viernes, marzo 28, 2014

Progreso y Redes sociales

Progreso y Redes sociales

No sé cómo pude ser tan ingenuo, pero cuando internet se encontraba aún incipiente pensé que podría ser ésta una forma revolucionaria de comunicación que la población usaría para evitar los abusivos atropellos que se cometían en la era analógica. Pensé que las posibilidades informativas que brindaba al usuario destaparían y orillarían las mentiras a las que ciertos poderes fácticos nos tenían acostumbrados por un hábito inmoral (tantas veces justificado desde un paternalismo encanallado), y que las posibilidades comunicativas entre sus usuarios se convertiría en una fuerza indestructible que jamás permitiría que el ciudadano quedara indefenso y desamparado ante, digamos una multinacional insidiosa. Cuando internet se encontraba incipiente me hacía feliz pensar en el futuro que éste nos brindaba porque por fin íbamos a estar todos los ciudadanos y todos los usuarios amparados por nosotros mismos y no por unos falsos poderes, principal e inevitablemente movidos por sus propios intereses económicos y/o electoralistas. Internet nos iba a permitir estar informados acerca de lo que verdaderamente pasaba y además nos iba permitir mantener una unidad entre usuarios que haría imposible cualquier humillación, como la de, pongamos, una empresa de telecomunicaciones; ese tipo de humillación al que éramos sometidos en esa época –con internet aún incipiente- en la que ni teníamos acceso a los datos reales y completos ni éramos capaces de comunicarnos con el fin de hacer compacto e infranqueable un grupo de defensa.

Pero no, en realidad todo fueron fantasías nacidas de mi ingenuidad. Los poderes fácticos que en antaño nos humillaban con sus arbitrarias injerencias (Hiberdrola, Telefónica, etc., etc.) no siguen humillando y vejando de forma absolutamente salvaje y pertinaz. El otro día los telediarios dedicaban 10 segundos de reloj a ofrecer esa noticia que confirmaba la fusión de Vodafone y Ono, eso sí, después de dedicar varios minutos a un incendio en no sé dónde, otros minutos a un concierto de rock histórico, otros a los destrozos de un temporal y otros muchos al cutis de Ronaldo. No sé qué puede significar esa fusión (que como todas nos conduce al fatídico duopolio), lo que sí sé es lo que viene pasando con las multinacionales que poseen el control total de la energía y de las telecomunicaciones -desde que el libre mercado ofreció a cualquier grupo empresarial la posibilidad de competir con los grandes monopolios. Y también sé lo que se pensaba de ese reparto “antimonopolista” cuando comenzó a llevarse a cabo: que se acabaría con la tiranía del único propietario y que por tanto la existencia de otros grupos generaría una competencia que abarataría los servicios y cuidaría del usuario. El final de esta historia plagada de conjeturas ingenuas –ya no sólo personales- lo conocemos: nunca el usuario se ha encontrado tan humillado como ahora, pues si antes las vejaciones eran de alguna forma inevitables, ahora son el producto de un acuerdo tácito y perverso. Que por eso “nunca pasa realmente nada”. Ni siquiera con destrozos urbanos y cabezas abiertas.

Hagan ustedes la prueba e infórmense acerca de la satisfacción de los usuarios respecto a sus compañías telefónicas. Yo lo hago todos los años con mis alumnos y después de 5 años indagando he llegado a la conclusión de que no solo no hay nadie satisfecho sino que absolutamente todos están de alguna forma cabreados con sus respectivas compañías. Y todos alguna vez han ido cambiando de ellas en función de unos misteriosos beneficios que después no lo eran. Algunos de ellos incluso se encuentran en trámite de una denuncia que no se soluciona y prácticamente todos tienen problemas pendientes por resolver. Y con los suministradores de banda ancha otro tanto de lo mismo. España es el segundo país más caro de toda la Unión Europea. Además, y como todo el mundo sabe, mantienen una política de precios que premia a los “nuevos clientes” en detrimento de los más “antiguos”, pudiéndose dar una situación en la que por lo mismo paga más alguien que se acaba de inscribir en la compañía que alguien que lleve 8 años pagando religiosamente. Premiando así la infidelidad.

