jueves, enero 28, 2016

Felicidad

Sucede pocas veces pero hoy lo ha hecho. Estaba, como de costumbre dando clase a mis alumnos de primero, y en verdad no había motivos para pensar que hoy podía ser diferente. Pero de alguna forma lo ha sido. Durante las tres horas y media que dura la clase todo se ha desarrollado, podríamos decir que de forma orgánica. Los alumnos parecían disfrutar moviéndose por las aulas al ritmo de una creatividad que explosionaba espontáneamente. Tanteaban, probaban, me consultaban, repetían, dudaban, volvían a probar, ensayaban nuevamente y hacían, construían. Las dos aulas en plena efervescencia y yo pasando de una a la otra viendo en sus actitudes todo eso que un profesor siempre desea ver. Al final de la clase me he quedado a ayudar a una alumna que me lo ha solicitado. Una buena alumna que simplemente necesitaba un poco más de serenidad para llevar a cabo su idea. Una sesión fotográfica más que productiva; una sesión hermosa la de hoy.

He acabado las clases a las 2 y he quedado a comer a las 2,30, así que decido ir a tomarme un vino para hacer tiempo. Entro en un bar muy frecuentado por mí en otros tiempos. El camarero me saluda y me pone el vino sin ni siquiera pedirlo. No sé muy bien por qué estoy yo solo en el bar, un bar relativamente céntrico. Pero estoy solo y me gusta. Una melancólica música de blues resuena suavemente en ese espacio que de repente me parece tan ajeno. Puede que sea T. Bone Walker con su guitarra, o quizá no, qué más da. Después otro blues, esta vez cantado por una mujer. Blues lento, divino. La luz se filtra por los laterales y se proyecta sobre parte del local y del mobiliario generando unos brillos matizados en el ambiente. “¿Qué tal todo Alberto?” me pregunta el camarero mientras repasa la barra con un paño húmedo. Entra un señor, pide media ración de ajo arriero y dos chipirones, se sienta. Me giro y lo observo mientras recuerdo la clase de la mañana. Otro blues. Hopper se me ha aparecido. Durante unos segundos me siento inmortal.

domingo, enero 24, 2016

Ansiedad y ansiolíticos

“Todos los hombres sois iguales”. Lo llevo escuchando toda mi vida. Y después el matiz, “siempre estáis pensando en lo mismo”. Vale.

Ahora la pregunta podría ser: ¿Es posible que en los avances del feminismo estuviera previsto que todas las mujeres fueran iguales? Ahora bien, ¿iguales a quién, a los hombres? ¡Pues claro! ¿A quién si no, si lo que dicen querer es la igualdad total? Pero ¿a los hombres malos? O mejor, ¿a los hombres que no pueden ser otra cosa sino malos, según cuentan los telediarios, los periódicos, las revistas, los libros, los grupos de presión, los profesores universitarios, los políticos, las tertulianos...? ¿Iguales, pues, a esos seres a los que se está despreciando en genérico desde hace tantos años?

Centrémonos exclusivamente en los asuntos del deseo, los sentimientos y la gestión de pareja en las sociedades civilizadas, ya que se encuentra directamente vinculado a eso que hace -ya que dicen- que los hombres se encuentren siempre pensando en lo mismo. Se supone que de forma primitiva y zafia, de otro modo no habría tenido sentido la machacona queja. De hecho, ese “pensar siempre en lo mismo” se ha usado, también siempre, para señalar una degeneración, una patología. La del hombre zafio, burdo, primitivo: machista.

Así que volvamos a las preguntas: ¿Es posible que en los avances del feminismo estuviera previsto que todas las mujeres fueran iguales? ¿Iguales a los hombres que no pueden ser otra cosa sino malos (burdos, simples, zafios, primitivos…), al decir de la sociedad que se expresa desde la Opinión Pública?

¿Será cierto que, gracias a los avances del feminismo, las mujeres se encuentran ya siempre, también, pensando en lo mismo? ¿Todas? Respuesta: A tenor de lo que vemos que sucede, sí, definitivamente ellas ya siempre están pensando en lo mismo, en lo mismo que piensan reiteradamente los hombres (burdos, zafios, etc.).

Y cuando digo “todas” le doy el mismo valor que siempre le han dado las mujeres a el “todos”.

Pero, ¿hemos ganado algo con esta igualación en las sociedades civilizadas? Sí, un alarmante descenso de la natalidad. Y... algo más.

