ha sido vencido, pero no por el bien, sino por otro mal más grande. “Algunos dirían que eres interesante”, le dice la doctora después de hacer el amor. Y Mike, mientras se viste y sin mirarle a la cara le contesta, “soy un timador, un delincuente, no te engañes… sé consciente de lo que haces”. Lo interesante.

sábado, julio 26, 2008

Mundo extraño

Primera premisa. El sentido crítico es algo que no todo el mundo posee. Quizá porque, después de todo, no añada nada positivo a todas esas personas que no lo poseen. Es decir, a lo mejor, toda esa gente que vive feliz dentro de “su” mundo es porque nadie les ha podido demostrar que el espíritu crítico sea capaz de aportarles algo beneficioso en su vida. La felicidad, de este modo, se encontraría fuera de todo posible análisis y se situaría en el ámbito del puro pragmatismo. La ignorancia, pues, como fundamento de la felicidad.

Segunda premisa. Si algo caracteriza al mundo del arte es precisamente aquello que lo distingue y diferencia de cualquier otro mundo. El mundo del arte representa, por definición, un mundo en el que sólo cabe aquello que deja de ser una posibilidad para convertirse en una realidad. El arte (objeto artístico) es a lo sagrado lo que las cosas (mundanas) son a lo profano. Es por tanto el arte quien vulgariza todo lo que se encuentra fuera de él. Es el arte quien ha inventado nuestra vulgaridad señalando su producto. El mundo del arte no sería nada si no tuviera a quien demostrar su superioridad.

La historia. Hace poco tuve la oportunidad de conocer al artesano que le hace las esculturas a algunos de los mejores escultores de la actualidad. Mi ya amigo Sven. Nada nuevo, pues, respecto al aserto leonardiano que rezaba que el arte é cosa mentale. En efecto nada hay que discutir, después de sus 500 años de vida (relativa), respecto a la veracidad del aserto; una cosa mental, habría que añadir, que produce objetos muy poco mentales que a su vez producen pingües y palpables beneficios.

Respecto a un artista concreto que me interesaba por sus esculturas y por el que mostré interés me contaba Sven el artesano (que ejecuta las ideas mentales del artista) que todas sus esculturas responden a una matriz numérica que a su vez fue tomada a partir de una de ellas; son pura informática. Las esculturas son el producto de una matriz que puede soportar las pequeñas variantes que permitirán al artista ser el artista y no un simple artesano. Algo que sin duda todos saben en el mundo sabe, pues no queda nadie dentro del mundo del arte que no sepa que el arte è cosa mentale. Y que por eso, lo que hace falta para ser artista es una idea y un machaca. Curiosamente, la idea no tiene que ser necesariamente buena; el machaca sí.

Al bueno de Sven no le preocupa nada ver “sus” piezas vendidas por cantidades desorbitantes de dinero porque sabe que el arte es cosa mental, pero no deja de ser un tipo revoltoso con un cierto espíritu crítico. Y a veces cínico. Haciendo aún referencia al artista por el que yo había mostrado interés me hizo la siguiente pregunta: “¿te has dado cuenta de la relación directa que tienen los yates con sus esculturas?” A lo que yo contesté, “¿qué si me he dado cuenta de qué?” Estaba claro que mi espíritu crítico iba muy por detrás del suyo, pero aún no sabía por qué.

“Sí hombre –me decía en un perfecto inglés/danés/español- cada tamaño de escultura se corresponde perfectamente con el tamaño de un yate tipo. Es fácil de entender: la pequeña con un yate pequeño, la mediana con un yate grande y la grande con un superyate”, Y después de una pequeña pausa y sin dejar de mirarme a los ojos, “¿me entiendes? no hay tamaños casuales, por supuesto, pero tampoco responden a ninguna necesidad interna de la escultura. La clave de las esculturas se encuentra, sólo, en los yates”-

Envalentonado por la admiración que le demostraba ante sus teorías del arte me dijo, “pues aún no te he contado lo bueno”. Y ante mi ansiedad manifiesta por conocer lo bueno dio un trago al vino, lo miró a trasluz levantando la copa y sin mirarme a la cara dijo, “¿sabes lo que hace tu artista antes de exponer en una nueva ciudad?; pues se encarga de averiguar los nombres de las mujeres de los magnates de dicha ciudad y a sus antropomórficas y enormes esculturas las titula en función de sus pesquisas. Sólo pueden pasar dos cosas –me dice torciendo la boca y con una caída de ojos-, o que llegue el magnate y diga ¡qué curioso, esta escultura se llama como mi mujer!, o bien que sea la mujer del magnate la que diga, ¡mira cariño, qué casualidad, esta escultura se llama como yo!”.

Conclusión. No la hay, no puede haberla. (ver post)

Moraleja. "Compra una Agni y tira la vieja".

Mundo extraño.

martes, julio 15, 2008

La política, la mujer y el miedo

En otros momentos de este blog he afirmado que la forma de plantear soluciones desde el Gobierno al tema de los malos tratos (¿domésticos?) era errónea por muchos motivos. Entre uno de ellos se encuentra el más siniestro: se trata de un problema que mueve una ingente cantidad de dinero y produce muchos dividendos electoralistas con su mera existencia. Para confirmar mi tesis no tengo más que remitirme a las pruebas del desastre, el desastre que se manifiesta en las cifras anuales de mujeres asesinadas; desastre en la medida en que era eso lo que trataba de atajar la nueva Ley y toda esa extravagante batería de medidas. Medidas erróneas, pues, como demuestran los resultados, los hechos.

