sábado, febrero 27, 2016

ARCO

Han pasado 4 días desde la inauguración de ARCO y desde mi crónica sobre el día de la inauguración. No sé qué es lo que habrá pasado en la Feria durante este tiempo, sólo sé que todo lo que he podido leer al respecto se encuentra imbuido de una suerte de voluntariosa y obstinada esperanza. Una esperanza, todo se ha de decir, que más bien parece el resultado de una autoimposición surgida tras la lectura de un libro de autoayuda. Todo muy auto, muy autista.

Al parecer todos quieren creer en el futuro del arte, pero no se dan cuenta que ya ni el futuro es lo que era.

El arte ha prometido demasiado y después no ha sabido estar a la altura de tanta promesa. Se nos vendió como futuro y resultó ser, sólo, una forma de pasado.

Los artículos y entrevistas que estos días se han publicado sobre esta edición ignoran la cuestión fundamental: que no es el arte lo que no existe, sino el futuro; es el futuro lo que ya no existe. La afición psicótica por la tecnología ha acabado con la necesidad de toda creencia. Creer en el futuro es algo que sólo se pueden permitir los niños. El futuro es ayer, y como mucho hoy. Nada más. Y sin futuro no hay promesa que valga.

Pero el arte se empeña en seguir con esa estrategia ya obsoleta de prometer y prometer. Y sigue vendiendo su producto como si Lehman Brothers siguiera existiendo. Y como si fuera Nivea la única crema hidratante del mercado

Productos artísticos hay por todos sitios (no sólo en las ferias o en los museos), lo que no hay es necesidad de otorgarles cualidades sagradas (en ferias y en museos), que para eso están ya los dispositivos tecnológicos. Y la realidad virtual.

Dicen “buscamos nuevos coleccionistas” pero lo que buscan es, sólo, despistados.

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