sábado, septiembre 15, 2012

Chulería

Sería esto más bien una suerte de apostilla al post anterior. Muy probablemente no supe expresarme con claridad. Hablaba yo de murmullo para describir lo que se produce cuando un político alude, a día de hoy, a la Realidad (como desde hace meses lo lleva haciendo Rajoy cada vez que intenta justificar su proceder). Pero ¿qué es al fin y al cabo un murmullo? Pues un ruido agónico de impotencia humana; así, un zumbido animal; un grito sordo e ininteligible. El murmullo es, en efecto, lo que genera una comunicación sin pactos entre los interlocutores. Si alguien pronuncia la palabra árbol y su interlocutor piensa en un cerdo es muy probable que la comunicación se agote de forma inmediata. Es cierto que todo significante constituye diferencias en alguna medida y que por eso no tiene fuerza, en sí mismo, para emitir un significado (preciso). Lacan lo dejaba bien claro cuando usaba el significante puerta para demostrar su incapacidad de remitir a un significado unívoco. [Si alguien dibuja un árbol en una pizarra puede poner el signo igual y escribir la palabra árbol. Si alguien dibuja dos puertas en una pizarra el signo igual puede desdoblarse en dos dependiendo de la letra que le pongamos encima: de si ponemos la letra D (Damas) o de si ponemos la letra C (Caballeros)]. Un murmullo es, por tanto, el ruido animal que genera nuestra impotencia ante una comunicación sin pactos.
El concepto Realidad ha sufrido una inflación de sentido debido al esfuerzo titánico de muchísimos profesores universitarios caracterizados por dos cualidades (muy bien vistas por la Posmodernidad); a saber: una gran capacidad para el medre y una gran incapacidad para entender a los pensadores que desde su profesión (de filósofos) sentaban las bases de un (lógico) pensamiento escéptico. O dicho de otra forma, el concepto Realidad lleva siendo humillado durante más de 30 años por unos lectores apresurados de pensadores profesionales (tanto analíticos como continentales) cuyo deber era precisamente ser escépticos; por quienes confundían la buena voluntad manifestada en su discurso pseudodemocrático y pseudofilosófico con el interiorizado deseo de medrar. [Respecto a estas tesis que desprestigian el pensamiento académico (que es abrumadoramente poderoso), tan abundantes en este blog, me remito a los libros Adiós a la Universidad de Jordi Llovet y La fábrica de la ignorancia de José Carlos Bermejo. Indispensables].
La cuestión es que dos días después de escribir mi anterior post he recibido uno de esos mail masivos y despersonalizados que al parecer se mandan para despertar conciencias. Se trata de un texto “indignado” ante la poca seriedad con la que los políticos atienden a la realidad, a la verdadera realidad, se entiende, a la que está destrozando el país, claro. Así que ¡ahora sí!, ¡ahora ya nadie quiere especular! En las épocas de vacas gordas todo se rige por la especulación, en las de vacas flacas nadie quiere pagar precios injustos o comprar cosas innecesarias.
Y en este río revuelto los que ganan son, más que otras circunstancias, los más chulos, los que aprovechan la debilidad para plantar cara a quien ya no tiene ni medio puñetazo. Así, son chulos cobardes porque actúan a traición, enfrentándose sólo a un contrincante debilitado. Son chulos malvados, ruines. Son los que, siendo sabedores de las brechas y heridas que la Realidad más real genera en épocas de debilidad, actúan colándose por las rendijas que la fragilidad ha abierto. Artur Mas, Bolinaga y por supuesto todas las personas que los secundan. Es cierto que nuestra debilidad ha sido “ganada” a pulso por la generalidad de un conjunto estupidizado, pero no por ello la chulería de los mencionados deja de ser el producto de la maldad. Y aprovecho ahora para remitir, al recurrente y socorrido Las leyes fundamentales de la humanidad de Cipolla, donde quedaba meridianamente claro que los verdaderos seres peligrosos no son los malvados sino los estúpidos. 

lunes, septiembre 10, 2012

La Realidad (y la fórmula)


Hay quienes afirman que el Conocimiento se adquiere a través de una democrática fórmula que consiste en hacerse preguntas permanentemente. Son gente que afirma que toda Verdad lo es de su contexto, y por ello también afirman que la creatividad genuina (filosófica, artística…) consiste en pasarse la vida formulándose preguntas. Pero curiosamente son esos mismos, y no otros, los que después nunca se conforman con la duda y resuelven de forma más categórica. Afirmando, como digo. Su afirmación favorita, la que más cachondos les pone, es esa que considera la Realidad un constructo. Un constructo lingüístico… “¡y punto!”. De hecho es esa gente, y no otra, la que de forma casi exclusiva lleva más de 30 años imponiendo esa (supuesta) democrática fórmula pedagógica, una fórmula que ni ellos mismos cumplen: o mejor, que fundamentalmente ellos incumplen. Al menos cada vez que examinan a sus alumnos exigiendo de ellos un Saber adquirido y no intuitivo. En realidad sólo se hacen preguntas cuando sueñan. O sea, en la Irrealidad.

