lunes, octubre 31, 2011

Elecciones III (o España de mis huevos)

Tengo a mi alrededor gente de izquierdas y de derechas con la que me relaciono habitualmente. Algunos de ellos los considero amigos, otros simples conocidos. Tantos unos como otros, y tal y como ellos mismos me han contado, han sido votantes de alguno de los dos partidos mayoritarios. He podido cerciorar que sólo una proporción despreciable de mi entorno está constituido por votantes de un partido minoritario. Así pues mi entorno responde con exactitud a lo que vienen a ser los resultados electorales habituales.

[A partir de ahora mis generalizaciones no se corresponderán con ningún habitual modo de síntesis pragmático sino que serán el producto de la realidad. Al fin y al cabo es de mi entorno del que hablo. Lo que no quiere decir que no haya entornos diferentes, que los habrá, claro, digo yo, no sé]

Los de izquierdas son gente que votó al PSOE y que lo hizo con convicción, es decir, sin dudas. He intentado en alguna ocasión extraer una queja respecto al modo de gobernar de “su” partido durante estos casi 8 años. En muy raras ocasiones la he conseguido. O por ser más exacto, lo que he conseguido extraer de ellos han sido, fundamentalmente, comentarios irónicos sobre, pongamos por caso, los trajes de Camps. O, en todo caso, sobre los políticos en general. Ante mi insistencia y mis incisivas preguntas relacionadas con el estado actual de las cosas en el Estado todo lo que he conseguido ha sido una declaración de principios morales en el mejor de los casos. Y una vuelta a los trajes de Camps en el peor. Son gente que cree que vivimos una circunstancia que, gracias al PSOE, es mejor de lo que pudo haber sido si hubiera gobernado el PP.

Los de derechas son gente que no defendieron claramente a Camps (tampoco lo atacaron) y que además no gustan de Rajoy en ningún sentido. Echan de menos a Aznar y no tienen nada bueno que decir ni de Cospedal ni de Arenas ni de González Pons. No hacen falta incisivas preguntas para que se muestren, siempre que pueden, más cercanos a las víctimas del terrorismo que a cualquier político del PP que se encuentre buscando aliados nacionalistas. O por resumir: no gustan del PP y pueden descalificar, aunque con la boca pequeña, a toda la clase política con la que contamos. Sólo les gustan realmente Soraya, Intereconomía y Federico.

Tanto los unos como los otros se han visto seriamente afectados por la crisis (alguno de ellos gravemente). Pero siguen viendo la solución en lugares diferentes. Los de izquierdas lo tienen claro para las siguientes elecciones: votar de nuevo al PSOE. Cualquier cosa antes de dejar que gobiernen los fascistas (sic), aunque ello pueda presuponer el incremento del desastre. Los de derechas también lo tienen claro: votar de nuevo al PP. Cualquier cosa antes de dejar que vuelvan a gobernar estos ineptos, aunque ello les obligue a tener que votar a unos incompetentes traidores. Yo también lo tengo claro y por eso me dirijo a ellos, tanto a los de izquierdas como a los de derechas que no gustan claramente ni del PSOE ni del PP pero a ellos les votan: ¡os vais todos a la mierda!

Addenda. Pido disculpas a mis excelsos lectores por los últimos abusos del idioma. No suele ser mi hábito, lo saben ustedes. Me ha pasado lo que a Valmont, pero pasado por el filtro español de Fernando Fernán Gómez, que no he podido evitarlo. En cualquier caso les hago una pregunta ¿se acuerdan ustedes de aquella época en la que los españoles teníamos que salir fuera de nuestras fronteras para saber cómo era de verdad el mundo? ¿Se acuerdan con qué momento histórico se correspondía? ¿Se acuerdan cuánto duró esa época en la que vivimos esclavizados a unos poderes fácticos dirigidos por la canalla? Acabo de llegar de pasar una temporada en Suiza y me he juntado con un sobrino que acaba de llegar de Londres. Nuestra conversación nos ha exigido un trago, que dirían los americanos. Y los hijos de mis amigos están dirigiendo sus pasos hacia el extranjero porque quieren ser tratados con decencia y dignidad. Spain is absolutly different. Por eso todas las semanas veo con ansiedad el programa Españoles por el mundo, el programa más instructivo de la actualidad con diferencia. Y lo veo con una libreta de notas y un bolígrafo de cuatro colores. Ya digo: ¡a la mierda!

