sábado, marzo 31, 2012

Indignados+teléfonos móviles=?

Para empezar cuatro afirmaciones irrefutables a modo de premisas, que al final ya vendrá la conclusión:

1.Las compañías de telecomunicaciones son la auténtica personificación del mal
2.Cuando se muera se lo comerán los gusanos
3.Todos sus amigos dicen de él que es una buena persona
4.Por cierto…

Respecto a la primera: Cuando hablo de personificación sé muy bien de lo que hablo. Y no tanto por hablar desde la particularidad, sino por entender que el mal que infligen no es un mal indirecto y mucho menos abstracto; se trata de un mal radicalmente directo e indiscriminado. El Mal. Como TODOS saben no hay compañía de telecomunicaciones que no haya mostrado un auténtico desprecio por el usuario, por todos los usuarios. Es más, el mal que puedan infligir los políticos (tan denostados de un tiempo a esta parte, y con razón) a los ciudadanos es un mal menor al lado del verdadero mal, el que nos infligen quienes controlan la comunicación en el mundo. Lo apuntaba en otro post cuando transcribía las conversaciones mantenidas con mis alumnos: ni uno solo podía hablar bien de ninguna de las compañías y más de uno había con contenciosos en marcha. Ésta y no otra es, por cierto, la razón por la que entiendo el activismo como única posibilidad de confrontación respecto a las humillaciones sufridas por los ciudadanos. Puestos a carecer de recursos intelectuales (y en este sentido ¡hay que joderse!), hay que volcarse en “la acción”. Y “la acción” no es quemar contenedores, sino ¡teléfonos móviles! Creo que podría decirse de otra forma siguiendo los resultados de las Elecciones Andaluzas: mientras los ciudadanos andaluces mostraban su lado cainita (que no es otro que aquel al que se les induce y del que al parecer no quieren escapar) las compañías telefónicas se lucraban de forma tan desproporcionada como monstruosa. Nada más y nada menos que 350.000 euros era (ES) la cantidad que la Junta de Andalucía pagaba (PAGA) al mes en facturas de telefonía móvil oficial. Con 38.000 terminales con gastos a cuenta de la Junta. En fin, que no hay NADIE, NADIE; que no haya sufrido en sus carnes las humillaciones que con asertividad nos infligen las compañías de telecomunicaciones. Nos han cobrado verdaderas fortunas cuando las vacas gordas; nos han dificultado hasta la extenuación las bajas solicitadas; nos han hecho perder tiempos infinitos e irrecuperables colgados del teléfono hablando con máquinas ineptas; nos han atendido cientos de sudamericanos desconcertados y mal pagados que decían no poder hacer nada; nos han cobrado facturas fantasmas por las que nadie respondía; -conseguida la baja- nos ha llamado una especie de directiva muy circunspecta hablando, ahora sí, en perfecto español, para regalarnos algo a cambio de continuar; nos han cobrado suplementos extraños de los que nadie se responsabilizaba; nos han mandado mensajes que no habíamos solicitado; y a veces hasta nos los han cobrado; nos han cobrado más a los que llevábamos años de fidelidad a nuestra respectiva compañía que a los nuevos clientes, etc. No nos gobiernan los políticos, nos gobiernan las compañías de telecomunicaciones.

Respecto a la segunda: Es cierto, cuando se muera se lo comerán los gusanos. Y si no, se lo comerá el gran amigo de Prometeo. En cualquier caso será devorado. Como cualquier otro, pero él también. Aunque ahora sea el hombre más rico del mundo, de la Tierra. El supermagnate de las telecomunicaciones. Cuando Carlos Slim muera… habrá desaparecido totalmente. Se habrá quedado sin casas, sin coches, sin empresas y sin relojes de plástico; se habrá quedado sin NADA.

