domingo, marzo 28, 2010

(El) Arte y (su) Técnica

Dijo el conspicuo Harald Szeemann respecto a su 49ª Bienal de Venecia, “La novedad este año es la incorporación a las actividades del bienal de arte del teatro, la música, la danza, el cine y la poesía” (El País, 2-6-01).

Es bien sabido que el Arte, en su evolución progresiva dictaminada ya en el origen mismo del concepto Arte, determinó sustituir progresivamente el uso adecuado de la técnica por la preponderancia de la Idea. O sustituir la necesidad de Belleza por la necesidad de una Historia Universal; o sustituir la necesidad del talento y las cosas bien hechas por la necesidad del genio y su sinceridad; o sustituir la técnica aplicada y el oficio artístico por el pleno derecho a ejercer la libertad. Es por esto que la pincelada y su dominio entendidos como necesarios (pero no suficientes) para conformar Arte iban a dejar paso, con el tiempo, a la eliminación de su dominio primero (primeras Vanguardias) y a la eliminación de la propia pincelada después (Dadaísmo).

No se trataba de que la pincelada cubista pudiera o no constituir Arte en función de una determinada maestría, sino de que el Arte pudiera quedar constituido a partir de cualquier tipo de pincelada (o cosa); no se trataba de que las rayas de Mondrian estuvieran mejor o peor hechas (técnicamente), sino de que expresaran su capacidad mística (y la del mundo occidental al completo). No se trataba, en definitiva, de que las pinceladas estuvieran mejor o peor hechas (de ahí que desaparecieran con el Dadaísmo o el Expresionismo Abstracto), sino de que demostraran lo maravillosa (y creativa) que es la Libertad. Se trataba, a diferencia de épocas anteriores, de que el fin Arte fuera incierto (como cuando el artista le daba una vuelta de rosca a la tradición) y a la vez totalmente imprevisible (como cuando el artista le da una vuelta de rosca “partiendo de cero”). Única forma, todo se ha de decir, de poder conseguir que Arte pudiera ser cualquier cosa, fin último de la Modernidad.

Todo sobrevino ante la necesidad de un mundo más justo, más libre, esto es más democrático: ¿por qué tiene que tener más derecho a ser artista aquel que posee condiciones o aptitudes (innatas o adquiridas) que aquel otro que, careciendo de esas condiciones es tan ser y tan humano como el primero y por lo tanto con los mismos derechos?, se preguntaba a sí mismo el Espíritu Moderno.

No hay posibilidad de que la técnica medie en la consideración de Arte, porque la transmutación de algo en Arte es absolutamente independiente de la excelencia que de ella se haga uso. La cuestión es que el colchón roto (roto por mí) que tengo en mi casa no es Arte por mucho que lo señale y me empeñe e mostrarlo a los directores de galerías de Arte; o mejor, el colchón roto que tengo en mi casa no es Arte mientras sea yo (y gente tan poco adecuada como yo) quien lo señale. El merodeo de un león sobre su presa es una técnica (aunque invariable e impersonal) porque depende de su ejecución el que coma más o menos, o incluso el que sobreviva o no. Pero no lo llamaríamos técnica si en su intención de comer algo, el león sólo pudiera conseguirlo debido a la suerte, o a la casualidad, o a sus buenos contactos, o a lo que decidieran los chimpancés del otro lado del planeta. La técnica es por definición lo contrario de la contingencia. Puede contar con la contingencia pero no puede fundamentarse en ella. Es decir, puedo ir a Nueva York y pasear el colchón roto por el Soho para tentar a la suerte, pero no puedo creer que el estatus del colchón roto dependa de ella.

La verdad es que no cabe mayor libertad para el artista. Pero tampoco peor infortunio, puesto que todo artista en estas circunstancias no podrá dejar de ser más que el simple producto de la contingencia publicitada. Un ser sin voluntad propia.

La Historia del Arte nace precisamente cuando, dada la intuición acerca de la imposibilidad del propio Arte que toma por objeto, se comienza a promocionar la Idea en detrimento de todo lo que la pudiera minimizar, es decir, nace cuando se comienza a promocionar lo intangible y por ello superior (lo divino, la Idea) sobre lo mundano (la técnica, siempre profana); nace cuando se comienza a sustituir la cada vez más cuestionada capacidad de comunicación por la siempre eficaz e indiscutiblemente libre capacidad de expresión; nace, en definitiva, cuando se comienza a eliminar la excelencia en la técnica como medio de consecución de un fin. Lo decíamos antes, no se trataba de que la espiral de Smithson estuviera mejor o peor hecha, sino de que representara el espíritu de la época en la que se produjo. Su aspecto no era más que pura anécdota y su ejecución un asunto despreciable. De hecho, poco importa qué tipo de excavadora se utilizó para realizar lo que ahora, además, no existe.

Así, si lo que trataba el bueno de Harald era mezclar todo para que todo tuviera el mismo valor (estatutario) porque en eso creía, entonces Harald hacía el ridículo, pues los marchantes y los coleccionistas saben que la representación de una obra de Arthur Miller no tiene el carácter sagrado (mercantil) que sí posee un cuadro de Stella. Aunque sólo sea porque el primero necesita de un público (por lo que la técnica es decisiva) y el segundo de un comprador (al que la técnica se la trae al pairo). Si lo que pretendía era simplemente incorporar las artes al Arte por hacer simplemente otra cosa “diferente”, entonces Harald daba muestras de un aburrimiento atroz, un aburrimiento inocuo a la par que infantil.


Nota. Y aquí retomamos de nuevo la frase de Vázquez Montalván: “la realidad es la realidad como el fútbol es el fútbol”. Así “el arte es el arte como el teatro es el teatro”. Por lo que cuando se habla de Arte se está hablando de aquello que normalmente (tanto vulgar como eruditamente) se entiende por Arte y no de lo que se entiende, por ejemplo, por cine o por literatura o por teatro. Es decir cuando se habla de Arte se está hablando de lo que hablan las revistas especializadas en Arte y no de lo que hablan las revistas especializadas en cine, teatro o literatura; se está hablando de lo que es el objeto de esas revistas especializadas en Arte, que no es, precisamente, objeto del análisis cinematográfico, literario, etc. Así, cuando se habla de Arte se habla de lo mismo que hablan los expertos en su correspondiente sección de Arte del suplemento cultural de turno, y no de lo que se habla en la sección de teatro de ese mismo suplemento; se habla de lo que “estudian” los alumnos de Bellas Artes y no de lo que estudian los alumnos de cinematografía; se habla de aquello que vamos a ver con la premisa de que es Arte y no de aquello que vamos a ver al cine o al teatro. No se trata de dudar del componente creativo del cine o del teatro (ni por tanto dudar de que sean artes), sino más bien, de atenernos a lo que los medios nos conculcan en la divulgación de la noticia del Arte (ya sea del Arte actual ya sea del Arte histórico).

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