miércoles, octubre 26, 2011

Elecciones II (o panfleto sobre los fractales)

Hemos estado gobernados por unos mendas que han estado años comiendo en estrellas michelín y cruzando la calle en Audi. Pero lo que resulta verdaderamente grave es que lo hicieran mientras demostraban su atroz incompetencia. Estamos siendo gobernados por unos mendas que no sólo muestran a diario su atroz incompetencia sino que, además, se permiten el lujo de mentirnos cada vez que abren la boca. Por alguna ¿extraña? razón los políticos españoles han considerado que pueden mentir a diario. Y todo porque, como decía en el penúltimo post, les importamos una higa. Habrá quien vea en esta afirmación una simple y descarada bravuconada pero en realidad es exactamente ahí donde radica el quid de la cuestión, no lo suficientemente señalado. Sólo bastó con que todos los políticos cayeran en la trampa mortal del relativismo hace ya unos cuantos años. Ese relativismo que implantó la Cultura de la Queja y que confirió al ciudadano un falso protagonismo que lo mantuvo entretenido. Así, mientras los ciudadanos disfrutaban de un proteccionismo que les des-responsabilizaba de todo se fue creando un sistema estrictamente individualista. O por decirlo en otros términos: se fue construyendo un mundo al que le sobraban los Grandes Relatos. A los gobernantes les vino muy bien porque usaron la desmitificación como símbolo de pureza y los ciudadanos la acogieron con alegría porque vieron en ella la posibilidad de obtener rédito de la des-responsabilización que se les ponía en bandeja (la des-responsabilización que les llevó a aceptar créditos para comprar cosas que no necesitaban). En España se acrecentó el problema debido a dos factores endógenos: un extraño cainitismo autóctono y una demostrada ineptitud de la clase política respecto a la gestión de ese cainitismo. En España la política se ha ido reduciendo en estos últimos años al ya conocido, y no por ello menos patético, “y tú más”. Y así fue como a la clase política española dejó de importarle el ciudadano de la calle, que por otra parte y a su vez dejó a esa clase política campar a sus anchas mientras hubiera pan y circo. La incompetencia (mezcla de pereza y dejación) se alió con la corrupción simpática (mezcla de maldad y pusilanimidad) y los ciudadanos hicieron la vista gorda hasta que no habiendo cesado el espectáculo (oé, oé, oé, oé y “yo por mi hija mato”) faltó el pan. Pero la suerte estaba echada y los políticos ya campaban a sus anchas ignorando al ciudadano y ensanchando sus bolsillos. Y así fue como el ciudadano llegó incluso a convertirse incluso en un estorbo para quien, a partir de entonces, sólo actuaría para labrar su propio futuro.

Todos los que a la política se dedican desde hace unos años saben, antes que nada, lo que a través de ella se puede conseguir. Por eso aman tanto las componendas; las que saben que se buscan y encuentran igual en el palco del Bernabéu que en un club de golf que en una cumbre que en una contrata; las que se negocian (con el proveedor o el promotor etc.) en un descampado o en un garaje o en una gasolinera. Pero dentro del Audi, un Audi con ventanillas ahumadas. Aman las componendas y se recrean en una frase que cumplen a rajatabla y a costa de lo que sea: “ande yo caliente ríase la gente”. Han conseguido convencerse de que deben mentirnos a diario para preservar un bien supremo; así, nos mienten porque han llegado a convencerse de que es un deber.

Pero más allá de que pudiera existir algún político no corrupto en España lo que caracteriza a los políticos españoles, a todos, es que no saben absolutamente nada del ciudadano, no saben nada de la calle. Y eso, como decía en ese penúltimo post, sólo puede ser un signo de maldad. No saben lo que vale un café en la calle porque son malas personas. No saben nada del ciudadano que tiene que coger el metro a las 6 de la mañana porque son malas personas. Sólo viven pendientes de sus bolsillos porque son malas personas. Y los políticos que no (sólo) viven pendientes de sus bolsillos pero no saben nada de quien se levanta a las 6 de la mañana para coger el metro son malas personas. Y nosotros, los ciudadanos, responsables de nuestras elecciones afectivas.

