jueves, mayo 20, 2010

La belleza de la emoción

Cada vez que veo una obra suya alcanzo un nivel de emoción que rara vez he alcanzado en la experiencia estética de confrontación con el arte. Cada vez que veo una nueva obra suya me reivindico en la afirmación de que Bill Viola es el mejor artista de los últimos 50 años. Afirmación que hago, claro, desde la inevitable particularidad de mi ser. Así pues, nada de plurales mayestáticos respecto a lo que es una experiencia propia. Y mientras el arte camina hacia su incierto destino yo gozo soberanamente con alguna de las cosas que en nombre del arte se me presentan. Y mientras desprecio casi todo lo que en nombre del arte se me presenta mi conciencia se ensancha ante las piezas bidimensionales de un artista, Bill Viola.

El caso es que se produce una coincidencia en todas aquellas obras de arte que me producen un extraordinario placer emocional: que son autónomas respecto a una posible explicación (que las pudiera justificar). O por decirlo de otra manera: las obras de Bill Viola hacen que los exegetas me parezcan unos vulgares curanderos.

Porque, digámoslo: una cosa es la obra de arte, otra la voluntad del autor y otra la interpretación del espectador (sea o no experto). Algo, al parecer, que aún no han sido capaces de comprender muchos analistas eruditos y bien informados. Permanece en ellos la arcaica forma de entender el objeto de la Historia del Arte que se fundamenta en la Leyenda del Artista. Y creen, con cierta ingenuidad ignorante, que el artista es responsable del significado de su obra. Desconociendo, también, la Segunda Ley de la Estupidez Humana (Cipolla), que reza que alguien puede ser un excelente artesano (o actor, o cantante) con independencia de que al mismo tiempo pueda ser un perfecto merluzo (o inculto, o cínico, o imbécil). Los expertos en arte son, en definitiva y en su aplastante mayoría, hagiógrafos.

¡Qué difícil me resulta expresar la emoción que me aflora ante El quinteto de los atónitos! Me enfrento ante una composición clásica de cuatro hombres y una mujer situados frontalmente al espectador. Debe decirse antes que nada que si no se está advertido podría pensarse que se trata de una fotografía retroiluminada, por lo que existen bastantes probabilidades de que, si no se está informado, se pase delante de ella creyendo haber visto lo que parece pero no es. En cualquier caso las obras de Viola no se ven, se visualizan; no admiten travellings ni acercamientos por parte del espectador. Requieren ser visualizadas desde un punto fijo, inmóvil. Son ellas, las imágenes, las que se mueven. Aunque a velocidades extraordinariamente lentas los “modelos” se mueven sin que percibamos el propio movimiento: la secuencia se ha filmado con película extra-rápida, a 400 fotogramas por segundo; así, un minuto de grabación equivale a 40 minutos de proyección. Por lo que las obras requieren atención, atención parsimoniosa; requieren expectación sosegada. Tiempo. Eso que todo el mundo dice no tener.

La diferencia entre la expectación ante una obra fija y otra secuencial es que para la primera el tiempo es un parámetro anecdótico, sin embargo en la segunda no hay percepción cabal sin él. Las imágenes en movimiento implican la necesaria presencia de un observador, no sólo para testificar la tecnificación del tiempo, sino para producir ese tiempo técnico necesariamente fenomenológico. El espectador de cuadros (o fotografías) hace del espectador una presencia latente, mientras que las imágenes en movimiento tecnificadas requieren una presencia real.
Los cinco personajes del Quinteto de los atónitos se mueven en función de unas determinadas emociones. La rabia, el dolor, la pena, el amor, la compasión, el odio, la curiosidad son algunas de las emociones que los personajes muestran frontalmente al espectador que sigue el hilo secuencial de una trama inexplicable. Cada personaje refleja una emoción con independencia de las emociones de sus compañeros, de forma que el resultado es ambiguo por necesidad. Se trata de combinar dos conceptos: confluencia y alternancia (de emociones) para generar el caos de la sensación perceptiva, caos, por otra parte, que inevitablemente me lleva a la emoción, a una emoción indefinida, intemporal: profunda. Inexplicable.

Puro realismo de sensaciones, fenomenológico, a través del cual accedo a esa emoción profunda. Al igual que en todas sus piezas pertenecientes a Las pasiones (sobre todo Observance), los personajes me muestran su lado íntimo más allá de toda posible interpretación. Su intimidad explosiona ante el desconocimiento real de la causa que provoca sus sentimientos. Sentimientos profundos. No hay nunca un porqué. Así, la expresión del sentimiento se me transfiere de forma pura. Emocionando. O por decirlo de otra manera: no hay personajes en la obra de Viola, ni siquiera actos interpretativos; hay sólo emoción directa, la que me adviene de la contemplación de aquello que es inexplicable. Y la cámara hiperlenta ha sido la forma (técnica) perfecta para conseguir lo que ni una fotografía ni una película de cine pudo conseguir antes. Conjunción perfecta, pues, de contenido, forma y técnica. ¿El resultado? (conmigo, se sobreentiende): SOBRECOGIMIENTO.

Post Scriptum. Decía más arriba que ante ciertas obras de arte (¿las verdaderas?) los expertos parecen curanderos. Pues bien, pude también decir que ante ciertas obras de arte los expertos hacen lo único que pueden: hablar de fuera adentro. Es decir, creyendo que las obras tienen un significado y que ese significado viene asignado por el autor. Y sin poder, además, asignarle al autor la cualidad de la estupidez. Y si algo me sorprende del Bill Viola sujeto, que no del artista, es su simplicidad, la tontería de sus infantiles planteamientos, su espíritu pseudomístico, sus explicaciones pseudofilosóficas y pretenciosas. En fin, me sorprende la nimiedad de todo aquello que rodea a su extraordinarias obras; de todo aquello que no es su obra, que por otra parte es, curiosamente, lo que sirve a los expertos para tener algo que decir en plural mayestático. O por decirlo de otra forma: Bill Viola es tonto y las explicaciones a su obra son tan burdas como efectivas. Sus obras, sin embargo, me resultan sumamente emocionantes.

1 comentario:

Poussino dijo...

Los hagiógrafos deberán ser más científicos, más adecuados a la realidad del artista, es una premisa de los historiadores del arte. Es inevitable pensar que el artista consideró, buscó, sin tener presente que ni siqiera tuvo en cuenta ni consideraciones, ni búsquedas,... a no ser que se haga el inconsciente (el despistado).

Gracias