Antes de comenzar haré una somera enumeración de lo que da de sí como negocio el tema del maltrato con independencia del fin último de quien pretende erradicarlo. Viven de él psicólogos, psiquiatras, médicos forenses, abogados con o sin oficio, mediadores, sindicalistas, fiscales, policías, notarios, detectives, políticos, feministas de agrupaciones, grupos de apoyo, casas de acogida, institutos de la mujer, ONGs, empresas de marketing, publicistas, unidades especiales de policía, de la Guardia Civil… Pero como también señalé anteriormente, la ideología no existe cuando es el miedo lo que hace tomar ciertas determinaciones a los políticos. Y las determinaciones políticas tomadas al respecto son siempre tomadas desde el miedo; el miedo a eliminar una infraestructura plagada de intereses económicos y el miedo a perder votantes. El miedo a perder los beneficios que genera el problema. Siniestro, ya digo.

Sin ir más lejos, en la época del PP y con Aznar al mando (2001), la Comisión Mixta Congreso-Senado decidió constituir una comisión interministerial de la que formaran parte los ministerios de Interior, Justicia, Sanidad y Consumo, Educación, Cultura y Deporte y Trabajo y Asuntos Sociales para seguimiento y ejecución del II Plan Integral contra la Violencia Doméstica. Así, siete de los trece miembros del cuarto gabinete de José María Aznar estaban implicados directamente en impedir que un hombre maltratara a una mujer.

En esa misma época, es decir, hace casi 8 años se contabilizaron, según el propio documento del II Plan: 490 cursos de información, 1.271 centros asesores y servicios de información, 262.000 publicaciones de guía de recursos; y existían 70 oficinas de asistencia a las víctimas, 84 casas de acogida, 102 pisos tutelados, 39 centros de emergencia y 35 servicios de acogida. Un año más tarde el número de pisos y casas de acogida había ascendido a 330. Además del Instituto de la Mujer estatal existían 17 Institutos de la Mujer autonómicos donde trabajaban más de tres mil mujeres.

En 2001 la Xunta de Galicia, por ejemplo, incentivó foros sobre la mujer en los medios de comunicación, estableció una comisión para controlar la publicidad sexista, financió el congreso La violencia impide la igualdad, publicó una guía de malos tratos hacía la mujer, diecisiete libros sobre la materia y patrocinó siete campaña de sensibilización, obras de teatro y seminarios de educación en igualdad. Por su parte, la Comunidad Autónoma de Madrid presidida por Esperanza Aguirre financió varios programas contra la violencia de género, impartió cursos a abogados que se encargan de atender a las mujeres en el turno de oficio de los Juzgados, formó a cientos de policías nacionales, guardias civiles y policías locales, colocó carteles interactivos en los institutos de Madrid, realizó campañas contra el juguete sexista, instauró una nueva carrera, el Master en Violencia, creó la red Centinela para Médicos… Y todas estas actividades se realizaron al margen de las financiadas por todos los ayuntamientos de la Comunidad, que tienen sus propios servicios de asistencia social.

La suma total de dinero invertido en las 17 comunidades para cubrir los objetivos propuestos por el II Plan Integral contra la Violencia Doméstica fue de 36 mil millones de pesetas. Si sumamos a ésta las invertidas por el Estado y los ayuntamientos la suma asciende a algo más de cien mil millones de pesetas, 613,5 millones de euros (según el Boletín Oficial de las Cortes Generales, 4 de diciembre de 2002).

El 3 de agosto de 2005 tomó posesión el nuevo Gobierno de la Xunta de Galicia (PSOE y Bloque Nacionalista Gallego) justo unas semanas antes de que hubiera entrado en vigor la Ley de Violencia de Género. En el Boletín Informativo número 41 de la Consejería de Bienestar e Igualdad de la Xunta de Galicia se explicitaba el nuevo programa que contaba con cientos de actividades al respecto, como las concesiones de subvenciones, la edición de revistas y publicaciones con el maltrato, la creación de nuevos servicios de atención jurídica telefónica, la compra de libros feministas para nutrir las bibliotecas públicas, organización de encuentros sobre le tráfico internacional de mujeres, financiación de obras de teatro temáticas… Además el nuevo Gobierno abrió 72 nuevos centros de información a la mujer maltratada que funcionaban 24 horas al día. Por otra parte el último Consejo de Ministros anterior a las vacaciones de 2006 (PSOE) acordó conceder una subvención de doce millones de euros a cada uno de los 17 Institutos de la Mujer para sus actividades en el maltrato. Lo que supone destinar en 2006 una cantidad suplementaria de 33.252 millones sobre los ya presupuestados por el Estado, además de las cifras de las ya existentes en cada Comunidad Autónoma. A la vuelta del verano, esto es, 2 meses después, el Gobierno decidió ampliar la cifra en otros 80 millones de euros más.

¿El resultado de todo esto?: pues que el número de denuncias de malos tratos crece y el número de mujeres asesinadas también. Y aunque parezca mentira nadie, desde el poder, parece preguntarse por qué eso es así después de todo. Todo lo más que hacen es suponer que el maligno sigue infiltrado en el género masculino y por ello continúan con la inmensa campaña de criminalización de género. ¿Por qué?, se preguntará más de uno: pues por lo dicho, por el miedo que atenaza a quienes podrían reconducir la prevención hacia otros derroteros, más prometedores pero bastante distintos a los que generan tantos beneficios empresariales y políticos.