Sin ir más lejos en el pueblo donde habito, desde las anteriores Municipales y después de dos legislaturas gobernadas por el PP (uno de los partidos mayoritarios), gobierna el PSOE (uno de los dos partidos mayoritarios). Después de su salida del poder el PP ha decidido hacer pública una lista en la que aparecen los sueldos (abusivos, claro) del actual alcalde socialista, así como el de todos sus ayudantes y asesores. Viene de lejos el asunto: el PSOE hizo lo mismo cuando gobernó el otro. Por fin, todos juntos y en perfecta armonía, pronunciando el sofisticado grito de guerra “y tú más”. Pero lo que resulta más curioso en todo este embrollo “teledirigido” es que ¡ninguno de los aludidos demuestra que el espontáneo chivato esté mintiendo! Así, no deja de ser cierto que los políticos que nos gobiernan, TODOS, tanto los que gobiernan en micro como los que lo hacen en macro (en la España cainita), ganan una pasta gansa, nos mienten con desfachatez a diario y sólo dicen la verdad cuando destapan las vergüenzas de sus oponentes. Así, no deja de ser cierto que los políticos que nos gobiernan, tanto los que gobiernan en micro como los que lo hacen en macro, son gente sin escrúpulos. Gente votada por… NOSOTROS y que mantenemos NOSOTROS. Siento ser poco creativo en el final de este panfleto pero no se me ocurre otra solución que mandarlos a la mierda en las urnas, con un voto nulo. A todos.

sábado, octubre 22, 2011

Cautivos del mal (o ¿estamos locos o qué)

Voy a hacerlo corto. Llevo pegado a la televisión desde ayer; he visto todos los programas televisivos matinales que me ha sido posible. La conclusión es que, excepto las asociaciones de víctimas, Rosa Díez (a la que por cierto se ningunea con descaro) y las llamadas cadenas televisivas de ultraderecha, no ha habido nadie que no se haya mostrado feliz y contento ante el anuncio de la banda armada. Mi sorpresa ante esa sonrisa unánime de periodistas y políticos es monumental. Y no tanto porque pueda ser más o menos escéptico respecto al comunicado, sino porque nadie ha parecido reparar en que el comunicado ha sido llevado a cabo por ¡ENCAPUCHADOS! Sólo, y con mucha tibieza, ha habido algún periodista que ha dado alguna importancia a un hecho que, bajo mi punto de vista, es tan crucial como significativo. Si la banda dice que YA SE HA ACABADO LA VIOLENCIA ¿por qué nos lo dicen con capucha? En definitiva: ha bastado que unos tipejos encapuchados digan (a 30 días de unas elecciones) lo que ya dijeron en otras ocasiones (salvando unas diferencias de matiz derivadas del uso de la corrección política), para que la gente los volviera a creer. Y, repito, no se trata tanto de que nos creamos o no su discurso, cuanto que ese discurso se encuentra dicho, de nuevo y una vez más, por unos ¡ENCAPUCHADOS! Imagine el lector que un pederasta asegurara en televisión haber abandonado su perversión con una revista de pornografía infantil en las manos. Imagine el lector, ahora, que los televisivos etarras, y al más puro estilo cinematográfico, se hubieran quitado la capucha después de leer el comunicado. ¿No habría sido distinto? ¿No habría sido esa una posibilidad que habría hecho palidecer de vergüenza la que nos han ofrecido? Y quien dice ENCAPUCHADOS dice con el trabuco entre las piernas, bien amarrado. Viva Rosa Díez. (Escrito a las 16 h. del 21 de octubre). (Y volver al post anterior)

lunes, octubre 17, 2011

Elecciones I

Hay quienes aún creen que los ricos son el principal problema del mundo. Pero los ricos, como sabe todo aquel que ha conocido a alguno, no son la caricatura que de ellos hacen el cine y la televisión. Yo, que sí he conocido a algunos, puedo asegurar que muchos tienen con el dinero un problema que señala una contradicción casi incomprensible pero real; esa contradicción que habitaba por ejemplo en Esteve Jobs y que se manifestaba en su forma austera de vivir. O por decirlo de otra forma, yo he conocido a ricos que evitaban tomarse café en la calle porque conocían perfectamente lo que en la calle costaba ese café. Y no estaban dispuestos a que su fortuna se les fuera en nimiedades cotidianas y desproporcionadamente caras.

