domingo, agosto 15, 2010

Pentotal sódico

El calor asfixiante había disuadido a la gente de salir de sus casas. A la poca gente que quedaba en la ciudad. La verdad es que no sé qué hacía exactamente en la calle a las cuatro de la tarde, 15 de Agosto y domingo para más señas, pero de hecho era yo el único que se encontraba deambulando por una ciudad desolada. No quisiera extenderme poéticamente en la descripción de una ciudad a mediados de Agosto porque todo el que ha vivido esa circunstancia ya sabe de qué hablo. Y aquí lo que importa son los hechos acaecidos. Hechos, todo se ha de decir, de los que ya he dado cuenta a las autoridades competentes. La cuestión es que al girar una esquina igual a tantas otras sucedió. Aún me sobrecojo cada vez que lo recuerdo y tardaré en olvidar lo sucedido hace ahora apenas unas horas.

Precisamente cuando el silencio era más intenso y mis pensamientos más etéreos sucedió: apareció un brazo por entre una puerta situada a mi lado y me arrebató. Sí, me arrebató de la calle, me sustrajo de ella. De repente me vi sustraído de la normalidad del paseo y en unos minutos me encontré dentro de una sala oscura atado a una silla por los brazos. Se produjo todo de modo muy veloz, como si verdaderamente estuviera perfectamente planeado. Las formas y maneras habían sido las propias de profesionales, las que impidieron el reflejo defensivo: primero con ese brazo emergente que de improviso que me agarraba fuerte el cuello con el fin de estrangular mi respiración, y segundo con la fuerza que sobre mi muñeca ejercía una segunda persona. Así fue como, por pasillos angostos y oscuros, me condujeron a la habitación verde donde sólo había una silla. Me ataron a ella por los brazos y desaparecieron. No sabía qué pensar, me encontraba aterrorizado porque comenzaba a intuir que no se trataba de un simple atraco. ¡Canastos!, me dije, y comencé a especular acerca de lo que me podía pasar. Cuanto más pensaba peor me encontraba. Y decidí dejar de pensar hasta que las cosas ocurrieran. Qué distintas son éstas cuando no es la ficción la que les da cuerpo. La experiencia de la violencia es aterradora cuando no es ficcional.

Al cabo de una hora aproximadamente apareció un tipo que comenzó a merodearme mirándome con cierto desprecio. Giraba a mi alrededor mientras yo dudaba de si mirarlo a él o no. Cada vez que se posicionaba a mis espaldas se paraba y respiraba más profundamente, seguramente para incrementar mi inquietud y debilitar más mi estado de ánimo, si eso hubiera sido posible. Yo sólo escuchaba el tintineo de las monedas que movía con la mano metida en el bolsillo –con la otra sostenía una fusta. Pasados unos minutos se paró frente a mí y por fin se arrancó: “queremos saber la verdad”. ¡Cáspitas! -me dije-, ahora sí que la hemos hecho buena; se han debido equivocar de persona y por eso estoy aquí. Y fue entonces que traté de demostrarles que no era yo a quien querían. Que no era yo quien ellos creían. Con todo el aire de tranquilidad que fui capaz de fingir intenté decirle quién era yo y lo poco que debía de saber acerca de aquello sobre lo que me preguntaban. Pero él insistía: “queremos saber la verdad”. Hablaba en plural pero el hombre estaba solo frente a mí, el otro se había esfumado y nunca más supe de él. El plural mayestático me confundía, no sé si con él se refería a sí mismo o a una organización. Las dos posibilidades me preocupaban aunque por motivos distintos. La primera porque me dan miedo los psicópatas y la segunda porque me dan miedo las corporaciones.

Si se han equivocado -me dije- aún tengo posibilidades de salvación porque sólo se tratará de deshacer el entuerto, no tendré más que acudir a los argumentos para demostrar que nada tengo que ver con ellos y que por lo tanto nada tengo que contarles. Y me dejarán marchar después de prometerles que nada diría a nadie de lo sucedido. Pero si no se han equivocado estoy definitivamente perdido. Ése fue mi único pensamiento. Y por eso intentaba aferrarme a la razón. Pero, ¿cómo pude yo llegar a pensar que no se habían equivocado, cosa que de hecho sucedió? No lo sé, pero dadas las desconcertantes circunstancias, es cierto, llegué a dudar. Para ser exacto: llegué incluso a contemplar la posibilidad de tenerles que contar la verdad. Pero sin tener ni idea de cuál era.

