jueves, agosto 13, 2015

Un día de agosto

Son las seís y media de la mañana. Me he despertado con la ilusión de hincarle el diente a un libro al que le tengo muchas ganas desde hace un tiempo. Ya se sabe lo que pasa con esto de los libros, uno los compra porque desea leerlos, pero esperando que sea el propio libro quien le revele a uno el momento oportuno para hacerlo. Así, hoy: Los tres Reyes Magos. Con el silencio propio de esas horas doy comienzo a la lectura sentado en una hamaca y delante de una paisaje privilegiado. Llevo leídos varios libros del autor, Jesús González Requena, un escritor polédrico pero con un pensamiento sistematizado e indiscutiblemente personal. Más allá de lo pretendido con cada nuevo libro su objetivo último es aportar nuevos datos a su llamémosla tesis principal. El subtítulo de Los Tres Reyes Magos nos ofrece ya pistas: La eficacia simbólica. Toda la primera parte del libro la dedica a explicar el mito de los Reyes Magos de forma estrictamente materialista. Como suele ser habitual lo que hace GR es ir mucho más allá de lo conocido para descubrir al lector un sifin de matices que lo impregnarán de un conocimiento gozoso a la par que ya indiscutible. Aunque insisto, GR va más allá de lo conocido (debido a la agudeza y la inteligencia de sus apreciaciones), pero sólo a partir de lo conocido, porque sus fundamentos ni se apartan ni escapan a la realidad de la palabra (el verbo) y la representación de la palabra en términos de imagen (pintura, cine). Nada hay en sus análisis que escape al texto, en definitiva. Y quizá por eso resulte tan emocionantes sus ensayos, pues nada de lo que dice carece de sentido y prácticamente nada parece discutible. Se me está pasando la mañana en un suspiro. Del fresco matutino he pasado al calorcillo de la media mañana. Justo a la hora en la que comienza el mundo a moverse en esta época estival. Y coincide más o menos con la mitad del libro. Hasta la página 90 todo ha sido análisis del mito, abordado por activa y por pasiva, como suele ser habitual en este autor que jam´as da puntada sin hilo. Nos ha hablado de "cadena de significantes", de los padres "que no inventan la historia", del "no-yo" psicoanalítico, de "regalos y dones", de la Reforma y la Contrereforma, de "La puerta, la prohibición y el goce" y, sobre todo de "la existencia de los Reyes Magos. Cierro el libro por unos momentos y cambio de ubicación, abandono el lugar de vista privilegiada y me retiro a un sitio sin vistas pero acogedor. También el libro da un curioso giro. Del mito y del rito queda ya poco que decir, por lo que González Requena se adentra en esos terrenos que más arriba calificábamaos como de extremadamente personales. Y en efecto, es apartir de este giro cuando los argumentos de Requena se tornan emocionantes. Del mito y el rito de los Reyes Magos queda ya poco que decir, digo, pero no así de su eficacia simbólica. Por eso resulta tan emocionante -insisto en el término- esta segunda parte, porque es en ella donde emerge el brillante ensayista seductor cuyo pensamiento sistematizado es aplicado a la comprensión del verdadero problema, que no es otro que aquel genera la desmitologización de la secuencia narrativa que nos configura como sujetos. Para G. Requena sin mito no hay posibilidad de que el sujeto se sujete; sin mito (relato fundador) no hay posibilidad de relato "sujetador", sólo narraciones mixtificadas, fragmentadas e inconexas; sin héroes, sin tarea que cumplir, sin promesa, sin sacrificio, en fin, sin mito sólo cabe el caos de lo real. Pasan de las las tres de la tarde, tengo hambre, pero el texto de GR me tiene abducido. Tomo la decisión de postergar la comida porque quiero acabar un libro que en realidad no querría uno que acabara.