Sólo aceptaría, pero sin mucha ilusión, que un semiólogo o un conductista me hablaran de constructo cuando hiciera referencia a la Realidad, por aquello de otorgarle un voto de confianza a sus áridas investigaciones. Pero si fueran un médico o un periodista quienes lo hicieran me tiraría a su yugular. Porque al fin y al cabo, y como decía Vázquez Montalván, “la realidad es la realidad como el fútbol es el fútbol”. Y lo decía quien sufrió en sus carnes la angustia que proporcionaba gustar de unos “lujos” que entraban en contradicción con la Teoría. Que por eso sabía que “la realidad es la realidad”. La cuestión es que, guste o no, la Realidad siempre se encuentra, después de todo, más aquí que, por ejemplo, las teorías de Baudrillard, Rorty, Putnam o Derrida.

La Realidad está entre nosotros. Lo que sucede es que tantos años negándola (no por los filósofos sino por los mitómanos profesorcillos universitarios y politicuchos ambiciosos) han hecho su efecto. Y ahora el sujeto generado por tanto estudio cultural progresistamente descreído anda desconcertado y desorientado teniendo que situar su deseo en un lugar con aristas de verdad. Y no en una fantasía. De todas formas, y aunque sólo sea por la inercia, el pensamiento académico sigue en sus trece, afirmando que lo local es el paraíso (victimismo relativista) y que Shakespeare era negro (relativismo victimista).

Addenda. Nada todo lo dicho le impide a la Realidad poder ser turbia, inestable, opaca, incomprensible, engañosa… Realidad sería, por ejemplo, lo que le hace decir a un Gobierno “Vota SÍ por el bien de España” después de haber proclamado en las campañas electorales “De entrada NO a la OTAN”. Es precisamente desde ese momento que los políticos, apoyados subliminalmente por el pensamiento académico/correcto, han estado toreando a los ciudadanos (con su consentimiento, claro) jugueteando con la fórmula. Por eso cuando llega un político y habla de Realidad se genera un murmullo.

martes, septiembre 04, 2012

La educación: Savater, Arteta y Spengler


Tengo un amigo que se autoexilió hace 3 años y no le he vuelto a ver desde entonces. Se fue, pues, antes de que comenzaran a hacerlo los jóvenes más sensatos. Para señalar la incompetencia de España y su incapacidad de salir del bache utilizaba una frase entre retórica y críptica: “nada se puede esperar de un país –decía- en el que los camareros no saben que son camareros”. Él lo decía así, pero su ulterior explicación despejaba las dudas: para mi amigo, España no saldría adelante mientras sus ciudadanos creyeran que la única forma de ser alguien es no siendo menos que nadie; no saldría adelante mientras todos confiaran su futuro al pelotazo; no levantaría cabeza mientras se siguieran considerando denigrantes (poco sociales) ciertos trabajos en un país donde sólo cabía la posibilidad de vivir como los ricos; mientras nadie quisiera aceptar su destino de “sirviente”, de “súbdito”. “Allá donde voy los camareros saben que son camareros –decía-, y por eso son profesionales del servicio; se esmeran en hacer bien su trabajo y lo hacen bien porque lo hacen sin complejos. Allí los camareros non creen necesariamente que su trabajo sea circunstancial, pero si lo creen no por ello dejan de realizarlo con esmero; porque son gente que en absoluto desprecia a sus clientes debido a ciertos complejos devenidos de algún tipo de frustración”. Así, mi amigo se cambiaba de país porque necesitaba habitar una sociedad en la que teniendo que haber de todo, como en todas, hubiera gente para todo. Entre otras cosas porque no puede ser de otra forma. Y como sabrán ustedes, hasta hace bien poco nadie quería ser camarero (por ejemplo) aquí en España, fundamentalmente por las falsas expectativas que iba generando por una parte, un entendimiento de lo laboral basado en el pelotazo y, por otra, la conculcación en el educando de un mal entendido sentimiento de autoestima. Nadie quería ser camarero porque no cuadraba con las expectativas generadas por una educación individualista de tintes agresivos. Educación, por cierto, potenciada por un Sistema Bolonia que en España ha sido colado con la vaselina de las metodologías universitarias autóctonas, discretas pero eficazmente destructivas.

