martes, agosto 25, 2015

Andrés Trapiello (más que un romancero)

Andrés Trapiello

Acaba uno de leer Troppo vero, un libro de 800 páginas que conforma un fragmento de la famosa novela en marcha de Andrés Trapiello, que no es propiamente un novelista aunque de vez en cuando lo parezca. Andrés Trapiello sería más bien un perverso testigo de su propia existencia. Un personaje protagonista de su propia gran novela, esa super-novela que nos viene regalando por fascículos a los lectores impenitentes desde hace tantos años. Así, cuando uno lee esos fragmentos que conforman la gran novela sabe que Andrés Trapiello es "uno", esto es, el "yo" que no puede evitar que su vida configure el mismo acto de su creación. Después sólo tocará transcribir, y ahí se encuentra el intríngulis. En este caso, literatura en estado puro que se retroalimenta de una irrefrenable inercia. Deseo obsesivo y obsesión por la literatura.

También escribe otras cosas de vez en cuando, por ejemplo historietas con trama, con planteamiento, nudo y desenlace, pero todas carecen de la enjundia que sólo puede tener una novela en marcha, es decir, una novela con tantas tramas como las que puede soportar un enfermo de literatura. Incluso sus ensayos son réplicas menores de la novela en marcha.

Pero no es éste ya el tiempo para historietas ensimismadas. Quien sigue este blog sabe de mi rechazo ante la literatura novelística de la contemporaneidad por cuestiones de anacronismo. El romance tuvo sentido en su momento, cuando no existían ni teléfonos móviles ni internet, pero ahora carecen de él todas esas manifestaciones artísticas ya periclitadas (escribir novelitas, poesía, pintar cuadros...). Y no se trata como muchos creen de solucionarlo con una simple hibridación de géneros; eso se lo dejo a quienes necesitan justificar su snobismo, o su amor por el dinero (fama). Es claro que no existe una realidad objetiva enfrentada a la ficción, al igual que también sabemos que en todo relato hay siempre una parte de realidad objetiva. Hace falta ser muy simple para usar el argumento de la hibridación -en la forma- con fines justificatorios modales. Sobre todo en un momento donde sólo se venden libros en las grandes superficies. Un ensayo es un ensayo y una novela es una novela, que por eso están en secciones distintas y sus ventas son tan dispares. Ahora bien, si lo que quiere uno es ganar dinero lo que tiene que escribir es una novela, ¡y no un ensayo! O un ensayo con forma de novela. Como muy bien sabe Vila Matas que ha ganado pasta por un tubo con sus camuflajes hibridadores.

Por cierto Vila Matas es uno de esos personajes que Andrés Trapiello nombra con una X (a veces los nombra con las iniciales del aludido). Habla de él, como siempre y como hace con todos, escondiéndose, nombrándolo agazapado desde la vuelta de la esquina a 5 años de distancia. Lo que podría interpretarse de diversos modos. Seguro que Trapiello tendrá sus buenos argumentos, pero para mí no es más que un recurso retórico ciertamente agotador. Podrá argüirse que la literatura se encuentra por encima de los cotilleos y podrá rematarse el argumento convocando a la elegancia, pero para mí se trata de un recurso lastrante y frustrante al tiempo que demasiado refitolero. También podrá argüirse que los lectores de Trapiello son lectores avisados y que por ello les resultará fácil descubrir las incógnitas, pero entonces tampoco veo el motivo de tanto jugueteo, y lo que nació como retórica en pro de la literatura acaba como juego floral. De hecho, pocas son las X (o iniciales) que se me han escapado en este y otros libros de la novela en marcha, ya hable de escritores, pintores, historiadores o fotógrafos. Otra cosa sería que Trapiello lo hiciera para sentirse más libre en sus opiniones, pero eso sólo empeoraría las cosas.

Y ya que estoy, aprovecho para sumarme a la perplejidad que a Trapiello le causó -en su momento-* el motivo por el que en Troppo vero necesitó aludir a Vila Matas (con una X o con iniciales, qué más da), que no fue otro que una entrevista publicada en ABC en la que el propio Vila Matas explicaba cómo ganó un famoso premio patrocinado por Herralde. El propio "preferiría no hacerlo" explica que fue el propio Herralde quien le llamó para que se presentara porque estaría bien que fuera él quien lo ganara. Así de simple: se trata de un concurso internacional con un jurado de reconocido prestigio, pero como es uno el que pone el dinero -digo yo que se dice Herralde a sí mismo- doy el premio a quien me pasa por los huevos... incluso sin haber leído el libro... que aún no se ha escrito.

Y yo me pregunto, ¿qué costaba poner Vila Matas en vez de una X? ¿Por evitar un tipo de literatura de rebajada calidad? No. ¿Para hacer de su literatura algo intemporal, esto es, algo con futuro? Nada, no me convence. No entiendo muy bien por qué esconde detrás de X a Miquel Barceló, López Modéjar, Castro Prieto, Ramón Gaya, Arcadi Espada, Bonet, Sánchez Ferlosio, etc., etc. Sé que no es ni por miedo ni por pudor. ¡Ay la gloria, cuánta seguidores convoca! Conclusión personalísima: un magnífico escritor con un pequeño (?) error de cálculo. En cualquier caso, su novela en marcha es un artefacto cuya excelencia radica en la superación del juego anacrónico -que es toda historieta en la actualidad- a través del plus de la monumentalidad. Como es sabido Josep Pla decía que quien leía novelitas a partir de los treinta años era un cretino. Eso era antes. Ahora la cosa es mucho peor. Pero la novela en marcha de Andrés Trapiello, insisto, NO es -sólo- una novela.

*5 años antes de la publicación del libro, pues como sabemos Trapiello publica sus notas unos 5 años después el haberlas tomado. Sin embargo, como tantas cosas de las que se sirve para elaborar su cr´onicas, yo las recuerdo con claridad casi meridiana, como es el caso de la entrevista a ese supuesto Vila Matas al que señala con una de sus X.

lunes, agosto 17, 2015

Soy un mequetrefe

Como expliqué en este blog hace ahora un año exactamente me vi obligado a desprenderme de una buena parte de mi biblioteca, de unos 3.000 ejemplares aproximadamente. No es que fuera una gran biblioteca, pero era la mía, la que fue configurándose poco a poco a lo largo de toda mi vida. Fue un momento triste, como ya apunté en su momento, que aún no termino de superar. Me quedé con el número de ejemplares que me permitía mi nueva casa. Cerca de 5.000, una miseria si la comparas con las verdaderas buenas bibliotecas. O al menos con la que me hubiera gustado tener.

A pesar de todo cada vez que alguien entra en mi casa queda pasmado del culto al libro que en ella se respira. Y siempre hay algún lelo que pregunta si me los he leído todos.

La verdad es que sin mis libros sería menos yo. O sea, un Alberto disminuido. Casi inútil. O por lo menos acobardado. Es cierto, además de ofrecerme compañía los libros me ofrecen seguridad. Y sé que como ángeles custodios velan por mí de forma absolutamente desinteresada. Curan igual la euforia que la melancolía. Su posesión resulta importante pero tanto como su misma presencia. No soy capaz de entender a quienes no abarcan con la vista todos sus libros (aunque sea en diversas estancias), además bien dispuestos en sus correspondientes bateas. Hay libros para leer, libros para ver, libros para consultar, libros para releer y libros para tener. Pero deben estar siempre a mano todos.

Elegir el libro apropiado para un viaje o una estancia es trabajo difícil, pero hay que hacerlo a menudo. Puedo dejar la maleta para el último momento previo al viaje, pero los libros tienen que haber quedado clarificados al menos con un día de antelación. Y aún así uno se ha equivocado tantas veces. Lo ideal es llevarse los seleccionados más dos de reserva si se trata de una estancia, y uno más uno si se trata de un simple viaje.

