jueves, noviembre 12, 2015

Sin Arte

Sin Arte
(Avisé que llegaría un texto más teórico sobre el estado actual del (no) Arte. Helo aquí)

Comencemos por el final asumiendo, como no podía ser de otra forma, que también la Estética tuvo su papel en la era del Arte, esa era declinada según la tesis que vengo defendiendo en mis textos desde hace muchos años, concretamente desde que pude situar con precisión el declive mismo, que no fue otro que la caída de de Lehmann Brothers.

A. Danto, que en 1964 dejó claro el papel de la estética en el Arte mucho antes de que lo hiciera de forma reiterada en su ulterior best seller Después del fin del arte. Es el mismo Danto quien en conversación mantenida con Ana María Guasch y recogida  La crítica dialogada (Cendeac) dice: “…en mi artículo de 1964 The Arte World afirmé que la estética ya no desempeñaba ningún papel y que el nuevo arte señalaba una nueva era en la filosofía del arte”. La pregunta ahora podría ser, ¿qué pasó entonces con la estética? ¿Hasta dónde llegó la estética en el Arte si es que llegó a algún sitio? ¿Desempeña ahora algún papel en la era extinta del Arte?

Algo de razón debía llevar Danto en aquel artículo, pues 45 años después de su afirmación dice Ana García Varas en su interesante libro Lógicas de la imagen: “Sobre el eje central que define la relación entre la historia del arte y la filosofía […] se apoya la contribución de numerosas disciplinas que intervienen así mismo en la configuración de los estudios actuales de la imagen; la psicología, la neurobiología, las ciencias cognitivas, la teoría de los medio, la matemática y la lógica, la retórica, la teoría de la comunicación, la arqueología, la etnología, la historia, la teología, la sociología, las ciencias políticas, el derecho, la cartografía, la publicidad o las ciencias de la educación”.

Como puede verse, resulta tan elocuente como significativo que de entre todas las contribuciones al estudio de la imagen no haga aparición la estética. Incluso la arqueología aparece con más derecho a contribuir en el análisis de las imágenes contemporáneas que la vieja disciplina que en realidad originó la historia del arte moderno. O la lógica, cuya presencia parece tener que ver más con una forma de definitiva humillación a la estética que con una verdadera disciplina sirviente del análisis de la imagen.

Quizá esta desautorización hacia la misma fundadora del Arte (tal y como se ha desarrollado más de dos siglos) se encuentre en su propia historia. O aún mejor, en su misma génesis. La estética nace como la disciplina que toma conciencia de la misma experiencia artística, alegando que ésta no se agota con la percepción y la sensación. Así: “me represento lo que veo y tomo consciencia de lo sentido”. Y reflexionando sobre las obras se forja el espectador un universo conceptual constitutivo de un saber. La estética, pues, como una “nueva” forma de conocimiento.

Pero Baumgarten, el “inventor”, tuvo sus predecesores y contemporáneos, que si bien no llegaron tan lejos, no dejaron de señalar todo aquello de lo que Baumgarten no pudo escapar. Descartes comienza su reflexión sobre la estética separando el placer otorgado por los sentidos de lo que le gusta al alma, y así separa, la percepción del juicio, el cuerpo del alma y las res extensa de la res cogitans. Para Felibien lo bello no es suficiente como categoría definitoria si después de todo el gusto no da su beneplácito, y así introduce un factor que debe ir estrechamente ligada a lo bello para que la categoría sea eficaz y creíble: “la gracia”. De la alianza entre la belleza y la gracia resulta un “esplendor todo divino”, un “no sé qué” indecible, inefable. Nace, de esta forma, las bases del concepto de genio por oposición al de pintor excelente. El Padre Bonhours insiste en la importancia de ese “no sé qué” señalando su dependencia hacia las conveniencias del momento y combina el “esplendor divino” con la “fuerza que eleva el alma” del singular inventor de lo sublime, Longino. De todas formas fue Baumgarten quien afirmó que reflexionando sobre las obras de arte el espectador se forja un universo conceptual constitutivo de un saber. Y sitúa la estética a un nivel similar al de la lógica, la metafísica y la moral: “ciencia de lo bello”, “bellas ciencias”, “bello pensamiento”.

