sábado, febrero 27, 2016

ARCO

Han pasado 4 días desde la inauguración de ARCO y desde mi crónica sobre el día de la inauguración. No sé qué es lo que habrá pasado en la Feria durante este tiempo, sólo sé que todo lo que he podido leer al respecto se encuentra imbuido de una suerte de voluntariosa y obstinada esperanza. Una esperanza, todo se ha de decir, que más bien parece el resultado de una autoimposición surgida tras la lectura de un libro de autoayuda. Todo muy auto, muy autista.

Al parecer todos quieren creer en el futuro del arte, pero no se dan cuenta que ya ni el futuro es lo que era.

El arte ha prometido demasiado y después no ha sabido estar a la altura de tanta promesa. Se nos vendió como futuro y resultó ser, sólo, una forma de pasado.

Los artículos y entrevistas que estos días se han publicado sobre esta edición ignoran la cuestión fundamental: que no es el arte lo que no existe, sino el futuro; es el futuro lo que ya no existe. La afición psicótica por la tecnología ha acabado con la necesidad de toda creencia. Creer en el futuro es algo que sólo se pueden permitir los niños. El futuro es ayer, y como mucho hoy. Nada más. Y sin futuro no hay promesa que valga.

Pero el arte se empeña en seguir con esa estrategia ya obsoleta de prometer y prometer. Y sigue vendiendo su producto como si Lehman Brothers siguiera existiendo. Y como si fuera Nivea la única crema hidratante del mercado

Productos artísticos hay por todos sitios (no sólo en las ferias o en los museos), lo que no hay es necesidad de otorgarles cualidades sagradas (en ferias y en museos), que para eso están ya los dispositivos tecnológicos. Y la realidad virtual.

Dicen “buscamos nuevos coleccionistas” pero lo que buscan es, sólo, despistados.

jueves, febrero 25, 2016

ARCO: 5 aproximaciones

ARCO: 5 aproximaciones

1. Muy probablemente no sea éste el mejor momento para tener hijos, algo de lo que al parecer saben mucho quienes están en disposición de tenerlos y no los tienen. Motivo por el cual las sociedades de los países civilizados están envejeciendo a velocidades ultrasónicas. Por otra parte no es precisamente el amor lo que se predica en esas sociedades civilizadas, más orientadas a la inculcación de individualismos suspicaces y defensivos. Y por otra está el tema de la reorganización del mercado laboral que han impuesto las nuevas tecnologías. Algo que tiene una consecuencia decisiva en el modus vivendi del joven actual, que no es otro que el nativo digital. ¿Qué consecuencia? Pues que los jóvenes ya no tienen como prioridad, tal y como venía siendo habitual en las recientes sociedades tradicionales (sedentarias), el comprarse una casa. Sus trabajos son tan inestables como su parejas. Sus viviendas son, en todo caso, puro tránsito. O por decirlo de otra forma: sin casa -propia- ¡no hay paredes -propias-! O mejor: no hay “espacio” -propio-.

2. Nunca había visto tanta gente el día de la inauguración. Habré visitado 30 de las 35 ediciones de ARCO y la mayoría de las veces durante los dos primeros días, es decir, los días que suelen reunir a los profesionales. Y sé lo que digo cuando afirmo que no había visto tanta gente el día de la inauguración. Pero ¿quiénes son esos profesionales? Pues galeristas, artistas, directores de museos, comisarios y sobre todo, pues no podemos olvidar que se trata de una Feria de Arte, coleccionistas. Así que no deja de tener su enjundia que, precisamente en este momento en que el sector (Arte) padece un descalabro muy relacionado con el mercado, hubiera tanta gente elegante pululando por los pabellones. ¿Pero qué decir de esa congregación? ¿Compradores? Puede, pero no lo creo. Baste decir, en todo caso, que quedé impactado cuando en un stand me encontré, cara a cara y sin esperármelo, a un chaval que podría tener 20 0 21 años. Quiero decir, que habiéndoseme acostumbrado la vista a las facciones que me había estado cruzando durante dos horas de trasiego me acabó sorprendiendo el hecho de encontrarme con un joven en edad universitaria. Sin duda podríamos usar, a modo descriptivo, aquel título de una película de los hermanos Cohen pero dándole la vuelta. Es este un país para viejos. Y sustituir país por feria. Yo llegué a contar 4 sillas de ruedas pilotadas, muy probablemente, por coleccionistas voluntariosos e inasequibles al desaliento. Mucha gente, pues, pero quizá demasiado cercana a la muerte. Posiblemente, además, los más coleccionistas.