Tres han sido los seleccionados para esta corta estancia que acaba. Esta vez el error no ha radicado en la elección, que algo de eso también ha habido, sino en el cálculo del tiempo. Me he pulido los tres demasiado rápido. Ante mi desconcierto MJ me habla de su I-Book y de sus ventajas. Como toda aquella persona integrada en asuntos tecnológicos hace un esfuerzo por convertirme. Yo me hago el estrecho pero ella insiste en que lo pruebe arguyendo que no tengo nada que perder. No me cabe otra que aceptar una pequeña demostración porque aquí no hay librerías y necesito seguir leyendo. Con el dispositivo en sus manos me va explicando su funcionamiento y la verdad es que se lee bien en él, es decir, se lee bien en él. Poco más. Uno le explica las desventajas de leer en pantallita (que no son nada comparadas con las desventajas reales) con toda la parsimonia de la que uno es capaz, pero ella no las entiende, entre otras cosas porque hay dos grandes ventajas que le resultan indiscutibles. Tan indiscutibles que no se muestra dispuesta a réplica alguna: su capacidad de almacenamiento y su precio. En efecto, su capacidad de almacenamiento porque tiene 14.000 ejemplares en su haber y su competitivo precio porque esos 14.000 ejemplares le han costado cero euros.

Me acuerdo entonces de aquel soldado romano que en un volúmen de Asterix, concretamente en el de Asterix legionario,se estaba preparando para las Olimpiadas de atletismo. Pasa el atleta-soldado corriendo junto a los dos soberanos protagonistas de todas las historietas, Asterix y Obelix. Por razones que no recuerdo bien estos se ven obligados a decirle algo al atleta romano que acaba de pasar delante de ellos a toda velocidad y no se les ocurre otra cosa que correr hacia él. El soldado queda perplejo ante tal situación, pues ha sido fácilmente adelantado por un viejo y un gordo. Sin embargo el soldado no se arredra y en un gesto entre cabreado y chulesco arranca un arbolito y lo usa de jabalina con el propósito de demostrar su fuerza y habilidad. Entonces Obelix, con esa ingenuidad que tanto le caracteriza, lanza su menhir -de media tonelada- a más distancia que el atleta, y lo hace incluso alcanzando a un romano del poblado vecino. En la viñeta que sigue a los acontecimientos descritos aparece el corpulento atleta romano con las rodillas dobladas y mirando al lector/espectador dice "soy un mequetrefe".

domingo, agosto 16, 2015

Del deseo

Hay frases que se te meten en el cuerpo y no hay forma de desprenderse de ellas. Así son los efectos mágicos propios de la buena literatura, que actúan a modo de inoculación. Quién me iba a decir a mí que esta mañana me iba a encontrar con uno de esos milagros que suceden con la baja frecuencia que los hace soportables. De otra forma, no habría forma de hacer algo que no fuera el pensar ensimismado.

Dice el autor: "Cuanto mayor es el deseo de cabalgar, tanto menos numerosos pueden ser los rasgos que bastan para un caballo". Lo sé, para un lector desprevenido haría falta un determinado contexto que pudiera colaborar en la apreciación, si bien es cierto que sin él me sigue pareciendo una bella frase, o mejor, una buena forma de expresar una idea a partir de una frase. Cuando una frase logra ese efecto de inoculación espontánea es, precisamente, porque trasciende la misma idea que adquiere sentido en su contexto. En este caso la expresa Gombrich en su famoso ensayo cuyo título ya nos ofrece unas pistas, Meditaciones sobre un caballo de juguete.

Ya tenemos, pues, una frase y un título. Una frase que adquiere su pleno sentido en las reflexiones que a Gombrich le provocan un caballo de juguete, o mejor, la imagen de un caballo de juguete. La verdad es que dicho así, y sin reparar aún en contexto alguno, todavía me parece más estupenda la frase: "Cuanto mayor es el deseo de cabalgar, tanto menos numerosos pueden ser los rasgos que bastan para un caballo". Así sería en sentido abstracto: el sentido cuantitativo positivo relacionado con el deseo produce un efecto cuantitativo negativo respecto a alguno de los efectos derivados de ese deseo. O dicho de otra forma, a mayor deseo disminución de rasgos necesarios; cuanto mayor es el deseo de cabalgar menos serán los rasgos que hacen falta para "tener" un caballo. Y pongo "tener" entrecomillado porque es precisamente la imaginación lo que está en juego. Cuando no hay un caballo real.

La frase, digo, es producto de la deducción que hace Gombrich después de la atenta observación de una imagen en la que un niño juega con un palo -entre las piernas- en cuyo extremo hay una pequeña talla que representa la cabeza de un caballo. Ya tenemos, pues, el  contexto. El historiador se pregunta cuál es la imagen mínima que sirve para sustituir a un caballo de verdad, y es cierto que el deseo juega un papel importante a la hora de determinar ese minimalismo de la imagen. Y como decíamos más arriba: a mayor deseo disminución de rasgos necesarios. Un palo con una especie de cabeza de caballo en el extremo sirve para que el niño cabalgue feliz. Y ¿qué sería lo que en última instancia ha permitido esa sustitución tan minimalista pero al fin y al cabo satisfactoria? Pues la imaginación instigada por el deseo. Cuanto mayor es el deseo menores son las condiciones que hacen falta para satisfacerlo... si uno se conforma con el producto de la imaginación, claro.

sábado, agosto 15, 2015

Blanco y/o Negro

En el famoso relato de la antigüedad Teseo y su padre, Egeo, diseñan un código para entenderse a la vuelta de la expedición marítima organizada para acabar con el Minutauro. Egeo estará atento y con la mirada puesta en el horizonte marino; si viera acercarse la nave con la vela blanca entendería que la empresa ha sido un éxito; si la viera acercarse con una vela negra sabría del fracaso de su hijo. Estaba todo "controlado" a través del pacto resuelto con un código. Así fue que un día se encontraba Egeo oteando el horizonte cuando vio acercarse la nave que tripulaba su hijo. No vio bandera alguna que le indicara nada acerca del desenlace de la expedición y se suicidó.

Es cierto que a Egeo pudo faltarle paciencia, pero la cuestión es que al no ver bandera alguna fue incapaz de dominar su desazón y decidió quitarse la vida. En el código pactado nadie habló del significado que podía colegirse de la ausencia de bandera, por lo tanto podemos pensar que quizá Egeo se precipitara debido a un carácter propenso a la tragedia. La cuestión es que su hijo Teseo había efectivamente acabado con el Minotauro, pero a costa de perder a Ariadna en Naxos. La tristeza de Teseo provocada por la muerte de Ariadna fue más fuerte que la euforia derivada de haber vencido al Minotauro. Y este estado melancólico que vivía Teseo en el regreso fue la causa de que se le olvidara de izar bandera alguna.

Pero, ¿es que acaso era todo tan sencillo como para pactar un simple código binario: blanco/éxito, negro/fracaso? Valdría la pena que el lector hiciera el esfuerzo con contestarse antes de continuar con la lectura. Yo, antes de contestar voy a atender a una posibilidad que muy probablemente resulte del agrado de muchos. Si los signos que me ofrece la realidad no me engañan lo cierto es que habrá mucha gente que piense en la pobreza del pacto. Y crea de alguna manera que pudo pactarse un código algo más complejo, al fin y al cabo fue una circunstancia distinta de las (dos) previstas la que condujo la historia al desastre.

Teseo vence al Minotauro, lo que además de ser una señal de éxito lo es de euforia, pero como contrapartida pierde a Ariadna, lo que además de ser una señal de tristeza lo es también de fracaso. Así, el regreso de Teseo podría haber previsto otro tipo de resultados posibles, menos radicales (blanco/éxito o negro/fracaso), más "grises", como por ejemplo el de un éxito triste, o el de un éxito relativo, o el de un éxito disminuido, o el un estado de ánimo, orgulloso, melancólico, confuso. ¿No es eso lo propio de los que afirman que las cosas no son sólo blancas o negras? ¿No es eso lo que se corresponde con el pensamiento de los que machaconamente nos dicen que las cosas están llenas de matices y que no necesariamente son blancas o negras? Así, por ejemplo: una bandera blanca con un penacho negro habría significado éxito relativo. Pero ¿habría un código más complejo evitado la tragedia? En absoluto, porque la causa de que el padre se suicidara es el simple despiste del hijo. Un hijo que sabe cumplir con su tarea de héroe pero que después no puede ni siquiera con su propia melancolía.

