miércoles, abril 27, 2011

Lo bello, Lo sublime y Lo amarillo

Si tuviera que simplificar lo que mi visión percibe en estos momentos diría que veo una superficie quebrada grande y verde, unos árboles enormes mecidos por el viento y varias colinas veladas por una fina niebla que se extiende hasta perder la sensación de profundidad. Me encuentro en un caserío del norte de España y ésta es la visión que aparece ante mi vista casi todos los días. ¿Cómo podría yo definir mi percepción ante un interlocutor que no se encontrara conmigo? ¿Qué adjetivos serían los más apropiados para que el interlocutor se hiciera una idea cabal de MI percepción? Sólo hay una respuesta inteligente y tendría por fuerza que expresarse con otra interrogación: ¿Qué es lo que tengo que imaginar, Alberto, una vista o tu percepción de esa vista? “En toda percepción se refleja un pensamiento”, decía Wittgenstein.

Y, en efecto, nada tiene que ver lo que yo veo, que es objetivamente descriptible, con lo que yo percibo, que es vagamente expresable y difícilmente comunicable. Si quisiera que mi interlocutor se hiciera una idea cabal de lo que aparece ante mis ojos no tendría más que elaborar una descripción lo más objetiva posible. Si yo quisiera que mi interlocutor supiera de la realidad de mi percepción tendría que mentirle. Es decir, tendría que inventarme una descripción que no fuera estrictamente naturalista. Si calificara el paisaje de bello todo el mundo creería entenderme, pero en realidad no sabría nada acerca de mi percepción. Si lo calificara de sublime estaría siendo mucho más certero respecto a mi percepción y sin embargo pocos me entenderían. Sobre todo si tenemos en cuenta que el paisaje descrito nada tiene que ver con los parámetros que históricamente definen al paisaje que provoca la percepción de lo sublime. Más bien al contrario.

Lo sublime en el paisaje siempre se ha asociado a la mezcla de placer y terror, a la incertidumbre, al miedo, a lo inquietante, a lo inconmensurable, a lo desmesurado, a lo agónico, en definitiva. Y por eso ha estado siempre asociado a los acantilados, los maremotos, los desiertos, las altas cumbres, los volcanes. En cambio siempre se ha asociado la belleza a la serenidad, las proporciones y al equilibrio propios del paisaje, del paisaje bucólico. Se trata de una idea que viene de lejos. Kant la apuntó y Burke la remató. Desde entonces, la Naturaleza desaparece para dar paso al paisaje, es decir, al Arte. No hay posibilidad de percibir la naturaleza si no es a través de unos “ojos culturales”.

Dos siglos configurados humanísticamente a través del Arte (y la Técnica) han constituido nuestra manera de ver. Mi visión es por tanto cultural en la medida en que soy incapaz de ver la naturaleza; sólo puedo ver “cuadros”. Sin embargo la confusión producida por la terminología complica la comunicación. Sobre todo en la era del Fin del Arte, donde los posibles futuros se han convertido en posibles pasados. Ahora, hay tantas definiciones de belleza como individuos. Desde que la idea de futuro ha dejado de interesar es el pasado lo que cobra importancia. El pasado, claro, entendido desde la perspectiva relativista. Así, los futuros posibles han pasado su testigo a los posibles pasados. Bello es lo que cada sujeto cree que es bello.

Siendo cierto que la percepción de la naturaleza ya no puede ser “natural”, puedo afirmar que para mí lo sublime no se encuentra tanto en lo inconmensurable cuanto en aquello que nos hace sentir la pequeñez y la insensatez del ser humano. Así pues, con absoluta independencia de la grandiosidad y magnificencia de lo observado. En este sentido la observación de un hormiguero puede conectarme con lo sublime de forma más directa que los acantilados de Zumaia de los que tan cerca me encuentro. Incluso tiene más sentido que lo haga, pues ya nada vinculado al Arte tiene capacidad para generar tales sentimientos, habida cuenta del estado cadavérico en el que se encuentra. El Arte ya sólo tiene una función puramente funcionarial. El Infinito y la Nada ya no pueden citarse en una Obra de Arte.

Si sublime fuera trascender la mediocridad, si sublime fuera liberarse de la corrupción de la vida política y soportar el dolor de la propia existencia incluyéndola en la armonía del cosmos; si eso fuera lo sublime yo diría que mi percepción de la campiña me vincula a la experiencia de lo sublime. Y es que el Arte nada tiene que ver ya con la Experiencia, con la Vida. Sublime es, en efecto, un paisaje de John Martin (un sublime de juguete, claro) y no un paisaje de Poussin. Sin embargo, y para ser conscientes de las distancias que separan al Arte de la Vida, puedo afirmar que para mí es bello un paisaje que pudiera calificarse de martiniano y sublime un paisaje que pudiera calificarse de poussiniano.