3. Han pasado ya 35 años desde el primer ARCO y el mundo ha sufrido durante esos años transformaciones colosales. Es más, el mundo de ahora ya prácticamente nada tiene que ver con aquel en el que se produjo la caída del muro y la movida de Madrid. O por decirlo de forma cruda: los nativos digitales comenzaron a nacer 20 años después del estreno de la película ET de Steven Spielberg. Las transformaciones han obligado a muchos sectores a re-adaptarse. De hecho, durante todos los años de este milenio la máxima de actuación ha tenido que ser para muchos esa, la de re-adaptarse o morir. Y desde luego no todos lo hemos hecho con las mismas ganas. Así que dirán lo que dirán, pero la impresión que uno extrae cuando se pasea por los pasillos de ARCO es que el tiempo no ha pasado durante esos 35 años. Y esto no tiene nada que ver con el hecho de que pueda haber expuestas más o menos cosas tecnológicas etc., no. Tiene que ver con la apariencia de la totalidad, con la distribución de espacios y con la obsesión por la objetuaria, una objetuaria, todo se ha de decir, que nada tiene que ver con los intereses de esos nativos digitales que ni tienen casa, ni la quieren, ni quieren CDs, ni DVDs, ni libros, ni cosas que, en general, pesen o almacenen polvo. Y menos aún si hay que trasladarlas de un lugar a otro o meterlas en un guardamuebles. Una Feria, por tanto, con aires gerontofílicos.

4. Pero ¿de qué tenemos que hablar cuando hablamos de ARCO, de arte o de mercado? Si hablamos de arte ya sabemos por dónde van los tiros, lo hemos avanzado: ARCO se encuentra en las antípodas de lo que la gente joven está haciendo, entre otras cosas, porque su mundo está en la red y ya prácticamente sólo en ella. Y por tanto la creatividad la entienden bajo unos preceptos que nada tienen que ver con los que durante 250 años generó un sentido hegeliano de la Historia. Para ellos, no hay evolución lineal que pretenda “el despliegue del Espíritu”. Para ellos, en definitiva, no hay Historia. Hay presente y virtualidad. Hasta el punto en que sus centros de interés se encuentran focalizados en cosas que carecen de corporeidad. Y si hablamos de mercado poco queda por decir que no quede explicitado en la continuas quejas de todos aquellos que aún conforman el mundo del arte. Un mundo del arte, todo se ha de decir, periclitado. Los galeristas se quejan de sus inexistentes ventas y los artistas del mal trato recibido desde las instituciones (que tampoco se han enterado que el Arte se ha quedado sin Historia y de que el mundo es digital. Además, claro, de estar corrompidas por lo que los propios artistas les dejaron hacer en la época de las vacas gordas).

5. ¿Pero está bien o mal ARCO ( y me refiero al contenido, no a la feria en sí misma)? Pero yo insisto: eso es lo de menos. Es la pregunta más irrelevante y por lo tanto menos apropiada. Más que nunca una exposición -o un cúmulo de obras de arte- no es otra cosa que algo de lo que gustar o disgustar dependiendo de las particularidades del gusto y de la cantidad de “objetos” que gustan o disgustan respecto a la particularidad de cada uno. La celebración del 35 aniversario (cifra incelebrable) no es más que un signo de desesperación, como lo es el hecho de invitar a 18 galerías jóvenes con menos de 8 años de experiencia. En cualquier caso las posibles ventas, en caso de haberlas, no desmentirían el argumento aquí expuesto. Primero porque uno de los gastos fijos de cualquier feria de arte que se precie es pagar viaje y alojamiento a los mejores coleccionistas del mundo, todos aproximadamente octogenarios, y segundo porque si algo tiene una historia de más de 250  años (la historia de la Historia del Arte) es eso, inercia. Y todo con independencia de esa otra cosa que el fin de esa historia provoca en algunos, nostalgia. Ah, y para acabar, que nadie piense que JustMa es distinta por más juvenil. Una feria de arte es una feria de arte por mucho que cambie el aspecto de la objetuaria, de los cachivaches.
Para leer más respecto al tema recomiendo pinchar este enlace:

sábado, febrero 20, 2016

Desmesura o proporción

Desmesura o proporción
Breaking bad o Le petit quinquin

No sería yo quien negara a las series televisivas su papel hegemónico en el panorama de la narración audiovisual. Sobre todo si tenemos en cuenta que las generaciones más jóvenes prácticamente sólo ven eso salvo rarísimas excepciones y blockbusters aparte.