Respecto a la tercera: De todos es sabido que el poder tiene eso: que atrae y gusta. Los muy poderosos siempre tienen satélites a su alrededor dispuestos a alabar y elogiar la persona por encima del cargo (de político o de supermagnate). Lo saben Ustedes mejor que nadie: ante las lógicas dudas que emergen del ejercicio del Poder siempre hay alguien allegado al poderoso dispuesto a cantar alabanzas. Alabanzas que con toda seguridad serán el producto de la sinceridad. El poder tiene eso: que atrae y gusta. Estoy absolutamente seguro que quien tiene la confianza de, pongamos Chaves (o Ahmadineyad, o Slim, que son poderosos, que ostentan poder), y por ello cena con él (cualquiera de ellos) a la luz de las velas de vez en cuando, es absolutamente sincero en sus cantos gregorianos. No debería sorprendernos, por tanto, que los calificativos sobre su amigo fueran eufóricos. No debemos olvidar que tanto los dictadores como los padrinos tienen siempre al lado gente que cree, no sólo en la humanidad del personaje, sino en su misma bondad. Siempre ha sido así, es así y así será. Por eso, una de las estrategias de todos los poderosos posmodernos ha sido obtener la máxima cantidad de gente posible que pueda responder como si de un amigo se tratara (“viva el twitter”). La obsesión de los poderosos posmodernos es que haya mucha gente que los alabe y elogie como personas, no como seres poderosos e influyentes. Muchos son tan hábiles que hasta lo consiguen. El caso de Carlos Slim es ejemplar. Muchas de las noticias que sobre él aparecen hacen referencia implícita a su “bondad”. En El País, sin ir más lejos, apareció esta noticia: “Quienes tienen la fortuna de conocerlo se empeñan en decir que es un tipo corriente, campechano, que a veces usa reloj de plástico, detesta la ostentación que representan los aviones privados y las mansiones de lujo y sigue usando una libreta para apuntar con pulcritud de tendero los ingresos y los gastos. Que disfruta con cosas tan mundanas como el béisbol -es forofo de los Yankees de Nueva York- y las reuniones familiares”. Puede que todo eso sea cierto y por ello es absolutamente creíble que sus amigos digan de él que es una gran persona. Y porque además dona unos cuantos millones de dólares a programas de apoyo a la niñez.

Respecto a la cuarta. Por cierto, y aunque lo diga simplemente a modo de anécdota: yo conozco a un forofo, no de los Yankees sino del Valencia Club de Fútbol que es un violento maltratador de mujeres; y también a un enamorado de su familia que es un sádico con las putas que paga la empresa los días de "reunión"; y a un asesino en serie que suele vestir un Casio.
Por cierto, uno de los mejores amigos de Carlos Slim es Felipe González.

Conclusión. Muchos jóvenes están indignados ante la corrupción. Con toda la razón del mundo. Están cansados de los tejemanejes de los políticos, de sus componendas, de las comisiones, de las connivencias, de las prebendas, de las prevaricaciones, de los “regalitos”, de los sobornos, de los tráficos de influencias. Esto es, están hartos de que TODO TENGA UN PRECIO. Y con razón. Por eso, lo que a mí me indigna (no voy a ser menos) es que haya tantos jóvenes indignados que no quieran darse cuenta que la maldad se expresa a través de quienes ¡les han comprado, y además por un simple plato de lentejas! No deja de ser tan curioso como significativo que se indignen con quienes quieren comprarles, ¡pero no con quienes ya les han comprado!

Como vengo diciendo de un tiempo a esta parte, la solución no se encuentra en el pancarteo ni en la mani, sino en una suerte de activismo que incluya esfuerzo y renuncias. Los políticos son seres de Walt Dysney al lado de los supermagnates de las telecomunicaciones, pero a los jóvenes indignados no les interesa darse cuenta de ello. Entre otras cosas porque se han dejado comprar por ellos. La única solución con reales posibilidades de éxito sería quemar masivamente los móviles en la Plaza Mayor, pero ¡ay!, resulta que todos ellos tiene que soportar su particular contrato de permanencia, el que firmaron para que se les “regalara” el dispositivo de última generación. Ni siquiera, pues, por un plato de lentejas, sino por un puto dispositivo.
Indignados+teléfonos móviles=¡qué risa marialuisa!

lunes, marzo 26, 2012

El arte de ser o no ser Chillida

(O el interés por lo interesante)

No siempre las cosas suceden como a uno le gustaría. Ni siquiera las cosas suceden casualmente. Pero el caso es que suceden aún cuando pudieron ser inimaginables.

Yo estaba dispuesto a ver una cosa cuando al parecer me encontré con otra. Llegué a casa aproximadamente quince minutos antes de que comenzara el documental por el que precisamente había llegado a casa 15 minutos antes del horario en el que estaba previsto diera comienzo. Así que encendí la televisión y esperé a que comenzara ese documental, un documental sobre Chillida. Me encontraba realmente interesado.

Sin embargo, curiosamente y en contra de lo previsible, a la hora prevista comenzó otro documental al parecer bien distinto. Un documental por el que yo jamás habría llegado a mi casa quince minutos antes de que éste diera comienzo. Nunca habría mostrado interés en ese documental y por tanto nunca habría tenido interés en llegar a mi casa para ver ese documental. Nunca habría visto ese documental de no ser porque no me lo esperaba. Así, vi ese documental que no me esperaba simplemente porque me lo encontré esperando otro. Pude haber desistido a su inicio, dado que al parecer nada tenía que ver con lo que me esperaba, pero el caso es que acabé viendo ese documental que trataba de esos campos de cultivo que, de la noche a la mañana, aparecen misteriosamente remodelados formando enormes figuras que sólo pueden ser plenamente captadas visualmente desde vistas aéreas.