Por tanto, si hubiera que buscar culpables al desaguisado económico que vive España no habría que buscarlos en aquellos que gestionan su propio capital como les da la gana, sino, más bien, en quienes gestionan el capital público. El problema, pues, no es el capital, como creen los beatos de la sostenibilidad voluntarista, sino el estar gobernados por unos políticos que no tienen la más remota idea de lo que vale un café en la calle. No saben lo que cuesta un café, pero al mismo tiempo son inflexibles a la hora de determinar lo que debe pagar un autónomo. Su desconocimiento de lo que le pasa al ciudadano de la calle es atroz, mostrenco, insoportable.

Ahora, sin ir más lejos, corren como locos para intentar cerrar apresuradamente una herida que es propiamente española. Y lo hacen así, a toda prisa, porque creen que ese cierre les traerá beneficios; porque al desconocer lo que le pasa al ciudadano de la calle no se les ocurre otra cosa que tomarlo por tonto; porque creen que ese ciudadano tonto -y ahora hambriento- brincará de alegría cuando se anuncie el final de ETA. Y piensan así porque, en el fondo, de verdad, el ciudadano de la calle les importa una higa. En serio. No saben nada de él porque les importa una auténtica mierda.

Parecería mentira si no fuera por lo cierto que es, pero respecto al problema del terrorismo en España los políticos demuestran tener la misma ignorancia (¿) que respecto al precio del café. Una ignorancia que o bien es sintomática de pereza o bien lo es de maldad. ¿Acaso los políticos que pretende el fin de la banda armada a costa de lo que sea no han pulsado nunca la calle? ¿Acaso no saben nada de lo que sucede en los barrios de vecinos, en las ikastolas, en los ayuntamientos, en las universidades vascas? ¿Acaso no han leído a Juaristi, a Aramburu, a González Sainz? ¿Acaso no han escuchado nunca a Savater, a Azúa, a Arteta? ¿Acaso no saben que es el miedo quien gobierna realmente en Euskadi? ¿Acaso no saben que el silencio es la humillante forma de vida que le queda a quien no tiene otra cosa sino miedo? ¿Acaso la declaración de intenciones de unos canallas puede ser suficiente para abanderar el éxito? Y aun cuando fueran ciertas las intenciones de su declaración, ¿bastaría con ello para considerar verdadero ese éxito?

Para contestar a estas y otras preguntas me remito las palabras de Aurelio Arteta. Son palabras que nacen de la reflexión profunda y no de lo que sería su exacto opuesto, la corrección política. Quizá por eso los políticos tengan oídos sordos para ellas, porque si algo define al político español del hoy es su absoluta hipocresía (respecto de lo dicho en público) en perfecta connivencia con su desprecio al ciudadano de la calle. De ahí que yo considere, de forma innegociable, su ignorancia como un signo de maldad. Sólo son algo creíbles los políticos que nada pueden conseguir realmente en las siguientes elecciones, pero dejarían de serlo cuando las oportunidades reales emergieran. Los que tienen seria posibilidades de ganarlas son todos unos necios ineptos, aunque sólo sea porque no saben lo que vale un café en la calle. No podemos permitirnos una clase política que no sabe cruzar una calle sin coche oficial. Y que habla siempre por boca de ganso.

Así Arteta:

“Lo que más temo del fin de ETA, cuando venga, es que triunfe la simplona y cómoda creencia de que sin atentados ya todo es admisible. Es decir, que lo único malo de todo este horror han sido los medios terroristas, pero no los fines nacionalistas. Que no se quiera entender que la renuncia a esos medios infames no vuelve por eso aceptables a sus presupuestos… […] Además de condenar el asesinato, habrá entonces que atreverse a juzgar la causa pública por la que se asesinó, porque no puede reemprenderse la convivencia sobre la misma creencia que la ha echado a perder”.

¿Cómo dice Sr. Arteta?
Pues que “Lo que más temo del fin de ETA, cuando venga, es que triunfe la simplona y cómoda creencia de que sin atentados ya todo es admisible. Es decir, que lo único malo de todo este horror han sido los medios terroristas, pero no los fines nacionalistas.

“Puedo esperar que, más pronto que tarde, ETA desaparezca, pero eso que a muchos les puede satisfacer a mí no me parece suficiente. Yo querría esperar que los asesinos y sus cómplices fueran capaces de reconocer su daño y pidieran perdón; que el mundo nacionalista sacara sus lecciones de tanto mal cometido y renunciara a sus falsos dogmas y pretensiones. Y, por eso mismo, que rectificasen sus políticas lingüísticas, educativas, culturales, etcétera. Me temo que lo contrario es lo más probable. Así las cosas, tal vez se logre algún día la paz, pero no será una paz justa. No vale restablecer la convivencia sin renegar de las premisas que han causado tantas víctimas?”.