Pero, ¿qué tienen las serie que las convierte en un nuevo paradigma narrativo? Pues tienen la posibilidad de crear personajes casi reales, algo que el cine convencional no se ha podido permitir nunca del todo (?) por una simple cuestión de tiempo. Al menos si entramos en terreno comparativo y los vemos desde los éxitos de la contemporaneidad. Ahora nos parece que en dos horas no da tiempo más que para generar un boceto de personaje mejor o peor definido en función de la calidad de guionistas y directores.

En cualquier caso sabemos que la historia nos ha dejado grandes películas que se podían alabar, precisamente, por su habilidad a la hora de caracterizar con precisión ciertos personajes, a veces con unas pequeñas secuencias o incluso con unos simples planos. Un ejercicio que requería inteligencia, sensibilidad y conocimeinto del medio. Así que no está del todo claro que la contención y la síntesis puedan observarse como elementos deficitarios. Otra cosa sería entrar en las ventajas del maximalismo. Que las tiene. Y si no en las ventajas sí al menos en sus potencialidades expresivas.

En una serie pueden configurarse personajes que evolucionen casi al ritmo en que lo hacen los propios espectadores, y eso dota a esos personajes de un realismo inaudito. Debido a los condicionantes impuestos por la comercialidad de las películas cinematográficas los personajes pueden cambiar -en dos horas- su personalidad sólo a base de elipsis que a veces distancian de la credibilidad. Eran otros tiempos. No así en las series, que por su carácter distendido pueden jugar a la imprevisibilidad y sobre todo, al giro. Sí, al giro.

Así que volvamos a la pregunta, ¿qué tienen las series televisivas que las convierte en un nuevo exitoso paradigma narrativo? Pues eso, que se pueden permitir en la caracterización de los personajes algo que antes sólo estaba destinado a muy pocos personajes del cine: la ambigüedad; o diría más: la ambigüedad moral, esa, al parecer, con la que se identifican tantos millones de espectadores contemporáneos.

En las narraciones clásicas, salvo muy raras excepciones, los personajes o eran buenos o eran malos. De hecho en eso se basaba el cine ya no clásico sino (ya) tradicional. Ahora, y ante la necesidad de estirar una idea narrativa audiovisual en 20, 30 o 40 horas, surge la necesidad de que los personajes no aburran al espectador. Y para ello nada mejor, al parecer, que dotarlos de una ambigüedad que los humanice. Porque, en efecto, es esa ambigüedad la que consigue esa credibilidad que necesitan los espectadores que buscan rasgos identificatorios en los personajes, supongo que para sentirse m´as apoyados. Los seres humanos, lo vemos diariamente a nuestro alrededor, no son buenos o malos; de hecho, lo vemos en los telediarios, hasta los malos tienen su corazoncito, no hay más que recordar la entrevista al panadero donde ese secuestrador de niños compraba el pan todos los días. Así la panadera, “era un tipo encantador que siempre tenía una palabra amable con nosotras”, o el de la vecina de escalera, “era un tipo algo tímido pero sumamente cortés… y muy pendiente de ayudar en lo que pudiera”. No haría falta acudir al límite -del asesinato, etc.- para hacernos entender, bastaría sólo con que un personaje fuera capaz de alternar las buenas acciones con las malas. Ahí ya podríamos tener la base de una serie con posibilidades de éxito. La doble moral está de moda, lo siento.

Pues bien, ahí radica el éxito de tantas series: los personajes no se desarrollan atendiendo a modos maniqueos, sino que lo hacen en función de unos intereses personales de los personajes que se imponen a costa de lo que sea, como tantas veces pasa en la realidad. O por decirlo de forma simple: los personajes son buenos y malos al mismo tiempo; esto es, buenos pero malos, o malos pero buenos. Sirva de ejemplo el personaje principal de la extraordinaria Breaking bad, pero podríamos hacerlo extensivo a muchas de las mejores series de los últimos años. Incluído Lester, ese personaje apocado y bonachón de Fargo que llegado el momento puede llegar a ser más malo que el mismo malvado.