Lo denominaban fenómeno extraño, y como todos los fenómenos así denominados, se trata de un fenómeno para el que al parecer no hay explicación racional. La cuestión es, como decía la voz en off, que de la noche a la mañana un campo de cultivo, pongamos de trigo, aparecería “dibujado” con enormes y misteriosas figuras; pero no atendiendo a los ciclos del cultivo, ni debido a los efectos de algún factor meteorológico, sino debido a algún tipo de misterio. El Misterio.

Las figuras, decía el locutor, eran demasiado grandes para haber sido ejecutadas en una sola noche. Además eran demasiado perfectas y no se conocían medios humanos que pudieran servir para los efectos, continuaba diciendo el locutor. Todo era un misterio para el narrador de este documental que mostraba el extraño caso de los campos de cultivo como un fenómeno sin explicación; un fenómeno extraño, paranormal. Durante los primeros 40 minutos el documental no hizo otra cosa que hablar de misterio. Se barajaron durante esos 40 minutos varias hipótesis, todas ellas rápidamente descalificadas por inservibles.

Pero entonces, sólo entonces, justo cuando faltaban 10 minutos para que el documental se acabara, el locutor va y da un giro al asunto y se pone a explicar cómo se llegó a pensar en la posibilidad, eso sí, remota, de que después de todo fueran simples seres humanos los que en una irrefrenable travesura hubieran ejecutado las misteriosas formas. Es decir, después de 50 minutos convenciendo al espectador del misterio de lo inexplicable el locutor va y explica cómo se decidieron ubicar unas cámaras infrarrojas ocultas. El video tomado con cámaras provistas de película de alta sensibilidad mostraba a dos personas realizando nuevas figuras en el campo filmado. Es decir demostraba, a 5 minutos de concluir el documental, que dos personas ataviadas con herramientas más bien rústicas habían sido los autores de las misteriosas figuras. Fin del documental de 50 minutos.

Es decir, que aunque me hubiera parecido estar viendo otro documental lo que verdaderamente vi fue el documental sobre Chillida.

viernes, marzo 23, 2012

Que ¿por qué?

Quizá tenga una explicación ese sibilino y perverso miedo al éxito.

Nos encontramos en un gran anfiteatro desde el que vemos la función estupendamente, pero además, y precisamente por encontrarnos todos “reunidos” en el mismo “espacio”, estamos perfectamente observados por quien detrás de bambalinas nos vigila, atendiendo a todos y cada uno de nuestros movimientos. De hecho, la función (obra representada) es siempre el producto de las conclusiones extraídas del análisis de nuestros gestos, los de los espectadores. Tal es su nivel di vigilancia y análisis que las funciones terminan siempre por ser modelos de lo que se espera de los espectadores. Pero nosotros, los espectadores, parecemos encantados con la función. Es más, parece gustarnos tanto la función -que nos entretiene- que no estamos dispuestos a que surjan aguafiestas. Y por eso nos convertimos en vigilantes de nuestros compañeros de anfiteatro. Algo que hacemos, sólo, porque nos libra de mosquearnos con quienes nos vigilan, que es más engorroso y sobre todo más comprometedor. Mientras la función continúa.

Debord maridado con Focault: el espectáculo aliado con la vigilancia. La perversión en estado puro. La risa entremezclada con el miedo. El Club de la comedia visto desde la cárcel.

jueves, marzo 22, 2012

Homo ludens… y distraído

Valencia acaba de salir de sus fiestas patronales, la Gran Fiesta. Se calcula que ha tenido más de un millón de visitantes ebrios de entretenimiento. Así son las fiestas patronales de todas las ciudades, de todos los municipios por pequeños que parezcan: una magnificación del entretenimiento. Cada municipio a su manera y en su proporción. Da igual el carácter que originariamente tuvieran las fiestas patronales, la cuestión es que ahora son siempre la excusa para salirse del propio cuerpo y vivir ajeno a uno mismo y a su circunstancia. Toda fiesta es, ahora, un carnaval. Digámoslo sin ambages: dos millones de personas paseando por Valencia en fallas y divirtiéndose son un exponente; un exponente de la verdadera Realidad; una muestra y una explicación de la peculiaridad de la crisis española. La que nos sitúa en la cola de la cola europea.