Así de nuevo, ¿es que acaso era todo tan sencillo como para pactar un simple código binario? Yo diría que sí. Pero otro. Porque al fin y al cabo el fatal desenlace nada tiene que ver con el tipo de bandera enarbolada. No podemos dejar de lado dos aspectos significativos del relato: primero que en el pacto tiene más importancia lo implícito que lo explícito, al menos en Egeo: en vista de lo acaecido lo que a éste le importaba no era tanto que Teseo venciera al Minotaro cuanto que Teseo regresara sano y salvo de la expedición, por lo que no se explica bien el tipo de código elegido; hubiera bastado uno que diera prioridad a la superviviencia de Teseo y no tanto al éxito de la empresa. Y segundo que la tragedia del suicidio no se deriva, después de todo, del tipo de bandera sino más bien de la no-bandera; la verdadera causa no es otra que la del "despiste" de un tipo obnubilado por su melancolía. Egeo pudo haber aceptado la decepción de una bandera negra porque era una de las dos posibilidades pactadas con su hijo, aunque ello hubiera supuesto el fracaso de la expedición. Pero por razones obvias que radican en el mismo pacto, lo único que desde luego no habría sido fácil de aceptar a Egeo era la no-bandera, la carencia de bandera, porque se trataba de la única señal fatal.  

Conclusión. Hay veces que los relatos míticos de la antigüedad no acaban de funcionar ni siquiera como patrones conceptuales concebidos para guiar al sujeto en su viaje iniciático. Y tal cosa sucede, como en las malas películas, cuando sus personajes carecen de un cierto sentido común. A un héroe -de la mitología clásica- sólo le está permitido carecer de sentido común cuando de él se requiere un valor sobrehumano. Sólamente. Por lo demás no puede ser un imbécil. Si lo que más importaba a Egeo era su hijo, lo cierto es que su código era realmente estúpido. Le hubiera bastado con inventar uno acorde a sus verdaderos intereses. ¡Y qué decir de Teseo, el héroe al que le es encomendada la tarea de vencer al Minotauro! Un auténtico gilipollas cuya obnubilación melancólica le impide recordar el pacto acordado con su padre.

jueves, agosto 13, 2015

Un día de agosto

Son las seís y media de la mañana. Me he despertado con la ilusión de hincarle el diente a un libro al que le tengo muchas ganas desde hace un tiempo. Ya se sabe lo que pasa con esto de los libros, uno los compra porque desea leerlos, pero esperando que sea el propio libro quien le revele a uno el momento oportuno para hacerlo. Así, hoy: Los tres Reyes Magos. Con el silencio propio de esas horas doy comienzo a la lectura sentado en una hamaca y delante de una paisaje privilegiado. Llevo leídos varios libros del autor, Jesús González Requena, un escritor polédrico pero con un pensamiento sistematizado e indiscutiblemente personal. Más allá de lo pretendido con cada nuevo libro su objetivo último es aportar nuevos datos a su llamémosla tesis principal. El subtítulo de Los Tres Reyes Magos nos ofrece ya pistas: La eficacia simbólica. Toda la primera parte del libro la dedica a explicar el mito de los Reyes Magos de forma estrictamente materialista. Como suele ser habitual lo que hace GR es ir mucho más allá de lo conocido para descubrir al lector un sifin de matices que lo impregnarán de un conocimiento gozoso a la par que ya indiscutible. Aunque insisto, GR va más allá de lo conocido (debido a la agudeza y la inteligencia de sus apreciaciones), pero sólo a partir de lo conocido, porque sus fundamentos ni se apartan ni escapan a la realidad de la palabra (el verbo) y la representación de la palabra en términos de imagen (pintura, cine). Nada hay en sus análisis que escape al texto, en definitiva. Y quizá por eso resulte tan emocionantes sus ensayos, pues nada de lo que dice carece de sentido y prácticamente nada parece discutible. Se me está pasando la mañana en un suspiro. Del fresco matutino he pasado al calorcillo de la media mañana. Justo a la hora en la que comienza el mundo a moverse en esta época estival. Y coincide más o menos con la mitad del libro. Hasta la página 90 todo ha sido análisis del mito, abordado por activa y por pasiva, como suele ser habitual en este autor que jam´as da puntada sin hilo. Nos ha hablado de "cadena de significantes", de los padres "que no inventan la historia", del "no-yo" psicoanalítico, de "regalos y dones", de la Reforma y la Contrereforma, de "La puerta, la prohibición y el goce" y, sobre todo de "la existencia de los Reyes Magos. Cierro el libro por unos momentos y cambio de ubicación, abandono el lugar de vista privilegiada y me retiro a un sitio sin vistas pero acogedor. También el libro da un curioso giro. Del mito y del rito queda ya poco que decir, por lo que González Requena se adentra en esos terrenos que más arriba calificábamaos como de extremadamente personales. Y en efecto, es apartir de este giro cuando los argumentos de Requena se tornan emocionantes. Del mito y el rito de los Reyes Magos queda ya poco que decir, digo, pero no así de su eficacia simbólica. Por eso resulta tan emocionante -insisto en el término- esta segunda parte, porque es en ella donde emerge el brillante ensayista seductor cuyo pensamiento sistematizado es aplicado a la comprensión del verdadero problema, que no es otro que aquel genera la desmitologización de la secuencia narrativa que nos configura como sujetos. Para G. Requena sin mito no hay posibilidad de que el sujeto se sujete; sin mito (relato fundador) no hay posibilidad de relato "sujetador", sólo narraciones mixtificadas, fragmentadas e inconexas; sin héroes, sin tarea que cumplir, sin promesa, sin sacrificio, en fin, sin mito sólo cabe el caos de lo real. Pasan de las las tres de la tarde, tengo hambre, pero el texto de GR me tiene abducido. Tomo la decisión de postergar la comida porque quiero acabar un libro que en realidad no querría uno que acabara.