Pero ¿realmente son necesarios tantos capítulos, tantas temporadas, tantas horas de metraje? O mejor, ¿realmente son necesarias tantas horas de narración (40 o 50) para que funcione esa potencialidad expresiva descrita o después de todo responde a una simple cuestión comercial? Bajo mi punto de vista se trata más bien de lo segundo. Acepto sin problemas que la virtud de una buena serie se encuentra en eso que aporta a esa otra forma de narración ya algo periclitada: la profundidad del personaje y la full inmersion a la que te conduce ver 10 horas de forma más o menos consecutiva. Pero también creo que la multiplicación de temporadas no es sino una muestra de desmesura cuyo único fin no puede ser otro que el económico.

Quizá por eso, y después de todo, las mejores fórmulas quizá sean las que son capaces de concentrar todo en, a lo sumo, dos temporadas. O incluso menos. Como Fargo, cuyas temporadas son relativamente independientes, o True detective, o Carnivale. Todo el resto, aún admitiendo sus posibles valores, me parece excesivo y desmesurado. Breaking bad, Mad men, o incluso Los soprano y Louie (dos de las mejores) pudieron mejorar, en tanto que narraciones, con menos capítulos, con menos horas.

Si atendemos a lo visto durante el año pasado mi conclusión sería clara, y no tanto respecto a las series como al cine en general, pues no dejan de ser todo narraciones audiovisuales de mayor o menor duración: lo mejor de 2015 es una serie francesa de 4 capítulos, Le petit quinquin un prodigio de serie que le da un baño a tantas series inglesas y americanas realizadas con presupuestos millonarios.  

Nota. Para ver este mismo texto pero ilustradito ver
http://albertoadsuaradecine.blogspot.com.es/

domingo, febrero 14, 2016

Vejez

En principio nada hay más alejado de la muerte que los jóvenes. Pero si esta afirmación puede dar lugar a dudas, que siempre hay quisquillosos apardalados que se ponen nerviosos ante las generalizaciones, la que sin embargo no parece discutible es esta otra: en principio nada hay más cercano a los viejos que la muerte.

Hay gente que teme a la muerte sin importarle demasiado el asunto del envejecimiento y gente a la que le da más miedo el envejecimiento que la propia muerte. Y gente que no teme a nada. Siendo incapaz de pertenecer a este último grupo sería yo de los que pertenece al primero. Creo firmemente que hay una dignidad en el envejecimiento que permite la serenidad que te niegan los impulsos que se fían al futuro. A pesar de todo. Otra cosa sería desaparecer.

Sin embargo observo que cada vez más gente pertenece al segundo grupo. Gente a la que le deprimen las arrugas, por ejemplo. No tanto las pastillas o las canas cuanto las arrugas. Así, gente que es capaz de cualquier cosa para restringirlas. De cualquier cosa.

La pregunta sería, ¿cuándo puede a una persona empezar a considerársele viejo? Las respuestas admiten variables, pero parecería razonable afirmar que cuando la piel adquiere esa textura que sólo otorga generosamente la propia vejez. O cuando se pierde un centímetro de estatura. O cuando se necesitan 3 pares de gafas con las que no se acaba de ver bien nunca.

Sin duda que Michael Caine y Hervey Keitel son dos viejos en la película que hábilmente ha sido llamada Juventud. Dos viejos que se toman ese estadio de sus vidas de forma distinta. En cualquier caso, ambos con suma dignidad. Porque si algo se infiere de los personajes es lo que podŕiamos aprender de ellos con independencia de innecesarias identificaciones.

Dos viejos que rinden culto a la amistad y se enfrentan a su destino con desiguales actitudes. Juventud es una película sobre los estadios del tiempo del ser y en especial del último. Los protagonistas son dos viejos, pero también está ahí el niño que quiere ser violinista, la adolescente que se comunica con las manos, el joven actor descreído y el matrimonio “mudo”. Aportando, todos ellos, el matiz que los contempla igualmente como futuros viejos, como mortales en definitiva.

