viernes, agosto 31, 2012

el abrazo de la muerte


Después de la noticia de la excarcelación de Bolinaga (Superbolinaga, para los amigos) he visto en la televisión a unos cuantos personajes dándose abrazos exultantes de felicidad. Estaban realmente contentos, como muchos habitantes del País Vasco, supongo. No quisiera alargarme demasiado en este pensamiento escrito, así que iré al grano. La contenturria exultante se estos personajes sólo puede ser debida a dos factores: o bien no creen en la existencia de la maldad (o lo que es lo mismo: les importa un carajo lo que la maldad pueda ser), o bien lo que están es contentos porque la excarcelación les sirve a sus intereses políticos. La piedad sólo cabe en aquellos que estando en desacuerdo con el sentido de la ética de un torturador no arrepentido aceptan su excarcelación. A quien se le ilumina la cara con la noticia no sabe en realidad lo que la piedad significa. Si la felicidad manifestada se deriva de los intereses políticos es que, en verdad, les importa un carajo cómo se expresa la maldad. Y menos aún desde quién. Así, las risas, los abrazos y la felicidad sólo pueden ser, en sí mismos, la personificación de la maldad, o como diría Kant, “el estado de corrupción del ser humano”.

Mutatis mutandi. Hoy viene en el periódico una entrevista a toda página de la ex diputada y concejala del PSOE valenciano y actual consejera del Cosell Valencià de Cultura Ana Noguera. El titular (que casi ocupa un cuarto de página reza así: “El desprestigio de la política me quita el sueño”. Es una buena oportunidad, me digo a mí mismo, a quién si no, de saber qué haría un político si el Poder estuviera en sus manos. Después del previsible sonsonete de rigor (esto es un desastre…) la simpática entrevistadora le pregunta “¿Qué pediría en su última cena?”, y yo, antes de leer la contestación, me digo a mí mismo, a quién si no, “eso, eso, veamos cuál es el último deseo de una persona tan desmoralizada ante el desastre que nos consume”. La política Ana Noguera responde, “Los tres sabores que más me gustan: el queso (cualquiera), unas anchoas y el chocolate negro. Todo regado con un buen vino”. Obsérvese la exquisitez: los tres sabores son importantes, pero no suficientes. La última cena es la última cena, tú (que diría un catalán), para qué vamos a andar con remilgos… o con hipocresías. La sorpresa que pudiera haberme causado tal respuesta queda rápidamente anulada por la siguiente pregunta de la periodista, que dice, “¿Y si resultara que Dios es negra y obesa? Y yo, antes de leer la respuesta, me pregunto a mí mismo, a quién si no, “¿Será verdaderamente terrícola esta periodista?”. Pero la política no se arredra y ejerce su papel a la perfección, tan perfectamente, que ya sé que es ella misma la que se quita el sueño. Contesta: “Si así fuera, tendríamos un mundo más justo, más sensible y más eficaz”.

jueves, agosto 30, 2012

Sacrificio y la actualidad (o De la actualidad de Sacrificio)

Cuando Alexander decidió sacrificarse los menores de 26 años no habían nacido. Puede ser una pista para entender estas nuevas generaciones, que además han recibido una educación bastante simpática. Así, son muy escasos los menores de 26 años que sepan qué es una ofrenda y prácticamente ninguno que sepa quién es Alexander. El hecho de que sea un personaje no lo hace menos relevante en lo que respecta a la cuestión de la ejemplaridad. Tarkovski otorgó calidad de sujeto real a un personaje ficticio como pocas veces ha sucedido en el cine. Aun con su  esporádico histrionismo y su desmesura puntual Alexander es, no un sujeto, sino el sujeto que con su sacrificio nos ha salvado de la hecatombe. No es un actor porque es un ex –actor. Eso es exactamente lo que es Alexander en la película Sacrificio, un ex –actor, alguien que habiendo actuado durante casi toda su vida decidió en un momento dado no hacerlo más. Sacrificio es, pues, una película sin actor protagonista: lo que hace Alexander lo hace desde su condición de sujeto libre.
Cuando Alexander se entera de la debacle en la que de repente se encuentra sumida la humanidad toma la inmediata decisión de sacrificarse; la irreversible decisión de ofrendarse para salvar a esa humanidad de una hecatombe monstruosa. Que sea Dios a quien se ofrenda es lo de menos, lo importante reside en el acto en sí. A Alexander no le preocupa analizar la cuestión, no reflexiona acerca de los motivos que han provocado la cruel y previsiblemente devastadora guerra, no se para un instante a determinar responsables o culpables. Sólo quiere evitar el sufrimiento de TODOS. No hay prepotencia mesiánica en su cometido, no se trata de una misión. Se trata, “sólo”, de encontrar la manera de evitar el dolor que a la humanidad le espera por su incompetencia. Alexander no es ningún elegido. Su fe en el sacrificio se encuentra por encima de cualquier sobrenaturalidad. Su fe radica en lo que debe hacer según una especie de intuición irracional; de generosidad inconsciente. No hay posibilidad de pensamiento, sólo de acción. Alexander intuye que ante la magnitud de la tragedia sólo cabe la potencia del acto, un acto que desde luego debe ser individual y ajeno al resto de seres humanos. Su fe es intuitiva y extraordinariamente generosa pues requiere la pérdida de todo aquello que ama. Sabe, en definitiva, que no hay solución sin sacrificio. Y, desde luego, en ningún momento tiene en cuenta lo que el resto de la humanidad haga o no haga.
Post Scriptum. En uno de esos libros nauseabundos con que el academicismo universitario nos ha estado inundando durante más de 30 años hay unos datos derivados de unas encuestas realizadas con el fin de analizar la relación de la juventud con el cine. El estudio se hizo a partir de la selección de películas que llevaron a cabo universitarios de entre 20 y 24 años. Con independencia de los pretendidos fines del libro, siempre al servicio del pensamiento único, los datos que ofrece no dejan de ser extraordinariamente significativos. El fundamental es el que nos proporciona la misma lista de películas seleccionadas por ellos como las preferidas de todos los tiempos: de las 34 películas seleccionadas como las favoritas de los universitarios sólo 5 son anteriores a los años noventa. Cuatro de esas películas elegidas son de los ochenta y la más antigua es de 1978. De estas 5 películas “antiguas” una es Grease, otra E.T. y otra Dirty dancing.