Todo ese despliegue no cuadra demasiado con los datos empíricos y sin embargo acredita el error estratégico de los políticos y los medios: de las 37.000 órdenes de protección solicitadas en 2005 se concedieron 17.000 y el número de asesinadas sobrepasó los setenta. Al respecto dice el juez Navarro Blasco “Para evitar las muertes hubiera bastado con cien órdenes. Sin embargo, como la mayoría de las mujeres que acaban asesinadas por sus parejas no denuncian previamente los hechos en comisaría o en los juzgados, no se sabe a quién proteger, se actúa por impulsos de opinión pública, dando palos de ciego”. Puede resultar duro oír estas palabras pero no dejan de expresar algo que resulta sumamente significativo: que no es el hombre el culpable de esos asesinatos, que los culpables son esos 72 canallas que asesinaron. Por eso dice el juez “Lo que no se puede pretender es que el juez se dedique a aplicar una justicia de tipo preventivo, que siempre se convierte en injusticia flagrante e insoportable para una de los dos partes en el conflicto, la mujer y el hombre”. (Por si alguien ha dudado: de las 56 mujeres asesinadas en 2006, en sólo tres casos hubo denuncia previa ante la policía y los juzgados).

Así, la base por la que los gobiernos, las leyes y la opinión pública actúan se viene abajo, y demuestra que esa base, la brutal criminalización del género (se habla de machismo después de cada muerte), no es más que una imposición formulada desde el miedo. El miedo de quienes teniendo poder para cambiar el estado de las cosas se acobardan ante su ambición (la suya y la de algún grupo radical amenazante). Las campañas educativas dirigidas a los niños dan perfecta cuenta de la manipulación criminalizadora, como ya contábamos en otro post, pues en el discurso educativo sólo los niños son señalados con el estigma de sospechosos, y además por dos motivos: por ser ellos los culpables de una sociedad que por ser machista genera asesinos y por ser ellos, en definitiva, los potenciales asesinos.

Resulta curioso comprobar la cantidad de gente que se las da de progresista y después, debido a ciertos intereses espurios, estaría dispuesta a extender la culpabilidad del hombre incluso en aquellos casos en los que son los hombres los asesinados (en efecto, cada vez que se produce un asesinato de un hombre a manos de una mujer gran parte de la opinión pública culpabiliza al propio hombre). Y todo porque el estigma de sospechoso (e incluso de culpable) en el hombre es la base sobre la que se asienta toda política (y toda “publicidad” mediática) en lo relativo a los géneros.

De hecho la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (LVG) aprobada por el Parlamento español tanto con los votos de socialistas como de populares-, establece, en su art. 1 que «la presente Ley tiene por objeto actuar contra la violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia». Y como comenta Enrique Gimbernat “De acuerdo con este dogma de fe del feminismo, en su versión fundamentalista, de que cualquier vía de hecho, por muy leve que sea, constituye siempre una manifestación de machismo, los arts. 33 sgs. LVG imponen una pena superior a idénticas conductas -lesiones, coacciones y amenazas-, en función de si han sido ejecutadas por una persona perteneciente al sexo masculino o al femenino”.

Hace poco quedaron enfrentados dos artículos que hacían referencia a la supuesta inconstitucionalidad de la nueva Ley. Por una parte, el citado de Enrique Gimbernat en El Mundo ("La Ley de Violencia de Género ante el Tribunal Costitucional") y por otra el de Montserrat Comas en El País ("El Tribunal Constitucional lo ha dejado claro"), uno demostrando la injusticia de la Sippenhaftung -responsabilidad por la estirpe- (del Derecho germánico medieval, según la cual la responsabilidad de quien había cometido un delito se extendería también a su estirpe) y la otra congratulándose con la decisión del Tribunal Constitucional en la que para atajar la desigualdad reinante, que además es al parecer la causa de los malos tatos, lo que hay que generar es una gran desigualdad de los géneros ante la Ley.

sábado, julio 12, 2008

Miedo

I. Ni siquiera el miedo es lo que era. Antes se trataba de algo que te advenía, generalmente a tu pesar, ahora es algo que se te exige. Una sociedad sin miedo es una sociedad libre y nada hay más temido para los gobernantes (que no son necesariamente políticos) que una sociedad libre. Por eso nos imponen el miedo, o mejor, por eso nos imponen la necesidad de padecerlo. Los valientes han sido marginados por anacrónicos. El Sistema vuelve a ser tan coherente como implacable. El miedo nos iguala y ahora estamos en la supuesta defensa de las igualdades. Los héroes no tienen sentido en un mundo en donde todo es relativo, y aun cuando pudieran ser nuestra única esperanza, o precisamente por ello, se les relega.

Que vivamos con miedo es la principal prioridad de todo partido que quiera medrar. Un miedo, claro conculcado de forma disimulada, un miedo encubierto. Un miedo que subyace ante todos los ejercicios de distracción con los que estamos acostumbrados a vivir. Un miedo que subyace a la posible felicidad de quien tenga las claves de su posible posesión. El miedo está ahí, acechando siempre, persistente, conculcado desde las altas instancias para hacernos iguales, porque es el miedo lo que verdaderamente y después de todo, nos iguala. Así, repito, el que no tiene miedo es marginado, pero no tanto desde el ejercicio del Poder, cuanto por el vecino que no quiere verse avergonzado por el valiente.