Son las cinco y cuarto de la tarde. No he hecho siesta porque el cuerpo no me lo ha pedido. Tengo ganas de ver una película de las que he traído conmigo para esta estancia estival. Con el cine me pasa algo parecido a lo que me pasa con los libros. Tengo una mente analógica de la que nunca me libraré. Soy de los que aún compra películas esperando que ellas escojan el momento más adecuado para que la necesidad se revele. O lo que es lo mismo, soy de los que almacena películas compradas esperando que mi estado de ánimo entre en conexión con alguna en concreto. Así hoy: Upstream Colours, una película americana del más puro estilo independiente. La tengo en espera desde hace varios meses, pero hoy es el día no sé muy bien por qué. Tras unos 20 minutos de visionado siento que mi mente no reacciona favorablemente ante la película. No me sorprende demasiado porque recuerdo cuáles fueron las sensaciones que tuve ante la primera película de su autor, Shine Carruth, un tipo muy extraño dentro de la industria cinematográfica, no sólo americana, sino mundial. Muy poca gente debe haber que pueda permitirse hacer lo que le da la gana de forma tan descarada. Él es, en sus peliculas realizadas hasta la fecha, el guionista, el director, el productor, el montador y el músico. Su primera película tampoco resultaba fácil de visionar debido a la poca amabilidad de sus formas narrativas, con unos personajes con los que resultaba difícil empatizar y con una trama que no se aclaraba mientras avanzaba la película, sino al revés. En fin, un cine extremadamente diferente del habitual. Algo que porsupuesto no es ni bueno ni malo ni garantiza nada en términos de calidad. El caso es que hago un pequeño esfuerzo por superar ese momento dándole un nuevo margen de confianza. La cosa no funciona, estamos en el minuto 32 y siento que algo está fallando de verdad. Entonces se me ocurre hacer algo que jamás he hecho en mi vida. Acudo a internet y busco en Google algo que me ayude a digerir lo que queda de película. Leo lo que de ella se dice en dos de los portales más frecuentados. Primero la sinopsis y luego las opiniones. De la lectura de las sinopsis (dos dadas por los respectivos portales y una dada por el propio director) extraigo una conclusión: que no debe importarme cuál sea la trama. Upstream Colours es, al menos hasta el minuto 32, un conjunto de imágenes incoherentes sin apenas diálogos y filmada como a trmpicones. Luego está lo de las opiniones. Una mayoría más que considerable la considera una hermosa película entre conceptual y poética. Y todos hacen hincapié en el tiempo transcurrido entre su ópera prima, Primer, y ésta su segunda película, 8 años. Retomo el visionado no sin cierta impaciencia. No hago más que apretar el botón que me especifica el tiempo que queda de película. Mal asunto, me digo, esto no es forma de ver una película, pero la verdad es que se va haciendo cada vez más indigesta. Nada tiene que ver esa indigestión con el hecho de no entender muy bién lo que se encuentra sucediendo en la trama. De hecho nada me preocupa no haber entendido Mohollan Dirive (David Lynch) o Los límites del control (Jim Jarmusch), dos películas que indiscutiblemente situaría en la lista de "mis favoritas". Así que no se trata de eso, no se trata de entender o no lo que se encuentra sucediendo durante el visionado, se trata más bien de estar o no disfrutando de ese visionado, y eso es algo que no me está pasando con Upstream Colours. Se me hace farragosa y tengo ganas de que acabe. No veo el momento de que salgan los créditos. No me gusta nada. No sé...

Son las siete y cuarto de la tarde. Consulto internet para ver qué hacen el cine del pueblo más cercano, Misión imposible IV. Perfecto, me digo a mi mismo, es el momento perfecto para ir a ver una de esas películas que están hechas con el único fin de entretener. Qué ganas. Con el cine repleto de niños excitados da comienzo la película. Los primeros minutos como suele ser habitual en estas producciones son trepidantes y no le faltan de nada, desde peleas inauditas a persecuciones imposibles pasando por una chica despampanante pero peligrosa. Cuando tras unos minutos de acción entran los famosos acordes emparentados con la "idea" de Misión imposible, el cine se viene arriba y todos aplauden. Participo de la euforia sin problemas. Me gusta y me emociona la entrada de esos acordes que tanto me transportan a mi televisiva infancia. La trama se construye a partir de una vuelta de tuerca sobre el asunto primordial de todas las misiones imposibles, la de que el Gobierno quede al margen de todo lo que pudiera suceder. No es mejor que sus precedentes ni aporta grandes novedades, pero no deja de ser una película que cumple bien con lo que son sus objetivos. No hay nada peor que decepcionar unas expectativas, cosa, por cierto, que hacen muchos más bockbusters de los que se creen. Pasó no hace mucho con El llanero solitario, Tomorrowland y Jurasic world. No satisfacieron ni a su público propio. La primera por aburrida, la segunda por cursi y la tercera por insuficiente. Pero volvamos a Misión imposible IV. La película no está mal pero tampoco su ritmo está bien calculado. Sus altibajos inducen a la distracción, y nada mejor para distraerse que las soporíferas y previsibles secuencias de persecuciones. Aunque parezca mentira es en estas trepidantes secuencias donde se me va la cabeza y pienso, por ejemplo, en la cena, o en la excursión que me espera mañana. Cuando la acción se centra en el suspense recupero mi atención. Distraerse, digo, pero ¿qué es después de todo distraerse? Cuando yo digo que me distraigo es que me aparto sin querer de lo esencial. Pero ¿no es cierto que distraerse es sinónimo de divertirse? Cuando algo me divierte verdaderamente no tengo tiempo para distraerme. Entonces, ¿me está divirtiendo verdaderamente Misión imposible? S´i, pero sólo cuando no me distraigo. En cualquier caso, me resulta interesante ver la película en este momento y en estas condiciones. ¿Película entretenida entonces? Sí. ¿Algo más que eso? Definitivamente no, pero no por ello debo despreciar mi experiencia, más bien al contrario lo que resulta interesante de ella es su incorporación a las otras experiencias del día. Pero si hablamos de entretenimiento del bueno, entonces no hay duda: la lectura de Los tres Reyes Magos. La eficacia simbólica es un cénit.

martes, agosto 11, 2015

El invitado

Me dirijo a información y pregunto. Una amable señorita me responde y yo se lo agradezco. No conozco la zona así que me vienen muy bien sus explicaciones y consejos.
Bis [Me dirijo a información con el fin de poderme situar en este lugar del que apenas sé nada. Me atiende una mujer de esas cuyo indiscutible atractivo radica en su falsa ingenuidad, esa falsa ingenuidad que tanto agradecen los magnates cuando se aburren. Lleva el pelo recogido en un moño sujetado por un estilete de esos que igual sirve para un moño que para una venganza. La entiendo perfectamente a pesar del centrifugado que en su boca le provoca un chicle de clorofila]

Por la noche tengo una de esas cenas que llamamos sociales. Como es en un chalet privado llevo una botella de vino. Llego a la hora en la que se me ha citado. Soy de los primeros. Pasados 30 minuos apenas somos un puñado de invitados, cuando se esperan cerca de 80 personas.
Bis [Gracias a las explicaciones de la "informadora", llego a la cena con puntualidad británica. Me recibe la anfitriona, que me agradece la visita y el detalle de llevar una botella de vino mientras con un gesto insonoro llama a una encofiada doncella para que me atienda. Se disculpa por tener que abandonarme unos minutos y desaparece escaleras arriba. Una de las tres parejas que también ha llegado se me acerca para, amablemente, indagar acerca de mi presencia. Mi respuesta no parece satisfacerles, algo del todo comprensible dado el poco esfuerzo que pongo en esfumar su curiosidad. Es entonces, exactamente entonces, cuando ella estira su mano y me dice "Carolina". Yo se la cojo y le digo "encantado". Su marido se gira para saludar a unos amigos].

Han tardado pero han ido llegando los invitados. Decían que 80, pero si los contara probablemente saldrían bastantes más. Hice bien en no fiarme demasiado cuando al invitarme se me dijo que se trataría de una cena informal. Prácticamente todo eran parejas y excepto 3 o 4 de ellas todas las demás parecían conocerse. Había un cierto fluir en el movimiento aleatorio de los invitados.   
Bis [Al final, y como era de prever han ido llegando todos los invitados. Por llegar han incluso llegado los que no lo estaban invitados. Ya se sabe, donde caben 2 caben 3, y así sucesivamente hasta dar con una cifra que incita a la especulación. Los hombres se parecían todos de alguna forma debido a sus atuendos, y las mujeres lo hacían por sus picudos pómulos y extracarnosos labios. Si a cierta distancia uno enturbiaba los ojos podía fácilmente confundirse de caballero. Si enturbiaba uno los ojos a corta distancia podía llamar Carolina a cualquier mujer].

La cena se desarrolla con una normalidad para mí poco previsible. Quizá esperara yo un cierto snobismo que no se dio. Cosas de los prejuicios. Las camareras cumplen su papel con una eficacia que raras veces ha visto uno en la vida; además de cumplir con elegancia su labor primaria, parecen estar instruídas en preocuparse por los invitados que parecen estar más aislados.
Bis [La cantidad de invitados hacía presagiar una cena un tanto deslabazada, pero la verdad es que, posiblemente debido a la anfitriona se va desarrollando de forma fluida y amable. Buena parte del éxito de la cena se debe, hay que decirlo, al equipo de camareras puesto por la empresa de catering. Apostaría a que muchas de ellas son sociólogas y psicólogas en paro y se ganan con esto unos dinerillos. Eso es al menos lo que puedo deducir después de indagar sólo en una de ellas. Las casualidades existen: se llama Carolina y es simpática además de interesante].