La cuestión es que cada vez hay más mujeres que parecen hombres y cada vez más hombres que parecen mujeres. Y esta igualación tan idílica para tantos dificultará, aún más si cabe, el entendimiento entre las partes (y digo partes porque eso es lo que se deduce ante el discurso que machaconamente habla de hombres usando el genérico), cada vez más iguales, esto es, menos complementarias. Y la dificultará porque, además, esa simbiosis se ha llevado de la peor de las formas posibles: igualando por debajo, es decir, copiando y tomando del otro sexo lo peor.

Insatisfacción y ansiedad, esas son las consecuencias más evidentes. Es decir, fármacos por un tubo, múltiples viajecitos low cost, redes sociales y yoga a manta. Todo para tapar. Y además, barnizado de rencor, odio y resentimiento. El que se trasluce en los medios y el que se trasluce en las conversaciones pandilleras. A eso me refería cuando hablaba de “algo más”. 

¿Quiere decir todo esto que estábamos mejor antes? ¡En absoluto!!!!!; sólo quiere decir lo que dice.*

*Aclaración pertinente en una época en la que se nos ha acostumbrado a oír sólo lo que los medios permiten expresar.

sábado, enero 23, 2016

miércoles, enero 20, 2016

sábado, enero 16, 2016

El principio del mal

Les propongo un “juego”.

Me gustaría ponerles en una tesitura y me gustaría también que después del “juego” fueran sinceros consigo mismos. Para ello sólo deben ser capaces de imaginar, de ponerse en situación.

Imagine usted que es el redactor jefe del suplemento cultural de un periódico de tirada nacional, pero de ese suplemento que es sólo específico de la Comunidad Valenciana; ya saben, esas páginas centrales que se hacen desde “aquí” para los de “aquí”. Redactor jefe de ese suplemento cultural que, como muy bien usted sabe, ha ido reduciendo sus páginas hasta dejar su sección en algo tan minimalista como testimonial.

Imagine también que usted es persona sensata y progresista, y por ello precisamente sabe lo que por otra parte resulta inevitable, que tendemos a la mezcla, la simbiosis, que nos encaminamos hacia lo universal, hcia lo internacional, hacia lo abierto, hacia lo integrado, hacia lo plural; repito, hacia lo que de forma natural resulta inevitable. Imagine, por tanto, que precisamente por ser sensato y progresista (que no progre) rechaza toda posible idea de nacionalismo valenciano. Entre otras cosas porque sabe que  el pueblo valenciano JAMÁS ha dado muestra de esa necesidad que sin embargo sí han mostrado otros pueblos a partir de un sentimiento victimista. Un sentimiento que tampoco fue nunca mayoritario -en esos otros lugares- pero que fue creciendo como un grano de pus gracias a una clase política que en última instancia sólo pretendía salvaguardar sus intereses y hacerse rica.

Usted sabe, además, como periodista profesional con años de experiencia, que es precisamente la sección cultural la primera sección que fue afectada por los recortes presupuestarios del periódico. Porque sabe que los periódicos ya sólo son transmisores de ideología sin más pretensión que servir al amo, que siempre es el dinero de alguien (a veces vinculado a un grupo político y a veces ni eso siquiera). Por tanto sólo usted sabe el desprecio que esas corporaciones han manifestado siempre hacia la cultura y sabe, mejor que nadie, las virguerías que durante estos últimos años ha tenido que hacer para colocar, en su periódico, algo de cultura en una sección indigna. Esa cultura que, por otra parte y como sabe, ha estado cercenada por los citados recortes (y no hablo de subvenciones, que siempre acaban siendo una lacra, sino de incentivos, de educación...).

Quizá sea mucho pedir, pero eso es exactamente lo que le pido: que se ponga en la situación de ese jefe de redacción sensato que sabe, antes que nada, que los nacionalismo son el producto de sentimientos puramente reaccionarios que fundamentan su gobierno en la coacción y la imposición. ¡Además en Valencia!, donde jamás ha existido sentimiento nacionalista alguno más allá de las propuestas de pequeños grupos aislados que tiempo atrás eran, curiosamente, de derechas.

Pues bien, imagine ahora que por las circunstancias que sean el periódico para el que trabaja le ofrece la posibilidad de hacer lo que usted deseaba: un suplemento cultural digno, pongamos que de 16 páginas; una barbaridad sin duda si lo comparamos con la insignificancia que se nos ha estado ofreciendo durante estos últimos años de desprecio por todo lo cultural.