Tal es la estrategia del Sistema, perfecta: nos conculca el miedo y después nos deja en sus brazos para que seamos nosotros mismos, los ciudadanos, los que marginemos al valiente. Todos los cobardes arropados por el corporativismo igualatorio. Así es como se nos ha abandonado a un mundo perverso en el que la “seguridad” es garantizada, sólo, por el miedo. Quien tenga miedo y lo demuestre será respetado; quien demuestre no tenerlo, será ninguneado cuando no humillado. El valiente es un excéntrico, es decir, un ser situado fuera del centro, y el centro, como veíamos en el post anterior, es algo que se disputan todos los execrables; para dar pábulo al miedo, lo único que, una vez asimilado por el ciudadano, garantizará el éxito de los que quieren medrar. El valiente no puede estar, por definición, ubicado en ningún centro, pues es en el centro y desde el centro donde no existe ni puede existir la lucha. En el centro sólo puede existir el centro, ese lugar que equidista de todo.

II. El miedo conculcado, cuando se convierte en la clave del éxito de todo aquel que quiera medrar, carece de ideología. La ideología no existe en la estrategia del Control. La ideología no tiene cabida en un mundo dirigido por la BMW, la Deutsch Bank y la Coca Cola (y no por Bush, ¡idiota!). El miedo es, simplemente, un arma, el arma por antonomasia del siglo XXI. Avance con retroceso, pues: estamos en una nueva Edad Media. El miedo es el perfecto salvoconducto que garantiza el Control, es decir, el Poder.

El miedo conculcado nace parejo a la Corrección Política, una perfecta y sofisticada forma de censura, la que se fundamenta en la autocensura. El miedo es, pues, conculcado en la medida en que es exigido. Desde que se impusiera la insuficientemente valorada Corrección Política nadie se encuentra a salvo si no tiene miedo. Da igual que se piense en política que en cultura; será el miedo quien rija el destino de todo el quehacer humano. No es un miedo a lo desconocido sino un miedo a conocer. El des-conocimiento nos iguala, aunque sea por la parte de abajo y por la puerta falsa. Y no exime, cierto, pero irresponsabiliza, infantiliza, elimina cargas. Y nos iguala. Y aunque la igualdad que proporciona el miedo sea una igualdad canalla no deja de ser una forma de igualdad, la perfectamente acorde con la Cultura de la Queja. El miedo, es sabido, paraliza e impide el desarrollo del argumento; lógicamente, pues nada más alejado del miedo que la Razón. En la Era del Miedo, los razonamientos carecen de valor, pues lo importante es la igualdad que produce el acobardamiento. Edad Media.

III. Pero insisto, el miedo conculcado, es decir, el miedo asentado en el ciudadano a instancias de una estrategia, es un miedo que se da en todos los ámbitos e incide desde todos los flancos. Nada construye mejor la carrera de un artista, por ejemplo, que el miedo. Todo aspirante a artista sabe mejor qué es lo no debe hacer que lo que debe hacer para triunfar, y eso no es más que la máxima expresión del miedo. Y hablo del artista porque él es el paradigma de la Libertad. Que nadie se lleve a engaño, si hay alguna clave del triunfo para un aspirante a artista, ésta se encuentra en la estrategia, una estrategia en la que debe tenerse muy en cuenta a los profesores, los críticos, los comisarios, las modas, las tendencias, los galeristas, los museos, el mercado en definitiva. Y si uno se equivoca en uno de sus pasos echa al traste todo; así pues, se impone el miedo, el miedo a no equivocarse. Hay que llevarse bien con éste, hay que conseguir hablar con aquél, a éste tengo que decirle esto, a aquél tengo que decirle esto otro, tengo que estar a buenas con ese, sólo conseguiré algo si hablo con aquél, al que además no puedo caerle mal, tengo que cubrirme las espaldas, no puedo decir lo que pienso a esos… Si algo falla en la cadena todo esfuerzo será vacuo. Y sin miedo el fallo está asegurado. Y fíjense ustedes que en ningún momento se hace referencia al producto arte y mucho menos a éste asociado a conceptos como el de calidad, talento, estilo, etc. El miedo es la clave del éxito por encima del propio producto que da nombre a la disciplina. Así, un aspirante artista sin miedo no dejará nunca de ser aspirante. Se verá por el Sistema como prepotente y soberbio, y será marginado sin acritud ninguna.

IV. El del arte era sólo un ejemplo que pretendía demostrar, mediante lo que es entendido por todos como el paradigma de la Libertad, que el miedo está instalado en una sociedad que lo ha recibido con los brazos abiertos. Vivir con miedo es vivir con seguridad, valga la paradoja. Además el miedo es un método de igualamiento, decíamos, perfectamente acorde con la Cultura de la Queja. Así que la Era del Miedo es la era de los victimistas y de ahí el éxito de las minorías y de lo diferente. Son ellos los que marcan las pautas de igualación. Por debajo, claro. En las escuelas, que es por donde empieza a instalarse la cultura del miedo, el nivel lo imponen lo más torpes, los más perezosos, los más atrasados. De ahí en adelante todo quedará marcado por un entendimiento de la igualdad cuyo único fin es empobrecernos… con todo el miedo posible metido dentro del cuerpo. Por tener, hasta tienen miedo ya muchos padres de sufrir denuncias por parte de sus hijos.