Mutatis mutandi. Tan solo hace 20 días –es decir cinco días antes del comienzo de sus fiestas patronales- Valencia era la pura representación de la insatisfacción juvenil. Valencia era un hervidero de manifestaciones que se sucedían con la voluptuosidad y la frecuencia que exigen ciertas circunstancias insoportables. La insatisfacción de los jóvenes valencianos se hacía evidente, precisamente, ante la necesidad de que sus muestras de malestar fueran frecuentes.

Por circunstancias que no vienen al caso me adherí a una de esas multitudinarias y reiterativas manifestaciones que casi a diario se producían hace ahora 20 días. Por supuesto que no pude evitar fijarme en los manifestantes (y no necesariamente en su calzado; ver post anterior). Mi conclusión no fue muy esperanzadora respecto a los logros que con ella se pretendían. Con independencia de sus intenciones, siempre nobles, yo no veía en ellos ninguna posibilidad real de éxito; el éxito que espera obtener todo manifestante cuando necesita expresar pública y pertinazmente sus quejas ante el Poder que le humilla. Observando sus actos y escuchando sus consignas yo veía a unos sujetos que no querían realmente obtener ningún éxito, quizá por no saber en qué consiste verdaderamente el éxito. Cosas del relativismo del que tan bien se nutren cuando les interesa, dicho sea de paso. O de la ignorancia. O quizá por tenerle pánico al éxito, después de todo. Porque, es cierto, existen ciertas personas con “aparentemente reales” ganas de tener éxito que son, en el fondo, unos amantes encubiertos del fracaso, de ese fracaso que “necesitan”. Y quien dice personas dice colectivos. Me acuerdo, sin ir más lejos, del extraordinario diálogo que mantienen George C. Scott y Paul Newman en El buscavidas. En ese diálogo queda perfectamente explicada la posibilidad que en un sujeto coexistan las potencialidades reales del éxito (debido a la posesión de una excelencia y un poder real en potencia) y por otro la extraña y perversa atracción hacia el fracaso. Todo, claro, con un “aparentemente real” deseo de éxito. Veamos: la conversación tiene lugar después de que el Gordo de Minnesota desplumara a Eddie Felson (Newman) en una partida de billar de 48 horas en la que Felson comenzó ganando.

Bert Gordon: […]Lo que tú no necesitas es un pretexto para perder. […] No hay un mejor jugador de billar que tú si juegas como la otra noche. Tienes talento.
Eddie Felson: Pues si tengo talento, ¿qué me hizo perder?
Bert Gordon: Tu carácter
Eddie Felson: ¡Qué tontería!
Bert Gordon: Sabes que digo la verdad, todos tenemos talento ¿Crees que el Gordo de Minnesota tiene fama de ser el mejor por su talento? El Gordo de Minnesota tiene más temperamento en un dedo que tú en todo tu cuerpo. ¿Puedo hacerte una observación personal?
Eddie Felson: ¿Más de las que me ha hecho?
Bert Gordon: Eddy, has nacido para perder.
Eddie Felson: ¿Qué he nacido para perder?
Bert Gordon: Por primera vez en 10 años vi al Gordo de Minnesota hundido, acorralado… pero le dejaste escapar. Tenías el mejor pretexto del mundo para perder. No importa perder con una buena excusa, pero ganar… resulta a veces como una carga, pesa mucho, Perder es un fardo del que puedes deshacerte con una excusa; lo único que tienes que hacer es compadecerte a ti mismo. Es uno de los mejores deportes, sentir compasión de uno mismo, es un deporte que gusta a todos, especialmente a los fracasados.

En cualquier caso la cuestión es que fijando mi atención en los manifestantes yo sabía que llegadas las fiestas patronales todos ellos se iban a abandonar a su propia carne e iban a olvidarse del gravísimo problema que, además de acuciarles, les inducía a manifestarse con frecuencia lógicamente desaforada. Sabía, por tanto, que se iban a integrar perfectamente en la fiesta: que iban a tirar petardos por la calle, que iban a visitar las fallas de la sección especial, que iban a tomar buñuelos con el típico blusón valenciano, que iban a acudir puntualmente a la mascletà diaria, que iban a tomar el chocolate del consabido resopón de madrugada, que iban a bailar Paquito el Chocolatero; en definiva, sabía que iban a olvidarse de la presión monstruosa que verdaderamente nos inflige este deplorable e incompetente Estado Español. Mucha gente los disculpa por considerarlos sólo víctimas. Mi teoría es que, como Paul Newman en esa primera instancia en la que le inculpan de ser responsable de su propio fracaso, nadie de la manifestación aceptaría que su inconsciente le estaba traicionando justo allá donde precisamente se situaba su primer objetivo.