De todas formas ¡qué más da lo que pueda o no responder mejor a la realidad si después de todo la gente (que es al fin y al cabo quien configura esa realidad) cree que lo sublime se da en los deportes de riesgo y además confunde voluntariamente lo bello con lo pintoresco! Hace unos días nuestra Tita Cervera declaraba que ella se había sacrificado por el Arte porque era una amante de la belleza. Y es muy probable que la inmensa mayoría de la gente que la escuchó se emocionara ante tal concentración de sentimiento noble. Gente, claro, que ignora, aún, que desde hace 200 años el Arte nada tiene que ver con la belleza. Y mucho con la mercancía.

viernes, abril 15, 2011

Oídos sordos

Hace unos días publiqué aquí un post que analizaba las formas con las que la Opinión Pública-da (mayoritariamente femenina) pretendía alcanzar la Igualdad. Ahora, la reciente vicepresidenta de la Academia de Cinematografía Española Judith Colell decía ayer a propósito del estado actual de las cosas: “Hoy sólo hay apenas un 9% de mujeres directoras, productoras o en puestos de responsabilidad. Es injusto y absurdo. Tenemos que hacer algo para llegar a cifras más razonables”. Dos ideas fundamentales se desprenden del aserto reivindicativo: la primera es evidente: señalar como injusto el estado de las cosas. La segunda se expresa más sutilmente y consiste en asociar el concepto justicia a los aspectos numéricos: 9 Vs. 92. La justicia llegará, según esta afirmación, cuando las dos cifras se equiparen. Y sólo habrá justicia, no tanto cuando se den las mismas oportunidades a las personas con independencia del sexo cuanto que se consiga equipar las cifras. Pero, ¿qué es por tanto una cifra injusta, absurda? ¿Por qué se califica de injusta una cifra sólo por el hecho de ser dispar? ¿Es que acaso lo dispar injusto y absurdo?

Ese mismo post mencionado hacía referencia a un programa de Informe Semanal en el que se analizaba el papel de la mujer en el arte (la exposición Heroínas). Todo el programa, como era de prever, se había confeccionado a modo de panfleto. Todo… menos un momento del mismo. Un momento desconcertante que nacía de un desajuste propiciado por el típico aguafiestas inconsciente. En medio de la vorágine activista del panfleto emergía, de repente e imprevisiblemente, un momento que mostraba una disonancia evidente respecto al claro objetivo del programa. Recordemos que el programa trataba, a partir de dos exposiciones de arte, el tema de la desigualdad en los sexos, la que después de sufrir la mujer durante siglos sigue al parecer sufriendo ahora. Una desigualdad, la actual, que hay que combatir de cualquier forma. Y a cualquier precio.

Pero como digo, había un momento en el documental que resultaba sumamente desconcertante, tanto que prácticamente sólo ofrecía una posible respuesta perceptiva para quienes pudieran comulgar con su tesis. La respuesta que consistiría en ignorar ese momento y anularlo. Porque en caso de no hacerlo sería todo el resto del documental lo que habría que anular. Me explico: después de que varias mujeres mostraran su activismo más reivindicativo con soflamas de todo tipo aparecía Juana de Aizpuru diciendo: “Yo jamás me he sentido discriminada; eso que ya voy para 41 años que abrí la galería. Y desde el principio tampoco. Y en España somos más galeristas mujeres que hombres. Ha habido un momento en que prácticamente todo el arte contemporáneo español estaba en manos de mujeres, desde la directora del reina Sofía, críticas, artistas. No, no hay nada que en este momento impida a una mujer bien preparada ser artista, ser crítica, ser directora de museos, llegar a los más altas puestos por el hecho de ser mujer”.

Pues bien, si después de todo no ninguneáramos a Juana y la creyéramos, ¿qué podríamos hacer con todo el resto del documental? Así, si creemos a Juana porque además la situación que describe es empíricamente demostrable, ¿qué hacemos con TODO ese documental que a través del arte se nos habla de la injusticia ACTUAL que sufre la mujer? ¿En el arte? Y si no hay tal injusticia en el mundo del arte después de todo, ¿por qué usar TAMBIÉN el arte para generar agresividad a través de una (inapropiada) queja y un (perverso) victimismo? Quizá la clave se encuentre en la misma declaración de Juana cuando habla de “mujer bien preparada”. Dejo a los lectores que piensen en otras claves. Que las hay.

