martes, junio 01, 2010

Sujetos sujetados por los pelos

Tengo un alumno en el curso de la mañana, llamémoslo David, que podría calificar de aceptable. O sea, se trata de uno de los mejores alumnos del curso de la mañana. Es bastante puntual, viene a clase con frecuencia y parece que me escucha. Es decir, es de los mejores porque está y porque me mira. Si como decía Bekett “ser es ser percibido”, en el curso de la mañana yo existo gracias a los dos o tres que parecen atenderme. Así, siendo sólo aceptable resulta ser de los mejores: tan curioso como significativo. Es delgado, longilíneo, de tez blanquecina y su cabeza se encuentra coronada por una semicresta que se sustenta con fijador. Sus formas de comunicación son algo introvertidas debido a su evidente timidez. Habla bajo y relajado, baja la cabeza cuando lo hace y si sonríe agudiza su timidez girando la cabeza y cambiando el color de su epidermis. En cualquier caso y en contra de lo previsible es de los pocos con quien mantengo conversaciones cuando acaban las clases. Una vez le pregunté acerca de la música que escuchaba a través de esos auriculares que sólo se quitaba ante mis exigencias pedagógicas. Me contestó que probablemente no me gustara, pero que si yo aceptaba me dejaba escuchar para no tener que explicarme algo que no entendería. Accedí. Me puse los auriculares. Antes de continuar debo decir que esto pasó a los dos meses de empezar el curso, allá por Noviembre. Pues bien, me puse los auriculares durante dos o tres minutos. Y aún no me he recuperado. No sabía siquiera que tal cosa pudiera existir, pero mucho menos que eso pudiera tener adeptos. El heavy metal más bruto se quedaría, al lado de esto, en una mezcla de Ray Conniff con James Last.

Lo primero que pensé es que me había puesto uno de los temas extremos de su grabación, pero él enseguida se encargó de desmentirlo y me demostró que absolutamente toda la grabación estaba compuesta por ese ruido agudo, hiriente, abstracto, infernal. Y me lo decía con la modestia y la humildad de uno de los pocos alumnos que contenía esas virtudes. Su amigo y compañero, que se encontraba presente en la conversación, no sólo asentía y confirmaba todo, sino que además apostillaba todas sus respuestas aportando un matiz que debía ser importante, pues sintió que debía repetirlo al menos tres veces. Así, su compañero y colega: “David es una persona feliz”, “(David) es la persona más feliz que conozco”, “(David) es superfeliz”. Apostillas que se debieron, con toda probabilidad, a mis expresadas dudas respecto a las consecuencias que podían derivarse de la escucha reiterada de ese exacerbado ruido.

Ante mi expresa perplejidad y mi manifiesta e impulsiva ansia de conocimiento mis alumnos se fueron creciendo. No tardó David en ponerme un vídeo del grupo en cuestión que intenté ver a través de su teléfono móvil de última generación. Y en efecto, lo que sonoramente era incomprensible visualmente era igual de incomprensible. Así, el conjunto era de una coherencia extrema. Ante las palabras de apoyo moral de su compañero (se conocían ambos desde niños por haber estudiado en el mismo colegio) David aseguró ser una persona sencilla, equilibrada y feliz; y que esa música (¿) le venía muy bien para relajarse. Yo, dados todos mis posibles elementos de juicio, los que se coligen de observarlo de reojo desde hace ahora 9 meses, me lo creo; es sin duda uno de los alumnos más serenos, si no el más, del grupo de la mañana.

El otro día nos pusimos a hablar de cine y como no podía ser de otra forma me sorprendió. Yo, que llevo toda mi vida dedicado al cine y por tanto he procurado siempre estar bien informado, no sabía de qué me hablaba. Me habló de sus gustos en genérico y después pasó a lo concreto. De lo genérico vino a confesarme rápidamente su gusto por lo perverso, cruel y sádico. No había concesiones en sus gustos naturalmente aceptados. Por lo que no había ni un ápice de extrañeza ante tal gusto; era para él absolutamente NORMAL el hecho de tener ese particular gusto. Se había aprendido perfectamente la lección que los adultos le habían inculcado desde pequeño; a saber: que cada uno tiene derecho a ser quien quiere y todo gusto es tan legítimo y natural como cualquier otro. Así, el gusto por el dolor y el sufrimiento de los personajes fílmicos era para él NORMAL. Como no le hacía daño a nadie era para él NORMAL y, claro, legítimo, que pudiera gustar de películas que se fundamentaban en el sadismo extremo. Todas las películas que le gustan cuentan con personajes malvados que infligen dolor y sufrimiento a partir de una crueldad exacerbada; o con juegos macabros que terminan con decapitaciones parsimoniosas. Como yo no me hacía una idea cabal de lo que me contaba me dijo: “la semana que viene te traigo una película, las ves y ya me cuentas”. Y añadió, “se trata de la primera de una saga y es posiblemente la más floja de las 6. Una de ellas está prohibida en EEUU”.

