sábado, marzo 20, 2010

Expertos en arte (y espectadores acobardados) V

Cuando veo en invierno un tullido por la calle mostrando su desgracia a la intemperie me sobrevienen ciertas preguntas. Cuando abro una manzana y la encuentro llena de gusanos también me sobrevienen interrogantes. Cuando me quedo encerrado en el ascensor me hago preguntas. Como también me las hago cuando me entero de que un hombre ha muerto porque, paseando por la calle, ha sido alcanzado por una maceta. Me hago preguntas ante la impotencia del dolor, así como ante la risa que producen los tropezones de la gente. La diversidad de opiniones ante la globalización me plantea preguntas, pero no menos de lo que me las plantea el hecho de no saber en qué consiste la globalización. Entrar en un hospital me hace formularme ciertas preguntas. Salir del teatro también. Incluso me las hago cuando no tengo otra cosa que hacer. Así, ad-libitum.

Lo decíamos en otro post: la posibilidad de formularse preguntas forma parte de la condición humana. Por otra parte, el Arte podrá constituirse con el fin de plantear preguntas al espectador, pero no dejaría de ser más que una posibilidad entre las infinitas posibilidades. Y aún cuando admitiéramos que todo Arte nace de la intención de formular preguntas, nada ni nadie podrán garantizar que la recepción sea la pretendida en las intenciones. El Arte puede serlo por poder invocar la interrogación, pero no puede constituirse en la obligación de hacerlo. Es decir, el Arte no se da por plantear preguntas, por mucho que algunas Obras se las planteen a algunos espectadores. No se da por plantear preguntas de la misma forma que tampoco se da por ser bello y mucho menos por la intenciones de los autores. En Arte, lo sabemos, no puede haber condiciones previas y mandatadas por las que poder estipular lo que puede serlo y lo que no. Y vimos también en otro post lo que decían al respecto a todo ello Lars Nittve, Borja-Villel, Calvo Serraller y Juan Manuel Bonet.

Quizá se deba a que los expertos hayan creído de verdad que la metodología (premisas y conclusiones, argumentaciones…) de la Filosofía sea equiparable o extrapolable a la del Arte. Quizá porque el Arte ha llegado a creer, por ingenuidad y prepotencia, que se encuentra en un plano similar al de la Filosofía (error que ya apuntó Schlegel). Gadamer, por ejemplo, llega a la conclusión sensata y muy razonada en Verdad y método de que tener experiencia no significa alcanzar una nueva verdad, sino aprender a plantearse nuevas preguntas. Pero después llegan los expertos en Arte, ansiosos de intelectualizar el “objeto ininteligible”, ansiosos de encontrar una explicación adonde asirse, y nos dicen “la intención del artista no es abastecer de respuestas a las preguntas ya hechas sobre lo cotidiano, sino al contrario, añadir nuevas preguntas a las antiguas, precisando así los problemas, fracasos y contradicciones del mundo actual” (María de Corral. El Cultural 25-10-00).

Para aceptar tan bienintencionada (pero auto-des-responsabilizadora) opinión de la experta deberíamos aceptar: primero que las intenciones, del artista o del experto, son definitorias en el arte y aportan verdaderamente el sentido pretendido. Lo cual, como bien sabemos, es absolutamente falso, pues el contenido (el significado ligado al sentido) de una Obra es ajeno a la voluntad del autor; segundo que los problemas, fracasos y contradicciones del mundo actual no son conocidos antes de que alguien nos los muestre artísticamente. Lo cual es más que discutible (otra cosa sería analizar la diferencia que puede haber entre conocer los problemas del mundo a través de nuestra experiencia y conocerlos través de la experiencia de otro, que además nos presenta esos problemas en forma de pregunta artística); tercero que no existen preguntas mal formuladas. Lo cual es falso: hay muchas preguntas mal formuladas y el arte no tiene por qué escapar a esa máxima; y cuarto que la comunicación entre autor y receptor es efectiva y eficaz. Lo cual resulta desmentido por todos los estudios interpretativos que se han tomado la molestia de analizar el Arte Moderno. Y además este cuarto nos devuelve al primero, al de la futilidad de las intenciones del autor.

Siendo así, ¿qué significado puede tener la afirmación que reza: “la función del Arte es plantear preguntas? Respuesta: Ninguno. Quizá por eso, en un artículo que recababa la opinión de varios expertos, decía Soledad Lorenzo (conocida por ser, posiblemente, la que más Arte Contemporáneo vende de España): “Lo importante es que el ser humano siga haciéndose preguntas” (El País, 26-8-00). Intelectualidad (compleja) a raudales, como puede observarse en los expertos en Arte.

En un mundo donde los marxismos y posmarxismos han hecho de los relativismos puro fundamentalismo, los expertos se esfuerzan por aparentar “buen rollo” y transigencia. Veíamos en ese otro post la tortuosidad que emanaba de la afirmación de Vicente Todolí cuando fue nombrado nuevo director de la Tate Modern: “Yo no soy quién para decidir qué es arte y qué no es arte, pero sí para decidir lo que me interesa y lo que no” (El Cultural, 16-1-03). La tortuosidad derivada de una inquietante suma de buenrrollismo (“no soy quién…”) y cinismo (“pero sí para decidir…”). Por otra parte Joao Fernandes, director del Museo Serralves de Oporto dice, “Me interesa que el museo se afirme como un concepto de interrogación continua de su relación entre la plástica y la sociedad” (El País, 16-6-03). Pero no siendo suficientemente filantrópico con esto decide ir un poquito más lejos y a renglón seguido nos dice (respecto al tema que trata todo este post) lo siguiente: “Un museo no es una fábrica de teoría, sino un laboratorio de experiencias que permite a cada uno confrontarse y desarrollar las teorías que quiera sobre el arte”. El ínclito Bonito Oliva dice: “Hoy el artista se plantea el problema de la comunicación. Se trata de comunicar, pero, ¿qué? La informática comunica productos espectaculares, simplificados; el arte, en cambio, crea productos complejos que plantean preguntas más que ofrecer respuestas” (El País, 9-2-00). Y por si faltara poco, el arquitecto más teórico –y por tanto más artista- de todos dice, “Un edificio debe plantear preguntas no responderlas” (Peter Einsenman. El País, 23-3-02).

Y volvemos, para finalizar, a hacernos la pregunta de antes pero cambiando un término: ¿qué sentido puede tener la afirmación que reza: “la función del Arte es plantear preguntas”? Respuesta: todo mientras la estrategia contenida en el mismo aserto se demuestre perfecta para evitar las explicaciones convincentes que el espectador demanda. Explicaciones, claro, que nunca llegan al espectador, pues la estrategia del Arte (de los expertos) consiste en que sea el mismo Arte el que plantee preguntas.

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