Eso sí, con una condición. Es decir, el periódico le ofrece la posibilidad de realizar el sueño de todo periodista, dirigir un suplemento cultural y semanal de 16 páginas, pero siempre y cuando cumpla con un requisito; a saber: que los textos vayan en valenciano.  

La pregunta es, ¿qué haría usted? ¿Qué haría usted que sabe que el valenciano no es la lengua apropiada para un “lugar” -cualquiera que sea- cuyo futuro se encuentra más ligado a la internalización que al ensimismamiento? ¿Qué haría usted si tiene que elegir entre eso o nada? ¿Qué haría usted, que sabe que el valenciano jamás ha formado parte de las reivindicaciones del pueblo valenciano y que además apenas cuenta con lectores, más allá de ciertos grupúsculos politizados que se creen progresistas? ¿Qué haría usted si sabe que hay dinero para esas 16 páginas sólo porque existe una subvención netamente politizada? ¿Qué haría usted, que sabe, entre otras cosas, que los aparentes e inofensivos lodos conducen inexorablemente a los barrizales más cenagosos? ¿Qué haría usted, que sabe que se trata, como siempre, de una cuestión de ideología coaligada con estrategia, dinero y poder, y no de una cuestión realmente periodística y cultural? 

domingo, enero 10, 2016

Belén Esteban

No voy a entrar en detalles porque sería perdernos por vericuetos irrelevantes. Además las casualidades tienen eso, que aparecen y desconciertan durante unos minutos, pero sólo los justos para que, después y pasado cierto tiempo, podamos comprobar que no había tanto de casual en esas casualidades.

Ayer por la tarde conocí personalmente a Belén Esteban y pasé algo más de un par de horas con ella. Me encontraba en Madrid con un amigo que trabaja de guionista para una productora que colabora con varios canales de televisión. Por una de esas (no) casualidades coincidimos ambos en la entrada del mismo restaurante. Ella iba acompañada con dos amigos, Gema y Gustavo, que también salen en televisión.

Fue ella, Belén, la que de inmediato sugirió a nuestro común amigo que nos sentáramos en la misma mesa. Y fue así que nos dispusieron en la mesa que a ella le suelen tener reservada, una mesa situada en la parte más discreta del restaurante. Yo me senté, como suelo hacer por cortesía cuando voy en grupo, cara a la pared. Y Belén se apresuró a sentarse junto a mí, pero no sin apuntarme a la oreja con su inigualable caída de ojos, “no veas si me coloco de frente a las mesas; es una locura; y por aquí pasan todos lo que se mean; la verdad es que podían haber puesto los váters en otro sitio”.

He de decir por ser sincero que ya me gustó esa entradilla. No sé, quizá por el desparpajo con el que se me dirigió, o quizá porque después de todo fue ella la que se empeñó en que compartiéramos mesa.

Los inicios de la comida, es cierto, empezaron un pelín tensos y la conversación un tanto dispar, pero sólo hasta que Belén le dio la gana. Así, en un momento en el que todos los comensales estábamos hablando de cosas tan variopintas como intrascendentes, ella tomó aire (textualmente) y en un tono más alto que el de todos nosotros dijo “¿Sabes lo que te digo?, Que me gustan tus gafas”. Lo dijo torciendo levemente la cabeza hacia abajo y mientras masticaba una aceituna.

No lo parecía pero se estaba refiriendo a mí y a mis gafas. Todos se habían dado cuenta menos yo, así que tardé en reaccionar. La mesa se quedó en silencio esperando mi respuesta, que la di: “me van muy bien, no puedo vivir sin ellas, incluso el cine y el teatro lo veo con ellas y si me las quito un momento lo veo todo mortecino; para las distancias largas necesito la dominante amarilla”. Belén interrumpió “hay que joderse, con la dominante, ¡por eso las lleva en la frente! Eres un crack”.

Fuimos tomando la palabra todos sin protagonismo de ningún tipo, pero no deja de ser cierto que era Belén la de la última palabra. En una par de ocasiones las circunstancias permitieron dos conversaciones paralelas en la mesa, así que tuve la posibilidad de mantener un par de charlas algo más personales con Belén.  