Lo decía en un post reciente, la peculiaridad de la crisis española consiste en haber sido más papista que el Papa, en haber aplicado la corrección política de forma más fanática que sus propios inventores anglosajones. Todo lo que no tuviera tintes políticamente correctos ha ido siendo rechazado plenamente, y durante más de 30 años, por todas las instituciones estatales (los media, las universidades, los colegios, los políticos, las familias, los centros culturales, el pensamiento oficial…). Y así se ha eliminado el principal factor de compensación contra la estulticia que poco a poco, pero mayoritariamente, fue siendo aceptada como forma de vida (en la medida en que parecía eliminar fronteras, categorías, niveles… y parecía imponer la igualdad): la sensatez. Así, en efecto, nadie quería ser camarero porque no confería la imagen apropiada ante una sociedad que sólo veía bien a los consumidores. Nadie ha querido servir en un mundo, el nuestro, en el que alguien para ser no podía ser menos que nadie. Y obsérvese que mi amigo decía “mientras los camareros no sepan que son camareros…”, ¡se trata de una cuestión de “saber”!, no de aceptar, porque en absoluto se trata de tener que asumir cierto servilismo sino, más bien, de asimilar los datos que permitan situarse en el mundo con dignidad y sin rencor. Es decir, no se trata de aceptar sino de conocer.

De hecho la afirmación de mi amigo es una afirmación políticamente incorrecta de la que casi nadie gustaría. Y la verdad es que nunca gustaron este tipo de afirmaciones que acreditan una desigualdad que más que justa e injusta resulta inevitable. El gran experto en decadencias Oswald Spengler, pensador casi siempre incomprendido en sus controvertidas tesis, decía “la empresa dirigida por el lenguaje da de sí la distinción entre las actividades del pensamiento y las de la mano. En toda empresa cabe distinguir entre el pensamiento y la ejecución, y a partir de este momento la actividad del pensamiento práctico es la primera y más importante. Hay un trabajo de dirección y un trabajo de ejecución: y para todos los tiempos venideros constituye ésta la forma técnica fundamental de toda la vida humana”. Para Spengler la existencia de dos tipos de técnicas implica la existencia de dos tipos de hombres, lo que él llama una diferencia de rango: “En toda empresa existe una técnica de la dirección y otra de la ejecución […], los dirigentes y los dirigidos”.

Las Universidades españolas llevan 30 años conculcando a los jóvenes la ingeniosa (pero alienadora) idea de que no hay Saber Verdadero y que la Verdad es un constructo político elaborado para humillar a los desfavorecidos. Así las cosas, se fue imponiendo una educación que para el estudiante consistía en tener que aprobar estudiando cosas que NO contenían Saber alguno, por lo que el fin último no podía encontrarse en el Conocimiento sino en cosas más pragmáticas, como el medre o el lucro. Las humanidades fueron barridas con el aliento connivente del alumnado, que ya sólo se debía preocupar de buscarse la vida en un mundo sin amor por la excelencia y con pasión por los cuchillos afilados.

Una forma de afrontar este desaguisado sólo podría provenir de la renovada y reciclada implantación de las humanidades. Algo a todas luces poco previsible. El bueno de Fernando Savater lo sigue intentando con sus indagaciones y sus publicaciones sobre la ética y la juventud. Ahora: Ética de urgencia. Estas intentonas son siempre de agradecer pero me gustaría conocer la influencia que verdaderamente puede tener el filósofo más popular de España sobre unas juventudes, las actuales, que son muy pero que muy distintas a las de “su Amador” de antaño. Me he leído el libro debido a múltiples factores y mi conclusión es que, una vez más, Savater da muestras de una mesura y una sensatez poco propias en los divulgadores de opinión. El libro es suave y de una transparencia poco frecuente, por lo que entra con eficaz inmediatez. Supongo que tanta suavidad se justifica con la edad de los chavales a quienes va dirigido, de otra forma la suavidad y la “cortedad” deberían ser entendidas como cualidades más bien negativas. De hecho ha sido en este punto de donde ha surgido un pensamiento que me resulta tan desconcertante como turbador. Tengo motivos para creer que Savater ha escrito un libro para chavales de 15 años, los que tenía su hijo cuando escribió su pretérito y merecido éxito de ventas. Si es así, el texto me parece más que oportuno y su eficacia se encuentra, bajo mi punto de vista, asegurada. Eso es lo que creo después de una lectura en la que me he hecho pasar por un adolescente. Ahora bien, y he aquí el motivo de desconcierto y turbación: si en vez de hacerme pasar por adolescente me hacía pasar por joven las chispas saltaban en todas las conexiones de mi cerebro. Pero no tanto porque me pareciera inadecuado por cuanto me pareciera inoperante. La pregunta que me provocaba esa lectura esquizofrénica era ¿debe un libro, y más concretamente un libro sobre ética, “servir” de igual forma al público al que va dirigido (el de los 15 años) que a un público más genérico? Puede que no, pero me desconcierta ese desajuste.

