jueves, marzo 11, 2010

Expertos en Arte (y expectadores acobardados) IV

Dos premisas. El término Arte es indefinible en la medida en que toda posible definición sería reduccionista en cuanto a sus posibilidades reales de efectividad. Cualquier definición negaría el mismo fundamento del Arte, el de representar el verdadero producto de la Libertad. Y por otra parte están los expertos, que son quienes nos dicen (a los espectadores) dónde se encuentra el Arte y por qué lo es, en todos los medios de comunicación posibles, especializados o no.

Del experto. El experto es, en definitiva, la persona que con sus argumentos nos orienta (a todos, a todos los no expertos) en la difícil tarea de tener la necesaria y suficiente sensibilidad respecto a lo que como Arte se nos presenta. Si alguna forma hay de saber qué es eso del Arte, esa forma se encuentra plenamente vinculada a los expertos y a los medios a través de los que nos comunican dónde está y por qué lo es. Si el Arte fuera otra cosa distinta a lo que nos dictan los periódicos y revistas especializadas, a través de las opiniones de los expertos, no tendría sentido la existencia de toda esa información. Ni la de los mismos expertos.

De la in-definición del Arte. Pero, de la misma forma que no sabemos qué es el Arte (en cuanto a su posibilidad de definición se refiere), lo que también deberíamos saber es lo que no es. O sea: precisamente porque sabemos que el Arte no puede quedar definido con nada que lo limite en su capacidad de dar cuenta del Todo (el de todo lo que conforma el Arte), sabemos que toda definición sería engañosa cuando no directamente falsa. Aceptar una definición, cualquiera que fuere, significaría negar aquello que tan perfectamente representa el Arte, la Libertad (la posibilidad del Todo); significaría negar lo que no sólo es un logro de la evolución del Arte, sino aquello que otorga sentido a que éste sea lo que es; significaría negar aquello que otorga sentido a que todo pueda valer; significaría negar la misma Libertad sobre la que se ha fundamentado toda esa evolución. Resumiendo: si no podemos saber qué es el Arte (en base a una definición), por las mismas razones sabemos qué no puede serlo. Así que, si aceptamos que nada puede definir el Arte tenemos que aceptar que toda definición que se haga de él será engañosa si no falsa.

Es más, la imposibilidad de definición proviene de la necesidad de cumplir a rajatabla el fundamento del proyecto moderno; en este sentido, es cierto, toda acotación (“Arte es...”) sería reduccionista y por tanto no daría cuenta real de lo que el Arte representa. Por ejemplo, si alguien dijera públicamente que Arte es experiencia, sabríamos que nos está diciendo una tontería pues Arte no puede ser experiencia de la misma forma en que no puede ser cualquier otra cosa (como definición). No puede ser experiencia de la misma forma que no puede ser intensidad, por ejemplo. Sería tan vago y tan cursi como por ejemplo decir, para otros menesteres, “we can”. Vago porque decir “we can” es, en verdad, decir nada; y cursi por lo vergonzante de la pretenciosidad. “We can”, ¿qué? Experiencia, ¿de quién?, ¿qué intensidad? En cualquier caso, podría aceptarse que el arte es experiencia, pero sólo si aceptamos que por ello los expertos son absoluta y perfectamente innecesarios, puesto que la experiencia de todo espectador sería legítima hasta el punto de hacer innecesaria la presencia del experto. Se diera donde se diera tal experiencia.

Perogrullada. Hablar de Arte es asumir antes que nada y por encima de cualquier otra cosa, que sólo habrá Arte mientras haya cosas que no lo sean. Es decir, el Arte sólo puede entenderse desde la existencia de esas otras cosas que, por no ser Arte, le confieren un cierto valor a las que sí lo son. Son las cosas profanas las que confieren valor a las sagradas. Así, si aun sabiendo que la conciencia de lo profano es una consecuencia del culto al Arte un experto en Arte dijera que la función del Arte no es ofrecer respuestas sino plantear preguntas, ese experto estaría de alguna forma diciéndonos una tontería. No sé si habría mala intención, pero sí por lo menos tontería. Los expertos son quienes con sus opiniones nos orientan cada vez que el Arte es noticia (la última retrospectiva de Tàpies, la llegada de Rothko, Arte Iberoamericano, la Colección Grothe, la última en la Malborough, etc.), con independencia de que los entendamos o no y con independencia de que ese Arte nos guste o no. Nos orientan con sus opiniones legitimadoras. Así, si un experto en Arte afirmara que su función es la de plantear preguntas (en vez de orientarnos en el entendimiento y la apreciación de lo que como Arte se nos impone), lo que estaría es dando muestras de su incompetencia cuando no de su cinismo.

Podemos aceptar, por no saber qué es eso del Arte, que éste pudiera constituirse en algún caso a través de una pregunta, pero lo haríamos por las mismas razones que confieren el derecho a poder constituirse a partir de lo contrario: proponiendo algún tipo de respuesta. Es decir, el Arte podría constituirse como un modo de plantear preguntas, pero sólo por las mismas razones que podría no hacerlo. De tal forma, el Arte no lo es por plantear preguntas. De ahí que pueda resultar, como mínimo despectivo, que ante la incomprensión suscitada por el Arte el experto vuelque sus responsabilidades de intermediario en el propio espectador desorientado. Sobre todo cuando sabemos que la principal y fundamental función de los expertos es la de orientarnos con sus opiniones a los espectadores en nuestro acercamiento a la Realidad del Arte.