En todo caso mis dudas persisten: siendo estrictamente cierto lo que Juana dice respecto al mundo del arte, ¿a cuento de qué puede venir un programa que comienza por señalar unas cifras que se interpretan como discriminatorias e impuestas por… quién? Por lo tanto repito: ¿qué es una cifra injusta, absurda? ¿Por qué se califica de injusta una cifra sólo por el hecho de ser dispar? ¿Es, después de todo, injusto y absurdo el arte porque se encuentra controlado mayoritariamente por mujeres? O dicho de otra forma, ¿pueden los hombres decir que el (el mundo del) arte es injusto por el hecho de que se encuentre fundamentalmente gobernado por mujeres? Presupongamos que, efectivamente, esos hombres que desean el control consideren injusto el mundo del arte regido por mujeres. ¿Determinaría eso una injusticia real?

Post Scriptum.

A. Según un estudio encargado por la Asociación de Revistas Culturales de España (ARCE) el 75,4 % de los lectores de revistas culturales en España son hombres. Y el estudio entiende por revistas culturales aquellas que se fundamentan en el texto y no en las imágenes, las noticias, etc. No sé si es o no una cifra justa pero he estado investigando por mi cuenta y he comprobado que los equipos de redacción de esas otras revistas “no culturales” (revistas de moda, decoración, glamour, ocio…) está conformados por una proporción casi invariable: un 70-80 % de mujeres y un 20-30 % de hombres. ¿A quién podría parecerle injusto y absurdo que las revistas de decoración estén controladas por mujeres?

B. Como todo el mundo sabe España no tiene prácticamente ninguna incidencia en el mundo del arte. Más allá de ciertas figuras emblemáticas del pasado y alguna excepción del presente España carece de relevancia en el mercado del arte y casi nadie contempla a sus artistas en comisariados importantes. O por decirlo de otra forma, España representa un 0,6 % del mercado del arte mundial, como aseguraban estadísticas recientes. Una miaja. Se decía en EXIT express, dirigida por Rosa Olivares, Pero en cualquier caso se trata de una afirmación que podría haber hecho cualquiera que hubiera tenido la oportunidad de viajar. Como, por ejemplo, la hiperactiva Elena Ochoa que no hace mucho aterrizó en Madrid después de trabajar varios años en Londres y haber viajado por todo el mundo. La periodista Paula Achiaga le hacía la siguiente pregunta, “¿Cómo se percibe desde fuera el arte español?”. Elena Ochoa respondía, “Inexistente”, y después se extendía en la respuesta para demostrar que nadie fuera nos contempla. Y es absolutamente cierto lo que Juana de Aizpuru decía respecto al dominio y control del arte español a manos de mujeres.

C. Justo al día siguiente del Informe semanal comentado pasaron por televisión otro programa documental (Comando actualidad). El presentador entraba en una reunión de 4 altos dirigentes de una empresa, tres hombres y una mujer, y se dirigía hacia ella acometiendo el asunto de la discriminación por sexo en cuestiones de dirección empresarial. La alta ejecutiva respondía sin inmutarse, “quizá debería tenerse en cuenta que la verdad es que, por lo que sea, no son muchas las mujeres las que, después de todo, desean acceder a puestos como este. Yo estoy aquí porque además de desearlo he hecho méritos para conseguirlo”. En efecto, la pregunta supuestamente solidaria (¿) había sido impertinente y maleducada (con la mujer) en la medida en que no había tenido en cuenta los méritos por los que alguien accede a un alto puesto directivo. Y había sido impertinente y maleducada (con los tres hombres) en la medida que no había considerado los méritos por los que allí se encontraban.

domingo, abril 03, 2011

Copia certificada (entre café y café)

Una pareja que acaba de conocerse entra a una cafetería, se toman dos cafés y cuando salen a la calle resulta que llevan media vida casados. Éste y no otro (¿) es el tema de la última y celebrada película de Kiarostami. Una película en donde la posible ficción se mezcla con la posible realidad. Nada ni nadie en ella escapan del desconcierto, ni los personajes ni los espectadores. Un desconcierto que proviene de filmar el presente como posibilidad de un futuro que ya ha existido.

En Copia certificada no hay concesión alguna al sentimentalismo ramplón del cine habitual. Se ha eliminado del conjunto de secuencias todo aquello que pudiera facilitar una interpretación facilona. Ninguna pista al espectador respecto a ese giro inesperado producido en la narración.

El espectador queda anonadado ante el problema de una pareja que ha sucumbido a lo anodino. La verosimilitud se impone a través de un realismo ilógico, incomprensible. Kiarostami sabe que el final determina hacia atrás todos los actos anteriores aun cuando, después y a pesar de nuestra voluntad, no alcancemos a entenderlos. El presente es incomprensible en la medida en que el pasado es confuso. Y el futuro no es sino una proyección.