El miedo conculcado, cuando se convierte en la clave del éxito de todo aquel que quiera medrar, carece de ideología. La ideología no existe en la estrategia del Control. Viven del miedo (del que provocan y del que tienen) los de derechas y los de izquierdas. Porque el miedo lo padecen también quienes lo conculcan; es la llave maestra que abre posibilidades. Era eso de lo que se trataba, de encontrar una llave que abriera igual una puerta blindada que una puerta falsa. Y el miedo permite ciertas negociaciones que son concesiones cobardes encubiertas.

El miedo no sabe del honor debido a su carácter irracional. Otro de los motivos éste por el que los valientes deben ser erradicados en la Era del Miedo: por el anacronismo que a muchos suscita el tema del honor, ligado al de la dignidad. Ya lo decíamos, en un mundo relativista hay actitudes que han quedado obsoletas y han sido sustituidas por otras que toman su prestigio a través de la pereza y la cobardía. Serían las actitudes buenistas, que encubren una desmesurada ansia de poder. El buenismo sería la consecuencia de la pereza, la cobardía y la ambición. Y si para mi algo define a la clase política actual (que no está compuesta sólo de políticos) es esto. Unido a una ignorancia que cotidianamente se demuestra abisal.

domingo, junio 29, 2008

Demagogia

Con todo el miedo metido en el cuerpo, con todo el miedo metido hasta las gónadas, dice el político de derechas ante los medios que le instan a una definición de su nuevo partido: “centro, diálogo, mujeres y futuro”. Y el político pone cara de haber cumplido una misión.

Centro. El centro es un punto, un punto que no es necesariamente de encuentro. Desde el punto de vista geométrico sería el lugar del cual equidistan todos los de la circunferencia correspondiente. Así, para entender la metáfora, cuando un partido político se autodefine como de centro, y con independencia de que eso sea creíble e incluso posible, lo que hace es ubicarse en un lugar en donde todos equidistan de él en la misma medida, de tal forma que una ideología socialdemócrata (por un decir) sería equiparable a una ideología (es un decir) nacionalista. O lo que es lo mismo, la actitud de un partido de centro equidistaría igual de todos aquellos que se encuentren dentro de la misma línea de la circunferencia. “Siempre y cuando –se apresurarán a decir quienes se autodeclaren de centro- permanezca dentro de la Ley y su actitud se atenga a la constitucionalidad”.

Desde el punto de vista del álgebra abstracta el centro serviría para denotar al conjunto de todos los elementos que conmutan con todos los demás. Así, cuando un partido se autodenominara de centro sabríamos, todos, que se trata de un partido perfectamente cristiano en el que todos, por fin, seríamos hermanos. Hermanos y residentes en un país que podría llamarse de cualquier manera. Disneylandia, por ejemplo.

Diálogo. Los tópicos siempre han funcionado bien ante una mayoría, ante cualquier mayoría. De hecho, los tópicos tienen el mismo predicamento y funcionan exactamente igual en Kenia que en Valladolid. Uno de los más difundidos es el de que hablando se entiende la gente. Algo que se dice, como en tantas y tantas ocasiones, cuando se pretende ignorar el lado animal del ser humano. No hay más que ver un programa de televisión (y es igual que se trate de un debate político que de un programa rosa), para darse cuenta que, fundamentalmente, hablando se desentiende la gente. Cada Uno se desentiende del Otro, claro.

Además, el diálogo tiene buena fama porque suscita idea de movimiento. Algo que resulta esencial para el ciudadano ya anclado en la Nueva Era, la Era de la Informática. Si hay algo que reclama esa nueva sociedad que se mueve por autopistas de información es, precisamente, movimiento. Lo único que confiere credibilidad a la existencia a este nuevo tipo de ciudadano es la idea de movimiento, el movimiento que genera la información obtenida a través de un clic. Y la idea de haberse (in)formado desde una efímera superficie luminiscente. Por otra parte, existe algo en la idea de movimiento continuo que sirve perfectamente a los intereses de esos nuevos ciudadanos amantes de la second life: que reniega de las conclusiones. En efecto, en un mundo donde el movimiento es necesariamente entendido como continuo ya no caben las conclusiones, pues al no existir la pausa no hay posibilidad de pensamiento. Los silogismos se quedan sin la parte que daba sentido al pensar. Las premisas adquieren un valor todopoderoso y reniegan de esa parte del silogismo que ancla el pensamiento en un punto. El punto es una pausa y la pausa un estorbo. Las conclusiones serían, para mis alumnos, por ejemplo, la perfecta representación de la muerte. Ya no hay pues silogismos, pues no hay conclusiones, hay sólo movimiento, es decir, diálogo. Sin entendimiento, se entiende.

Mujeres. Aquí, sin embargo, me pierdo. No tanto por el término en cuestión cuanto por no saber exactamente lo que representa para el político enunciador de las características que deben definir a su partido... de centro. ¿Se trata de potenciar y ayudar a la Mujer en esos términos políticamente correctos que la consideran víctima en sí misma y en general de todos los hombres que conforman una unidad machista? ¿O simplemente se trata de decir que su partido va a predicar con el ejemplo haciendo un uso desproporcionado (¿) de la paridad a la que están obligados por ley?