Son las cinco y cuarto de la tarde. No he hecho siesta porque el cuerpo no me lo ha pedido. Tengo ganas de ver una película de las que he traído conmigo para esta estancia estival. Con el cine me pasa algo parecido a lo que me pasa con los libros. Tengo una mente analógica de la que nunca me libraré. Soy de los que aún compra películas esperando que ellas escojan el momento más adecuado para que la necesidad se revele. O lo que es lo mismo, soy de los que almacena películas compradas esperando que mi estado de ánimo entre en conexión con alguna en concreto. Así hoy: Upstream Colours, una película americana del más puro estilo independiente. La tengo en espera desde hace varios meses, pero hoy es el día no sé muy bien por qué. Tras unos 20 minutos de visionado siento que mi mente no reacciona favorablemente ante la película. No me sorprende demasiado porque recuerdo cuáles fueron las sensaciones que tuve ante la primera película de su autor, Shine Carruth, un tipo muy extraño dentro de la industria cinematográfica, no sólo americana, sino mundial. Muy poca gente debe haber que pueda permitirse hacer lo que le da la gana de forma tan descarada. Él es, en sus peliculas realizadas hasta la fecha, el guionista, el director, el productor, el montador y el músico. Su primera película tampoco resultaba fácil de visionar debido a la poca amabilidad de sus formas narrativas, con unos personajes con los que resultaba difícil empatizar y con una trama que no se aclaraba mientras avanzaba la película, sino al revés. En fin, un cine extremadamente diferente del habitual. Algo que porsupuesto no es ni bueno ni malo ni garantiza nada en términos de calidad. El caso es que hago un pequeño esfuerzo por superar ese momento dándole un nuevo margen de confianza. La cosa no funciona, estamos en el minuto 32 y siento que algo está fallando de verdad. Entonces se me ocurre hacer algo que jamás he hecho en mi vida. Acudo a internet y busco en Google algo que me ayude a digerir lo que queda de película. Leo lo que de ella se dice en dos de los portales más frecuentados. Primero la sinopsis y luego las opiniones. De la lectura de las sinopsis (dos dadas por los respectivos portales y una dada por el propio director) extraigo una conclusión: que no debe importarme cuál sea la trama. Upstream Colours es, al menos hasta el minuto 32, un conjunto de imágenes incoherentes sin apenas diálogos y filmada como a trmpicones. Luego está lo de las opiniones. Una mayoría más que considerable la considera una hermosa película entre conceptual y poética. Y todos hacen hincapié en el tiempo transcurrido entre su ópera prima, Primer, y ésta su segunda película, 8 años. Retomo el visionado no sin cierta impaciencia. No hago más que apretar el botón que me especifica el tiempo que queda de película. Mal asunto, me digo, esto no es forma de ver una película, pero la verdad es que se va haciendo cada vez más indigesta. Nada tiene que ver esa indigestión con el hecho de no entender muy bién lo que se encuentra sucediendo en la trama. De hecho nada me preocupa no haber entendido Mohollan Dirive (David Lynch) o Los límites del control (Jim Jarmusch), dos películas que indiscutiblemente situaría en la lista de "mis favoritas". Así que no se trata de eso, no se trata de entender o no lo que se encuentra sucediendo durante el visionado, se trata más bien de estar o no disfrutando de ese visionado, y eso es algo que no me está pasando con Upstream Colours. Se me hace farragosa y tengo ganas de que acabe. No veo el momento de que salgan los créditos. No me gusta nada. No sé...

Son las siete y cuarto de la tarde. Consulto internet para ver qué hacen el cine del pueblo más cercano, Misión imposible IV. Perfecto, me digo a mi mismo, es el momento perfecto para ir a ver una de esas películas que están hechas con el único fin de entretener. Qué ganas. Con el cine repleto de niños excitados da comienzo la película. Los primeros minutos como suele ser habitual en estas producciones son trepidantes y no le faltan de nada, desde peleas inauditas a persecuciones imposibles pasando por una chica despampanante pero peligrosa. Cuando tras unos minutos de acción entran los famosos acordes emparentados con la "idea" de Misión imposible, el cine se viene arriba y todos aplauden. Participo de la euforia sin problemas. Me gusta y me emociona la entrada de esos acordes que tanto me transportan a mi televisiva infancia. La trama se construye a partir de una vuelta de tuerca sobre el asunto primordial de todas las misiones imposibles, la de que el Gobierno quede al margen de todo lo que pudiera suceder. No es mejor que sus precedentes ni aporta grandes novedades, pero no deja de ser una película que cumple bien con lo que son sus objetivos. No hay nada peor que decepcionar unas expectativas, cosa, por cierto, que hacen muchos más bockbusters de los que se creen. Pasó no hace mucho con El llanero solitario, Tomorrowland y Jurasic world. No satisfacieron ni a su público propio. La primera por aburrida, la segunda por cursi y la tercera por insuficiente. Pero volvamos a Misión imposible IV. La película no está mal pero tampoco su ritmo está bien calculado. Sus altibajos inducen a la distracción, y nada mejor para distraerse que las soporíferas y previsibles secuencias de persecuciones. Aunque parezca mentira es en estas trepidantes secuencias donde se me va la cabeza y pienso, por ejemplo, en la cena, o en la excursión que me espera mañana. Cuando la acción se centra en el suspense recupero mi atención. Distraerse, digo, pero ¿qué es después de todo distraerse? Cuando yo digo que me distraigo es que me aparto sin querer de lo esencial. Pero ¿no es cierto que distraerse es sinónimo de divertirse? Cuando algo me divierte verdaderamente no tengo tiempo para distraerme. Entonces, ¿me está divirtiendo verdaderamente Misión imposible? S´i, pero sólo cuando no me distraigo. En cualquier caso, me resulta interesante ver la película en este momento y en estas condiciones. ¿Película entretenida entonces? Sí. ¿Algo más que eso? Definitivamente no, pero no por ello debo despreciar mi experiencia, más bien al contrario lo que resulta interesante de ella es su incorporación a las otras experiencias del día. Pero si hablamos de entretenimiento del bueno, entonces no hay duda: la lectura de Los tres Reyes Magos. La eficacia simbólica es un cénit.

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