Como en todas las manifestaciones, gritaban consignas sobre aquello que no querían, pero sin saber qué es aquello a lo que deberían renunciar si quisieran de verdad hacer efectivas ciertas aboliciones. Porque si algo ha quedado claro en los últimos tiempos es que los jóvenes no quieren renunciar a todos aquellos beneficios que les ha proporcionado un Sistema que en el fondo les ha condenado. En este sentido, sólo serán eficaces las respuestas novedosas y no las respuestas que se caractericen por ser iguales a las de otros tiempos ya periclitados; los presupuestos de la era digital nada tienen que ver con los presupuestos de la era analógica. Ahora ya no sirve pasearse en grupo por la calle con pancartas y cantando consignas, ni siquiera sirve de nada quemar contenedores. Hoy sólo servirá a los jóvenes producir acciones que les exculpen de complicidad y connivencia con el mal, y eso sólo será posible haciendo renuncias, grandes y costosas renuncias (lo siento). Si en vez de protestar a la (ya) vieja usanza hicieran por ejemplo una hoguera con sus teléfonos móviles en la Plaza Mayor otro gallo cantaría. Con sólo dos millones de jóvenes que quemaran en público los teléfonos móviles (que pagan sus padres) bastaría para abrir una vía de esperanza. No hay que gritar, sólo hay que acometer actos que necesariamente incluyan una esforzada pero significativa renuncia. Actos, entonces, que dejarían KAO a quienes verdaderamente siguen infligiéndonos humillaciones mientras de ello se benefician.

Pero el sujeto del hoy es un sujeto distraído en la doble acepción del término (sabemos que cuando se ha producido un robo se habla muchas veces de distracción: “se han distraído 5 kilos de marihuana en…”) Así, el sujeto del hoy vive despistado además de distraído de sí mismo en la práctica del entretenimiento. Y después quiere arreglarlo todo con pancartas. La verdad es que la Cultura de la Queja ha hecho estragos.

Post Scriptum. Han sido éstas las fiestas más exitosas de la historia de Valencia. Más gente que nunca y más gasto que nunca. Viendo Valencia en fallas este año nada habría hecho pensar en la crisis. El exceso ha sido total y se ha tomado la calle como nunca. Jamás había yo visto tantas carpas, tanteas calles cortadas, tantos puestos ambulantes de comida, tantos mercaditos de artesanía organizados, tanto bullicio, tanto movimiento, tanta grasa en el ambiente. Tal ha sido el éxito que los comerciantes han pedido a la Administración que en el futuro las fiestas duren un mes en vez de una semana (Titular de portada de periódico). Me temo que con independencia de decisiones políticas muchos se mostrarán de acuerdo ante la petición de los comerciantes. Los estudiantes (¿jóvenes?) los primeros. Esta semana, sin ir más lejos, han aparecido por mi clase la mitad de los alumnos. La resaca, supongo. Es cierto que durante la semana previa a las fiestas ya hubo alumnos que faltaron con la excusa de la semana partida. Y en estas dos siguientes semanas faltarán de nuevo porque están encima las fiestas de Pascua, que también empiezan en una semana partida. Una especie de gran puente, supongo. Después vendrá la primavera, que la sangre altera y después los exámenes (y el calor, la playa, los bañadores) que les impedirán acudir con normalidad a las clases. Mientras tanto es probable que se manifiesten las veces que haga falta entre recorte y recorte. En fin: NADA. Y después 3 a 4 meses de vacaciones. Y twitter a manta.

domingo, marzo 11, 2012

Poderes

Las cosas suceden con independencia del nivel de escepticismo que pueda contener la humanidad entera.

Jamás pensé que pudiera sucederme a mí, pero una realidad ajena a mis deseos y a mi voluntad se impuso; o mejor dicho, se me impuso. Seré claro y directo: no sé muy bien por qué pero la cuestión es que de un día para otro he adquirido, digamos que ciertos poderes. Y lo digo yo que siempre me consideré un escéptico radical. En efecto, como si de una venganza se tratara la cuestión es que mi ya pretérito alto grado de escepticismo se ha visto pisoteado por la cruda realidad, en este caso la realidad experimentada en mis propias carnes. Y debió ser de alguna forma previsible, pues como apuntaba el infalible Hegel en su Fenomenología, no se puede ser siempre escéptico en todo y a toda hora.

Así, y por ir al grano: de un día para otro he adquirido ciertos poderes; o por decirlo de forma más concreta: desde hace unas semanas me he convertido en vidente. Me arroba decirlo así, pero la afirmación se corresponde con una verdad tan categórica que tengo claro que se trata de la forma más honesta de decirlo. Soy vidente; es decir, tengo la facultad paranormal de ver el futuro. Al principio no fue más que una sensación de preclaridad, pero con el tiempo fui viendo que se trataba de algo más. De hecho intenté no contarlo a nadie, pero al final emergía de tal forma mi videncia que no pude evitar hacer uso de ella en mi entorno.