Fuere cual fuere la interpretación de sus palabras, la cuestión (el problema) tiene fácil solución: el diálogo (supongo que es por eso que han puesto tantos teléfonos de ayuda), el diálogo desde ¿el centro? En otras ocasiones lo hemos apuntado: la única forma de no resolver un problema es creando las pautas que lo vayan haciendo irresoluble. Entre otras cosas porque la persistencia de problemas es lo que crea la ilusión de necesitar a los políticos y porque la existencia del problema puede ser rentabilizada por quien dice querer acabar con él.

Por otra parte el centro fue para la doctrina moral de Aristóteles -en tanto que justo medio-, una posición entre dos opciones de conducta que se consideran viciadas. Así cuando el político nos junta centro, diálogo y mujeres viene a decirnos que serán ellas, las mujeres, las que nos desquitarán del vicio. No sé si serán las mujeres de su partido las que conseguirán una sociedad mejor a través del diálogo o si será su partido dialogador el que conseguirá una sociedad en la que las mujeres vivan en igualdad de condiciones. En cualquier caso, lo que se infiere de sus palabras es claro: la Mujer es un objeto codiciado para todo político que quiera medrar. Y a la mujer no parece importarle nada. Supongo que mientras vaya beneficiándose a corto plazo de lo que se va empeorando al largo.

Futuro. Existe una forma perversa de entender el presente, la de desentenderse de él aduciendo que es irremediablemente incomprensible debido a la falta de perspectiva histórica. Es probable que dicho así pueda parecer chistoso, pero lo de la falta de perspectiva histórica es exactamente la base sobre la que se ha fundado lo que conocemos por Cultura Moderna, la que a su vez se ha fundamentado y justificado a partir del concepto de progreso. (Quien quiera puede acudir a la siempre edificante Historia del Arte y comprobará como todos y cada uno de los movimientos modernos se basaban en la incomprensión que suscitaba y por tanto en su valor de futuro, el que se preveía desde la ignorancia).

Marc Bloch ya apuntó como más productiva que otras esa forma de historiar que trataría de ir entendiendo el pasado desde el presente yendo cada vez más hacia atrás. Es decir: trabajar desde lo más conocido hacia lo menos conocido en una especie de método regresivo. Tiene su lógica, de hecho y como dice Peter Burke “con independencia de dónde se comience una historia, siempre puede argumentarse que debería haber empezado antes”. Por supuesto se trata de algo que imposibilita a los que alegan incapacidad de conocer el presente por falta de perspectiva histórica. Y por eso sólo hablan de futuro.

Conclusiones. No las hay. No puede haberlas.

jueves, junio 26, 2008

El roquefort y los toros

“¡Cómo me gustaría que me gustara el roquefort!”, repetía mi amigo todos los viernes.

Hará de eso unos 22 años pero lo recuerdo por las veces que me regresa como recuerdo. Tres amigos nos reuníamos los viernes para cenar. Vivíamos en Ibiza y habíamos localizado un restaurante en San Antonio donde servían una ensalada por la que valía la pena desplazarse a San Antonio, que como es sabido es una ciudad que estaba acondicionada, sólo, para las vacaciones de los mineros de Yorksire. La ensalada en cuestión estaba compuesta por unos ingredientes cuya combinación hacía las delicias de dos de nosotros, que no del tercero. Una ensalada tibia por uno de sus ingredientes, el beicon, servido en tiras muy finas y crujientes. El resto de los ingredientes: lechuga, pasas, manzana, tostas rebañadas con ajo en los laterales y, claro, queso roquefort. Y cada viernes, y aproximadamente a la misma hora, mi amigo repetía como un autómata “¡Cómo me gustaría que me gustara el roquefort!”, mirándonos con una cara que mezclaba envidia y rabia. Y nosotros, mientras disfrutábamos del único motivo que nos hacía llegar a San Antonio, observábamos de cerca la desgracia que se traslucía del lamento de nuestro amigo. Nos envidiaba por el placer que obteníamos degustando esa combinación de materias y se retorcía en su asiento mientras comía algo que verdaderamente le gustaba. Era tal su obsesión por nuestro manifiesto placer que seguro que no disfrutaba de lo que “verdaderamente” le gustaba y por eso repetía todos los viernes “¡Cómo me gustaría que me gustara el roquefort!”.

Cada vez que veo una de esas imágenes de José Tomás que están dando la vuelta al mundo de forma persistente me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros! Pero nada, se me resiste. Hay veces en que me gustan cosas que no entiendo, pero no es este el caso. No entiendo eso de los toros, pero cuando oigo a algún intelectual al que admiro haciendo su particular panegírico me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros! Menos aún entiendo que lo asocien al concepto de arte, pues la muerte sólo cabe en el arte a modo de alegoría, de símbolo, de metáfora. Todo lo demás es tradición ancestral, esto es, barbarie. Pero cada vez que veo una de esas imágenes de José Tomás, enhiesto, con una cornada de 20 cm. en su pierna y apartando a sus colegas me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros! Pero nada, se me resiste, no soy capaz de ver el valor como una forma de arte. Los movimientos del torero que se juega la vida ante la bestia sí me parecen dignos de la estética, de cierto concepto de la estética. Si bien es cierto que cualquier positividad ante los toros se me evapora cuando compruebo que la verdadera bestia se encuentra encima de un caballo que le clava una estaca a un ser noble (según dicen los amantes de los toros), y en ese otro que le clava arpones en la espalda a un ser noble al que van debilitando para conducirlo a su fin último, y en ese otro que con la cara ensangrentada como signo de su valor le incrusta a un ser noble y debilitado una espada buscando su corazón para que el ser noble debilitado se derrumbe a los pies del valiente. Veo la imagen de José Tomás saludando al tendido con toda la cara ensangrentada y me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros!

