domingo, enero 15, 2012

Mentiras e impudicia

Negar la existencia de la verdad es dar manga ancha al sentimentalismo, ¡bobo!, -le dije-.

Post Scriptum. La primera en la frente. La primera declaración del nuevo y recién estrenado Presidente de Gobierno se corresponde con una MENTIRA. Su desconocimiento del decimal exacto respecto al déficit real no es causa suficiente para rechazar el término mentira en toda su extensión. Así, primera declaración, primera mentira. Y no pasa nada. Absolutamente nada. ¿De qué sería señal?, ¿qué señalaría el hecho de que la mentira campe a sus anchas sin obstrucción alguna en la política española? De hecho se miente, desde hace unos años, constantemente desde todas las instancias políticas que detentan poder. Y si se miente, y además con descaro y desfachatez, es precisamente porque la mentira es, ya, absolutamente inocua.

La cosa no resulta fácil de entender: Rajoy no sólo miente sino que además sabe que “todos” saben que se trata de una mentira. O dicho de otra manera: Rajoy sabía que resultaba perfectamente despreciable la cantidad de gente que podría creer (la verdad de) su afirmación y eso no le impidió pronunciar la mentira. Así, curiosamente, la mentira como una estrategia segura respecto al fin que se prevé: el del inmovilismo de la sociedad; pero no una sociedad cualquiera, sino una sociedad que se sabe gobernada por la mentira. Y que no le importa. Rajoy ha mentido, en definitiva, porque sabe que además de inocua la mentira política es, en un país adocenado intelectualmente, invencible. Rajoy ha mentido porque sabe que ya nadie quiere saber nada de la razón.

Rajoy sabe, como saben todos los políticos de esta España infausta, que el ciudadano no quiere argumentos razonados… porque no es la “razón” lo que se le ha inculcado y por lo tanto no está preparado para ello. Las humanidades fueron desapareciendo del mapa escolar al mismo tiempo en que se imponía la Corrección Política impuesta fundamentalmente desde un Sistema Académico hipócrita. Razonar es una pérdida de tiempo en un mundo que sólo admite UNA opinión pública. Razonar es una pérdida de tiempo en un mundo que se adapta a la demanda de las empresas; una pérdida de tiempo en un mundo regido por lo mercantil (¡Ay Bolonia!). Rajoy, sabe, como saben todos los políticos, que a falta de otras cosas en España se argumenta por sentimiento. O sea, no se argumenta.

El Sistema Académico Español lleva años desprestigiando la Verdad a instancias de una suerte de relativismo que fue importado, a su manera, de una metodología de campus universitario anglosajón. Pero dadas las características continentales de España y dados sus particulares condicionantes de estulticia intelectual históricamente cotejada, importó ese relativismo burlándose de la filosofía analítica y convirtiendo los estudios culturales en un juego para doctorandos y medradores españoloides. Un despropósito. Y de ahí que el relativismo español contenga características propias y de ahí que, por ello, podamos hablar de un relativismo folklórico, o de un relativismo de castañuelas. Que no es otro que un relativismo que no conformándose con despreciar la Verdad, se decide por la defensa a ultranza de la mentira. El proceso es complejo y digno de estudio porque en principio una cosa no lleva, al menos necesariamente, a la otra. En cualquier caso, un mundo en el que todas las opiniones valen lo mismo es un mundo perfectamente preparado para que reine la mentira. La mentira es invencible aunque sea sólo porque se basta a sí misma para ser. La mentira es la única verdad (rentable) en un mundo sin verdades. Ya no se trata de convencer mediante la razón o el embelesamiento (Teodoro y Apolodoro) porque ambas posibilidades exigen aún un esfuerzo argumentativo que ya nadie contempla. A la mentira, sin embargo, sólo le hace falta ser pronunciada para imponerse y triunfar. Y triunfará mientras el ciudadano prefiera creer que todas las opiniones valen lo mismo.

La perversidad de la Corrección Política consiste en eso, en haber generado su necesidad entre quienes no pueden renunciar a ella aún cuando se encuentren perjudicados por ella. El ciudadano español soporta el alud de mentiras constantes de sus dirigentes porque ante la tesitura que se le plantea prefiere creer que sus opiniones valen lo mismo que las de cualquier otro. Renunciando con ello a la otra vía, la de creer que hay verdades más verdaderas que otras. Mientras esa preferencia se encuentre instalada en la Opinión Pública la mentira campará a sus anchas. Y predominará el sentimentalismo.

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