No se trata de saber; no se trata de saber qué pasa, no se trata de saber por qué, más bien al contrario. “Desde el momento en que sabemos ya no nos abastecemos de nada más. Mientras permanecemos en la ignorancia las apariencias prosperan…” decía Cioran a propósito de los peligros de la sensatez. Y en efecto, las apariencias, que en la película son eje y sustento de la trama, no son nada y lo son todo. Todo es juzgado a través de las apariencias porque no existe posibilidad alguna de traspasarlas. No existe posibilidad alguna de saber más de lo que saben (y transmiten) de sí mismos los propios protagonistas. Es la anécdota entendida como pista lo que se impone a un espectador confuso que ata cabos sin poder llegar a una conclusión incontestable. La profundidad es una entelequia frente a la verdad anecdótica, la verdad del presente, la única verdad posible. Así, el “no saber” de Copia certificada exige atención, voluntad de pensamiento por parte del espectador. Voluntad de pensamiento abstracto.

Copia certificada es una extraordinaria película construida a base de fragmentos anecdóticos y aparentemente inconexos que contienen en sí mismos la esencia de un complejo asunto. Nada es gratuito en una trama alineal perfectamente cerrada en su abstracción. Ni siquiera el pintoresquismo de unos en apariencia ingenuos escenarios, ni la aparición sucinta de un hijo que se evade de la realidad (lúdicamente) no siendo ajeno a ella. Ni el intelectualismo del personaje masculino, que se encuentra plenamente hundido en la pura y triste neutralidad (cafard que diría el mismo Cioran). Ni la enigmática pareja de la fuente, que representa perfectamente el ideal (a través de las apariencias), ni la locuaz camarera que se queda a medias entre la resignación y la esperanza. Nada es gratuito porque, precisamente, NO se trata de un cuento, sino de un pensamiento. Más pronto se trata de la suma desordenada de fragmentos de vida que, con independencia del tiempo en el que fueron (o serán) vividos, terminan por pensarse siempre en tiempo presente.

(Café) Muy probablemente sea Copia certificada una de esas películas que se encuentran en la encrucijada de un cambio de paradigma cinematográfico. No hay en ella nada verdaderamente novedoso, pero el momento de su producción coincide con una necesidad de encontrar nuevas formas narrativas. Así, podría decirse que Copia certificada no hace otra cosa que discernir conflictos donde no los hay pues nada hay de realidad en una historia que queda cortada abruptamente por una incomprensible ruptura secuencial. Por otra parte, Kiarostami ha caído, después de todo, en la más previsible de las trampas. La de dotar a los dos personajes protagonistas de los roles más estereotipados posibles. De esta forma, y como si verdaderamente el tiempo no hubiera hecho mella en el sujeto contemporáneo, los personajes no dejan de ser lo que toda sociedad moderna (re)niega. Estereotipos. Ni la atrevida ruptura narrativa salva a los personajes de ser lo que “ya fueron” los personajes de las películas de Bergman y Antonioni, seres que se atormentan por vivir roles injustamente impuestos. No hemos avanzado nada en este sentido. La mujer vive su incomprensión ante el rol del macho disperso y el hombre vive angustiado por desconocer su verdadero papel en la vida familiar. Una camarera suelta un entrometido e increíble speech que parece sacado de una teleserie de mediodía y una pareja de turistas pretende situarse fuera de un nihilismo burgués que después de todo resulta ser consustancial a la vida misma (turismo pintoresco). En este sentido, tan previsibles y aburridas son las quejas de ella en todas sus demandas como los gritos de él en todas sus justificaciones.

(Café) Rememoro el visionado de Copia certificada y me digo a mí mismo, a quién si no, que Kiarostami ha dirigido una película sencilla en la que el cuidado de todas y cada una de las secuencias imprime a la totalidad una belleza propia del arte, que no del espectáculo. Todo en ella tiene su razón de ser y por eso todo en ella es bello. Desde la falsa conferencia del inicio a la falsa fuente pasando por las falsas golondrinas. Todo en ella encaja respecto a una trama que deambula entre una especie de romanticismo inevitablemente nihilista y un intelectualismo sórdido que sólo puede beber del fracaso. Nada es anecdótico en esta pequeña obra maestra que se construye a sí misma a base de situaciones puramente anecdóticas y superficiales. Porque la belleza de esta película no se encuentra en un factor que la vincula a lo verdadero, sino en un factor que deviene de una indagación sobre lo anodino.