lunes, junio 23, 2008

Perversión

En el anterior post hemos visto cómo a Loretta le cambia la vida una experiencia, la de conocer a un hombre que es capaz de levantarla en brazos mientras le dice “te voy a follar hija de puta”. En cualquier caso, lo anormal no se inscribe en el hecho de que una experiencia pueda cambiar la vida de una persona, sino en el hecho de que la experiencia sea provocada por la propia persona actuando a la inversa de lo que se encontraba preestablecido por y desde ella misma. Es decir, el cambio no viene producido por una experiencia ajena a ella e impuesta desde fuera, sino por una experiencia que además de ser provocada por ella resulta contraria a su manera de ser. Sin olvidarnos que esta expresión, “manera de ser”, no hace referencia más que al conjunto de signos y síntomas por los que la personalidad emerge para confrontarnos socialmente a los otros. La personalidad nos distingue de los otros en la medida en la que nos identifica ante los otros.

Loretta cambia de hombre de un día para otro. Y cambia a un hombre que se arrodilla ante ella, por otro hombre que es capaz de levantarla por el aire (y por tanto de separarla de la tierra); el primero cede ante su deseo (y por eso se arrodilla) y el segundo manifiesta enérgicamente el suyo (y por eso la levanta). Tal es el cambio; pasa de elegir ser “madre” de su amante (de Johny) a elegir ser “objeto” de un amante también deseado (Ronny), de elegir el dominio de la situación y una seguridad más o menos incierta (como la que vive su madre) a elegir una especie de sumisión y una cierta inseguridad (de la que nada sabe). Un cambio asentado en el riesgo, pues la claudicación inmediata ante Ronny se fundamenta en la irracionalidad, en aquello que escapa a las leyes sociales y culturales. El mito, una vez más, ha prevalecido sobre lo mundano; se ha impuesto el proteccionismo, la fuerza, la acción, la asertividad y por tanto la incerteza y el riesgo, porque es precisamente todo eso lo que puede acercar a Loretta a un contacto con lo Real, porque es donde Loretta puede encontrar su verdadero goce. De hecho, poco después de consumar el acto se reconocen mutuamente haber estado muertos antes del encuentro carnal.

Mutatis mutandi. Como es sabido, acaba de implantarse un nuevo Ministerio, el de la Igualdad. No sé si lo que pretende es reivindicarla o imponerla, pero en cualquier caso su flamante Ministra se encuentra concediendo entrevistas a los medios con el fin de explicarlo. La penúltima la concedió al El País hace unos días (18 de Junio). Ante la pregunta basada en aquel dislate léxico (“miembros y miembras”) que le hacían los periodistas, “¿Quería un debate sobre el sexismo en el lenguaje o una broma se fue de las manos?” Bibiana Aído contesta, “no voy a añadir nada más sobre esta cuestión”. Con lo queda demostrado el carácter juvenil y prepotente de la Ministra, que manifiesta muy poco respeto hacia el interlocutor, pues presupone que el lector (en este caso de El País) ya sabe todo lo que hay que saber a través de (se supone) comentarios por ella misma vertidos no se sabe dónde. Su negación a contestar es pues, en este caso, un signo de perfecta incompetencia política y un síntoma de incapacidad intelectual. O por decirlo de otra forma: su renuncia de explicación es un tipo de respuesta/explicación que sin duda ha sido aprendida viendo programas del corazón y no leyendo ensayos, por lo que es una respuesta propia y previsible de Isabel Pantoja o de Ana Obregón, pero no de una Ministra.

Si se da por hecho la igualdad no sabría cuál es exactamente su cometido, más allá de exigir su aplicación, lo que demostraría, entre otras cosas, la incompetencia del Ministerio de Trabajo y cuestionaría la eficacia de la Justicia en su totalidad. Y si lo que trata es de imponerla no entiendo muy bien cómo puede imponerse algo que pretende englobar a dos entidades que son consideradas distintas, distintas en la medida en que es eso exactamente lo que al parecer hace necesario hablar de igualdad y crear un Ministerio. La cuestión es que incluso para abordar el problema de la igualdad (¿o debería decir desigualdad?) el Ministerio ha creado dos teléfonos de asistencia dependiendo de si son hombres o mujeres los/las que llaman. Ante la observación de los periodistas al respecto Bibiana responde, “la única forma de avanzar en la igualdad es incorporando a hombres y mujeres. La sociedad ha cambiado mucho y es muy importante que avancemos en el cambio de roles”.

Respecto a la primera de las afirmaciones sólo me queda que expresar mi incomprensión, pues no entiendo por qué, de repente, parece estar dando una receta de cocina. Y respecto a la segunda sólo cabe expresar mi admiración y perplejidad: admiración por la primera parte, la que nos abre los ojos diciéndonos que la sociedad ha cambiado mucho y perplejidad por la segunda, pues una cosa es reconducir un rol y otra es (inter)cambiarlo. Lo que se deduce en cualquier caso de esta respuesta es que la necesidad de corrección política es tan grande que induce a decir tonterías que careciendo de sentido dejen clara la buena voluntad. (Y todo se ha de decir, la gente cada vez más vota a quienes muestran buena voluntad en los medios y menos a quienes persisten en aplicar soluciones desde un enfoque ideológico sea del cariz que sea. Incluso a pesar de que se encuentre mal expresada esa voluntad, como es el caso).