No hay cena sin postres, ni fiesta sin piscina. Así que allí nos vamos dirigiendo todos en una especie de movimiento browniano. No falta de nada, desde farolillos chinos a antorchas medievales. Los grupos ya no se configuran por acumulación de parejas, sino de forma más aleatoria. De hecho, hay ya un par de grupos que sólo está conformado por mujeres. El alcohol va haciendo mella en todos, sin distinción de sexo ni edad. No recuerdo cómo salí de allí. Ni con qué extremidades.
Bis [Después de los postres no queda otra que beber o abandonar. Yo me decido rápidamente por lo primero. Algo por cierto, en lo que no resulto ser nada original. Bebo quizá más de la cuenta, pero no me parece preocupante. Al menos al principio. Además tengo la sensación de que todos se encuentran en mi misma condición. Estando de pie junto a una de las barras situadas al borde de la piscina siento como alguien me toca la espalda, me giro y saludo cortésmente. La mujer me contesta un tanto contrariada:
- Soy yo, Carolina, nos hemos conocido antes, aunque no nos has dicho tu nombre
- Claro, perdona, -le contesto- pero es que no sé, debe ser mi estado... ¡Ah sí, la psicóloga, claro! -digo creyendo haber arreglado la situacio´on
-¿La psicóloga? -me dice con cierto tono recriminatorio
-Ay, no perdón, perdón, creo que... me he 
- No te preocupes, no es eso -me dice con aire ya menos circunspecto-, es simplemente que me he recogido el pelo. Advierto de inmediato que lleva razón. Se gira para mostrame su moño y, efectivamente, lo lleva recogido con un fino estilete de esos que igual sirve para comer comida china que para practicar una venganza. Me acuerdo de la azafata de información y de su incansable quijada, pero no recuerdo nada más. Si acaso sudor frío].

viernes, agosto 07, 2015

Viaje por el sur (y 3)

El Provisional (Centre Pompidou)

Pocas cosas hoy en día pueden permitirse el lujo de ser verdaderamente independientes y por tanto genuinas. Es una lástima. Existen pocas posibilidades de sobrevivir desapelotonado en un mundo fagocitado por los mecanismos que impiden la disidencia so pena de exclusión total. Así se ha configurado nuestro (nuevo) mundo con el beneplácito de todos y no sólo de los poderosos. Esta mañana he visitado la librería de una pequeña ciudad cuya principal fuente de ingresos proviene de las temporadas estivales. Mi conclusión es una y sólo una: la librería de esta pequeña ciudad no puede permitirse otra selección de libros que la que tiene, que resulta desoladora por vulgar. Y entiéndase el término vulgar desde un punto de vista estricto y con todo el respeto hacia quien no puede hacer sino lo que hace para sobrevivir.

Y si eso sucede con las cosas, qué no sucederá con las Instituciones, que desde hace ya un tiempo no tienen  posibilidad alguna de salirse del patrón establecido por la Corrección Política, que no sólo es la que "sugiere" los temas oportunos -para un centro expositivo público- sino fundamentalmente la que exije buenos resultados económicos en la gestión. Lo vimos hace unos días en la crónica que uno hacía del Centre Pompidou provisional. Igual que el librero tiene todos sus mostradores abarrotados con libros de portada repujada (money), el museo expone aquello que pueda generar entradas (money)... y compras (money). No resulta casual que para salir del provisional se le obligue al espectador a recorrer toda la tienda.

Y que nadie se lleve a engaño con el asunto de la Corrección Política. Lo he señalado alguna vez en este blog: la Corrección Política fue un invento de la izquierda que le vino muy bien a la derecha. Porque la Corrección Política es un sistema de censura encubierta montado desde arriba pero con el beneplácito de todos los que en principio se beneficiaban desde abajo. Que esa fue la perfecta estrategia de la CP: erigir, en nombre de la libertad, un sistema que nos hacía cada vez más dependientes de las paternalistas clases dirigentes. Y por eso, repito, que nadie se lleve a engaños con este asunto crucial: el nivel de CP que pudo alcanzar, por ejemplo Consuelo Císcar en el IVAM, no tendrá nada que envidiar al que podrá alcanzar José Luis Cortés en el mandato actual, con independencia de las divergencias ideológicas que puedan existir entre ambos. La CP es un virus que se encuentra inoculado en toda acción pública cuyo principal cometido sea el de sobrevivir.

Comentaba en otro post las consecuencias de tanta CP aplicada al mundo expositivo, que da igual que tuviera como producto obras modernas que contemporáneas. Pero ¿qué pasa con las intenciones? ¿Cómo manifiestan sus intenciones los gestores/directores/técnicos de los principales centros exhibidores de arte? ¿Cuál es ese discurso que tampoco podrá huir de los preceptos de la Corrección Política? Pues precisamente el único posible. Así de simples son los mecanismos que rigen la CP, que se mueven con un dedo. Acudamos de nuevo a ese dossier de 27 folios que una amable "mediadora" me dio en el vestíbulo del provisional.

Rápidamente uno comprueba lo previsibles que son los discursos que tratan de ajustarse a esa falsa empatía que intenta desprender siempre la CP. Vean si no cómo esos discursos tiran de conceptos absolutamente estratégicos que intentan aparentar buen rollo y sobre todo generosidad. Dice el dossier en el epígrafe 4 "El alma del concepto es la 'mediación cultural' innovadora basada en la experiencia, mundialmente reconocida, desarrollada en este ámbito por el Centre Pompidou". La cosa promete, me digo: ¡un concepto con alma! el de la "mediación cultural", pero no una mediación cualquiera, sino una mediación ¡"innovadora"! Así, ya estamos avisados, no será este centro expositivo como todos los demás, porque su concepto tiene alma: el concepto es el de la "mediación cultural" y el alma la pone el sentido innovador de su aplicación. ¡Qué intriga! No sé si podré con tanta expectación (y estamos aún en el segundo párrafo).

Pero antes de desgranar el contenido de esa innovadora forma de mediación cultural, el dossier debe insistir en el buen rollo de su cometido y en la generosidad con la que ha planteado la mediación: "El Centre Pompidou provisional, destinado a personas que no suelen frecuentar los lugares de cultura, quiere proponer a sus visitantes una nueva visión del arte basada en la interacción". Pero vayamos por partes no sea que nos atragantemos. El centro Centre está destinado a los ignorantes, a los palurdos, a los que "no suelen frecuentar los lugares de cultura", y por lo tanto es a ellos a quien irá dirigida la mediación, para que ver si de una vez por todas espabilan. Lo que no entiendo muy bien es eso de la "nueva visión" (del arte) si antes no ha existido ninguna. Seguramente se referirá a la visión que permita, tal y como apuntábamos en el anterior post, el goce de lo expuesto, una vez la mediación haya hecho su papel, claro. Para que todos gozen de todo; de Nauman, de Bacon, de Saura, de Zush, de Miró, de Léger, de Piano, de Mendieta, de Fautrier, de Ono, etc. De todo y como corresponde, sin fisuras, sin dudas. No puede haber un fin último que no sea ese. No puede.

Aunque por otra parte está lo de la "interacción", que tampoco deja de ser intrigante. ¿Cómo será eso de la interacción? ¿De qué forma se la habrán planteado estos expertos en marketing? De momento han dejado caer la bomba en el tercer párrafo pero no queda claro en que pudiera consistir, así que siguen con lo de la mediación: "Esta mediación se hará frente a las obras, pero también en espacios multifuncionales de mediación en los que la transmisión de conocimiento, el debate, la sorpresa, el juego y el cuestionamiento agitarán la curiosidad de profanos y amantes del arte".