¿Cómo dice Sr. Arteta?
Eso, que “así las cosas, tal vez se logre algún día la paz, pero no será una paz justa. No vale restablecer la convivencia sin renegar de las premisas que han causado tantas víctimas?

lunes, octubre 10, 2011

La gestión del arte (como espectáculo)

Hace unos días El Cultural de El Mundo publicaba un extenso y bien informado artículo que firmaba Elena Vozmediano. Se llamaba “Museos bajo control. ¿Puede funcionar un centro de arte sin director?” Había tanta información y mostrada de forma tan exhaustiva que apenas le quedaba espacio a la periodista para dar su opinión, sólo al final lo hacía. Es más, en casos como este en los que se impone el suma y sigue descriptivo, la opinión siempre queda más o menos reflejada en la misma adenda. La descripción del panorama que nos queda en España respecto a los centros de arte y museos es absolutamente desoladora. De eso trata el artículo; de ver qué es lo queda de un centro expositivo cuando el dinero de las arcas públicas no llega ni para sanidad; de ver qué queda y quién lo gestiona.

En este sentido, el texto apuesta por la enumeración de los centros de arte que están “descontrolados” y por mostrarnos acto seguido su lógica inoperatividad y su incompetencia; el desaguisado. Las tesis que mueven a la periodista en forma de desacuerdo son dos y las dos son para ella la causa de este desaguisado. Por una parte cree que los gestores de los museos deberían ser expertos (en arte, se entiende) y no políticos, y por otra que, en el modelo de financiación mixta (administración + capital privado) no deberían tener peso los responsables políticos de Cultura que forman parte del patronato. Así, para Vozmediano, los magnates que conforman el patronato son un mal menor al lado de lo que suponen los políticos en la necesaria toma de decisiones. Vozmediano quiere, en cualquier caso, más expertos en los patronatos y menos políticos y empresarios. Esto, como digo, ha sido dicho hace unos días, concretamente el 23 del mes pasado. Lo que en definitiva quiere la buena de Elena es que haya más expertos en la toma de decisiones de los centros de arte; lo que quiere es más autonomía en esa toma de decisiones y en la programación de los centros. Admite a los empresarios en la conformación de los patronatos, pero siempre y cuando no estén controlados por responsables políticos.

Mutatis Mutandi. Hace ahora 9 años escribí un libro (que nunca fue publicado) que fue el resultado de una investigación acerca de la figura del experto en el arte. Estos son algunos párrafos del mismo:

[…] Así, y pasado ese primer momento de desconcierto que llega después de un cambio de paradigma, las Consejerías de Cultura fueron afianzándose como puntales desde donde todas las iniciativas partían. Y mientras las Consejerías de Cultura comprobaban lo fácil, barato y rentable que les salía comprar a los artistas más comprometidos (comprometidos con su tiempo), las más importantes galerías privadas se vieron obligadas a buscar nuevos clientes. Con el tiempo, y en un proceso digno de ser estudiado en monográfico, los mejores clientes de las pocas galerías que subsistieron acabaron siendo, precisamente, las Instituciones políticas así como las mejores macroempresas y multinacionales (que tan bien se llevan con los dirigentes políticos).

[…] Se trata, pues, de vender y de vender lo más posible; de ahí que las mejores Galerías de Arte sean aquellas que más venden. Y que tengan los mejores clientes, tanto privados como institucionales. Porque las mejores Galerías de Arte son las que más prestigio y presencia tienen en el mercado internacional, es decir, las que más venden. Las mejores Galerías son las que más venden a los mismos Museos (públicos) y a los coleccionistas privados que compran para sus colecciones privadas, colecciones que se hacen, fundamentalmente, para estar a buenas con la Institución, Institución con la que convendrán interesantes apaños fiscales. Los patronatos de los museos tendrán de esta forma un fuerte e inevitable componente político por cuanto los presupuestos de compra parten del dinero de la Administración, y los coleccionstas privados tendrán un fuerte componente institucional debido al intercambio de favores comentado (desgravaciones, blanqueos, donaciones...). Por otra parte, muchos de los magnates que compran a las mejores galerías de arte forman parte del patronato que debe gestionar la compra de autores que se encuentran en su colección privada. […]