¿Y qué hace la gente ante este desamparo y esta indefensión de la que curiosamente jamás nos protege el Estado? Pues dos cosas fundamentalmente: pasarse mensajitos vía digital (pásalo) y acudir a las “mani” de turno, que como es sabido se multiplican por cientos de miles. Así es como el ciudadano/usuario de la era digital pretende combatir el mal: mandando soflamas virtuales que alivian su mal de conciencia personal y acudiendo en persona a actos públicos que alivian su mal de conciencia social. Soflamas cuya presencia virtual suponen una trillonésima parte de los estúpidos “je, jes” y los “me gusta” que habitan la nube. Todos, en fin, muy comprometidos en sus ingeniosos 140 caracteres y sus paseos pancarteros y chillones, pero todos disfrutando de los beneficios con los que han sido comprados –en persona- por unos poderes fácticos que saben que nunca pasa nada; que saben que mientras todos esos quejicas tengan su conexión y su dispositivo nunca pasará realmente nada.  

Nota. (Sólo para lectores nuevos; no leer si uno ha seguido con regularidad este blog). ¿Significa esto que los actos virtuales comprometidos y las manifestaciones dicharacheras no sirven para nada? Por supuesto que no; sólo significa que desde mi humilde punto de vista no puede haber solución real al desastre sin renuncias personales y colectivas, renuncias verdaderas, y que por tanto toda posible salvación pasa inevitablemente por el sacrificio. A ver ahora quién está dispuesto a cambiar las cosas verdaderamente.


Post Scriptum. Quien mejor conoce este blog soy yo. Sé que sólo tengo un puñado de seguidores. Sé que durante los casi 7 años que lleva en marcha ha entrado en él la misma cantidad de internautas que los que entra en un blog sobre “maquillaje para el fin de semana” en un solo día. Y sé que mi obsesión por no vincular el blog a las redes sociales es una suerte de suicidio. Lo sé, amigos. Un suicidio feliz basado en la pura misantropía. Por cierto, la ingenuidad es en muchas ocasiones una de las formas con las que mejor se disfraza la estupidez.

miércoles, marzo 12, 2014

Lo que más cachondo pone a un activista es la lucha

Lo que más cachondo pone a un activista es la lucha

Llevo años definiendo la corrección política como una perversa estrategia que consiste en hacer eternos los mismos problemas que denuncia, mientras exige -a través de la opinión pública- un esfuerzo por resolverlos. Eternos: irresolubles. Porque después de todo, lo único que garantizará esa necesaria y rentable lucha que impone la corrección política será la misma existencia de esos problemas. Y en esa perversión maquiavélica se encuentra la causa misma del fracaso continuado y pertinaz de todas las campañas mediáticas y políticas que se llevan a cabo en su nombre. En resumidas cuentas, la perpetuación del problema no viene dada por su imposibilidad de resolución, sino por la ineficacia que ha inoculado el uso de la estrategia elegida: el problema no se erradicará mientras la rentabilidad que ofrezca la lucha sea superior a los beneficios que pudiera proporcionar su verdadera solución.

Son muchas las veces que en este blog se ha señalado que la criminalización del varón no es ni será nunca la estrategia adecuada para erradicar el problema que sufren algunas mujeres. Pero la corrección política ahí está, erre que erre. Dando muestras, ya no tanto de su ineptitud como de su maleficencia. El lapsus de la corresponsal de El País en Bruselas Elena G. Sevillano podría ser un perfecto ejemplo que demostrara como, “en el fondo”, lo que pone cachondos a los activistas no es tanto la resolución del problema como que haya problema para rato y por tanto haya problema suficiente como para seguir luchando...

El lapsus se produjo a partir de una noticia que el 5 de marzo ocupó a todas las cadenas de televisión y a toda la prensa escrita. Por la monstruosidad que la noticia traslucía. Dice Sevillano en la primera frase de su artículo “Las organizaciones feministas europeas se felicitaban ayer porque, al fin, existen datos comparables sobre violencia contra la mujer en todos los países de la UE”. Así pues, contenturria, euforia y por tanto felicitaciones. Los datos eran sobrecogedores ya que, entre otros, se destacaba que (casi) una de cada cuatro mujeres europeas había sufrido violencia física (¿). ¿Por qué entonces se “felicitaban” las organizaciones feministas? Nada en las encuestas daba para felicitarse. Ni siquiera el hecho de tenerlas, pues nada hacía suponer que los resultados de una macroencuesta (como así la denominan los autores) fueran esencialmente distintos de los datos proporcionados por encuestas previas menores o más localizadas.