Ya hemos llegado, pues, a los famosos "espacios multifuncionales", tan misteriosos ellos, al "juego", tan propio de los que no "suelen frecuentar los lugares de la cultura" y a la "sorpresa", que no sé exactamente de dónde puede provenir, más alla de que pueda hacerlo de cualquier cosa, como pasaría en un museo de ornitología. Y lo mejor de todo: espacios multifuncionales para... ¡"el debate"! ¿Debate?, me digo a mi mismo. ¿Con quién? ¿Sobre qué? ¿Con los mediadores? ¿Con los expertos/comisarios? ¿Con el propio director del Centre? ¿Sobre la técnica pictórica y su evolución? ¿Sobre la percepción visual? ¿Sobre el concepto de arte según Hegel? Y por último, "transmisión de conocimiento" en "espacio multifuncional", ¿a partir de la interacción, quizás? Seguro, porque aún está por aclarar el término en su aplicación a la mediación.

Pero antes de explicar en qué consiste todo eso de la innovación en "mediación cultural" el Centre remarca que "El Centre Pompidou provisional se aplica en implantar una política de público y de formas de mediación originales que establezcan un vínculo estrecho con el tejido social local" (cuarto párrafo). O lo que es lo mismo, al Centre le preocupan, no sólo los palurdos, sino también los malagueños, que son los que fundamentalmente pagan la fiesta. Y por eso se insiste en el quinto párrafo, "Por su trabajo de mediación con el público, el Centre Pompidou da prioridad  ampliar los asistentes y se dirige, en primer lugar, a quienes en priincipio no irían a los museos". Perfecto, maravilloso: no sé muy bien quienes son los asistentes pero sé que el esfuerzo real se ha concentrado en los palurdos, que si son malagueños, mejor. Y también sé, porque ya me lo han dicho 4 veces en medio folio, que las "formas de mediación" son "originales". Además, su confianza en esta estrategia es tal enorme que aseguran que "Cada Centre Pompidou provisional será un espacio de vida que, más que vistarse, se frecuentará". ¡"Espacio de vida"! ¡Sin tálamos!

Veamos, pues, cuáles son esas originales y novedosas formas de mediación cultural basadas en la "experiencia mundialmente reconocida" del Pompidou, basadas todas, al parecer, en la interacción. Aquí las tienen tal como son descritas 3 veces en las respectivas páginas 17, 18 y 19 del dossier: "Herramientas pedagógicas, folletos, audioguías, recorridos... cada dispositivo deberá trascender el punto de vista científico de la obra para crear la afición por el arte en público y entender la creación contemporánea como un factor de intercambio y desarrollo cultural". ¡Acabáramos!: ¡"Folletos"!, al parecer lo último en dispositivos; ¡"audioguías"!, al parecer lo último en tecnología; ¡"recorridos"!, al parecer lo último en estrategia informativa. Aunque quizá lo más destacado sea el genérico de la enumeración: "herramientas pedagógicas". Todas, como se ve, basadas en la anunciada interacción (?). A partir de este momento el dossier se desbarata alcanzando su zenit con una frase que resume la memoria de intenciones: "Un espacio que motive la participación, la implicación, los intercambios". Perdónenme ustedes que me retire de repente, pero me ha dado un apretón.

jueves, agosto 06, 2015

Eternidad

¿Se puede no creer siendo? No es una pregunta fácil de respoder, desde luego. Resulta francamente difícil no creer en nada si uno tiene la ventaja -relativa- de vivir. ¿No creer en qué? ¿En Dios? ¿En el ser humano? ¿En el otro? Difícilmente uno podrá no creer en nada. Jamás podrá nadie descreer de la vida.


¿Las otras creencias? Cada cual tiene las suyas. Ir tras la verdad es una forma de creer en ella, por mucho que se desconfíe de lo absoluto. Toda la gente que he admirado en mi vida ha fundamentado su pensamiento en la búsqueda de la verdad. Sólo la ignorancia más zafia es capaz de situar una disputa aludiendo a la inexistencia de verdades absolutas. Punto muerto de magnitud colosal.

Yo, por ejemplo, creo en la eternidad. Pero no una eternidad cualquiera, de cuento de hadas, no, yo creo en una extraña -cómo no- eternidad que sólo puede generarse desde el amor. Posiblemente no haya nada después de la vida, al menos nada de lo que somos capaces de imaginar, pero estoy convencido de que el amor es una fuerza tan poderosa como creadora. Cuando el amor es de verdad (y ya estamos con los dos términos en conjunción) no hay muerte que pueda con él. Pero tiene que ser de verdad. No hay muerte que pueda con el amor que se da en ese amante anciano que muere a los pocos días de haberlo hecho la mujer de su vida. O viceversa. A ese amor no le queda otra que ser eterno. 

lunes, agosto 03, 2015

Viaje por el sur (2)

Centre Pompidou

Se dice "cría fama y échate a dormir".

Pues bien, eso es lo que lleva haciendo el Arte desde hace muchos muchos años: dormir. Y lo hace después de criar una fama, además, inmerecida. En efecto, si hay algo que la Institución Arte cree de sí misma es que el producto que la representa, esto es, el mismo producto/arte, ha sido y es la herramienta subversiva por antonomasia. Aún diría más, no hay cosa que les ponga más cachondos a los artistas que ser considerados los abanderados de la indisciplina contra el sistema. Les encanta creerse subversivos y jamás repararían en la contradicción que encierra trabajar para una Institución, no sólo integrada sino normalizada. No hay más que verlos y oírlos.

Pero la verdad es otra con independencia del valor de su trabajo. Nada hay menos subversivo que un sujeto que dice lo que se espera que diga. Por otra parte, creerse subversivo en el mundo del Arte resulta tan meritorio y valeroso como recoger margaritas en campo abierto. E igual de arriesgado. Quizá, excepto si vives en China o similar.

Son cosas del Sistema Arte, a quien siempre le ha venido bien la fama de contestatario. Tanto es así, que la contemporaneidad lleva ya unos años aplicando retroactivamente todos esos supuestos que señalan el Arte como una constante lucha contra la convención. Y a los artistas como unos adalides de la libertad a los que debemos gratitud eterna.

Pero la verdad es otra con independencia del valor de las obras de arte. No hay quien dude que el Arte nos ha enseñado a ver el mundo de otra manera y lo ha hecho, además, poniendo en tela de juicio muchas convenciones (casi todas perceptivas). Perfecto y maravilloso. Pero no podemos por ello presuponer que el producto es, o deber ser, necesariamente algo que nos induzca a reflexionar respecto a las alienaciones o las injusticias. Podría poner miles de ejemplos en los que el valor de la obra de arte radica no tanto en la reflexión que pueda generar como en la experiencia, llamémosla estética, que pueda proporcionar. En todo caso podría darse la reflexión pero de una manera secundaria, subsidiaria, como ante cualquier otro tipo de experiencia. Es decir, un espectador puede gozar ante un léger, un picasso, un magritte o nauman, pero lo que sin duda resulta excesivo es que se obligue al espectador a "contemplar" esos artefactos desde un entendimiento de la subversión asociado a la ideología.

Y en ningún sitio se manifiesta la ideología de forma más clara y más contundente como en la Corrección Política. Más allá de esos pocos artistas actuales que hacen honor al concepto de excepción (realizando productos sin más intención que la de proporcionar experiencias estéticas), la verdad es que el Arte, como cualquier otra manifestación contemporánea, se encuentra atornillada a los preceptos de la Corrección Política.

Y es aquí donde nos topamos con la siguiente etapa de nuestro viaje por el sur: el Centre Pompidou; o mejor, el Centre Pompidou provisional, como repite machaconamente el dossier de prensa que me pasaron.  