Si me ponía en la piel de los quinceañeros veía el texto muy instructivo, aleccionador e incluso emocionante, pero si me ponía en la piel de los jóvenes de 19 años (a los que conozco bastante bien) lo veía desfasado y aburrido. Savater, que hace un tremendo esfuerzo por estar actualizado, cae en las mismas trampas que denuncia mostrando una forma de pensar excesivamente analógica (y hace demasiado esfuerzo por “caer bien”). El momento de Ética para Amador era esencialmente distinto al de ahora: era un momento en el que para informarse y culturizarse había que o comprar libros o ir a una biblioteca. No es mi intención desprestigiar su libro, más bien al contrario pienso que lo deberían leer todos los quinceañeros. Así que no se me malinterprete, lo que creo es que el joven se aburriría súbito ante ese texto debido, precisamente, a su experiencia vital  vivida en esos 3 o 4 años de margen. Es cierto que me resulta monstruoso, pero no por ello dejo de pensar que un joven educado “desde” internet rechazaría frontalmente todo ejercicio mental que no se encontrara directamente vinculado a un beneficio inmediato. Descarto el placer de la lectura en ellos (los libros se les resbalan), así que sólo cabría esperar ese beneficio en forma de placer intelectual derivado de esas ideas transcritas, cosa poco probable en unos sujetos que durante esos tres años han disfrutado viendo en su ordenador la saga completa de Saw, las palizas de unos niños a otros grabadas en móvil, las excéntricas  torturas de animales con fines de divertimento, la pornografía más salvaje (sólo antes destinada a los más viciosos) y, sobre todo, después de haber asimilado la cultura del pelotazo y los cuchillos afilados. Así, más que pensar que el libro no serviría para los jóvenes lo que pienso es que sería rechazado frontalmente por ellos; por aburrido. Es algo difícil de entender si se piensa con mente analógica, pero creo que desgraciadamente no hay otra.

La pregunta es ahora: ¿hay algún libro que pueda ser efectivo en los jóvenes en la misma medida en la que Ética de emergencia puede serlo en los adolescentes? Y habría que decir que sí, pero con un matiz condicionante  añadido; a saber: que sólo podría ser eficaz si su lectura se impusiera, esto es, si su lectura se hiciera obligatoria. No creo que Ética de emergencia funcionara por obligación (debido al público al que se encuentra dirigido), sin embargo pienso que Tantos tontos tópicos de Aurelio Arteta sólo funcionaría en su intento de educar si su lectura fuera obligada en TODOS los centros educativos. Y con examen, por supuesto. Desde luego que hay muchos libros que podrían ser adecuados en el intento de formar ciudadanos, pero el de Arteta es además el que mejor serviría actualmente a unos intereses forjados en la necesidad de formar sujetos sociales. No sólo trata sólo de analizar en profundidad todos los tópicos del lenguaje pseudofilosófico y moral sino que además los sitúa en una inoperante sociedad apalancada en el más estúpido de los buenismos. Porque, más que sólo tontos los tópicos son en realidad un arma mortífera en manos de los ignorantes, de los estúpidos, gente extremadamente peligrosa por cuanto no han superado su etapa infantil. Yo recomendaría, en cualquier caso, complementar el estudio con otro libro, esta vez un libro sin ninguna cualidad literaria o filosófica, pero con una información necesaria respecto a lo sucedido en España durante estos últimos 30 años: La casta autonómica. La lectura de ambos libros y la obligación de aprendérselos nos acercaría a esa luz que estando al final del túnel todavía no se vislumbra.