Y por último el motivo que ha dado lugar a este post, el titular de la entrevista, en negrita y con casi un centímetro en la fuente: “Vamos a trabajar sobre una nueva masculinidad”. Con lo que, de nuevo, la única causa del problema, la causa de tanta desgracia, es el hombre; el hombre, pues, como ÚNICO culpable. Presupongo que este sentir se correspondería con aquel tópico que en mi adolescencia ya se difundía por doquier: deberíais los hombres sacar vuestro lado femenino sin avergonzaros de él y olvidaros de ese compromiso adquirido con vuestro género que no se corresponde con una demanda real nuestra. Como si el lado femenino redimiera a quien es sólo malo debido a un lado masculino, criminalizando no tanto al canalla como al género.

Los periodistas, que parecen saber mejor de qué hablan que la propia experta, preguntan, “Cuando se habla de una nueva masculinidad podría alguien entender que se criminaliza lo masculino en bloque”, a lo que Bibiana responde, “Una forma de trabajar contra la violencia de género es trabajar en la igualdad, porque se sustenta en la desigualdad, en una masculinidad que descansa en un sistema patriarcal, así que trabajando por una sociedad más igualitaria combatimos la violencia”. Así, la nueva Ministra vuelve a dar pistas acerca de su peligrosa ignorancia, ya que la mal llamada violencia de género poco tiene que ver con un problema de igualdad. Loretta actúa como actúa, no tanto por vivir en una sociedad patriarcal como por ser mujer. Ronny ha mostrado, ya en la primera secuencia, importantes dosis de agresividad y no sólo no resulta disuasorio para ella sino que se convierte en motor. Y Como sabemos que es una película, no le queremos dar mportancia, sobre todo porque intuimos que por ahí nos encaminamos hacia el final feliz, ese en el que nos imaginamos una perfecta vida ulterior de los personajes. Pero Ronny ha mostrado su lado violento y, por decirlo en palabras de Ronny, Loretta se ha puesto cachonda. De hecho se trata de la escena que enciende a Loretta, y es justo la secuencia anterior en la que se produce el salvaje encuentro sexual por ella buscado.

Como vemos, la conclusión de Bibiana choca tanto o más con el modo de actuar de Loretta que con el modo de actuar de Ronny, que al fin y al cabo se ha mostrado como es desde un principio sin pretender nada de ella; es en ella donde emerge el fuego, un fuego que llega a un Ronny y lo abrasa. Un fuego, en definitva, que no es de Ronny en la medida en la que sólo puede ser de ella. El problema, como tantas veces se ha apuntado en este blog, es que la estrategia de la corrección política es la de hacer irresolubles los problemas que denuncia y que dice intentar erradicar. Por resumir: es falso que realmente lo intente, pues es en la existencia del propio problema donde todo gobierno encuentra su máxima rentabilidad. La eliminación del problema no daría ni un euro a las miles de personas que viven de él y lo que es peor, nodaría ni un voto a quienes lo usan para conseguirlos.

Son muchas las Lorettas que hay repartidas por todo el mundo. No son sino mujeres que buscan la experiencia de lo Real, mujeres que no buscan lados femeninos en los hombres sino más bien ese hombre que pueda descubrirles el goce al que sólo ellas tienen acceso (como sabiamente apunta Jesús González Requena en “El Héroe y la Mujer”, Trama y Fondo 16). Lo que sucede es que, una vez más, los mandamases reconducen las pulsiones de la sociedad conculcando algo que en el fondo infantiliza (y por tanto irresponsabiliza) más a los integrantes de esa sociedad. Desde las altas instancias académicas así como desde las altas instancias políticas, tan bien avenidas ellas, se nos lleva conculcando una desmitificación del Mito sin paliativos. Su indiscriminada ansia de relativismo les induce a desmitificar incluso lo que obtiene su único sentido a través del Mito. Así, a Bibiana le pasa lo que a tantos ciudadanos: que ven signos machistas o patriarcales donde sólo hay signos de una construcción simbólica de la diferencia sexual. Algo que genera un problema que se agrava cuando esos mismos ciudadanos que han renunciado al Mito (por cosiderarlo signo machista) siguen haciendo uso del Rito. Cuando Loretta es escéptica con su futuro y no cree en el amor se sirve del Rito para despistar su apatía, su nihilismo, y por eso exige protocolo y resolución formal. Pero la construcción simbólica de la diferencia sexual es algo a lo que estamos atados los seres humanos, por lo que resulta como mínimo inquietante que se haga un esfuerzo tan grande por negar lo que aflora de forma inevitable, el Mito. Ésta es precisamente la causa por la que los problemas no se resuelven e incluso se agravan: porque mientras se conculca la igualdad (desembarazándose del Mito), sin renunciar a los ritos que mantienen los roles tradicionales, llega Ronny y le dice a una mujer inteligente: “te voy a follar hija de puta” y la mujer inteligente le contesta, “no dejes nada de mi (para cuando me case con tu hermano), deja sólo la piel y los huesos”. La perversión consiste, pues, en exigirle al hombre que sea aquello que es contrario a lo que marca el deseo de quien lo exige.