viernes, agosto 17, 2012

He hecho buenas migas con el carpintero que ha formado parte de la cuadrilla que desde Abril lleva reformando mi casa. Es el único que se ha preocupado por mi beneplácito en los acabados; el único que ha mostrado respeto por la propiedad ajena y, sobre todo, el único que NO me ha preguntado si me he leído todos los libros que hay en mi biblioteca. El electricista es un cachondo pero ni no revisabas su trabajo era capaz de dejarte colgando la toma de tierra de todos los puntos de luz. Los demás parecían hacer su trabajo, no sólo a desgana sino obligados por su condición de “esclavos”. Concretamente con el yesaire daba miedo hablar, parecía siempre a punto de soltar la llana y emprenderla a puñetazos con todo aquel que hiciera una sugerencia. sSalpicó de yeso los sitios más insospechados. De los chapadores ni hablar, eran como Zip y Zape en versión ciclada, se comunicaban con gruñidos y, en el mejor de los casos, a través de sus bíceps. Dejaron el suelo como un dripping del Pollock más inspirado. El carpintero, Blas, fue sin embargo afable y sosegado. Por eso hice con él buenas migas y por eso, quizás, me ha invitado hoy a comer a su pueblo, Guadasuar. Concretamente en las instalaciones del Polideportivo Municipal.
Salgo con tiempo para llegar a la hora pactada (son 35 Kms.) y llego sin problemas a lo que parece la puerta principal. No hay ningún coche aparcado en las inmediaciones, el entorno es desértico en todos los sentidos, el sol cae a plomo, y no hay absolutamente nadie al alcance de mi vista. Tan es así que incluso dudo de haber llegado al destino apropiado. Blas me había hablado del restaurante de la piscina del Polideportivo Municipal y por lo que mi vista alcanzaba no había ni piscina ni restaurante, sólo una entrada con puerta de torniquete que nadie vigilaba. Entro y busco alguien en una especie de oficinas situadas junto a un enorme campo de fútbol flanqueado por unas inmaculadas pistas de atletismo. La puerta se encuentra cerrada pero veo a través de las ventanas que el ventilador se encuentra encendido. No hay nadie, por lo que decido meterme por una puerta que se encuentra junto a las inquietantes oficinas cerradas. Salgo por ella nada más descubro que se trata de los vestuarios. Vacíos igualmente, claro. Veo otra puerta enfrente, pero esta vez si hay indicación: “subida a las gradas”. Decido no subir, me dirijo hacia la puerta de salida y es entonces cuando veo un letrero pintado en la pared que subrayado por una flecha dice bar-restaurante. Allá voy.
A unos 50 metros del letrero es el olor quien me dirige bajo el aplastante Lorenzo. Como bien me había avisado Blas se trata de un lugar ambivalente, ya que puedes comer a la carta o alquilar un puesto de fuego para elaborar tu propia paella. No tienes más que llevar el "arreglo" y elaborarla, que de todo lo demás se encarga el mismo restaurante: la leña, la mesa, las tapas, las bebidas y la limpieza de la misma paella. Así, como digo, es el olor a leña de naranjo lo que enseguida me dirige hacia Blas, que se encuentra en plena faena. Lo deja todo preparado y antes de tirar el arroz nos adentramos en el bar para pedirnos unas cervezas. Me presenta a su mujer con la que me deja mientras ejerce de maestro de ceremonias entrando y saliendo en función de la supervisión de la cocción. Yo muestro mi perplejidad ante el hecho de que un polideportivo de esa magnitud y tan perfectamente cuidado se encuentre absolutamente vacío. Su respuesta me deja más perplejo todavía: “pues aún hay otro, pero es privado, es igual de grande que éste pero privado, puedes entrar al restaurante pero no a sus instalaciones a no ser que seas socio”. Así pues, en un pueblo con poco más de 5.000 habitantes tiene dos inmensos polideportivos, con un total de tres piscinas olímpicas (una de ellas cubierta y climatizada), dos campos de fútbol, unas fabulosas pistas de atletismo, además de sus correspondientes pistas de paddle, tenis, squash y servicios varios en ambos recintos. Y un imponente trinquete público, nada más faltaba.
