miércoles, febrero 12, 2014

Normalidad y Premios Goya

Ha habido fantásticos pensadores que han hecho mucho daño con la excelente originalidad de sus reflexiones. Pero no tanto ellos mismos como quienes después se han apoderado de esas reflexiones para hacer de ellas un uso tan vulgar como nocivo. Así, esos pensadores han perjudicado al pensamiento “profesional” ulterior al generado por ellos mismos a través de unos seguidores que con derecho pero sin gracia formalizaban una escolástica degenerada, establecida, como no podía ser de otra forma, desde el pervertido academicismo universitario, tan propenso al medre a través de la endogamia y la demagogia. Ya en otro momento de este blog lo apuntábamos a partir de otro caso, el de Barthes, interesante pensador cuyas reflexiones fueron usadas por el mundo del arte para justificar ineptitudes antiestéticas... pero muy sufridas, pobrecillos artistas.

Ahora le toca a Foucault, uno de los pensadores que han resultado ser más nocivos para el pensamiento profesional normalizado. No sé si a su pesar o con su beneplácito. Porque fue precisamente Foucault quien, paradójicamente, más cuestionó las ideas preconcebidas acerca del concepto de normalidad. De hecho son sus tesis y teorías las que han moldeado perfectamente los fundamentos de la corrección política. Los apologetas de Foucault llevan años viviendo de las rentas que genera toda intención buenista expresada desde la cultura de la queja. Cultura ésta, la de la queja, que se caracteriza por su pertinaz y obsesiva oposición a lo hetero-normativo.

Así las cosas, es desde hace ya muchos años que a nadie le es permitido usar el término normal como adjetivo. La corrección política se habrá encargado de instalar las bases que impidan a nadie asignar dicho adjetivo a una persona so pena de ser crucificado por la Opinión Pública. Para la corrección política lo normal ya no será nunca algo que pueda servir de referencia en los juicios de valor (la norma, la regla), no será ya nunca ese carácter medio con respecto al cual se medirá una desviación (entendiendo por desviación lo alejado de la norma, lo anormal como excepcional, no como patología). Pero, lo sabemos, la corrección política ha llegado todo lo lejos como le han permitido los medios de comunicación en sabia connivencia con los intereses políticos. Y no se ha conformado con las teorías que cuestionan el entendimiento del concepto normalidad sino que se han empeñado en atacar y destruir todo aquello que siempre representó la normalidad misma.

Mal que nos pese, según mi criterio, ya que ello ha dado lugar a un desfase en el conocimiento pragmático que nos impide situarnos en un lugar sensato, ese lugar desde donde no hay patologías pero sí excepcionalidad. Admitamos de todas formas que la realidad es un constructo configurado por nosotros (nuestro lenguaje, etc.) y no algo devenido de una naturaleza inevitable. Pues bien, los constructos elaborados por el modo de ver dominante no pueden ser otra cosa que el reverso de los constructos que pretenden imponer las minorías. Sobre todo cuando las minorías ponen su énfasis en destruir lo heteronormativo (el hombre y la heterosexualidad).
   
De esta forma mi pronunciamiento sólo será posible desde la anormalidad que cree en la norma, pues mi reivindicación consiste en poder volver a usar el término normalidad como forma de expresar una necesidad posible, algo poco propio de los tiempos actuales, en el que la anormalidad (las minorías) se impone sin creer en norma alguna. Así pues reivindico la normalidad no tanto como modelo cuanto como estado posible que, por tanto y a su vez, puede ser reivindicado. Y por tanto reivindico la posibilidad de usar la forma adjetivada del término. Y es en este sentido que la entrega de los Premios Goya me pareció, una vez más (así como los Premios Max de teatro, también televisados el año pasado), un acto grotesco debido a su forzada por exigida anormalidad descreída, esa anormalidad que descree de la existencia de normas porque siempre son presupuestas como humillantes. O por decirlo de otra forma, me pareció todo exageradamente sobreactuado... falso. Y por tanto eché de menos un poquito de normalidad, quizá expresada en forma de serenidad, sosiego y circunspección.

Pero no, todo en los Goya parece que ha de ser histriónico, sobreactuado, artificioso. No sé si para ser comercial (¿) o porque en realidad no saben hacerlo de otra forma. Todo en los Goya parece un juego de niños que parecen no haber crecido. Entiendo perfectamente que se trata de una fiesta y que el carácter lúdico va implícito en ella. ¿Pero debe eso implicar que todos los participantes tengan que ser graciosos o estar alterados? ¿Acaso no hay después de todo un espacio para la normalidad? Al parecer no, desde un presentador impostado que debe feminizar sus gestos para ser gracioso (¿) hasta unos actores que al recoger el premio deben histrionizar sus actuaciones ¿Sería posible una entrega sin un presentador presuntamente gracioso? Plantéese de verdad el lector la pregunta.

Ya digo, eché de menos una cierta normalidad, si acaso ocasional y puntual. Pero nada, un presentador marcando el paquete con un guión de teleserie chusca; un gran actor de sobra conocido por su desparpajo que recoge su premio con frases afectadas, lloronas y balbuceantes; una gran actriz (por edad y por talento) que simula una conmoción en el recibimiento del premio, que hace como que llora y como que se va a desmayar pero ni le salta una sola lágrima ni se cae; un productor que grita su discurso por una euforia incontrolada; otra actriz (más joven y primeriza) que entrecorta su voz de forma impostada con respiración acelerada -simulando ataque de nervios- hasta que ella misma dice “lo voy a superar”, y de repente se pone a hablar con tranquilidad; hasta un homenajeado anciano que no pudo evitar hacer de su recogida un acto afectado y superficial. 

En la gala se condensa, en efecto, todo lo que el sector más progresista de intelectuales ha criticado siempre del imperio del mal, es decir, de los norteamericanos. Por no hablar de ese sentimiento de superioridad moral que se esfuerzan siempre por mostrar y que les exige politizar el Premio, sólo y siempre, cuando gobierna un partido conservador. Recordemos que mientras España se caía a pedazos no se les ocurrió otra cosa que ponerse el dedo índice por encima de la ceja. Eso sí, entre je-jés y autobombo de club de comedia.

Nota. Quede claro que me parece un auténtico despropósito el IVA asignado a la cultura. Resulta intolerable que pague menos IVA un productor de porno que una compañía teatral. Quizá si una gala de entrega de premios fuera seria –lo cual no significa exenta de sentido el humor- sería posible y creíble cualquier reivindicación. Quizá si el discurso que reivindicara una sensata utilización del dinero público fuera más ecuánime y menos cainita y menos chabacano y menos partidista… Quizá si quienes reivindican la sensatez en la Administración -del color que fuere- admitieran que la normalidad no sólo es posible sino además recomendable y ejemplar…


Quizá todo fuera posible si la normalidad  –que no excluye inteligencia, lucidez y gracia, pero tampoco puntualmente humor, extravagancia y locura- se impusiera por encima de una superioridad moral autoconsciente que sólo se sabe expresar con sobreactuación barata… 

Y quede claro también que mucho cine español me parece extraordinario. La cuestión es que, una vez más, se ha puesto de manifiesto la veracidad de las "leyes fundamentales de la estupidez humana" de Cipolla, concretamente la segunda, en la que se asegura que alguien puede ejercer su actividad con perfección y sensibilidad sin dejar por ello de ser al mismo tiempo un imbécil.