lunes, marzo 21, 2016

Afortunado y misántropo

Por ese orden porque el orden de los factores sí altera el producto.

Vengo de estar 6 días fuera de Valencia, los que han durado sus fiestas patronales. Un viaje de huída puede ser un viaje de placer. Lecturas, reflexión, amistad, gastronomía y paisajes.

Durante esos 6 días he recibido mensajes telefónicos de 4 personas; tres de esos interlocutores se dirigían a mí sirviéndose del teléfono para realizar meras consultas o puntualizaciones (de citas, fechas, avisos, entregas…).

Durante esos 6 días también he tenido que compartir mesa y mantel con 5 personas -amigables- en tres comidas distintas. Y ahora, el dato: en el transcurso de esas tres comidas -de 3 horas cada una- nadie hizo uso del móvil; quiero decir, nadie sacó su móvil para mirar su estado y por supuesto nadie dejó su móvil encima del mantel. ¡Y claro está: nadie fotografió la comida!

¿Qué conclusión extraigo de todo ello? Pues que soy un tipo afortunado.

Addenda. Hace cosa de dos semanas recibí un mensaje telefónico en el que se me incorporaba a un grupo. Ya saben (y si no saben, mejor). Yo no lo había solicitado pero así es la cosa: uno queda incorporado a un grupo de mensajeros a pesar de uno mismo y sólo porque a uno de tus conocidos se le ha ocurrido la gracia. A los pocos minutos había recibido 9 notificaciones. Inmediatamente intenté borrarme del grupo, pero dada mi manifiesta ineptitud con los dispositivos tecnológicos sólo supe silenciar las notificaciones. A la mañana siguiente tenía 139 mierdajes que habían llegado silenciosamente pero que no por ello habían dejado de ocupar mi interfaz. Tuve que hacer, de nuevo y una vez más, uso de mi sobrino, que me enseñó a salirme del grupo. ¡A mí qué coño me importará lo que a todas horas digan 25 -o las que sean- personas que se aburren!

Como siempre y como en todo, es una cuestión de límites. Por las indagaciones que he realizado sé que las adolescentes reciben una media de ochocientas notificaciones… ¡al día! ¡De media! Algo menos los varones, que están más preocupados en esquivar coches a alta velocidad o a destruir zombies en el mismo dispositivo. Pues bien, aceptemos que se trata de un efecto de los nuevos tiempos y que por ello ataca fundamentalmente a los más frágiles, los niños. Pero ¿qué decir cuando esa ansia de hipercomunicación psicótica la sufre una persona adulta? Desde luego que hay pocas cosas tan patéticas como ver a una persona mayor (?) enganchada a su móvil. Muy pocas. 

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