Es la una y media de un 17 de agosto y no deja de sorprenderme que no haya nadie en la piscina. Quizá sea yo un fantasioso pero la verdad es que cuando Blas me dio cita en la piscina del polideportivo me imaginaba comiendo ante un algarabío típico estival: chapoteo de agua, niños enajenados y gritos de comandas gastronómicas. Pero no sólo no hay nadie en la piscina, tampoco hay nadie en el bar-restaurante, sólo nosotros. Y dos camareras muy serias que se quejan de un jefe que por supuesto no se encuentra presente. Me cuentan que esa quietud es habitual desde que han decidido cobrar entrada por hacer uso de la piscina, pero que “tampoco es que antes hubiera mucha más gente”. Sin alterar su gesto me dicen que se trató de la iniciativa de "un alcalde bonachón y campechano" (esos fueron sus adjetivos) que decidió construir el polideportivo como réplica a ese otro club despiadadamente elitista. Y así fue que lo construyó… y colgó la chapa donde con su nombre se hace mención a su gesta. Total para después cobrar todos los servicios.
Han decidido cobrar la entrada a la piscina porque se ha cedido el cuidado de sus instalaciones a una empresa particular habida cuenta de las pérdidas que generaba como “negocio” del Ayuntamiento. Por lo visto el polideportivo cuenta con un presupuesto de 90.000 € de mantenimiento al año y sus beneficios rondaban los 2.000. Hubo varios intentos de aprovechar las infraestructuras con la creación de cursos (de natación para niños, de atletismo, etc), pero la verdad es que después de todo nunca había gente suficiente para que resultaran mínimamente rentables. "Si la cosa no mejora -me dicen-, el año que viene cerrarán el polideportivo".
Nos comemos la paella con el único sonido de fondo que el de unas camareras mosqueadas. A los postres llega el cuñado de Blas, Miquel, que viene a tomar una cerveza después de acabar su jornada laboral. Es marmolista y se conocieron en el bar del mismo polideportivo en unas circunstancias un tanto peculiares. Al parecer estuvieron a punto de pegarse debido a la susceptibilidad etílica de Miquel, incluso salieron a la calle dispuestos a zumbarse, pero no sólo no lo hicieron sino que poco después Blas se estaba casando con su hermana Elena.
Se ponen los tres a hablar de las fiestas patronales que darán comienzo el lunes de la semana próxima. A Miquel se le pone la carne de gallina hablando de ellas. “No hay palabras para describirlas, hay que estar ahí para vivirlas; son muy emocionantes”. Blas corrobora, “son unas fiestas muy particulares, no tienen nada que ver con otras”. “Yo me pido las vacaciones siempre en la última semana completa de Agosto, para hacerlas coincidir con las fiestas”, remata Miquel. “Todo el pueblo participa- dicen al unísono- y la semana entera es un festejo continuado en la calle”. La mujer de Blas, hermana de Miquel, dice que no cambia sus fiestas “por ningún viaje al mejor lugar del mundo”. Después de una breve pero entretenida e instructiva conversación de sobremesa nos levantamos y nos despedimos. Salgo al exterior del recinto y la imagen que encuentro ante mis ojos me devuelve al momento de mi llegada. Sol y chicharras. 

