viernes, noviembre 20, 2015

Conocimiento de juguete

Cuando digo que la Guerra está perdida… quiero decir, sólo, esto.

En la cola de embarque del viaje de vuelta se coloca justo detrás de mí un hombre adherido a su teléfono. Tendrá entre 35 y 40 años, viste informal pero atildado, su tono de voz es suave tirando a bondadoso y mantiene una seria pero pausada conversación con uno de sus empleados:

“Es que la cosa está pasando de castaño oscuro. No puedes llegar tarde a la oficina todos los día, las cosas no son así. Si en la empresa marcamos un horario no es por capricho y lo que no puede ser es que alguien se tome ese horario a cachondeo, en este caso tú. Además, estás dando mal ejemplo a otros técnicos que puede generarnos problemas. Sé que eres un buen técnico pero eso no te da derecho a hacer lo que te dé la gana, de hecho sabemos de tu capacidad y por eso te hemos puesto un sueldo superior al habitual [...] No deberías enfadarte. Lo único que estoy haciendo es prevenir males mayores. Todos entramos a la misma hora y no sé por qué tú tienes que ser distinto, no creo que haya mucho más que discutir. Estás bien pagado y si piensas que este trabajo se queda corto para tus espectativas yo lo entenderé, la puerta de salida está igual de abierta que la de entrada. Si tienes algún problema no tienes más que decírmelo y lo hablamos. Nosotros te queremos con nosotros, sólo depende de ti el que continúes y lo único que queremos es que cumplas con nuestras normas”.

Esto es, de forma resumida, lo que le viene a decir a su empleado ese desconocido que ha coincidido conmigo en la cola de acceso al avión. Y digo de forma resumida porque, en efecto, su discurso ha sido todo lo repetitivo que al parecer le exigía un empleado díscolo y con demasiado amor propio. En cualquier caso su discurso se ha desarrollado  con muy buenos modos, muy buenas palabras y mucha paciencia.

Toca subir al avión. Nos hemos repartido de forma aleatoria en el autobús de embarque, así que enseguida pierdo de vista al joven y correcto empresario. Subo de los primeros por la puerta delantera y me sitúo en el asiento que marca mi billete. Con el avión medio lleno lo veo venir de lejos y me digo a mí mismo “sería mucha casualidad que este tipo fuera mi compañero de asiento”. E inmediatamente yo mismo me contesto “no, no puede ser, sería demasiada casualidad que de entre 150 viajeros posibles me tocara, justo, ese personaje con el que he compartido la cola de embarque”. Pues sí, sí puede ser. Como de hecho ha sido. Y en efecto, su asiento es el contiguo al mío. 

Después de estar hora y media fijando su mirada en la bandeja del asiento delantero el empresario bonachón saca su teléfono y se pone a jugar el resto del viaje a Assassin’s Creed, un juego que exige rapidez en los pulgares. Qué destreza a la hora de torpedear barcos. 

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