¿Entonces? Pues porque antes que nada y por encima de todo los datos estadísticos seguían encontrando motivos para la lucha, que es al fin y al cabo lo que más rentable les resulta a quienes utilizan esa lucha desde la ideología construida a partir de los mismos parámetros de la corrección; es decir, desde la ideología fundamentada en la criminalización del varón. Pero ¿quiénes son esos “quienes”? Pues todos los políticos y derivados (de ministerios, diputaciones, concejalías, ayuntamientos, fundaciones…), todos los medios de comunicación al completo, todas las universidades con su burocracia desactivadora de pensamiento, todos los profesores de enseñanza media que quieran mantener su puesto de trabajo y, cómo no, todos los grupos de presión más subvencionados.

En cualquier caso, lo que prueba la estadística una vez más es que la estrategia llevada a cabo hasta el momento (cerca de 40 años de corrección política) se ha demostrado perfecta y pertinazmente ineficaz. Y por eso mismo esas “felicitaciones” no pueden ser más que el producto de un lapsus, un lapsus tan sintomático como significativo.

Quizá valga la pena analizar el artículo para saber algo más acerca de esa felicidad que ha proporcionado la obtención de “datos comparables”. El titular dice en letra grande y en negrita, “El 22% de las europeas ha sufrido violencia machista y la mayoría calla”. ¿Qué podría entenderse de este elocuente titular? No resulta demasiado fácil saberlo, desde luego, pues si la mayoría calla ese 22% se convierte en un dato perfectamente prescindible. Por arbitrario o por inconsistente. De otra parte no se trata de una cifra cualquiera, sobre todo si tenemos en cuenta que “la mayoría calla”: ¡se trata de una casi cuarta parte -22%- de las mujeres las que en países civilizados han sufrido violencia machista! Un 22%... ¡de entre las que hablan!

¿Civilizados? Por supuesto, con sus pequeños matices y sus diferencias idiosincrásicas es importante situar esa violencia en un genérico que podemos calificar de civilizado. Sobre todo a tenor de esos mismos resultados, que sitúan un mayor índice de violencia en los más civilizados de todos, Dinamarca, Finlandia, Suecia, Holanda, Francia y Reino Unido, los seis primeros. Así pues: civilizados.

Pero vayamos ahora al subtítulo: “En los países más igualitarios salen a relucir más agresiones contra mujeres”. Y es aquí donde se demuestran con meridiana claridad dos cosas sumamente reveladoras: primero que la estrategia seguida en la erradicación del problema ha sido (y es) absolutamente ineficaz, pues es en los países “más igualitarios” donde más uso se hace de la corrección política. Pero ¿cuál sería después de todo ese problema? Y aquí nos topamos con la segunda de las cosas reveladoras, porque ¿cuál es verdaderamente el problema, la violencia del varón ejercida sobre la mujer en base a una consciente superioridad conferida por el sexo? No lo creo pues estamos hablando con determinación de los “países más igualitarios”.

¿No podría ser que la igualdad no fuera al fin y al cabo la vara adecuada con la que medir una diferencia real? Porque, en efecto, si hay algo que desde este blog se ha venido señalando con insistencia (precisamente con el fin de encontrar verdaderas claves que ayuden a acabar con esos brotes de violencia ejercida contra algunas mujeres en países civilizados) es que lo real emerge entre personas de sexo opuesto precisamente para mostrar la diferencia. O dicho de otra forma: ante la inevitable emergencia de lo real –que en toda pareja acaba por suceder, sobre todo cuando busca descendencia- no cabe hablar de igualdad sino de diferencia y por tanto lo que necesitamos los seres humanos no es una conversión, sino un aprendizaje que nos enseñe a gestionar esa diferencia. De hecho, es tal el error practicado con saña desde la corrección política que, efectivamente, es “en los países más igualitarios (donde) salen a relucir más agresiones contra mujeres”.

El caso es que como se puede ver, la satisfacción que proporciona la lucha en sí misma es tan enorme que los máximos defensores de ella no son capaces de entender lo que queda claro en el mismo titular; a saber: que el igualitarismo, la estrategia fundamentada en él, es la verdadera causa del desastre. Porque, no lo olvidemos, lo que aquí está en cuestión es fundamentalmente un problema derivado de la gestión sentimental y sexual. Las estadísticas en cuestión no tratan de los derechos de la mujer por lo que al trabajo, salarios, dedicación etc. se refiere, ni a posibles discriminaciones sufridas en el lenguaje, los deportes, etc., ni a humillaciones infligidas por la publicidad, los medios, etc., sino a la violencia que el varón ejerce sobre la mujer física o psicológicamente. Pero directamente. Así, el igualitarismo sería la causa del desastre en la medida en la que, además, se lleva a cabo a partir de dos tácticas que se superponen y complementan: la criminalización del varón y la exaltación de la superioridad de la mujer (aún hay quien piensa que si el mundo estuviera gobernado por mujeres todo iría mejor).

