miércoles, mayo 05, 2010

Que soy un cobarde

Ya lo he advertido varias veces, pero conviene ir repitiéndolo de vez en cuando para que nadie lo olvide.

Resulta relativamente fácil ser crítico con los otros, sobre todo cuando se escribe desde una tribuna por pequeña que sea. Criticar es algo que puede hacer cualquiera. De hecho cualquiera lo hace. Conozco decenas de columnistas que sólo saben quejarse; columnistas que a su vez creen fervientemente en la poesía.

Da lo mismo que se haga sin gracia o con gracia si lo que se hace es, sólo, manifestar una queja para con el otro. Es precisamente la queja indiscriminada lo que ha instaurado como forma de vida la maldita Corrección Política.

La queja como forma de acción es una de las formas más canallas y perversas que puede instigarse desde el Poder. Y tal es la presión con la que el Poder nos instiga a manifestarnos a través de la queja que hemos entrado en una Guerra. Una Guerra que se libra entre todos y cada uno de los ciudadanos de las sociedades civilizadas. Y no se trata de pequeñas batallas cotidianas, se trata de la gran guerra. La del todos contra todos, la del sálvese quien pueda.

Hace unas semanas me quejaba yo de la censura, algo que puede hacer cualquiera. De hecho cualquiera lo hace. Pero queriendo ser sutil y perspicaz me quejaba de aquellos que ejercían la censura sin ser conscientes de ello. Decía que se trata de gente que acostumbra a posicionarse en contra del mal, un mal que por supuesto les es ajeno; gente que con indignación desprecian públicamente la censura. Muchos de esos bienpensantes y biendicientes, decía yo, eran censores posmodernos; estos es, personas que ejercen la censura de forma indirecta, sibilina. La censura directa y soez sólo es ejercida por energúmenos que pagan con el fracaso de su misma ineficacia, pero la sibilina es la que se ejerce desde la oscuridad. Y la que triunfa a pleno sol. Así, yo criticaba hace unas semanas a estos bienpensantes que habían instaurado la verdadera censura actual, la que no trasciende porque se ejerce desde los oscuros subterráneos del espíritu político. Eso era hace unas semanas, cuando yo ejercía de crítico desde mi pequeña tribuna. Qué fácil.

Ahora me he dado cuenta de que yo llevo unos meses autocensurándome para poder acceder a unos objetivos miserablemente humanos (y no importan los datos específicos de mi autocensura actual). Es más, la consecución de mis objetivos depende de mi capacidad de autocensura. Y no soy capaz de reaccionar en contra de mi cobardía. No he sido consciente de ese espíritu colaboracionista con la censura hasta hace unas horas. Y lo peor de todo es que me siento inmóvil. Soy un cobarde.

No hay comentarios: