miércoles, agosto 04, 2010

Autobiografía sin vida (Félix de Azúa) II

[Nada relaja más al personal que manifestarse constantemente a favor de algún tipo de relativismo]

Llevamos decenios de años escuchando a los expertos en arte decir que todo principio de catalogación y clasificación es dudosamente objetivo. Y para relajarse ante su afirmación se llenan la boca de Francis Haskell. Sin embargo y curiosamente después resulta que la Historia del Arte siempre es UNA y la misma, la que se fundamenta en estilos asociados a periodos históricos en donde hay (las mismas) obras maestras y (las mismas) obras subsidiarias. Ante todo en la Historia del Arte del siglo XX. Todos los pequeños “revisionismos” que han creído demostrar la inestabilidad de la posibilidad objetivista no han sido, a la postre, sino livianos divertimentos entre exegetas. Así es como un lugar común, esto es, la negación de la estética objetivista, se ha impuesto como premisa metodológica… en la Teoría. Y se ha impuesto, valga la paradoja, mientras simultáneamente se imponía la ÚNICA Historia posible: la configurada por quienes decían dudar de una estética objetivista por no tener muy claro qué hacer con los hechos.*

En efecto, nos afirman los expertos que no hay verdades inamovibles y que toda clasificación jerárquica se corresponde, sólo, con el gusto de una época. Sin embargo, lo que después nos imponen se parece más bien a la burla del diablo, pues si hay algo inamovible y jerárquico (para ellos) es el “objeto” de la Historia del Arte; ese “objeto” que otorga sentido a la existencia de la misma Historia del Arte: Picasso, bla bla bla, Damien Hirst. Es decir, niegan la estética objetivista, pero después nos imponen unos hechos que además deben ser indiscutibles. No hay experto que ponga en duda lo legitimado (y asimilado por coleccionistas millonarios y museos poderosos) a través de la Historia ni lo hay que pueda evitar una clasificación jerárquica.

Para confirmar que la Historia del Arte del siglo XX es UNA cómprese una doce de libros de Historia del Arte del siglo XX de diversos autores y compárense. En la Historia del Arte del siglo XX no hay, después de todo, más cera que la que arde, sobre todo si tenemos en cuenta el Poder de los propietarios de las principales Obras de Arte que “mejor” representan al siglo XX. No hay Historia del Arte del XX que renuncie a contener básicamente los mismos productos que se consideran el “objeto” de su disciplina. Todos estos expertos a los que le relaja expresar cierto relativismo en sus manifestaciones son, indefectiblemente y después de todo, los perfectos configuradores de la ÚNICA Historia real, la que conocemos: Picasso, bla bla bla, Damien Hirst.

Es así como de unos pocos años a esta parte los expertos, esos expertos cuyo poder les ha permitido ir configurando esa ÚNICA Historia del Arte del siglo XX POR TODOS CONOCIDA (Picasso, bla bla bla, Damien Hirst), se encuentran en pleno proceso de desaparición. Dentro del los cambios profundos que se están operando en el concepto Arte, así como en todos los términos que lo rodean, uno de los más importantes es éste: el de la progresiva desaparición del experto. Ya lo dice Dan Thompson sin conocer muy bien el alcance de lo que ese cambio supone. De hecho él es economista y coleccionista y no acierta a dar con claves vinculadas al pensamiento más o menos filosófico. En su libro El tiburón de 12 millones de dólares (ver post) asegura que el poder de influencia de los expertos es casi despreciable y que el verdadero poder de configuración de la Realidad está en manos de marchantes adinerados, coleccionistas millonarios, casas de subastas, algunos directores de museo y algunos artistas.