Caine no quiere volver a trabajar y se siente liberado por no tener que hacerlo pero, quizá por ello, el tiempo se ralentiza para él de forma poco grata, sin embargo Keitel no puede dejar de trabajar por lo que, quizá por ello, el tiempo pasa por él a gran velocidad, a pesar suyo. Las consecuencias que en ellos producirá su personalidad determinará su futuro, ese futuro que un viejo es siempre anecdótico, minúsculo.

Addenda. No tenía previsto ver esta película en el cine, pero una amigo me la recomendó. Mi desinterés provenía de los prejuicios en mí generados por la última película del director, que me pareció extraordinariamente mala por mucho que obtuviera éxitos bastante consensuados. Para mí La gran belleza era una película fatua, pretenciosa y formalmente casi obscena. Mala, en definitiva.

Por otra parte se encontraban las críticas profesionales que Juventud había tenido desde sus inicios, que aunque no eran determinantes en mi decisión, sí que algo sumaban a mis prejuicios. El caso es que la crítica, digamos más intelectual, la había machacado; la misma crítica que curiosamente ensalzó a La gran belleza. Y cuando digo machacado posiblemente me haya quedado corto respecto a lo que fue. Corto al menos en lo que pueda sobre-entender el lector de este texto. La calificación que le puso la revista Caimán, por ejemplo, la situaba como la peor película del año, teniendo por delante incluso muchas intrascendentes películas de acción. Así que sólo hacía falta la llamada de un amigo para que las cosas me cuadraran y emergiera, así, mi deseo de ver Juventud.

Juventud no es una obra maestra, desde luego. Ganaría mucho con unos 40 minutos menos de metraje y le sobra sofisticación, así como escenas demasiado video-cliperas, o escenas fellinianas innecesarias por forzadas. Pero la película es, de todas formas y a pesar de todo, una película inteligente por mesurada, precisa y elegante en todo ese metraje que nos queda. Contiene secuencias memorables y lo que para mí no cabe duda es que sus logros, pocos o muchos (según quién), son muy superiores a cientos de películas que reciben críticas tibias o incluso buenas. Una película que transmite sosiego aun a pesar de los asuntos  peliagudos que trata, con unos actores extraordinarios, incluída, cómo no, la soberbia interpretación de Jane Fonda en su papel secundario.

viernes, febrero 12, 2016

Maldad

Si digo que sí falto a la verdad.

Pero si digo que no, también.

Addenda. Uno le dice al otro, “no sé si reír o llorar”, y el otro le dice al uno, “pues yo hoy voy a hacer una excepción”.

domingo, febrero 07, 2016

Premios Goya

Lo decía en un post reciente, el sentimiento es algo que se tiene, algo que ante la percepción adviene de una determinada manera. Sentimiento al que podemos poner nombre si queremos. Yo se lo podría poner al que me produjo ayer el visionado de los Premios Goya.

Visto así, en global, tres son los aspectos que por evidentes mejor sirven para identificar el espíritu del espectáculo, que no es otro que ese que ya se ha instalado como el único posible; a saber: el humor -lo cómico- , la exaltación de lo propio y el activismo político. Los Goya parecen no poder renunciar a ninguno de estos tres aspectos tan, cómo decirlo, tan… “originales”. Porque ¿qué sería hoy de un espectáculo -parecen preguntarse los creadores del mismo- cuyo ritmo no viniera inscrito en el autobombo, en la trepidancia, en los chistes y en la complacencia pandillera? Lo saben: nada, al menos nada a nivel masivo, que parece ser el único nivel posible. Así que no hagan mucho caso a lo que sigue, si hay alguien equivocado en esta discrepancia con el statu quo soy yo.

Son ya demasiados años con la obsesión de pretender una gala musical y graciosa, a la americana. Las consecuencias las vimos ayer: no sólo el presentador hablaba como si estuviera en el Club de la Comedia, sino que también lo hacían muchos de los galardonados. Al parecer se ha instalado esa forma de hablar que consiste en decir una parida que no lo parece y hacer un pequeño silencio para rematar la ocurrencia con una frase que despierte las risas y arranque los aplausos. Con el gestito adecuado, por supuesto.