[…] Carece totalmente de sentido pretender que los dirigentes que gestionan el Arte Contemporáneo sean independientes, puesto que el Arte Contemporáneo existe debido, sólo, a quienes lo compran. Porque quienes lo compran son, ni más ni menos, que los dueños del Arte. Así, pensar que el verdadero entendido es el experto que aconseja y no el coleccionista que compra es uno de los insultos más graves que puede recibir quien verdaderamente insufla vida a la penosa existencia del Arte actual; y el coleccionista que compra ama profundamente, como hemos indicado, al político que le permite medrar. Pensar que el futuro del Arte debe estar fuera del alcance de las manos de sus propios dueños es una de las ingenuidades más grandes que puede pensar quien no sabe qué es el Arte. Pensar que los dueños del Arte no tienen derecho a velar por sus intereses cuando han sido ellos los que han respondido a la llamada de los expertos y de los desamparados artistas es una de las ingratitudes más insultantes que pueden recibir los que apoyaron la causa... invirtiendo. Sólo mientras haya compradores habrá Arte Contemporáneo. Y quien dice compradores dice gente que ponga dinero para promover ese Arte. Les guste o no a esos románticos gacetilleros que quieren imponer una determinada forma de gestión cultural sin haberse mojado siquiera los tobillos.

[…] La cuestión de fondo es que todo Museo tiene unas responsabilidades, por lo que es importante la figura del gestor de Museo. De ahí que ante cualquier crisis desatada se acabe cuestionando la figura del gestor. Sobre todo cuando la gestión es llevada a cabo por gente de negocios en vez de por expertos. Como si el Arte no fuera un negocio; como si el Arte no dejara de existir si no fuera, antes que otra cosa, puro negocio; negocio para los artistas, negocio para los galeristas, negocio para los comisarios; negocio para los coleccionistas (ya sean traficantes de armas o de droga, ya sean banqueros, ya sean petroleros, etc.); negocio para las agencias de publicidad, negocio para la Administración; negocio para el Estado.

[…] La pregunta ahora podría ser: ¿cómo puede exigirse independencia en la toma de decisiones cuando la imposibilidad de esa independencia ha sido provocada por parte de quien ahora la exige? O dicho de forma más directa, ¿cómo se le puede pedir al Estado o a Coca-Cola que no intervengan en las decisiones del Museo si ese Museo es lo que es gracias al Estado y a Coca-Cola?

Da capo. Y aún hay quien cree que el arte y los artistas se encuentran en la brecha de un sentir (y un actuar) progresista, cuando en realidad el mundo del Arte se trata del “lugar” donde se encuentra concentrado uno de los índices más altos de conservadurismo.

jueves, octubre 06, 2011

Lugares que no son nada (e inmersión lingüística)

Hace calor, así que decido ir a la estación y esperar tranquilamente a que salga el tren. Cualquier cosa es mejor que pasear por las calles con este calor pegajoso. Al taxi le cuesta encontrar un hueco para estacionar mientras el contador no cesa de moverse, sin ruido, a lo digital. Entro en el recinto y no siento ningún especial cambio de temperatura. Me extraño y me digo a mí mismo que debe deberse al excesivo calor de la intemperie, así que acelero el paso con el fin de encontrar la zona libre de influencias externas. No llega. Deambulo buscando un poco de fresco: empresa inútil. Bueno… parece que aquí en esta esquina… corre un… No, ha sido mi ansiedad la que me ha despistado. La estación está, efectivamente, recalentada. Como no voy cargado con bultos decido insistir en la búsqueda de un respiro. Debe haber algún sitio fresco en algún lugar de esta inmensa estación repleta de gente que se encuentra a la espera de su tren, me digo a mí mismo, a quién si no.

