domingo, febrero 14, 2016

Vejez

En principio nada hay más alejado de la muerte que los jóvenes. Pero si esta afirmación puede dar lugar a dudas, que siempre hay quisquillosos apardalados que se ponen nerviosos ante las generalizaciones, la que sin embargo no parece discutible es esta otra: en principio nada hay más cercano a los viejos que la muerte.

Hay gente que teme a la muerte sin importarle demasiado el asunto del envejecimiento y gente a la que le da más miedo el envejecimiento que la propia muerte. Y gente que no teme a nada. Siendo incapaz de pertenecer a este último grupo sería yo de los que pertenece al primero. Creo firmemente que hay una dignidad en el envejecimiento que permite la serenidad que te niegan los impulsos que se fían al futuro. A pesar de todo. Otra cosa sería desaparecer.

Sin embargo observo que cada vez más gente pertenece al segundo grupo. Gente a la que le deprimen las arrugas, por ejemplo. No tanto las pastillas o las canas cuanto las arrugas. Así, gente que es capaz de cualquier cosa para restringirlas. De cualquier cosa.

La pregunta sería, ¿cuándo puede a una persona empezar a considerársele viejo? Las respuestas admiten variables, pero parecería razonable afirmar que cuando la piel adquiere esa textura que sólo otorga generosamente la propia vejez. O cuando se pierde un centímetro de estatura. O cuando se necesitan 3 pares de gafas con las que no se acaba de ver bien nunca.

Sin duda que Michael Caine y Hervey Keitel son dos viejos en la película que hábilmente ha sido llamada Juventud. Dos viejos que se toman ese estadio de sus vidas de forma distinta. En cualquier caso, ambos con suma dignidad. Porque si algo se infiere de los personajes es lo que podŕiamos aprender de ellos con independencia de innecesarias identificaciones.

Dos viejos que rinden culto a la amistad y se enfrentan a su destino con desiguales actitudes. Juventud es una película sobre los estadios del tiempo del ser y en especial del último. Los protagonistas son dos viejos, pero también está ahí el niño que quiere ser violinista, la adolescente que se comunica con las manos, el joven actor descreído y el matrimonio “mudo”. Aportando, todos ellos, el matiz que los contempla igualmente como futuros viejos, como mortales en definitiva.

Caine no quiere volver a trabajar y se siente liberado por no tener que hacerlo pero, quizá por ello, el tiempo se ralentiza para él de forma poco grata, sin embargo Keitel no puede dejar de trabajar por lo que, quizá por ello, el tiempo pasa por él a gran velocidad, a pesar suyo. Las consecuencias que en ellos producirá su personalidad determinará su futuro, ese futuro que un viejo es siempre anecdótico, minúsculo.

Addenda. No tenía previsto ver esta película en el cine, pero una amigo me la recomendó. Mi desinterés provenía de los prejuicios en mí generados por la última película del director, que me pareció extraordinariamente mala por mucho que obtuviera éxitos bastante consensuados. Para mí La gran belleza era una película fatua, pretenciosa y formalmente casi obscena. Mala, en definitiva.

Por otra parte se encontraban las críticas profesionales que Juventud había tenido desde sus inicios, que aunque no eran determinantes en mi decisión, sí que algo sumaban a mis prejuicios. El caso es que la crítica, digamos más intelectual, la había machacado; la misma crítica que curiosamente ensalzó a La gran belleza. Y cuando digo machacado posiblemente me haya quedado corto respecto a lo que fue. Corto al menos en lo que pueda sobre-entender el lector de este texto. La calificación que le puso la revista Caimán, por ejemplo, la situaba como la peor película del año, teniendo por delante incluso muchas intrascendentes películas de acción. Así que sólo hacía falta la llamada de un amigo para que las cosas me cuadraran y emergiera, así, mi deseo de ver Juventud.

Juventud no es una obra maestra, desde luego. Ganaría mucho con unos 40 minutos menos de metraje y le sobra sofisticación, así como escenas demasiado video-cliperas, o escenas fellinianas innecesarias por forzadas. Pero la película es, de todas formas y a pesar de todo, una película inteligente por mesurada, precisa y elegante en todo ese metraje que nos queda. Contiene secuencias memorables y lo que para mí no cabe duda es que sus logros, pocos o muchos (según quién), son muy superiores a cientos de películas que reciben críticas tibias o incluso buenas. Una película que transmite sosiego aun a pesar de los asuntos  peliagudos que trata, con unos actores extraordinarios, incluída, cómo no, la soberbia interpretación de Jane Fonda en su papel secundario.

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