Se podrá argüir en mi contra lo que se quiera, pero la cuestión es que el año pasado tuve la oportunidad de ver la entrega de Premios del Festival de San Sebastián y me pareció absolutamente deliciosa en su sobriedad, con dos presentadores neutros que engrandecían a todos los premiados dándoles un verdadero protagonismo. Además es en esas circunstancias donde ciertos discursos pueden tocar verdaderamente la fibra del público espectador. Vivir en en el permanente estado del chiste impide muchas veces localizar ese momento en que las cosas pueden ir en serio.

Pero la seriedad se encuentra menospreciada. Hoy todo el mundo quiere divertirse. Y aplaudir extemporáneamente. Porque esa es otra cosa que se ha puesto de moda, no se aplaude ya sólo al final de un acto, o ante la entrega del premio, o ante el homenaje, sino que también se aplaude en todos esos momentos en los que alguien hace gala de su buenismo, es decir, de su supuesta bondad manifestada en público. Alguien dice por ejemplo, “no podemos consentir que haya más pobres” y todo el mundo se arranca en aplausos. Algunos hasta lloran. ¡Cuánto actor!¡O cuánto imbécil!

Escuché atentamente a todos y cada uno de los galardonados y,de nuevo, comprobé hasta qué punto lleva razón Cipolla en su libro Las leyes fundamentales de la estupidez humana, sobre todo cuando afirma que alguien puede ser un perfecto estúpido con independencia del correcto saber hacer llevado a cabo en su faceta profesional. Aquí yo no llegaría a llamar estúpido a nadie -o sí, no sé-, pero lo cierto es que la carencia de inteligencia en los discursitos ha sido más que evidente, confundiendo, del modo más pueril, sensibilidad con sensiblería. Con alguna excepción por pequeña despreciable.

Pero que lo sepan la Academia y los expertos en marketing que organizan los Goya: así, entre chistecitos fáciles, histrionismos (in)controlados y lágrimas de botellín, no habrá nunca forma de conseguir que alguna alta instancia -política- pueda tomar conciencia de la verdadera necesidad de invertir en cultura. Más bien al contrario, se sumará a la fiesta, ya sea desde el teatro o desde su casa. Para divertirse. Sólo tendrán que aguantar las embestidas aquellos que poseyendo algún cargo político se encuentren presentes en el teatro. Total: después, todo el mundo lo sabe, nunca pasa nada. Otra cosa sería que todas esas justificadas quejas se formularan desde un ámbito distendido pero sobrio y elegante. Algo que exigiría inteligencia, cualidad de la que se carece. Porque talento hay mucho -vendido- pero inteligencia poca. Y del valor ni hablo, pues el gremio se encuentra atenazado por la Corrección Política. Y sus militantes adocenados. No hay más que ver la temática dominante de las películas nominadas.Parecen haberse ideado a fuego de campamento.

Es como si la tesitura sólo pudiera consistir o en divertirse o en morirse. Algo, por cierto y haciendo un pequeño paréntesis, que lleva inscrito en su ADN el nativo digital, y de lo que se han contagiado los “mayores” a fuerza de querer vivir una eterna juventud. Ya todo tiene que ser diversión o muerte. Ahora bien, si lo que se elige es muerte, algo que queda bien de vez en cuando, hay que hacerlo atornillado a lo políticamente correcto porque eso asegura abrazos y aplausos. O sea, hay que morirse de mentirijillas, como si de un personaje se tratara. No hay más que ver el teatro que desde hace años se escribe y representa: 90 % de risas (supuestamente) y 10 % de muerte (de supuesto compromiso panfletario).

Como en su ADN llevan los nativos digitales el hecho de acceder a su deseo sin preocupación alguna por la legalidad del acto que le permite ese acceso. Porque no nos engañemos, a los nativos digitales, esto es, a los jóvenes (hablando en plata), les importa un carajo la propiedad intelectual y sus derechos. Estando la mayoría de ellos, lo sabemos, muy preocupados con el cambio climático. Se lo descargan todo porque saben que, precisamente en España, NO hay Justicia. Porque NO la hay. Sabemos que los más canallas se la pasan por los fondillos y no pasa nada. Así: no la hay.

Pero después está la desmesurada exaltación de lo propio, el otro gran aspecto al que nadie quiere renunciar en la gala. Que si “viva el cine español”, que si “el cine español es lo mejor”, que si “tenemos que seguir apoyando el cine español”, etc. Entiendo que la gala es una fiesta del cine español, de eso no hay duda, pero por eso mismo debería ser el propio cine el que hablara por sí mismo y dejar de una lado todas esas consignas tan propias del sentimiento de exaltación de lo propio, siempre tan sospechoso.