No sé cuál es la causa de todo esto, pero la verdad es que soy capaz de prever ciertas “cosas” que todavía se encuentran por acaecer. Soy capaz de ver más allá, eso es todo. Tal es la capacidad que ya recibo peticiones de amigos de amigos que pretenden una cita conmigo. Bueno, para ser sincero, debo decir que se trata, más bien, de amigas de amigos, ya que las peticiones de citas vienen del lado femenino de forma abrumadora (sólo dos hombres me han solicitado cita). La cuestión es que me ha pillado todo por sorpresa, así que, aunque sólo sea por lo novedoso del asunto y sobre todo por lo increíble del mismo, he cedido a la tentación de confirmar mis poderes. Y he accedido a verme con ellas habiendo primero aclarado mi anti-profesionalidad. Lo curioso del asunto es que cuando, quizá por pudor, me he visto obligado a dudar de mí mismo debido a mi pasado escéptico, el interés ha siempre aumentado.

Mi metodología es, lógicamente (¿) intuitiva, pero la hay. Es extraña y heterodoxa pero no por ello deja de ser metodología. Todavía no se la he contado a nadie, pero me atrevo a contarla aquí porque he comprobado, a lo largo de los 4 años que llevo escribiendo este blog, que la gente de mi entorno (entre ellos mis propios amigos) no me lee. Que yo sepa sólo me lee uno, “Chiqui” Peiró (con el que me he cruzado 3 o 4 veces en la vida), y sé que me lee porque me lo cuenta su hermano, que es verdaderamente mi amigo y no me lee. Así pues, puedo contarlo sin que ello me cree un perjuicio de over-booking. Allá va: para “conocer” el futuro de la persona que sale a mi encuentro sólo tengo que fijarme en su calzado. Sí, en su calzado. Resulta sorprendente, pero no por ello menos cierto: basta una simple mirada de soslayo al calzado de alguien para entrever las grandes líneas maestras de su futuro. Veo el calzado de alguien y “veo” su futuro. Veo calzados y me advienen unas imágenes que, al menos en principio, no tienen una conexión clara con el lenguaje verbal. Así, creo que con independencia del poder que sin duda poseo, hace falta cierta cualificación para traducir al lenguaje lo que no son más que inconexas imágenes oníricas. Quizá ese sea el verdadero poder: el de saber traducir lo que todo el mundo “ve” sin verlo.

Hasta ahora no he fallado con ninguno de los que me han solicitado audiencia para mi videncia. Pero no se vaya a creer el lector que esta facultad la poseo sólo con los allegados. ¡En absoluto! La poseo respecto a todos los seres humanos con los que me cruzo, estén donde estén; es decir, estemos donde estemos. De ahí que pueda conocer, no ya sólo el futuro de ciertas personas, sino también, y por extensión, el de ciudades y el de países. Es decir, si me dedico a pasear por Valencia, mi ciudad, soy capaz, a poco que me lo tome en serio, de saber qué destino le espera a esta ciudad. Si el paseo lo extendiera por varias ciudades españolas podría conocer el futuro que le espera a España. Y así sucesivamente. ¡Y sólo con observar el calzado de la gente! El margen de error que pudiera darse en mis predicciones se debería, sólo, al hecho de no haber paseado lo suficiente, pero ya se sabe: hoy en día no existe la clase media. Lo que facilita las cosas enormemente.

Coda. Como le sucede a todo converso yo también he sido alcanzado por un estigma. El proceso en el que fui descubriendo mis poderes se desarrolló paralelamente a una transformación peculiar de mi voz. Así, hubo un signo exterior que iba ratificando la transformación. Mi tono de voz, mi modulación, la entonación y la cadencia de las frases estaba cambiando de forma ostensible. O por decirlo para que Ustedes me entiendan: he acabado hablando como James Stewart, como el James Stewart español, se entiende. Ya no sé hablar como antes, ahora ya sólo puedo hablar como Scottie. ¡Qué bello es vivir!