Giro por un lado, salgo por el otro, me desvío unos metro por aquí, rectifico mis pasos hacia allá, rodeo la cafetería que está abierta en el mismo interior de la estación, me introduzco unos metros en ella… pero nada; nada de nada: un infierno en toda regla. Y la estación a reventar de gente que espera la salida de su tren. Los guiris tumbados en los bancos, las señoras abanicándose, los playeros con su sombrilla al hombro, los precavidos erguidos ante los paneles indicativos, las madres apaciguando la inquietud de los niños y los adolescentes en el suelo. Nadie (yo incluido, cosas de las apariencias) parece sufrir las inclemencias de un calor que es muy parecido al del exterior pero que es en realidad más insano, más recalcitrado. Más humillante, en definitiva. Y para rematar, cada dos minutos alguien habla a través de una megafonía que obliga a todos los viajeros a permanecer atento a las pantallas indicadoras. ¿Pero es que nadie se percata de lo extremo de esta anormal situación?, me pregunto a mí mismo que deambulo como si nada pasara. Quizá, me digo a mí mismo, sea yo el único que siente (y no manifiesta) este agobio asfixiante de entre estos miles de viajeros. Si bien pensado no sé nada de lo que piensan las aposentadas señoras que se abanican incansablemente, nada de lo que piensan los sonrosados guiris somnolientos, nada de lo que piensan los inmortales adolescentes que al menos tienen el culo frío. Sólo sé que me resulta extremadamente inaudita esta insalubridad. Sólo sé que miro al rededor y no sé.

Anuncian el andén de mi tren a media hora de la partida. Hacia allí que voy, todo sea por cambiar de aires, me digo a mí mismo. Hay que hacer una cola de cerca de 50 metros. Vale, me sigo diciendo, todo sea por cambiar de aires; tengo que salir de este enorme espacio insano. Hago pues una cola en la que hay mucha gente con bolsas colgadas del cuello y transportando unas maletas “jumbo” que arrastran dificultosamente. Nadie se queja. Pasamos por un control y se nos redirige hacia abajo, hacia los andenes. Bajamos en fila india. Mansos y con las maletas “jumbo” golpeando todos y cada uno de los escalones. Se trata de un descenso al verdadero infierno. La temperatura debe haber subido al menos 10 grados más. El calor es ya casi de sauna. Pero nadie se queja, como mucho se abanican. Un sótano inmundo.

Una vez llegado abajo pienso que pagaría casi lo que me pidieran por volver a la superficie, al pringoso calor del purgatorio. Pero es imposible, el trayecto es irreversible. El tren no se encuentra aún situado en la vía y una azafata nos indica hacia dónde debemos dirigirnos para aproximarnos al vagón que nos corresponderá. Y para desde allí seguir esperando, a más de 45 grados. Nos reparte por un andén estrecho que se encuentra ocupado casi en su totalidad por la misma escalera de escalones de hormigón. Así, el andén se reduce a poco más de un metro por el lateral, ese andén por el que debemos ir pasando decenas de viajeros con el fin de llegar al punto donde nos ha enviado la amable azafata. Hay ya gente esperando en ese tramo, por lo que hay que pasar rozando el abismo de la vía, y muchos lo tienen que hacer con sus maletas “jumbo”. El aire se encuentra intoxicado por los gases que desprenden las máquinas de docenas de trenes que pasan por los andenes vecinos y el ruido que producen es ensordecedor. Nos espera a todos media interminable hora en el infierno.

En un hermoso texto (publicado en Revista de Occidente) Julio Baquero Cruz elabora una pequeña y curiosa taxonomía de la topología vital y llega a la conclusión de que “hay lugares que lo son todo, lugares que son algo y lugares que no son nada”. En los primeros puede alcanzarse la plenitud sin esfuerzo alguno porque es el propio lugar quien la alcanza a través de nosotros; los segundos no son –según Baquero- completamente inhóspitos y por ello toca hacer un esfuerzo para estar a gusto en ellos; en los terceros, es decir, en los lugares que no son nada, estamos abandonados a nuestros propios recursos y la plenitud es una quimera. Quien la ha llevado la entiende: aunque parezca mentira la estación Sants de Barcelona es un perfecto lugar que no es nada. Seguramente, me digo a mí mismo, debe deberse a que a nadie parece importarle. Y también, digo yo, a unos políticos que se encuentran inmersos en su propia gramática; en su propia sopa de letras.

Post Scriptum. Me he tomado la molestia de preguntar a algún conocido de Barcelona por el estado de las cosas en lo que respecta a la estación de ferrocarriles de su ciudad. Más que nada por si el relato de mi experiencia no hubiera sido, después de todo, más que el producto de una visión excesivamente subjetiva o coyuntural. Sólo decir que su respuesta verbal ha dejado mi narración en un cuento de hadas.