En todo caso, decir que el Arte debe plantear preguntas y no ofrecer respuestas ¿no sería una forma reduccionista de entender el Arte?, ¿no sería una forma de coartar la libertad de quien no se identifique con tanta interrogación? Podemos aceptar que no haya respuestas que puedan considerarse universales, pero en ningún caso ello implica que no haya respuestas, si bien pueden ser tan coyunturales como las propias preguntas. Además, el hecho de que no haya respuestas con valor universal no quita para que haya respuestas entendidas como indicios que puedan ayudarnos a sobrellevar tanta insoportable duda. ¿No?

Decir que el Arte debe plantear preguntas es tan inocuo como presuponer que el Arte lo es por ser interesante. En realidad todo es interesante salvo para un imbécil. De la misma forma, cualquier cosa plantea preguntas salvo para un cretino. Sin ir más lejos Donald Judd decía (según Olivier Mosset) que “cualquier cosa puede ser arte siempre y cuando sea interesante y que por lo tanto la idea consistía en hacer algo que no fuera interesante”. Por otra parte, decir que el Arte lo es por dejarnos perplejos, además de eliminar mucho de lo que como tal se nos presenta (y por tanto eliminar la condición democratizante sobre la que pretende sustentarse la propuesta del Arte), sería tan absurdo y reduccionista (pero menos vago) como decir que el Arte es experiencia –o intensidad-, por ejemplo. Es, si aceptáramos que el Arte, por “definición” provoca necesariamente perplejidad, debemos aceptar que, por ello, nada que se nos presente en forma de Arte podrá provocárnosla.

Vamos allá:

“La función del museo no es dar opiniones sino plantear preguntas” (Lars Nittve, exdirector del Tate Modern).

“El arte, a diferencia de otras disciplinas científicas, es algo que, más que aportarnos respuestas, cuando no es académico, nos plantea preguntas y nos deja en una cierta perplejidad”. (Manuel Borja-Villel, exdirector del MACBA y director del Museo Reina Sofía)

“Pero si me interesa la obra de Manglano-Ovalle no es por lo que tiene de precipitado a partir de la suma de tecnología punta e ideología humanitaria [...] sino porque logra emplazarse en un más allá o en un más acá decididamente poético, donde las cosas se presentan con una evidencia luminosa, que, más que darnos explicaciones, nos dejan en un fecundo estado interrogativo”. (F. Calvo Serraller).

“Yo no soy quién para decidir qué es arte y qué no es arte, pero sí para decidir lo que me interesa y lo que no” (Vicente Todolí, exdirector del Museo Serralves y actual director de la Tate Modern de Londres).

“El arte es intensidad, y es experiencia, experiencia del mundo. Algo que une a los hombres en lugar de separarlos. Un lugar donde nos encontramos mucha gente de diversa procedencia ante obras que nos interrogan”. (J.M. Bonet, exdirector de varios museos)

Así, el experto es quien reniega de las opiniones en el Arte aun cuando lo que haga sea opinar cada vez que abre la boca o señala; es quien reniega de las opiniones aun cuando la suya sea fundamental en la legitimación de toda obra de arte; se desentiende de sus opiniones, que son las que legitiman como Arte lo que era una simple posibilidad, con el único fin de desentenderse de las opiniones de otros, de esos otros que acuden a él para entender lo que como Arte les viene impuesto por el mismo experto; es el intermediario entre la obra y el espectador aun cuando su intermediación consista en decir que nada tiene que explicar ante un producto cuyo fin es provocar preguntas; es un intermediario, pues, que descarga sobre el espectador la responsabilidad de hacer lo que su propia incompetencia no le deja hacer; es quien dice que su función no es opinar pero insta a los espectadores a estar de acuerdo con él so pena de vivir en la más atroz ignorancia o de poseer la más penosa insensibilidad; es quien usa el plural mayestático para explicar lo que hay que sentir ante una obra de arte sobre la que no (se) puede opinar; es quien opina que el arte es experiencia sin decirnos en qué consiste esa experiencia aun cuando opine que sólo hay arte cuando éste nos deja en perplejidad; es quien dice lo que le interesa aun cuando eso no pueda, según él mismo, ser una opinión; es quien dice lo que es interesante aun cuando haya dicho que en el Arte no tienen importancia las opiniones; es quien dice que él no es quien para decidir qué es Arte y qué no lo es aun cuando no haga otra cosa cada vez que abre la boca o señale; es quien en público dice lo que le interesa y lo que no al tiempo que dice que no es quien ni para opinar ni para decidir lo que es o no Arte, aun cuando lo decide cada vez que dice lo que le interesa y aun cuando se pase la vida opinando (que no es otra cosa que hablar de lo que le interesa).

Por cierto, y por hacer referencia a la última frase de Bonet, dejo al lector la capacidad de decidir qué le parecería la siguiente reflexión: “el deporte de la natación es saludable porque estira y tonifica los músculos en lugar de destrozarlos”. O esta otra: “la gastronomía es apasionante porque nos ayuda a ser más humanos en vez de incitarnos al canibalismo”.

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