miércoles, marzo 07, 2012

La radio

La enchufas a la hora del despierte, una hora que debe ser temprana y aproximadamente “exacta”, o en punto o a y media. Te encuentras así con el editorial de turno; de turno y oficio. Serio y circunspecto. Siempre. Narrado con señales evidentes de quien se muestra perplejo, perplejo ante la barbarie que describe, la de la corrupción y la maldad. De quien se muestra perplejo y se dice desamparado ante el putrefacto estado de las cosas. Voz gruesa en precisión actoral semi-improvisada. Matinal strasberguiano y diario de periodistas locutores que se expresan de “dentro a fuera”. En todas las emisoras. Una extraña musiquilla sube y baja el volumen durante el editorial de turno para acentuar el carácter paranormal de lo descrito. Extraña musiquilla de acompañamiento en todas los monólogos de todas las emisoras. Poco más allá de ese contundente inicio se da paso a la publicidad; así, e inmediatamente después de un discurso que te ha llevado hasta el cajón de los cubiertos en la cocina con el ánimo perfectamente turbado, una voz simpática y risueña te insta a comprar una loción para que te crezca el cabello, y después que te recomienda unas píldoras fantásticas para ir de vientre, y después otra que te aconseja poner una alarma de seguridad en nuestras frágiles viviendas. Se te dan teléfonos de restaurantes, y de clínicas de estética, y de concesionarios de automóviles. Y se te olvida por unos instantes el discurso que casi te lleva a cometer una locura. Pero entonces regresa a antena el locutor/master y retoma el asunto del día, que siempre es un asunto que ha tocado la fibra al mismo locutor y que le obliga a mostrar su indignación, su indignación de locutor con convicciones. Y por ello se muestra siempre perplejo y desamparado. Casi siempre con razones. Así, cuando aparentemente la publicidad ha acabado, entra de nuevo en antena el master/monologuista para hablar con una de sus colaboradoras acerca de las maravillas de, pongamos el Corte Inglés, que tiene durante esta semana precios especiales en la sección de ropa interior. Surgen indefectiblemente bromas al respecto. De monologuista, claro. Inmediatamente se retoma la circunspección, se resume lo dicho en el editorial y con un pequeño cambio de tono, se introduce la voz de la firma invitada, la de uno de los comentaristas habituales. Se trata de un opinador que lee su texto escrito. El opinador lee su texto con aire de catedrático de poesía decimonónico. “Soy un sabio y esta es mi docta y mesurada opinión” vienen a decir, entre líneas, todos los comentaristas que leen en la radio sus casi siempre acertados diagnósticos buenistas. Acabada la lectura se produce siempre un pequeño intercambio de halagos entre el locutor contrariado y el erudito y enfurruñado colaborador. Se aprovecha para ironizar sobre algo y el locutor lo despide levantando curiosamente el tono de voz. Por cierto, hay siempre algo en ese innecesario y bien distribuido levantamiento de voz que resulta repelente en la medida en la que es usado para que la publicidad sea efectiva (un oyente en contacto permanente con el drama no sería nunca presa de la publicidad que sustenta la misma emisora, por eso los locutores juegan tanto con las entonaciones impostadas). De hecho de la sobriedad absoluta se ha pasado a cierto tono ligero con un simple cambio de entonación. Ahora la publicidad vuelve, pero esta vez sin haber sido prevenida, anunciada. A bocajarro pues: clínica canina para tu mascota y otro revitalizante con nombre propio. Lapsus largo de publicidad en el cambio de hora y llegan los deportes: 10 minutos hablando de la rodilla de un delantero centro que no se sabe si jugará o no el próximo partido. La sensación de tragedia en la que nos había metido el editorial se ha difuminado un poco hablando de espinilleras y camisetas húmedas. Acaba la sección deportiva con otra subida de tono y con un poco de música espectacular. Regresa el monologuista/master y comienza de nuevo su discurso. Y cuando digo de nuevo quiero decir de nuevo, pues es el mismo que ha pronunciado una hora antes. Exacto. Tan exacto que vuelves al cajón de la cocina y esta vez llegas a asir con seguridad el cuchillo jamonero, ahora con voluntad más decidida. La intensidad del discurso, de todos los discursos de todos los masters/locutores/monologuistas de todas las cadenas de radio se caracterizan por lo mismo: por la sobriedad, la circunspección de un tono que resulta acorde con el hundimiento del estado actual de las cosas, el que describen con precisión critico/cirujana. Es el hundimiento que describen el que precisamente les hace ponerse graves, apocalípticos, agoreros. Con razón. Y es también el que te ha llevado al cuchillo jamonero. Porque desde un tiempo a esta parte no hay otra posibilidad que discursos/editoriales/monólogos demoledores, desoladores. De hecho el monólogo es el mismo en esta segunda franja horaria pero más intenso, más elaborado, más directo. Porque el estado actual de las cosas no sólo es peor que el de ayer, sino que es mejor que el de mañana. Llega la hora de presentar a los tertulianos (las 8:30 aprox.), esos tipos que saben lo mismo de fondos reservados que de virutas de jamón de bellota. Son presentados y acto seguido se da paso a la publicidad. Antes de que vuelvan a abrir la boca entra en antena un invitado que tiene a bien responder las preguntas del monologuista contrariado por el estado actual de las cosas. Turno de preguntas de los tertulianos para el invitado. Una por cabeza. Y paso a la publicidad. Todos parecen tener mucho que decir, pero los turnos, ya se sabe, no dan para mucho. Sólo manda quien paga. El invitado es despedido y se quedan los tertulianos para acometer 2 0 3 intervenciones más entre paso a la publicidad y paso a la publicidad.