Para no hacer eterno aquel trágico momento, o para disimular mi miedo, mi cabeza comenzó a buscar una respuesta satisfactoria ante tan curiosa demanda. Si comienzo dando alguna respuesta, la que sea, –pensé-, por lo menos iré sabiendo, siquiera por aproximación, qué es exactamente lo que quieren. En cualquier caso se trató una tarea infructuosa ya que su respuesta era invariable dijera lo que yo dijera, “queremos saber la verdad”, una afirmación que contenía de forma encubierta la pregunta más cruel y asfixiante de todas las posibles. Mi instinto me hizo recapitular todo lo que sabía y por eso comencé preguntándome a mí mismo qué verdad podría ser la verdadera para ellos. Y por no encontrar respuesta casi me desmorono aun a pesar de descubrir que teníamos, al menos, una importante cosa en común mis asaltadores y yo: la estimación por la verdad. Yo siempre me he considerado un defensor de la verdad; siempre me he posicionado en contra de todo relativismo epistémico, tan de moda en los tiempos que corren. Creo que el paradigma kuhniano ha ejercido más influencia de la que se merecía. Por otra parte siempre he creído que quien acepta el relativismo epistémico tiene menos razones para indignarse por la “torcida” representación de ciertas manifestaciones pretenciosas, pues éstas no dejarían de ser para él más que otro “discurso”.

En esas estaba cuando se me inquirió de nuevo, pero con el añadido de unas amenazas que resonaron como truenos en mi debilitada mente, sobre todo debido al aspecto de mi inquisidor y al tono empleado. Y al timbre, un sonido nasal extremadamente cínico. Era alto, encorvado y desgarbado, con unas facciones angulosas que le conferían un aspecto perverso, muy a lo Peter Cushig. Frecuentemente torcía sus humedecidos labios en gesto de asco y cuando se dirigía a mí blandía la vara diciendo, “si se dobla tiene gracia si se rompe no la tiene”. Así que tenía que encontrar la verdad que buscaban, pero ¿cómo? Mi idea de verdad se encontraba vinculada de alguna manera con las presencias reales de Steiner. Era una verdad verdadera y virtual simultáneamente que no adviene nunca por contacto directo sino por roce coyuntural. Y que se busca aun con la certeza del fracaso. Pero ¿y la suya? ¿Será productivo, en cualquier caso, preocuparme por estos asuntos en vez de tratar de convencerles de su error en la mayor?

Así que ni corto ni perezoso le dije, “es que no sé lo que es la Verdad”. Su respuesta fue inmediata. Se acercó en medio giro hacia mí y después de soltarme un tremendo soplamocos en la cara me dijo, “no te hemos pedido que nos hables de las condiciones del término, sólo te hemos pedido que nos cuentes la verdad”. Rapámpanos –me dije-, estos tipos son muy duros, así que tendré que pensarme más lo que de ahora en adelante tengo que decir. Yo estaba aturdido por el impacto, el golpe fue tan fuerte que derramé sangre abundante por la nariz. Cuando pude recuperarme me dediqué a recomponer el estado de las cosas. La sangre reseca que había hecho costra en mi labio superior consiguió, paradójicamente, tranquilizarme. Ahora me sentía con menos miedo. El sabor a hierro me ayudaba a pensar con más serenidad. En este impás mi inquisidor recibió una llamada telefónica en la que sólo dijo dos frases: “sí, está actuando como esperábamos” y “continuaremos con el plan previsto”. ¡Carambolas! –me dije- tengo que tratar de salir de aquí por cualquier medio porque con toda seguridad no voy a poder evitar el ser previsible. Aunque de momento tengo que dar con algo que me haga ganar tiempo.

Nada, no había forma de que se me ocurriera algo. Además pensé que estos malhechores podían ser seguidores de las tesis de Popper. Y volví a asustarme. Porque, ¿y si esperaban una respuesta mía para cotejarla desde la metodología de su falsabilidad? ¿y si mi respuesta tenía que pasar por el filtro de la falsación? Según Popper nunca se puede probar que una teoría es verdadera, puesto que, en términos generales, formula una infinidad de predicciones empíricas, de las que sólo se puede somete a prueba un subconjunto finito; no obstante, sí es posible demostrar que una teoría es falsa, puesto que, para ello, basta una sola observación confiable que la contradiga. Estaba perdido.

Entonces alguien llama con los nudillos a una de las dos puertas que contenía la habitación. No sé quién hay detrás porque apenas abre la puerta pero veo una mano de mujer que se estira por la rendija y le ofrece una jeringuilla cargada. Al principio me temo lo peor, pero pasados unos instante lo comprendo todo; como lo que pretenden es conocer la verdad que yo debo poseer, se trata de pentotal sódico. Me lo inyectan y a los pocos minutos comienza su efecto. Me siento como borracho y todos mis pensamientos que llegan a mi mente se encuentran relacionados ¡con la televisión! No sé cuáles debían haber sido los efectos del pentotal con independencia de los claros fines pretendidos, pero la sensación era de nebulosa televisiva. No podía evitar que todos los pensamientos que advenían a mi mente se encontraran relacionados con cosas vistas en la tele. Así, me vino a la cabeza ese asturiano que después de una inesperada riada veraniega decía al micrófono, “ha sido horrible, no se puede decir con palabras lo que ha pasado aquí”. Y también la de ese hincha de fútbol que tras haber ganado el partido decía, “ha sido incréible, no puedo expresar con palabras la emoción que se siente”. Y la de ese fanático de la romería que con lágrimas en los ojos dice a las cámaras, “es impresionante, no se puede expresar con palabras”. Y la del fanático de las fiestas de su pueblo, de cualquier pueblo compuesto sólo apenas por fanáticos. La cuestión es que si ellos convencían al personal profesional con esas respuestas, quizá yo también pudiera hacerlo.