¡Pero!:

-Kant dice que lo importante no es lo bello, sino saber determinar en qué condiciones se expresa el criterio del gusto en relación a lo agradable, lo bello y lo sublime. Así, no le interesa tanto la estética como el gusto, el criterio del gusto, el juicio de apreciación. Y afirma, “cualquier interés corrompe el juicio del gusto”.

-Hegel contempla lo bello como una anécdota infantil y puntual que sólo adquiere importancia en su historicidad, y afirma que sólo la historia tiene una significación tan precisa como incuestionable: la del progreso del Espíritu que alcanza el conocimiento de sí mismo, de lo que es realmente, en su calidad de Espíritu.
-Con las teorías de Diderot se acaba con el Idealismo y se instala definitivamente el criterio de juicio fundamentado en el relativismo que nace de sustituir la perfección por el carácter del genio, introduciendo como categoría estética la categoría propia de la era moderna: lo interesante. Así, no lo bello, sino lo interesante.
-Lukáks nos retrotrae a otros tiempos y proclama como única estética aquella que se encuentre supeditada a la verdad. Así, no lo bello, sino lo verdadero.
-Adorno le da la vuelta al asunto y se encarama a la negatividad. El placer está absolutamente desbancado de la esfera estética y asegura que se trata de un elemento de juicio que enseña más sobre uno mismo que sobre la obra en sí.
-Jauss se enfrenta a Adorno, pero en realidad ninguno de ambos hace referencia a la pintura cuando hablan de estética. En cualquier caso Jauss reivindica lo bello, mientras que Adorno hace lo propio con lo difícil.
-A Goodman, en tanto que analista medular, le parece que “los síntomas de estética no son señales de mérito” y pone el ejemplo de un concierto mal interpretado.
-Danto y Goodman consideran superfluos los juicios de gusto. Además, Danto no cree en la belleza, se dice esencialista y defiende el acceso al conocimiento del arte exclusivamente a través de la filosofía. Mientras que Goodman dice que la pregunta bien formulada es ¿cuándo hay arte? (y no ¿qué es arte?).

-Y luego se acerca George Dickie y nos dice que arte es lo que la institución Arte señala como arte, y punto.
-Barthes nos introduce en una estética despersonalizada (grado cero del autor) donde todo es sólo texto, pero después se pasa el final de su vida buscando una imagen que represente la esencia de su madre, haciéndolo, además, a partir del análisis de fotografías tomadas por los fotógrafos más prestigiosos, La cámara lúcida.
-Krauss no puede contemplar la estética del producto artístico sin saber cómo transcurrió la infancia de los artistas en su relación con el deseo latente hacia el padre o la madre. Vale...
-Y por fin llega Frank Stella y ante la demanda de explicaciones acerca de su obra contesta: “Lo que ves es lo que
ves”.

Cerrando así el círculo de la única manera que se podía cerrar lo que ya nació con el germen de su propia destrucción.
“¿Bello?, ¡eso lo dirás tú!” En efecto, así es como inició su andadura la Estética gracias a la misma Teoría (a finales del XVIII). Su evolución natural nos ha llevó al posmoderno “¿Bello?, ¡eso lo dirás tú!, y además lo que ves es lo que ves... idiota”.

Ahora las cosas han cambiado. Y la situación que nos queda tiene su aspecto positivo: la figura del experto en Arte, en tanto que ser extremadamente culto (?) y sensible (?) que se permitía insultar al espectador cada vez que se cruzaba con él, ha desaparecido. Si ustedes se fijan ya apenas existen los críticos de Arte. Lógico: muerto el perro se acabó la rabia. Sin embargo, y éste sería el aspecto negativo, los expertos han sido sustituidos, en la era digital, por los llamados comisarios, esos seres puramente políticos que, si quieren y les dejan, pueden llegar a ser mucho más nocivos y malvados. Porque ya no trabajan desde la supuesta sensibilidad de una élite, sino bajo los inflexibles y reduccionistas parámetros de la Corrección Política.

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