En cualquier caso la forma se ha adecuado, una vez más, al fondo, y en ese sentido no deja de haber una cierta coherencia. El nivel de las películas nominadas deja mucho que desear, algo que no debe sorprendernos si tal y como decían en la gala todas ellas han sido producidas (en alguna medida) por las televisiones. La televisión no es la plataforma adecuada para películas realizadas en verdadera libertad. Podrían citarse de carrerilla los mejores 20 directores de la actualidad y comprobaríamos que ninguno de ellos tiene sitio en la parrilla televisiba, salvo, de nuevo, raras excepciones que vuelven a ser despreciables desde el punto de vista cuantitativo.
Un buen ejemplo de lo que la gala es para el espectador digital la dio en una entrevista la ganadora del Premio a la Mejor Actriz Principal. Ante la pregunta “¿Qué sientes ante este reconocimiento de la Academia?” contesta “no lo sé, es todo muy… estoy deseando llegar a casa para verlo en el vídeo”. Entre la diversión o la muerte, la actriz eligió muerte, en directo (el teatro), sobreexcitada, aturdida y histérica, para después divertirse en diferido (su casa). Ya nadie es nada sin su existencia grabada. Por otra parte, ahí estaba en el público un Vargas Llosa que parecía haber ido a remolque y en las tablas un Serrat que desafinó como nunca, supongo que para hacer honor al espectáculo.

Lo único que me pareció interesante fue ver cómo cortaban los discursitos a los galardonados cuando estos se iban por las ramas diciendo memeces. Algo, por cierto, de lo que se quejaba el ganador al Mejor Actor Principal (que decía no gustar del dudoso criterio de cortar los discursos con música), perfecto representante de ese tipo de “buenas personas” que sólo entiende de límites cuando alguien traspasa los por él impuestos. O los de su "clan".

Nota. La que sin duda se fue a su casa con el esfínter bien limpito fue Manuela Carmena.

lunes, febrero 01, 2016

Confort

No hay duda de que que cada sujeto es un mundo, afirmación que sin duda es tan vulgar como verdadera. Pero es por eso mismo, porque en el aserto coinciden previsibilidad y verdad, que me resultan tan desagradables las modas, sobre todo cuando quienes las siguen se creen auténticos, lo que viene a ser frecuente, curiosa y paradójicamente. Desde luego que no hay nada con tanta dosis de tiranía que las modas, que además de imponerse hacen creer a sus followers que tienen la fuerza de un jedi.

No hay duda de que cada sujeto es un mundo, por eso no se concibe que, de repente, haya tanta gente aceptando y asumiendo que lo que hay que hacer es salir de la “zona de confort”. Es el eslogan más difundido y mejor asimilado de los últimos tiempos. Ya prácticamente nadie cree en las bondades de una vida tranquila. Ni que un objetivo en la vida pueda ser el de vivir con serenidad. No, ahora todo el mundo está convencido de que vivir es estar en perpetuo movimiento. Y que la vida es demasiado corta para no hacer ciertas cosas que exigen, claro, retos, objetivos, traslados, viajes, cambios constantes de pareja, experiencias al límite, spinning, yoga, ultramarotones, etc. Todo a la vez, por supuesto. Y muchas, pero muchas, frasecitas de autoayuda. Que las redes sociales se encuentran a reventar de ellas.

El otro día vi a Dabiz Muñoz, el laureado cocinero tres estrellas Michelín, en un programa de televisión netamente hagiográfico. Es el perfecto representante del nuevo “ser digital”, o mejor, del nuevo paradigma de triunfador en una era nueva, la digital. Esa era que exige al sujeto el perpetuo movimiento, so pena de exclusión total y absoluta. Si no aspiras a ser un dabiz muñoz en la vida no te comerás un torrao. O lo que es lo mismo, si tu vida no se fundamenta en la constante adaptación al cambio estás muerto. Aunque eso suponga acabar hablando como el genio de la cocina, cuyo vocabulario se reduce a tres palabras, “espectacular”, “brutal” e “increíble” y a una única expresión, “esto está de la hostia”. Como muy bien demuestra en dicho documental su mano derecha, el chef ejecutivo del restaurante laureado, cuando ante la demanda de tener que describir un local londinense dice textualmente “Es un espacio molón; genera como ¡whau!, esto tiene que ser la hostia”.