He de reconocer que me asusté ante el hecho de tener que verla porque me siento una persona sensible ante el dolor ajeno ya sea real o ficcional. Aún recuerdo lo mal que lo pasé viendo la primera versión Funny games, por muy inteligente que pudiera parecerme el fin último de las intelectuales pretensiones del Michael Haneke. La verdad es que no encontré el momento de verla hasta dos semanas después. Le había cogido auténtico miedo sin saber nada de ella, sólo que le gustaba a mi alumno, ese alumno sereno, educado y cortés de los martes por la mañana. La tuve que ver partida en tres sesiones y buscando siempre que no coincidiera con el momento previo a irme a la cama. Conclusión: salvaje. De factura, eso sí, muy correcta, pero salvaje. Y según me cuentan es la más floja de las 6 en lo que respecta a la crueldad. No quiero pensar cómo será la prohibida en EEUU.

El martes siguiente le devolví la película procurando ser sincero al tiempo que cortés. Verbalizando mi análisis comprobé que me había gustado más de lo que la visualización me había dado a entender. De hecho, igual que me sucedió con Funny games. Sin embargo, las diferencias entre mi alumno y yo son varias y muy significativas; la primera es que yo no puedo evitar el intelectualizar mi experiencia perceptiva, algo que él no hace; la segunda es que mi bagaje cultural cinematográfico me permite analizar mi gusto en función de un conocimiento (histórico) del medio, mientras él no sabe quién fue Spencer Tracy; tercera que yo no disfruté viendo la película y él sí; y cuarta que yo no tengo ninguna intención de ver las 5 películas restantes de la saga y él las revé siempre que puede.

Aproveché para darle mi opinión en público, de tal forma podría saber algo más acerca de sus argumentos y podríamos ponerlos a prueba ante sus compañeros. La verdadera sorpresa me sobrevino al comprobar que absolutamente todos los alumnos del martes por la mañana habían visto las películas de esa saga. Indagué en el grupo de la tarde: todos las habían visto también. Y todos opinaban acerca de ellas con extrema naturalidad; es decir, opinaban acerca de ellas como si les parecieran unas películas más y no como si les parecieran películas anormales. Aun con las diferencias propias de cada particularidad todos opinaban que la saga era interesante porque contaba con un verdadero suspense poco propio del terror más zafio. Así, todos a favor. No todos llegaban tan lejos como David, pero al parecer nadie se sintió afectado por esas películas.

Según la filosofía antigua el fin último de la vida es la felicidad, fin perfecto y Bien Supremo. Mi alumno vive en un estado de completa satisfacción. A pesar de sus (dudosos y cuestionables) gustos; o precisamente debido a ellos, pues son el producto de la libertad. La felicidad consiste en eso, en ser un estado caracterizado por la dicha y la satisfacción y no un estado caracterizado por la desdicha y la inquietud. A mi alumno, por tanto, la existencia de la crueldad y el sadismo, si bien es cierto que ficcionales, no le crean inquietud alguna, más bien al contrario le ayudan a relajarse. Y al resto de sus compañeros tampoco les inquieta demasiado aquello a lo que están acostumbrados. Porque sólo la costumbre, el hábito, puede ser la causa de la desafección, la indiferencia o la insensibilidad ante algo tan poderoso como es el dolor injustificado o el sufrimiento infligido.

Desde el punto de vista de la sociología las costumbres son el conjunto de prácticas o modos de comportarse que se pueden observar en una sociedad dada. Los representantes más jóvenes de nuestra sociedad son estos: los que gracias al uso que desde pequeños han hecho de Internet ya no se sorprenden ante las imágenes pornográficas más salvajes y más degeneradas, ni ante las imágenes violentas más sádicas y más crueles (y en este caso reales, ya no ficcionales). Otra cosa es que la sensatez de muchos (¿) de ellos les sirva sólo para haber conocido esas imágenes y no para convertirse en adictos a ellas. En cualquier caso, y a las pruebas me remito, ningún joven ha escapado de ver las barbaridades que circulan por Internet. Ninguno. Ya sea para verlas allí mismo o para conocer la forma de acceder a ellas (bajándoselas, pasándoselas).

Hace poco le contaba todo esto a la joven y dulce hija de unos amigos. Se lo contaba, claro, manifestando mi perplejidad y mi inquietud. Cuando me encontraba a mitad de la historia me interrumpió cortésmente y me dijo, “la película de la que hablas no será Saw, ¿verdad?”. Desconcertado le dije “sí, ¿cómo lo sabes?”, a lo que ella respondió, “¿cuál de las 6?”.