La conclusión genérica que traslucen las encuestas la expresa la misma portavoz del Parlamento Europeo, Blanca Tapia, “las mujeres no están seguras ni en casa ni en el trabajo”. O de la propia Sevillano en base a las palabras dictadas por la Agencia de los Derechos Fundamentales (FRA), “Una de cada tres mujeres europeas ha experimentado violencia física y/o sexual”. Y éste es otro dato: “Un 43 % relató algún tipo de violencia psicológica por parte de su pareja actual o una anterior (humillaciones en público, prohibición de salir de casa, amenazas físicas)”. ¡Casi la mitad de las mujeres! Y por eso el artículo acaba con las previsibles palabras de la parlamentaria búlgara Antonya Parvanova, “Se puede hacer mucho más… Después de los primeros siete años es demasiado tarde para hablar de igualdad de géneros y educar a los jóvenes en ella”. Y ya estamos de nuevo hablando de igualdad. Yo, respecto a esto redirijo al lector a uno de mis últimos posts, cuando señalaba lo que por boca de las mismas mujeres de hoy en día sale cuando se les insta a describir al hombre que les gusta. Son ellas y no las estadísticas las que textualmente dicen gustar de los “malotes”. De hecho son los “malotes” los que más éxito tienen con las mujeres.

Addenda. Hay otro asunto digno de relevancia en las conclusiones extraídas de las encuestas. Todos los españoles sabemos a la perfección lo que es y significa una campaña pro-feminista en nuestro país, pues hemos contado hasta con un Ministerio de Igualdad. Y sabemos por tanto cómo se las juegan las Instituciones cuando entienden el término Igualdad como una excusa para criminalizar al varón. Pues bien, hete aquí que, curiosamente, ante esas encuestas hechas a las mujeres que han conformado las propias estadísticas España ha salido en el cuarto país por la cola en lo que respecta a la “Violencia contra las mujeres”. Es decir, de entre 24 países y a tenor de lo que las mismas mujeres han contestado, España está de las muy últimas. ¿Qué podría entenderse de ese dato? Parece fácil, ¿no?: que España es de los países donde, a pesar de todo, menos violencia contra las mujeres se ejerce. ¿Qué más podría extraerse de ese dato? Pues que quizá haya sido desproporcionada esa necesidad de las Instituciones por demonizar a los españoles, a los varones concretamente. Esa necesidad que practicada desde la Institución (partidos, medios, universidades) tantos réditos políticos otorga.

Pero como todos sabemos no es posible dejar así las cosas. La corrección política no lo permitiría jamás. Desde luego que no, como puede comprobar todo aquel que haya seguido el tema y se haya interesado por la interpretación de los datos. Todo hacía deducir que las estadísticas sirven al menos para ser creídas –por eso se encargan y realizan. De hecho es por eso que se “felicitaban” las organizaciones feministas, por poseerlas. Pero claro, como cualquier estadística lo que hacía ésta era representar los resultados de forma gráfica en función de los números. Algo que en el fondo no gusta nada a las organizaciones activistas, pues inevitablemente se encuentran con un gráfico en el que sus expectativas se frustran, aunque sea por uno de sus lados. En efecto, por una parte –a la izquierda según el gráfico publicado por la UE- se encontraban los países en los que se ejerce mayor violencia contra las mujeres, pero por la otra se situaban los países en los que esa violencia descendía notoriamente. Entre ellos, como ya hemos apuntado, España.