La primera salió, como era de prever, de su interés por saber a qué me dedicaba. He de decir que cuando me hacen esa pregunta lo paso mal porque no sé que decir, no sé qué debo decir, y cada vez digo una cosa. Aquí vi oportuno hablar de mi faceta de fotógrafo, algo que pareció hacerle gracia. Me preguntó por el tipo de fotografías que hacía y yo le dije que por mucho que le explicara no se haría una idea ni aproximada de la realidad. “Pero hombre -me dijo-, no será tan dificil: o haces paisajes, o haces personas, o no sé; ¿no serás de esos que hace cosas raras?”.

Yo intenté cambiar suavemente la conversación porque me di cuenta que no tenía salida, aunque ella insistía “¿pero vendes?”. Le conté la verdad y entonces ella me dijo “¿Quieres que te diga una cosa? Yo no entiendo nada de fotografía pero me gusta mucho. En mi teléfono tengo almacenadas cerca de 7.000 fotografías, casi todas de Andreíta, y si algo he aprendido todos estos años es que una cosa es una cosa y otra cosa es otra. Si te dedicas a la fotografía no puedes almacenar 7.000 fotografías; lo que tienes que hacer es venderlas. Y sólo las venderás si haces lo que la gente quiere. No seas tonto”.

La verdad es que me encantó porque en su tono había una mezcla de ingenuidad y soberbia que la hacían precisamente eso, encantadora. Se notaba en ella un cierto mecanismo defensivo, pero que aún así y con todo, su expresión contenía un cierto punto de ternura. Se apuntaba a todas las conversaciones y en todas ellas terminaba por apostillar frases que no tenían nada que envidiar a los aforismos de Nietzsche o los pecios de Ferlosio, pero pasados por el filtro del club de la comedia.

Cuando en uno de esos momentos en los que nos quedamos solos en la conversación le pregunté por la relación que mantenía con sus compañeros de trabajo, ella me contestó “perdona Alberto, pero es que de las cosas personales no hablo en la intimidad, ¿sabes? Y no te lo tomes a mal”. Yo inmediatamente le quité hierro al asunto y distendí la conversación llevándola por otros derroteros menos “íntimos”. Pero tuve que ir al lavabo, donde me entró un ataque de risa del que aún estoy recuperándome 24 horas después. Estuve al menos 5 minutos metido dentro de un excusado, de pie y llorando de risa; no sé qué me pasó, pero el caso es que sufrí un ataque de incontinencia lacrimal. Salí con los ojos vidriosos y ocupé mi lugar en la mesa. Belén me dijo, “oye eso de las gafas me ha molado, pero a tus ojos no les van bien”.

Otro día quizá cuente lo que dijo cuando hablamos de política.

martes, enero 05, 2016

Feminismo degenerado

A. Ayer todos los medios lo anunciaban: 1.126 muertos en accidentes de tráfico. Cifras que se corresponden con el año acabado. 1.126 exactamente, que las cifras son las cifras y con ellas no se juega, y menos aún si hacen referencia a la muerte. Precisión matemática. Contabilidad mortuoria. 1.126 personas muertas en accidentes de tráfico. Muchas de ellas, lo sabemos, por imprudencias de otros que, a lo mejor, han sobrevivido para contarlo. Aunque aún le podríamos dar una vuelta de tuerca a la esa noticia extremadamente precisa: muchas de esos 1.126 muertos, lo sabemos, han sido asesinados por otros conductores que, o iban a velocidad desmesurada, o se salieron en la curva, o adelantaron indebidamente, o conducían ebrios, o estaban mandando un mensaje por el móvil…

La otra noticia del telediario podía ser, en efecto, otra, pero fue la que fue. Y fue dada como tocaba, con alegría y regocijo: “La venta de automóviles en España aumentó el año pasado en un 25 %”. Recuperación, pues, de la economía. La crisis nos va dejando. Júbilo y esperanza.


B. El mismo día 1 de Enero del año naciente aparecía en El País un artículo sobre lo que en él se llamaba violencia machista. El lógico repaso a las cifras. Decía que las muertes debidas a esa violencia machista se habían contabilizado en 55. Y añadía “Una cifra similar a la de los años 2013 y 2014”.