martes, agosto 07, 2012

De la peculiar mediocridad española

Una de mis ocupaciones en internet ha sido siempre la de preocuparme por no recibir correos electrónicos indeseados. Así, recibo muy pocos mails de esos que se reenvía la gente de forma frenética y compulsiva. Por decirlo con precisión: sólo son tres las fuentes que me mandan ese tipo de mails (Fv:rewind) que se envían masivamente. A veces he recibido un mismo mensaje enviado por dos interlocutores distintos, así es la originalidad de los remitentes, cuya comprometida generosidad les induce a darle con fuerza al “reenviar”; esa especie de recorte y pega que les prohibimos a los estudiantes cuando les exigimos que piensen. Ahora he recibido, en un margen de dos días, el mismo mensaje enviado por mis tres incontinentes informadores. Y los tres, ¡como no podía ser de otra forma!, con introducciones del tipo: “no te lo pierdas, estoy absolutamente de acuerdo”, “es increíble la razón que tiene”, “vale la pena leerse, es impresionante”. Se ve que, efectivamente, el mensajito en cuestión ha calado como pocos. A todos mis interlocutores les ha sorprendido que haya sido escrito por Forges, el maestro del humor. ¡Un texto tan serio… y tan comprometido!
El texto en sí, por qué no, tiene su cosa. Viene a decir que en España triunfa la mediocridad y que esa peculiaridad es la que precisamente vuelve la crisis mostrenca. Todo, según él, está gobernado por la mediocridad, en base a la mediocridad y favoreciendo la mediocridad. Y claro, los amantes del reenvío se han sentido entusiasmados con las unas reflexiones de las que al parecer “ya” nadie duda. España, esa palabra que Zapatero evitó pronunciar durante toda su primera legislatura, es un país caracterizado por el desmesurado nivel de mediocridad, una mediocridad que resulta tan horizontal como vertical. España, es cierto, lleva amando y acogiendo la mediocridad desde que descubrió que una “movida” era la mejor alternativa a una dictadura. Y poco después tomándose la Corrección Política más en serio que los propios inventores anglosajones. Lo que le llevó a practicarla con muchísima más vehemencia.
Pero aún estando de acuerdo con las tesis se trata de un texto que me produce cierto rechazo. No sé, me da la sensación de que escribir esto ahora carece de todo mérito. Aún más: me parece casi inmoral que un viñetista humorístico, del que se conoce poco sentido crítico más allá de su implicación con un cierto grupo mediático, se haya visto impelido a publicitar un texto “serio” y “comprometido”. Y dados mis niveles de susceptibilidad respecto a los colectivos y a las multitudes tampoco me ha hecho gracia que gustara a “todo el mundo”. Nadie se ha sentido ofendido.   
¿Dónde estaban esos intelectuales, hoy tan reflexivos e inevitablemente locuaces, cuando se iba implantando esa mediocridad que ahora todo el mundo ve? La mediocridad, es cierto, gobierna nuestro folclórico país, un país en el que sus ciudadanos no renunciarían a sus fiestas patronales así los mataran. La mediocridad comenzó a inocularse en el Sistema Académico al final de los ochenta y ha ido construyendo algunas de las peores Universidades del mundo, con un corporativismo mafioso y un sistema de promoción endogámico monstruoso. La mediocridad fue la “máxima” con la que los políticos decidieron que debían gobernarse los Museos y Centros  Arte, que se reprodujeron como hongos a principio de los noventa; así, los gestores culturales, los técnicos, debían ser culturalmente ineptos so pena de perder sus privilegios gestores. La mediocridad ha sido, precisamente, lo que inducía a los políticos a buscar la mediocridad en sus funcionarios, gestores, técnicos, asesores y chupópteros de toda calaña. La mediocridad es, en definitiva, la causa de este Estado mostrenco, que abonó y apoyó los sentimientos nacionalistas a través de unos plíticos cobardes e hipócritas. La mediocridad es aplicar la censura por el supuesto bien de la humanidad (fundamento de la Corrección Política) que sólo ha sido un bien para la clase política. La mediocridad es una flor de plástico. No regarla es insuficiente para acabar con ella.
¿Dónde estaban los forges cuando los Departamentos Universitarios se conformaban por los más ineptos y trepas de los ex estudiantes? ¿Dónde estaban cuando crecía el número de Museos pero no mejoraba la educación cultural? ¿Dónde estaban cuando en la época de vacas gordas las Autonomías colocaban embajadas en las calles mas caras de todas las ciudades del mundo? ¿Dónde estaban cuando el Presidente del Gobierno repartía Ministerios a personajillos que se intercambiaban carteras como cromos y cuyo único mérito había sido militar en las bases del partido? ¿Dónde? El mismo Forges se queja por la falta de excelencia como criterio de juicio. Pero, curiosamente, no hace sino unas horas que eran calificados de fachas todos aquellos que rechazando la aplicación indiscriminada del relativismo hablaban de una necesidad de volver a los criterios de excelencia. ¡Habría que ver cómo se implanta un sistema que atienda a la excelencia sin eliminar la Corrección Política!