Pues bien, como decimos, más allá de los resultados genéricos lo que no ha gustado nada a las organizaciones feministas que han interpretado estas estadísticas es, lógicamente, que el problema no fuera igual de importante en todos los países, no ha gustado que hubiera tantas diferencias –de violencia ejercida sobre mujeres- entre unos países y otros. Puede parecer una barbaridad, pero así ha sido. La cuestión responde a una cierta lógica, perversa si se quiere, pero lógica. Como no hay organización feminista que quiera ver restringida su necesidad pública o que quiera desparecer, por lo que al parecer no hay organización feminista local que le resulte agradable ver su país en la derecha de la tabla. De hecho, la explicación que se ha dado a ese desajuste “imprevisto” se encuentra teñida de una perversión estremecedora. Como no han soportado que en ciertos países no hubiera esa “previsible” violencia que sí se da en otros lo que han hecho es una significativa interpretación de las estadísticas. Y han decidido que allá donde la tabla estadística no expresa demasiada violencia lo que pasa es que las mujeres mienten y que lo hacen por falta de cultura democrática. Así, en Suecia, Finlandia, Francia, Dinamarca y Holanda hay mucha violencia contra mujeres porque eso dice la tabla, pero en España, Portugal, Polonia y Austria también hay mucha violencia contra las mujeres a pesar de lo que diga la tabla, porque debido a su falta de cultura democrática las mujeres han mentido (?). Por desmemoria o inhibición, pero mentido. Y porque NO puede haber país que no tenga su tasa de violencia bien alta. Y menos si no es igualitario. Y punto: hay que justificar todo ese gasto que parte de la UE y se ramifica hasta las concejalías de de las pequeñas ciudades y pueblos.

Dice Sami Nevala (de la FRA), “Cuanto más igualitario es un país, más se habla de los incidentes violentos contra las mujeres. A las mujeres les resulta más fácil hablar de ello”. Éste es el fantástico doble juego de Nevala: por una parte están los más violentos, los de la izquierda de la tabla, que resulta que son los países más igualitarios, y por la otra los menos violentos, que en el fondo y según ella no es que sean menos violentos, sino que simplemente no reconocen esa violencia por una inhibición producida por la falta de igualitarismo. Con lo cual: malo el igualitarismo –que da cifras altas claras- y malo el no igualitarismo –que encubre cifras altas en sus cifras bajas. En cualquier caso y en resumidas cuentas, no hay país de la UE que no se encuentre plagado de hombres malos. Ésta es la lectura de los “datos comparables” por los que se “felicitaban” las organizaciones feministas.

Pero aún hay más, y pido al lector que lea con atención este último párrafo porque la clave se manifiesta de forma sutil. Se trata de otro desliz muy probablemente proporcionado por el deseo inconsciente de una activista muy comprometida con las mujeres europeas y con un alto cargo en la Unión Europea. Karima Zahi, coordinadora del Lobby Europeo de Mujeres dice, “No se trata de que haya menos violencia en un país que en otro. De hecho, es probable que en los lugares donde las mujeres no están familiarizadas con este tipo de encuestas, donde no hablen de esta cuestión, se reporten menos casos”. Así pues, no dice que no se trata de que haya más violencia en un país que en otro porque con esta frase estaría de alguna forma restando importancia a una totalidad que se encontraría más o menos normalizada. Y como hemos visto a las activistas más subvencionadas les gusta que el problema sea total y enorme, y por eso comienza la frase al revés, expresando que la violencia no sólo está donde dicen las encuestas sino en la totalidad: “No se trata de que haya menos violencia en un país que en otro”.

domingo, marzo 02, 2014

Putos libritos

Debido a las circunstancias, en mis últimos acercamientos al Foro no tuve la necesidad alguna de usar el Metro. Así que hacía tiempo que no bajaba al subsuelo de Madrid. Pero siendo esta vez otras las circunstancias comencé por comprar un bono de 10 viajes nada más salir del AVE. Algo que no me resultó fácil pues uno de los grandes cambios que se ha introducido en la gestión del Metro ha consistido en eliminar las cabinas expendedoras humanizadas y sustituirlas por unas máquinas impávidas pero exigentes. Tuve que requerir de la ayuda de un madrileño que en lenguaje cheli me dejó claro que “no es tan di-fí-cil, que sólo hay que saber distinguir las cosas impor-tan-tes… de las cosas que no son tan impor-tantes”.  

A partir de entonces comenzó el verdadero espectáculo. No pude imaginarlo ni en mis sueños más fantasiosos. No fui capaz de preverlo aun cuando los signos nos llevan hablando permanentemente durante los mismos dos años en los que no había usado el metro madrileño. Signos que en realidad se encuentran por doquier (no sólo en Madrid y en el Metro) y que por tanto están a la vista de cualquiera. De todas formas, ya digo que a pesar de todo ello yo no fui capaz de imaginar la espectacular imagen con la que me iba a encontrar.