Post Scriptum. Hay una secuencia muy emocionante en la película En nombre de la rosa (no he leído el libro); una secuencia que me resulta emocionante debido, precisamente, a la misma emoción que que se desprende del protagonista.

Me emociono ante un estudioso franciscano emocionado de la misma forma que emociona Lo sublime. No hacen falta paisajes poderosos, ni grandes tormentas, ni acantilados, ni magnos incendios forestales para despertar el sentimiento de Lo sublime. O mejor, no son sólo este tipo de experiencias las que pueden conducirnos a Lo sublime. Lo que en un momento dado aparece ante los ojos de Guillermo de Baskerville es uno de los espectáculos más sublimes con los que se puede enfrentar un ser humano: el del CONOCIMIENTO. En efecto, durante sus pesquisas investigatorias, el fraile franciscano se encuentra ante, como él mismo la describe entusiasmado, una de las bibliotecas más grandes de la Historia de la Humanidad. Y se emociona ante el conocimiento que todos esos libros contienen aún sabiendo que todo ese conocimiento allí albergado no es sino un muy minúsculo grano de arena del verdadero Saber. A Guillermo le tiembla el pulso ante todos esos libros, los ojos le brillan y le tiembla la voz. Su entusiasmo es indescriptible e inenarrable. No hay gestos ni palabras que puedan traducir la experiencia de Lo sublime. En el momento en que descubre la biblioteca el fraile se encuentra ya poseído y no puede, por tanto, ser dueño de sus palabras. No puede dar cuenta cabal de su experiencia, por lo que sólo puede balbuear. Se ha topado con Lo sublime.

Bajo mi punto de vista el sentimiento de Guillermo de Baskerville es un sentimiento noble, por lo que su inenarrable experiencia es edificante y ejemplar aún cuando sólo podamos intuirla o imaginarla. El gusto por el Conocimiento, así como la voluntad de acceso a la Bondad, son para mí las únicas predisposiciones vitales que pueden redimir al ser humano de sus miserias.

Mutatis mutandi. Hace poco salió publicada, en las portadas de todos los periódicos, la fotografía que mostraba a un torero en el momento trágico de la cogida. La imagen era espectacular: el hasta le entraba por la garganta y le salía por la boca. En lo que a mí respecta, pura pornografía. Por perfectamente innecesaria. A partir de ese día, y en todos los "youtube" posibles, el vídeo más visto de esos día: un vídeo que recoge las cogidas más espectaculares y sangrientas de los últimos años, todas juntas, una detrás de otra, todas las cogidas más sangrientas. El vídeo más visto. El más visto por todos aquellos que disfrutan viendo, también, accidentes de tráfico en programas específicos de televisión, persecuciones, peleas entre estudiantes, caídas de motociclistas, tanganas deportivas...

1 comentario:

Antonio Soto dijo...

Mientras disfrutaba de mi único café del día, como es preceptivo para los hipertensos, y me hablabas de David y de la saga Saw, en mi almendra no paraba de reproducirse una y otra vez la aterradora cogida del torero Aparicio. No sabría explicarte el porqué de esta relación subconsciente, pero así ha sido.

Vi en su momento Funny Games y, parafraseando a mi cuñada, todavía tengo el estómago en un puño. En la peli de Haneke se atormenta y asesina a un perro y a un niño (de un modo tan sutil, fuera de plano, que hace que estas secuencias resulten insoportables), desoyendo el consejo del maestro Hitchcock que consideraba poco comerciales dichas circunstancias, además de un coñazo trabajar con actores poco disciplinados. No he visto ninguna de las seis películas de la serie, pero después de leer tu artículo confieso que siento curiosidad por saber cuál de ellas es la prohibida en EEUU. Esta no me la pierdo. Ignoro si en ella se tortura a bichos o a tiernos infantes, pero convendrás conmigo que parece menos “digerible” ver como le sacan un ojo a un chiquillo o como empalan a un terrier que como le descerrajan un tiro en la sesera a un adulto que, al fin y al cabo, ya está más hecho. Mira la escandalera que todavía montan el capullo del Damien Hirst y sus secuaces con sus tiburoncitos, o la que se montó con aquel tipo que, según se dijo, expuso un perro famélico y lo dejó morir. Ya Leonardo, que colaboraba en la matanza de seres humanos pero, como vegetariano que era, repudiaba la tortura y sacrificio gratuitos del resto de los animales, escribió sobre el tema. En resumen, que el sadismo extremo en las películas es NORMAL, exceptuando el que se inflige a niños y animales, que no pasa de LIGERAMENTE DESAGRADABLE.

Por lo demás, gracias. Me he descojonado a gusto.