Así que me armé de valor y aún con los efectos del suero de la verdad le dije, “es que no puedo expresar con palabras…” No me dejó acabar, me soltó otra galleta que esta vez giró mi cara al menos 90 grados. ¡Carambolas! –me dije-, no tengo ya nada que hacer si sigo con mis preceptos. Y es así que decidí cambiarlos y hablar con lugares comunes que me resultan tan zafios como falsos. Así yo: “la verdad es histórica, transitoria y circunstancial” y acto seguido cerré los ojos con el fin de aguantar el impacto, pero éste no tuvo lugar. Más bien al contrario, se trató de la única vez que le vi sonreír. Y entonces me dijo, “es la verdad lo único que queremos de ti, es la verdad lo único que queremos saber, así que déjate de hostias y dinos la verdad sin burlarte de nosotros”.

Decidí echar el resto, me envalentoné y dije, “la verdad, tal y como defiende la investigación heideggeriana no es regresiva ni descriptiva, es “progresiva”, es decir, con apertura al futuro, a las condiciones (futuras) de posibilidad”. Esto fue, en efecto, lo que dije en voz alta, pero mientras lo hacía me acordé de algo que podía servir mejor a mis fines; me acordé de Gadamer y su Verdad y método. Me acordé de que la verdad hermenéutica se diferencia principalmente de la verdad como correspondencia o como coherencia porque implica una transformación. Verdad no es tanto ni tan solo la exigencia de juicios como “esto es una mesa”, sino más bien la experiencia que nos transforma y “reorganiza” nuestra visión de las cosas. Y fue así que le dije “esto es una pantomima”, y ya sólo recuerdo que me desperté en un callejón oscuro de un barrio periférico de Valencia. Fui directamente a la policía, pero ésta, aún siendo muy amable no me hizo demasiado caso. En cualquier caso debo insistir en que todo sucedió exactamente como lo he narrado. Por no mentir sólo albergo una duda de lo contado, debido seguramente a que no soy un gran entendido en materia química. Y quizá no fuera pentotal lo que me inyectaron. Y fuera tinto de verano.

Aún no sé cómo pudo pasarme esto pero creo que tengo suerte de haberlo podido contar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿En un callejón oscuro?, oscuro... si todavía hay luz en este momento, jaja. Un relato divertido.
Gracias.

francesca

Anónimo dijo...

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ANALIA dijo...

Todavía intento entender cómo sucedió todo, pero YO VIVÍ PERSONALMENTE LA SITUACIÓN DE ESTAR OBLIGADA A DECIR LA VERDAD,estoy buscando algun derivado del pentotal o algo similiar que exista porque todavía no sé quefue lo que me dieron. SÓLO RECUERDO QUE DESPUES DE COMER EN LA CASA DE UNA FAMILIA (QUE AL FINAL RESULTARON SER LADRONES Y SECUESTRADORES Y CMERCIANTES DE DROGA), RECUERDO QUE COMIMOS EN FAMILIA Y LUEGO TOMÉ JUGO ME QUEDÓ UNA SENSACIÓN DULCE PERO A SU VEZ FUERTE EN MIS LABIOS Y DESDE ESE MOMENTO COMENZARON A HABLAR CONMIGO TODAS SUS PREGUNTAS ERAN "PREGUNTAS CERRADAS" QUE SÓLO LLEVABA A UN SI O NO, EN ESE MOMENTO GRACIAS A DIOS ME DÍ CUENTA QUE ALGO ME SUCEDÍA, NO IMPORTARA LO QUE DIJERA SIEMPRE IBA A DECIR LA VERDAD. ENTONCES INTENTÉ CALLARME PERO ERA ALGO MUY FUERTE QUE AGUDIZABA MIS OÍDOS Y ESCUCHABA ESAS PREGUNTAS Y AL INSTANTE LAS RESPONDÍA, SÓLO OPTÉ POR HACERME PASAR POR "LOCA", RECUERDO QUE COMENCÉ A MIRAR EL TECHO, LAS PAREDES Y MI MIRADA EVADÍA TOTALMENTE A LA MIRADA DE ELLOS. GRACIAS A DIOS HOY LO PUEDO CONTAR, SÉ QUE SIN SU AYUDA NO ME HUBIESE DADO CUENTA DE LO QUE SUCEDIÓ Y AFORTUNADAMENTE PUDE SALVAR MI VIDA. NO SÉ SI INGERÍ PENTOTAL O ALGUN DERIVADO Y ES LO QUE ESTOY TRATANDO DE AVERIGUAR. HOY COMPARTO CON USTEDES ESTA EXPERIENCIA QUE NO FUE NADA AGRADABLE PERO ME SIRVIÓ Y ME AYUDÓ A ENTENDER QUE NO SE PUEDE CONFIAR EN MUCHOS, YO ENTRÉ A ESA FAMILIA PENSANDO ALGO TOTALMENTE DIFERENTE DE ELLOS Y ME ENCONTRÉ CON UNA SITUACIÓN MUY DISTINTA.