Yo estaría plenamente de acuerdo con ambas cosas: creo que todo principio de catalogación y clasificación del arte es dudosamente objetivo, y que por ello no hay verdades inamovibles. Y no cabe duda de que la figura del experto, es decir, ese personaje cuya función es explicarnos el arte para un mejor (unívoco) entendimiento y que lo hace siempre e indefectiblemente en función de conceptos autoritarios como el de catalogación y jerarquización (conceptos basados en lo histórico), se encuentra en plena decadencia. Por eso resulta tan importante la aparición de Autobiografía sin vida de Félix de Azúa porque, entre otras cosas, no es un libro propiamente de Historia. Hace las veces de él, pero con una contundencia que apenas se vislumbra en quienes no han sabido narrar en primera persona. O sea, porque no es un libro de Historia sino un libro sobre la experiencia de la Historia. Sólo la VERDADERA narración subjetiva (de una historia) puede otorgar credibilidad a una depauperada y desfasada disciplina llamada Historia del Arte.

Ninguno de los expertos que han ido actualizando la Historia del Arte del siglo XX ha entendido verdaderamente a Francis Haskell. Sólo han extraído de él el sentido relativista que tan bien les venía ante su incapacidad real de subjetivismo (si lo que querían aportar algo a la Historia) o ante su incapacidad investigadora (si querían ser estrictos en la descripción de los cambios del gusto). De hecho, es el propio Haskell quien siempre ha investigado arrastrando unas dudas que sus e ineptos seguidores no albergaban, o por pereza o por pusilanimidad o simplemente por incapacidad. Según Haskell “es bastante fácil aceptar la teoría, y más incómodo afrontar los hechos”, por eso no se le escapan las consecuencias y se lamenta del constreñimiento que bajo su influencia ha retenido a “un cierto número de historiadores de arte, y aún más a teóricos”. Más aún si nos ceñimos al siglo pasado donde apenas hay historiador que se resista a repetir la lista de los 40 principales.

En este sentido Félix de Azúa es lo contrario del experto, pues en ningún intenta imponernos nada y jamás pretende universalidad alguna en sus asertos. Su pensamiento no es “histórico”, sino “filosófico”. Es su propia experiencia la que justifica la presencia del “objeto” artístico y nunca al revés. Por eso no hay juicios coercitivos ni impositivos, sólo hay experiencia y narración; experiencia analizada desde la inteligencia y narración sublime desde el punto de vista literario. La Historia del Arte es la disciplina que abarca los “objetos” que son capaces de configurar nuestra existencia; los “objetos” que son capaces de activar nuestra imaginación. La Autobiografía es la historia de un sujeto a partir de la cual la Historia se hace inteligible. En este sentido los historiadores tradicionales que aún actúan con premisas de legitimación basadas en lo vanguardista son unos papagayos. Sólo sirven ya las narraciones basadas en la experiencia personal, ya sea nuestra ya sea la de “el otro”.

* El método de validación vanguardista es coercitivo e impositivo por definición y sólo departe parabienes a los de su cuerda (de Fe en el progreso). Método, por otra parte, que sigue siendo aún el que configura lo que por Historia del Arte entendemos (de momento). Otra cosa es que cierto revisionismo histórico recupere de vez en cuando figuras denostadas por la vanguardia, pero en cualquier caso el método de validación basado en lo vanguardista rara vez ha quedado afectado por estos ingenuos revisionismos. Es decir, Balthus, Magritte, Solana, Morandi, Chirico, Delvaux se encuentran acogidos por una disciplina que para incluirlos no se ha visto obligada a restar nada de lo que había. Es más, dentro de los cánones vanguardistas estos artistas siempre serán subsidiarios y darán más fuerza a los que, por clasificación jerárquica, ostentaban rango de privilegio. Sobre todo en el siglo XX, donde NO ha sido el gusto lo que ha ido legitimando ese rango de privilegio.


Nota. Precisamente en el post dedicado a El tiburón de 12 millones de dólares hay un error en el principio del segundo párrafo. Ejemplifico al contrario de lo que debiera. Cuando me refiero a "estos últimos" citados en el final del primer párrafo hay que entender que me refiero a los primeros.

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