Decíamos que la contemporaneidad aplica retroactivamente todos esos supuestos que señalan el Arte como una constante lucha contra la convención y el sistema. Y también que esa lucha ha sido monopolizada por una Corrección Política que ideologiza todo lo que toca. No hay más que echar una ojeada al programa del Centre Pompidou provisional para comprobar hasta qué punto nos obligan a ver un orlan o un boltansky bajo los mismos presupuestos que un miró o un calder (que como sabemos tenían un concepto de la subversión directamente vinculado a la percepción). Es decir, hasta qué punto nos obligan a ver un miró, un calder, un giacometti o un bacon bajo los ideologizados presupuestos actuales de la Corrección Política.

Observen si no, ya de entrada, los nombres de las exposiones y, sobre todo, las frases que las justifican: Autorretratos; "explorar las diferentes dimensiones de una identidad compleja y enigmática" (con Kalho, Arroyo, Music, Dufy, González). El hombre sin rostro; "nos hablan de la soledad y la alienación modernas" (con Fautrier, Giacometti, Segal, Léger). El cuerpo político; "artistas comprometidos denuncian los tipos de representación de la mujer" (con Orlan, Mendieta, Schneemann, Landau). El cuerpo en pedazos; "cuerpos despedazados y heridos, cuerpos desequilibrados para desarmar cualquier propósito y demostrar que la realidad es imagen" (Tápies, García Sevilla, Baselitz, Boltanski) En fin, pura ideología donde no siempre la hay. ¡Y cuidado!, porque no es lo mismo ideología que teoría. La función de la teoría ha sido siempre la de explicar cada momento histórico bajo los estigmas de ese momento (Zeitgeist), pero la función de la ideología es juzgar todo -pasado y presente- bajo los parámetros de la actual y rentable Corrección Política. Y la Corrección Política no es sino una potente arma de Poder cuya función es mantener acojonados -y relegados- a todos aquellos que no quieren participar de ella.

¡Qué anticuada queda ya esta forma de abordar el Arte!, sobre todo en esta Era Digital donde las cosas no se parecen en nada a como eran hace apenas unas "semanas". Y en donde el nativo digital (que casi llega a la treintena) se desentiende de tanta falsa sacralidad y de tanto rollo barato. Podr´iamos afirmar que la era del Arte ha tocado a su fin pero hay gente que no quiere verlo, bien por inercia (mercantil), bien por nostalgia (metafísica). Pero no conforme con mostrarse anacrónico y desinformada, el mundo del Arte ha elegido muy mal su compañera de viaje, que no ha sido otra que la Corrección Política. Nada hay más previsible que ella, nada más castrador que ella. Nada que exija admitir, de forma clara y contundente, los preceptos de un mundo regido por la mentira, la hipocresía y el simulacro.

Nadie parece haberse dado cuenta, en este obsoleto mundo del Arte, que los nativos digitales están hartos de que se les exija aceptar el TODO. No hay nativo digital que crea en el TODO; el nativo digital es un ser que ha sido instru´ido  para creer sólo en las partes. Nadie parece haberse dado cuenta de que internet ha alimentado una forma nueva de percepción en la que el sujeto puede particularizar su gusto y descreer de todo aquello que le intentan "vender" en conjunto, además, desde un sistema de "ventas" ya periclitado (museos/expertos). Nadie parece haberse dado cuenta de que el internauta tiene formada una opinión ante un maremagnum perceptivo visual que supera con crees al diminuto y ridículo mundo de imágenes con el que opera el actual experto del Arte.

¡Qué anticuado queda ya dirigirse al nuevo consumidor de imágenes -que es descreído además de digital, o mejor, que es descreído por ser digital- diciéndoles cuáles de esas imágenes son superiores y por ello sagradas(Arte)! Sobre todo cuando ellos tienen claro, más que nunca en la historia de la humanidad, qué imágenes son las que les parecen dignas de admiración y qué imagenes no (no podemos olvidar que se han educado viendo millones de imágenes maravillosas que no vienen avaladas por ningún sistema coactivo, algo imposible hace unos años). ¡Y qué anticuados quedan los argumentos con los que se intenta convencer a una nativo digital -o a cualquiera- de que tiene que gozar igual delante de un orlan, que delante de un van dongen o de un picabia o de un mendieta! ¡Qué equivocados están los que creen que el Arte sigue siendo un TODO que contiene productos que pueden justificarse de la misma manera: en función del señalamiento hecho desde la misma Institución Arte, y que deben proporcionar placer obligatoriamente por el hecho de pertenecer a esa misma Institución! En la era digital ya nadie es inculto por disgustar de Miró o de Nauman. Esa es precisamente la grandeza del fin del Arte: que el sujeto pueda gustar de Giacometti y de Bacon, y simultáneamente disgustar de Kalho y de Nauman con absoluta independencia del significado que les asigna una declinada Historia del Arte.

Post Scriptum. Me quedé ciertamente petrificado ante esa acumulación de manchitas que conformaban el autorretrato de Zoran Music. Cuánta emoción desprendída a partir de un amontonamiento de pigmento negro dispersado con el fin de mostrarnos su rostro. Cuánto necesario desgarro. Son pocas las veces que uno se ha quedado petrificado, inmóvil, ante una obra de arte, y ésta ha sido una de ellas. 

¡Y cuánta ignorancia hay en aquellos que pretenden que esa emoción tan profunda pueda -y deba- vivirse en todos los cuadros que habitan un Museo de Arte Moderno! Uno vive la emoción allá donde le es dada y rara vez donde la busca. El autorretrato de Music consiguió arrancarme unas lágrimas. ¡Qué le voy a hacer! Petrificado ante un cuadrito y llorando de emoción, no se puede pedir más a una experiencia. Así debe actuar el Arte cuando el espectador le da la oportunidad de que lo haga. Y la clave se encuentra en todo lo contrario de lo que los expertos nos dicen. En efecto; para dejarse afectar por una obra de arte en un lugar en el que se supone que todo es Arte, resultan necesarios los prejuicios. Sí, los prejuicios. Además, quien diga no tenerlos miente como un bellaco.

La mejor forma de visitar un Museo de Arte Moderno y Contemporáneo es cargado de prejuicios. Pero con los que uno tiene inevitablemente por ser el que es, y no con otros (de hecho pretender eliminar los que uno tiene por ser lo que es es la forma más eficaz de configurar el mayor prejuicio posible). Otra cosa es que se acudiera a un Museo con la intención de reafirmarse en ellos, algo que nada tiene que ver con mi propuesta. Yo entro en el Centro Pompidou provisional re-conociendo muchas cosas de las que allí se encuentran; son más 40 años dedicados al Arte por lo que respecta a mi forma de vida. 

Así puedo pasar junto a un léger y no sentir nada especial; puedo visionar 3 veces el vídeo de Ana Mendieta con el fin de intentar descubrir por qué me parece tan estúpido sin obtener respuesta satisfactoria; puedo escrutar un tingueli sosteniendo que se trata de un artista perfectamente representativo del Arte de final de siglo, pero no sintiendo nada especial ante esa máquina que ya no funciona; puedo gozar con el extraordinario y misterioso autorretrato de Duffy aún cuando se trate de un autor que habitualmente no me interesa; es decir, la clave del posible goze del espectador se encuentra en dejarse llevar por sus prejuicios para que los artefactos se revelen por sí mismos y le conmocionen desinteresadamente. 

Por eso el gran error del Sistema Arte y por ende de los expertos que lo representan es exigirle al espectador que disfrute con TODO (y decirle sottovoce que si no lo hace es debido a su incultura). Sólo paseando con mis inevitables prejuicios pude darme de bruces con al autorretrato de Zoran Music... y llorar. Creo que valió la pena. Eso es algo que no se busca, pero se encuentra si uno se muestra predispuesto a dejarse llevar. Es claro que un Museo como el Centre Pompidou provisional ofrece (90 piezas y no todas verdaderamente significativas) muchas menos posibilidades de hacerme llorar que el Museo del Prado, de donde no he salido nunca sin haber llorado de emoci´on. Sólo pido que me dejéis en paz. 

sábado, agosto 01, 2015

Viaje por el sur



ART Marbella

No sé si el calor es bueno o no para incitar a la compra de arte.