¡¿Similar?! ¿Qué es eso de “similar”? ¿Dónde está ahora la cifra exacta? ¿Acaso es lo mismo 55 que 57 o 58? ¿Acaso esas dos o tres mujeres no eran personas? ¿Cómo puede despacharse con el término similar un problema que genera un espectacular despliegue mediático por cada caso concreto que acaece (en todos los medios)? ¿Por qué ahora “similar”? ¿Qué puede significar ese extraño uso de las estadísticas?

No hay duda alguna: nadie realmente quiere solucionar el problema, como vengo argumentando en este blog desde 2006. Y cuando digo nadie digo nadie de aquellos que públicamente dicen querer resolverlo (políticos, periodistas, medios en general, universidades, editoriales, institutos de la mujer, concejalías…). Es también cierto que nadie quiere más muertes, desde luego, pero si hay algo que ha quedado claro a lo largo de tantos años es que los remedios inventados por la Corrección Política no han sido eficaces. Ni lo serán. Criminalizar al varón es la peor de las formas que existen si verdaderamente se quiere atajar el problema.

Así, esta imprecisión matemática, este jugueteo con las cifras, como traición del inconsciente, como forma encubierta de sostener esa guerra de sexos tan rentable a tantos. 

sábado, enero 02, 2016

Belleza y X

Eso de la “belleza interior” lo llevo escuchando toda mi vida, pero qué quieren que les diga, me resulta empalagoso. Más que eso: baboso. Me da a mí que quien hace referencia a ese concepto, claro está por oposición al de belleza, se encuentra en superficie resbaladiza. Y en plano inclinado.

O no. O simplemente se trata de un idiota.

“La belleza del alma”... ¡hay que ser idiota!

La belleza es una primera instancia que nos aborda y nos desborda. Y tal instancia sólo puede ser inmediata. Y percibida por los sentidos.

“Belleza exterior y belleza interior”... ¡definitivamente idiota!

La belleza atrae por su luz propia. Podría decirse que la belleza es luz pura. Y el interior de eso que irradia luz pura es, por definición, oscuro, por mucha “bondad” que pueda contener. Ya hagamos referencia a un valle, una escultura o una persona. El término oscuridad no contendría en este caso ningún aspecto peyorativo y debería entenderse como la otra necesaria y complementaria cara de la dualidad. La belleza es una aparición y sólo remite a la propia belleza en tanto que virtud. Que para eso están las otras, verdad y bondad. El interior de las montañas que conforman un valle es tan oscuro como el subfondo del mismo valle. Y el interior de esa bella actriz está compuesto de vísceras que viven en viscosa oscuridad.

La belleza de un esclavo de Miguel Ángel me desborda y empequeñece al tiempo que me inunda y me eleva. Sólo un papanatas hablaría de belleza interior. Y ya puedes mirarlo una y mil veces que su belleza permanecerá intacta, irradiando la misma luz.
Las personas, en tanto cosas opuestas a las obras de arte, son otro mundo. Su belleza sólo puede ser, a lo sumo, anecdótica. Por lo que puede ser a su vez engañosa. O fatua. Pero hablar de belleza interior es, sobre todo, una cursilada.

Por eso estoy más de acuerdo con Marsilio Ficino que con Ovidio. Y no es más que una cuestión de nomenclatura. No hay dos tipos de belleza, interna y externa, pero sí dos tipos de perfección, la interna y la externa, la bondad y la belleza. Aunque pienso que se trata, al fin y al cabo, de una simple forma de hablar.

Me gustaría saber por qué tanto pensador se emperra en confundir bondad y belleza; conocer las causas de ese empeño en llamar belleza interior a la bondad. Qué metáfora tan facilona, ¿no? ¡Y tan poco propia de aquel cuyo principal cometido es pensar!, ¡y ceñir los conceptos!

¿Qué tiene que ver el amor con un esclavo de Miguel Ángel? Yo se lo diré: nada. ¿Y la bondad? Nada. Sin embargo, en una persona buena el amor se irradia. Hacia afuera, claro. Así, esa bondad no es interior ni exterior, esa bondad se encuentra en los actos, en la acción. En aquello que existe en la medida que repercute.

En cualquier caso, y para acabar: es cierto que siempre me ha fascinado la belleza; o mejor; siempre me dejado fascinar por la belleza, pero si he de ser sincero y conforme pasa el tiempo (años y años), ya cada vez me interesa menos. Incluso por mucho que, ya sin pasión, la disfrute a diario. Lo que verdaderamente me emociona y conmociona es conocer a una buena persona. Eso, eso sí que me produce un inmenso placer. X