El espectáculo estaba ahí y se ofrecía a unos cuantos ojos, no muchos. Porque en efecto, se trataba de un espectáculo curioso y restringido a unos pocos en la medida en la que sólo sería capaz de verlo aquel que fuera eso, espectador… ¡pero no actor! Es cierto que hasta hace unos días (los que conforman no más de dos años) los usuarios del Metro no podían evitar un cierto aspecto alienado en sus gestos y actitudes, pero les habitaba de alguna forma una dignidad infundida por la necesidad, una necesidad aceptada de forma circunspecta. Ahora ya no. Ahora la mayoría de los usuarios del Metro, una mayoría que por supuesto se corresponde con una mayoría que habita la superficie, no se ha conformado con estar relativamente alienada, o alienada con cierta dignidad, sino que ha necesitado ser humillada. Y por eso esa mayoría de usuarios deambula absorta con su dispositivo tecnológico entre las manos.

Cualquier usuario del Metro que fuera capaz de dar un paso atrás dentro de un vagón podría convertirse en espectador de un espectáculo para mí desolador: decenas de personas absortas ante un pequeño dispositivo rectangular que les tiene humillados. Allí están a diario, miles de personas que en su paso por espacios públicos se encuentran subyugados a un dispositivo que les exige distracción y entretenimiento. Con el dispositivo entre las manos se entretienen, se distraen, como los niños. Todos ellos están ahí, en el subterráneo, firmemente aferrados a sus teléfonos sin apartar un solo segunda la mirada de ellos. ¡Vayan solos o acompañados!

Lo que no tendría mayor importancia si no fuera porque son las mismas compañías de telecomunicaciones las que mejor y más eficazmente han conseguido nuestra desintegración. En perfecta connivencia con el Estado las compañías de telecomunicaciones han pasado años abusando del ciudadano dejándolo indefenso y desamparado ante un Estado que miraba hacia otro lado mientras se hacía con parte del botín. Y han conseguido, con un proceso minuciosa y sabiamente desarrollado, que el sujeto del hoy sea un ser sin mirada; un ser sumamente comunicado desde su ensimismamiento mostrenco.

En perfecta armonía con el mismo espectáculo se encontró el colofón, un colofón por tanto que no hizo sino corroborar la desintegración del ser en tanto que ser social, en tanto ser que mira hacia fuera para generar la existencia del otro. Si verdaderamente “ser es ser percibido” (Beckett dixit), lo que nos ofrece ese ensimismamiento es la nada. No hicieron falta más que tres paradas en dirección al CENTRO para que el espectáculo descrito ofreciera su colofón, ese momento álgido que todo espectáculo que se precie requiere. Si no lo veo no lo creo: ¡la estación más transitada de Madrid ya no se llama Sol (siguiendo la pauta de los nombramientos de las paradas en función de la calle o plaza a la que a través de ella se accede)! No, ¡ya no se llama Sol, se llama Vodafone Sol! ¡Como también así se llama la línea entera a la que esta parada pertenece! Y ya saben lo que entre otras cosas esto significa: “Próxima parada: Vodafone Sol” y los andenes decorados con esa nueva e inexplicable denominación, y todos los millones de planos y planitos repartidos por la inmensa ciudad. ¡Vodafone Sol! Y mientras, todos tecleando el dispositivo velozmente con sus repulsivos deditos gordos.


Salgo del andén de la parada Vodafone Sol y me dirijo a la línea amarilla para hacer mi necesario trasbordo hacia Plaza España. El vagón se encuentra repleto y hasta me cuesta entrar. Me cojo como puedo a una barra y quedo situado junto a dos estudiantes que discuten acerca de las exigencias de su profesor. Él dice que el profesor ha pedido que la bibliografía requerida para el trabajo no contenga referencias extraídas de internet, y ella asegura, de forma categórica, que el profesor dijo todo lo contrario, que las referencias bibliográficas podían ser tomadas de la red. Se produce entonces un tira y afloja en la que ninguna de las partes cede. Él lo hace desde la tranquilidad de quien parece no tener dudas respecto a lo que el profesor dijo y ella desde la excitación de quien quiere imponer sus intereses. De hecho, después de un pequeño silencio ella se arranca y dice torciendo el gesto: “no, si éste será de los que les gustan los putos libritos”. Y ya hemos cambiado de tema. O no.