Éste debió de ser el primer problema que, supongo, se plantearon los organizadores de la primera edición de la feria de arte Art Marbella. Digo yo. Porque no es lo mismo gastarse 45.000 euros en un tapies de bolsillo en febrero, donde el frío te conduce a la reclusión y a la contemplación, que comprarlo el último día de julio, donde el calor sólo incita a la sociabilidad más liviana y tontaina. No sé. El caso es que hay algo raro en organizar una feria de arte en lo peor del verano. ¿O acaso es en lo mejor? Ya digo, no sé, sólo ha pasado un día y es pronto para juzgar. De momento muy pocas ventas pero quedan 3 días de feria mientras esto escribo. Hoy sólo se ha abierto a profesionales.

¿Profesionales? ¿De qué? ¿De qué son profesionales los profesionales que acuden a pasear por una feria de arte? Tampoco lo sé muy bien. La cosa es que nunca me había tropezado con tanto botox aplicado en recónditos lugares ni con tantas prótesis de silicona avanzando delante de sus dueñas. En verdad, todo es metáfora en una feria de arte hecha en lo más álgido de un verano extremadamente temperamental. Nada puede ser real cuando la elegancia se viste de pantalón corto en los hombres, ni cuando el simulacro sustituye definitivamente al original.

En cualquier caso sigo con mi duda inicial, ¿es o no bueno el calor para incitar a la compra de arte? ¿O no importa? Siii, claro que importa, de otra forma la feria se habría hecho en otro momento menos, cómo diría yo, menos excitante. Pero no, se ha hecho en el cruce de los dos meses más calurosos y desenfrenados del año. ¿Por qué? Vayamos a la sección de cultura de El País, que aunque parezca mentira aún existe, y veamos cómo se publicita la feria el mismo día de la inauguración. Dice textualmente el director de la feria, Alejandro Zaia, en un artículo titulado "Arte para jeques y clases medias": "Había que romper clichés. La gente no es especialmente tonta por estar en verano y ni por ser rica".

Así que, por lo visto, ¡existía la posibilidad de que la gente fuera especialmente tonta "por estar en verano"! y por eso había que desmentirlo, refutarlo. Afirmación pues, la pronunciada por el director de la feria, francamente innecesaria pues en todo caso la gente no es, efectivamente, tonta por estar en verano, aunque sí pueda volverse tonta por estar en verano. Lo que no sé es si eso es o no bueno para incitar a la compra de arte. En cualquier caso, lo que desde luego no es bueno es tener que desmentir lo que "nadie" nunca afirmó

¿Y los ricos? ¿También era necesario avisar de que ser rico no garantiza la idiotez? Pero ahora la pregunta que me suscita la afirmación va por otros derroteros: ¿Acaso es que los ricos son realmente tontos? No lo creo, aunque en vista de lo visto sí es eso lo que en el fondo creen los organizadores de la feria. Eso es al menos lo que se trasluce de esa afirmación asociativa, de otra forma ésta no habría hecho falta. ¿Y qué motivos podrían tener los organizadore para creer -o sugerir de forma implícita- que los ricos son tontos? No lo sé, pero no hay duda de que definir una clase social por lo que NO es resulta delatador. Lo que yo sí sé es que los más grandes coleccionistas de arte son ricos. No puede ser de otra forma.

Pero, ¿por qué no son tontos los ricos? Pues podría decirse que entre otras cosas por aquello que, precisamente, demuestran las estadísticas; a saber: que son muchos más los ricos que no coleccionan arte que los que sí lo hacen.

¿Pero por qué se colecciona arte? O mejor, ¿qué impulsa a un rico a coleccionar arte? Supongo que cada rico tendrá su particular explicación, pero podría ser también que todos tuvieran la misma: algo así como que "alimenta mi vida espiritual en un mundo que es, desgraciadamente, exageradamente materialista". Y es por eso, y no por otra razón, que las mejores colecciones del mundo se parecen tanto. De hecho no existe la posibilidad de ser uno de los mejores coleccionistas del mundo si no posees las mismas obras que poseen los mejores coleccionistas del mundo. Todas compradas por ánimo espiritual, claro, pero con el deseo -más o menos oculto- de rentabilizar las inversiones tarde o temprano. De una forma o de otra. Lo admitan o no.

Y ¿qué tiene que ver todo esto con Art Marbella? Respuesta: nada. Y es precisamente por eso por lo que ferias como ésta tienen, por fuera y por dentro, un tufillo a naftalina. Siguen mezclando de forma inconsistente retazos menores de arte moderno con una dispar amalgama de lo que podría entenderse como arte contemporáneo. Si es que todavía tuviera sentido hablar de arte desde la contemporaneidad. Es cierto que hay mucho rico inculto (tanto entre los que no compran arte, que son mayoría, como entre los que sí lo hacen), pero desde luego no tonto. Comprar un cuadro de Alex Katz por 450.000 euros no puede sino responder más que un alarde de gilipollez. Así, es posible que algún gilipollas exista por estos lares, desde luego, pero habrá que saber encontrarlo, cosa nada fácil. Podría darse, eso sí, la casualidad de que se encontrara en Marbella y alrededores, pero mucha casualidad debería darse. Sobre todo si al problema estadístico le sumamos el lógico y general descreimiento creciente (respecto al arte) y los rigores del estío andaluz. La necesidad de espiritualidad se incrementa con las pantuflas y disminuye con las chanclas.

Es cierto que son muchos más los ricos que no coleccionan arte que los que sí lo hacen. Ya hemos hablado de los ricos-ricos, pero ¿qué ha pasado con los adinerados, esos que antes se denominaban burgueses y que ahora se denominan clases medias? ¿Qué ha pasado con ellos? ¿Por qué ya han dejado de comprar o apenas lo hacen? Respuesta: pues en tanto que profesional -no sé de qué- que se ha encontrado hoy en la inauguración de la feria yo contestaría que ¡porque se han cansado de emular a esos otros coleccionistas que por ser verdaderamente ricos tienen una colección ciertamente valiosa! Algo que no les pasa a ellos. O también: porque se han cansado de coordinar los estampados del sofá con el cuadro que decora la pared más cercana porque sale demasiado caro, o porque simplemente han decidido re-pintar la casa y eso les rompe los esquemas. O también: porque se han cansado de que les vendieran futuro en vez de experiencia estética. O también: porque se han cansado de gastar dinero en aquello que después de todo tampoco les alimentaba el espíritu. O también: porque se han cansado de gastar dinero para impresionar a su círculo social y ese círculo social no lo agradece. O también: porque se han cansado del invariable discurso mimetizado de todos los vendedores. O también: porque han intentado vender algo por lo que pagaron una pasta y no les daban ni diez veces menos de lo que les costó cuando lo intentaron re-vender, si es que algo les daban. O también: porque se han dado cuenta de que el arte no puede actuar con las mismas premisas con las que se ha actuaba antes del nacimiento y desarrollo de internet, es decir, porque se han dado cuenta de que con la existencia de internet el asunto de la intermediación debería revisarse. 

La cosa es así: Un rico-rico necesita del intermediario porque es gracias a él, y sólo a él, que su colección es valiosa, pero existiendo internet lo único que le sobra a un adinerado (de clase media) es el intermediario. O sea, un rico-rico no compra aquí por definición (en todo caso se va a ARCO... o a Bassel)... y un adinerado... tampoco, pero por hastío odesconfianza. Es verdad que también hay ricos-ricos que compran cualquier cosa, pero son los menos. Y también hay adinerados que compran por placer, pero son lo menos. 

Post Scriptum. He pasado el segundo día de feria y me he tomado la molestia de acudir a ella a última hora y de investigar in-situ acerca de las ventas. Al parecer el día no ha mejorado respecto al día de ayer. Yo sólo he contado 3 puntos rojos, pero quien sabe... a lo mejor son necesarios 4 días de recalientamiento para... O a lo mejor ya no se lleva eso de los puntos rojos...