lunes, septiembre 09, 2013

España. Medir/Mentir

Del medir


Para la mente –decía Comte- la cuestión de medir no era otra cosa que una cuestión de comparación: “una simple comparación inmediata con otra magnitud semejante supuestamente conocida y que se toma como unidad entre todas las de la misma especie”.

¿Qué podemos hacer ante esta afirmación? ¿La atendemos en tanto que producto de una reflexión filosófica o la ignoramos en la medida en que somos hijos de nuestra “correcta” época? Es decir, ¿la contemplamos en tanto que producto del Conocimiento o la ignoramos en tanto que creemos que toda opinión es igualmente válida y legítima, y por tanto toda definición –o afirmación- es una forma de ofensa que atenta contra el derecho individual, tal y como nos ha inculcado el Pensamiento Académico desde hace 40 años? O sea, ¿la contemplamos por sabia o la despreciamos por poder ser tan verdadera como su contraria?

La verdad es que el pueblo español no tiene elección ante esta tesitura: ya desde hace tiempo se les ha negado a los españoles la posibilidad de reflexión seria (sin Humanidades en la educación) mientras iba aprendiendo Conocimiento del medio de modo lúdico y no invasivo. Así, ante el concepto comparación todos los españoles tendrán su particular opinión. Una opinión que todos creerán ¡incuestionable! en tanto que legítima por suya. Una opinión que muy probablemente se encuentre trufada de connotaciones previsibles, esto es, políticamente correctas. Primero desde la vulgaridad que imprime el popular tópico que dice que toda comparación es odiosa -y que ignora que toda comparación es tan inevitable como los prejuicios. Y segundo debido al intrínseco odio autóctono desarrollado en los ciudadanos españoles, que viven en una perpetua comparación nacida del desconocimiento sobre sí mismos. Los catalanes odian a los madrileños, los gerundenses odian a los barceloneses, los sevillanos a los gaditanos, los algecireños a los gaditanos y los de La Línea a los algecireños. Y dentro de los algecireños hay, como en cualquier otro lugar, dos grupos que se odian a muerte, porque tanto los barceloneses como los gaditanos, como los valencianos, etc. que odian al “otro” por ser de fuera, guardan además su porción importante de odio sobre los barceloneses, gaditanos, valencianos, etc. que están dentro pero en otro subconjunto, pues dentro de cada frontera hay dos tipos de ciudadanos autóctonos que se odian a muerte desde antes de la Guerra Civil. Así, un odio “ancestral” autóctono al que se une un cúmulo de odios superpuestos propiciados y estimulados por la corrección política que reivindica la diferencia en nombre del Derecho, que no de la Justicia ni de la Libertad ni de la Igualdad ni de la Solidaridad. Odios aceptados, asumidos y alimentados por el pueblo español a través de las urnas.  

Un odio que además se alimenta de las mentiras e hipocresías que los votantes admiten de sus gobernantes antes de ejercer su posterior derecho de la queja inmadura e irresponsable. Todo el mundo sabe que el PP y el PSOE llevan 40 años aliándose con gente que desprecian sólo para mantener sus chiringuitos. Así, además de Odio, Ineptitud, Hipocresía, Amoralidad y falta de principios. Lo que, lógicamente, conlleva un nivel de incompetencia que sólo ha podido establecerse con la defensa acérrima de la mediocridad. Si hacemos caso al filósofo la comparación exige que la magnitud a comparar sea semejante y aquí en España todos quieren ser exclusivos.

Por tanto, si atendemos a Comte (y no a la corrección política que perpetúa los males contra los que hará ver que lucha para justificar su existencia) ya sabemos cuál es una de las importantes razones por las que España ha sido eliminada de cuajo y a las primeras de cambio por el COI. Una de las razones por la que, entre otras, hemos quedado incluso por detrás de Estambul, país donde aún no se ven con buenos ojos las minifaldas.

Del mentir

Kant dice que “La mayor violación del deber del hombre para consigo mismo, considerado únicamente como ser moral, es lo contrario de la veracidad: la mentira”.

¿Cómo debemos entender el aserto? O mejor, ¿Qué es una mentira en la época de la corrección política?, ¿qué es una mentira en un país donde la incultura y el odio son auténticos patrimonios nacionales? Probablemente nada. En un país que se ha formado a partir de un relativismo mostrenco, generado a medias por una clase política corrupta, unos académicos políticamente correctos y unos lobbies de presión desnortados, cabe cualquier cosa menos la sensatez. Si verdaderamente “ser es ser percibido”, como decía Bekett, España no es, desde luego, lo que los españoles creen ser. Porque, ¿cómo calificar y definir a unos ciudadanos que aceptan a unos gobernantes que no saben abrir la boca sin mentir? ¿Bastaría con calificarlos de pusilánimes o podríamos llegar más lejos? El gobierno de Zapatero nos mintió compulsivamente y el de Rajoy no ha hecho otra cosa desde que tomó el relevo en alternancia implacable. Por no hablar de corrupción. Si como dicen las encuestas la intención de voto aún se encuentra fundamentalmente en esos dos partidos es porque a los ciudadanos españoles les gusta regodearse en las heces. O lo que podría ser peor: porque los españoles son estúpidos, algo que resulta mucho más peligroso que la misma maldad.

Los informes PISA llevan años alertándonos de nuestra mala educación, pero al parecer NADIE tiene ganas de restaurarla. Los políticos se han mostrado incapaces de hacerlo y los ciudadanos viven más tranquilos en una sociedad que no requiere de grandes esfuerzos. De hecho, un país corrupto es un país donde la contingencia ofrece más garantías que el propio esfuerzo. Algo que funciona bien en épocas de vacas gordas, en lugares corrompidos y cuando los ciudadanos se creen ricos porque el banco les presta dinero para tener un buen coche. Y después está el mundo universitario, que como es bien sabido se encuentra perfectamente corrompido por la corrección política, ese invento anglosajón que los españoles han llevado al límite de lo irracional, convirtiendo el pensamiento académico en un bunker donde nadie puede tener ideas propias.

Hoy mismo he escuchado a alguien que achacaba la derrota olímpica a nuestra ingenuidad. Hay que ser estúpido. Decía textualmente, “lo que nos ha pasado es que hemos creído en el juego limpio”. Sus argumentos se fundamentaban en que “nuestro plan” había sido sincero, honesto, comedido en el gasto (ahora, low cost) y preocupado por el medio ambiente, etc. Y que todo nos pasaba por buenos, por fiarnos de la palabra de los brokers (malos), de los especuladores (malos) y, por cambiar de tercio, de los dirigentes serios (pero traidores) de otros países donde los políticos dimiten cuando son pillados robando una golosina o diciendo una mentirijilla.

Así Kant de nuevo: “El mérito es aquella cualidad que reposa en el propio querer del sujeto. Se trata, por tanto de algo completamente diferente de la habilidad para procurarse felicidad”.


Post Scriptum. Perdóneme el lector ser tan vulgar como para decir todo esto a toro pasado, pero como valenciano que soy tuve suficiente con la American’s Cup y con la Fórmula Uno, donde sólo se enriquecieron los que ya lo eran.