Entonces sucede: en el momento álgido de ese dramatismo que todos los monologuistas de todas las emisoras conculcan a diario a los oyentes emerge el definitivo y sorprendente cambio de tono; aproximadamente después de tres horas de descripciones macabras y formulaciones agoreras que no carecen de fundamento los locutores/monologuistas de todas las importantes cadenas de radio cambian definitivamente el tono de voz y comienzan, a las 10 de la mañana, las secciones más divertidas, dicharacheras y disparatadas. Así, o abren los teléfonos para que los oyentes cuenten anécdotas sucedidas en los ascensores o se ponen a hablar de los deslices lésbicos de Isabel Pantoja. A partir de ahí todo de disuelve: lo que era una descripción precisa de la monstruosidad que vivimos -y nos espera- ha dado lugar a risas necesarias, laxitud amarilleante, humor histérico, anecdotario excéntrico y desenfado juvenil. Y tú, que hacía unos minutos habías cogido un cuchillo jamonero con la intención de cercenar tu yugular (conminado por ese mostrenco estado de las cosas perfectamente descrito por los mismos monologuistas comprometidos) te encuentras con que de repente todo da la risa.

Addenda. Llevo varios meses preguntándome por qué fallan realmente las revueltas estudiantiles y las verdaderas rebeliones de un pueblo absolutamente humillado por sus corruptos dirigentes. Quizá la respuesta tenga algo que ver con “la forma de vida” de las emisoras de radio.

viernes, marzo 02, 2012

Serenidad, sosiego y amor

La serenata es una forma musical curiosa que alcanzó su pleno apogeo en el siglo XVIII. Su peculiaridad consistió, en sus orígenes, en que la creación de esa música debía tener en cuenta el específico momento de la audición para el que estaba destinada. Debía ser escuchada al atardecer, cuando el sol se esconde para dejar paso al misterio de la luna. Las serenatas no eran, en principio, piezas musicales escritas para teatros o auditorios sino para jardines con templete. La otra característica de la serenata sí tenía que ver con una naturaleza concreta de forma musical: debía poderse relacionar con la serenidad, con la calma, con el reposo; en definitiva, debía ser emocionalmente acorde con el momento feliz del día.

No sé si todo esto lo tuvo en cuenta Glenn Miller cuando escribió su pieza Moonlight Serenade pero desde luego el resultado no defrauda ninguna de las expectativas que pudiera generar el título. Se trata de una de las melodías más hermosas y serenas que se han compuesto en nombre de la música interpretada por bandas. El único reproche que puede hacérsele al sonido Glenn Miller es el de la influencia que ejerció sobre tantas otras bandas que sólo consiguieron torpes pero comerciales imitaciones. Moonlight Serenade es la perfecta representación de la melodía que atempera cualquier estado de ánimo. Escucharla al anochecer y en penumbra es siempre una experiencia emocionante que te reconcilia con la humanidad.

En un mundo regido por la velocidad y los gritos resulta necesario encontrar experiencias que sirvan para alimentar el espíritu en circunstancias de escasa luz. O dicho de otra manera: en un mundo regido por la inmediatez resulta reconfortante encontrar aún experiencias que alimenten el espíritu sin necesidad de que intervenga la voluntad. Escuchar Moonlight Serenade al anochecer y en penumbra es una especie de experiencia mística que yo siento muy vinculada al sentimiento del amor. Porque es el amor lo que definitivamente puede reconciliar al individuo con la humanidad. Todo lo demás es acrobacia y decrepitud. No tengo jardín ni templete, pero basta que sienta avecinarse de soslayo la sempiterna melancolía para que yo apague las luces, ponga Moonlight Serenade y elocubre con la posibilidad de morir abrazado a mi amor. Soy un cursi, pero no lo quiero evitar.

Addenda. Ayer hizo 108 años que nació Glenn Miller, cuya peor fortuna consistió en que Hollywood quisiera homenajearle con una película, la peor que interpretó James Stewart en toda su vida.