La verdad es que, mucho me temo, esta moda de querer salir de la zona de confort se ha instalado en las sociedades civilizadas para siempre. Con lo que ello supone para el lenguaje, que es al fin y al cabo la única herramienta que tenemos para imaginarnos mejor. Por eso, cuando pueda, me iré a descansar y a leer, en la zona de máximo confort posible, por supuesto. Y no volveré más.

Ríanse, ríanse, pero cuando yo me muera todos ustedes desaparecerán.

Asco



O de lo inevitable



Las sensaciones llegan muchas veces sin ser reclamadas. O sin ser buscadas. Es más, las sensaciones reclamadas son, por lo que respecta a la cantidad, una minucia al lado de las no reclamadas, que son las que nos advienen con pertinaz constancia durante todo el día. De hecho nos pasamos la vida experimentando sensaciones, más o menos intensas. En cualquier caso, y por ceñir el concepto, podemos decir que las sensaciones son datos elementales proporcionados por los sentidos y que vienen causados por un excitación fisiológica.



Me encuentro celebrando algo con mi hermano en un restaurante de una cierta alcurnia. En un momento dado mi hermano me dice con gesto perplejo, “qué cosa más rara; de repente ha pasado por mi lado una mujer que hubiera jurado que era esa otra que se encuentra en aquella mesa”. Me giro y en efecto mi hermano lleva razón, la mujer que acababa de pasar junto a nosotros es casi idéntica a esa otra mujer que se encuentra dos mesas más allá. Seguimos con la comida y con nuestras cosas hasta que me percato de que en una mesa más cercana a nosotros hay otra mujer que también es prácticamente idéntica a las otras dos. Se lo hago saber a mi hermano pero no se sorprende, se acerca a mí y me dice en tono bajo, “si, ya me había dado cuenta pero eso no es lo más curioso; mira disimuladamente detrás de ti y podrás comprobar que aún hay otra que parece ser también la misma mujer”. Me giro y compruebo que, efectivamente, las cuatro mujeres se parecen extraordinariamente. Sus formas de vestir son claramente diferentes, incluso el peinado es distinto en cada una de ellas, pero sus rostros son prácticamente iguales. El asunto nos lleva a elucubraciones rayanas en lo metafísico. ¿Cómo elucubrar sobre la ubicuidad si no es a través de la metafísica? Cuando abandonamos el asunto y nos encontramos en mitad del segundo plato vemos entrar a una familia. Pues bien, la que sin duda parece ser la abuela de esos niños que la acompañan es, otra vez, la “misma mujer”.



He de apuntar que de una forma o de otra las 5 mujeres van acompañadas, a veces entre otros comensales (hijos, hijas, nietos, yernos, cuñadas...), por los que parecen ser sus sus respectivos maridos, que seguro que los son. Todos sumamente diferentes entre sí. Mi hermano me hace una interesante observación: “si te fijas bien verás como sin duda ellos parecen unos viejos, mientras que ellas… ellas, vistas a cierta distancia, parecen ser las hermanas de sus hijas, pero con la cara de plástico”. Cierto, no se puede describir con mayor precisión.


Si las sensaciones son, al menos tal y como apunta Kant, percepciones que modifican el estado del sujeto, desde luego que a mí todas estas cosas -percepciones- me modifican. Uno no elige la forma en que le afectan las percepciones ni, por tanto, las sensaciones que producen. Y aquello a lo que me remiten esas concretas sensaciones -por mí experimentadas y en las circunstancias en las que se producen- es a una sola palabra. Como también me lo producen los "efectos especiales" que genera el inevitable movimiento bamboleante en unas tetas operadas. Pero quede claro que en ningún momento estas afirmaciones incluyen un juicio de valor. Así, esa palabra que deviene ante la percepción de esas 5 mujeres no responde a un prejuicio sino al producto de unas sensaciones.

Nota. Acabo de acordarme que uno de los primeros posts de este blog, hace ahora casi 10años, se llamaba igual. En este enlace:

 http://albertoadsuara.blogspot.com.es/2006/10/asco.html