lunes, marzo 07, 2016

El sueño del mono loco

Sucede, sólo, cuando tiene que suceder.
Y lo hace a pesar de uno.
Y sucede, sólo, ese día en que nada apunta que pudiera suceder.

Pero ese día te levantas y no haces otra cosa que encontrarte cara a cara con cientos de gigantes gusanos amarillos; gusanos en forma de olor, de viento y de luz.

Sale uno confiado de su casa suponiendo que se trata de un día normal y sin embargo se encuentra uno teniendo que superar la dolorosa confrontación con todos esos viscosos gusanos que le van a uno saliendo a su encuentro; con ese viento que le aplasta a uno con su densa carga de visiones invisibles; con esa luz de vino tinto tomado al atardecer; con ese olor de primer día de otoño, de primer día de invierno, de primer día de primavera.

Sucede, sólo cuando uno no se lo espera. Por eso, de forma traicionera. Así son los gusanos amarillos cuando se ponen; cuando se inter-ponen. Chulos como los más chulos. Casi desafiantes. Casi. Y desalmados. Porque se aparecen, sólo, cuando huelen la debilidad de uno. Nunca en otro momento.

Por eso los -gigantes- gusanos amarillos -viscosos- no están locos (como lo están los monos que sueñan, como lo están los monos, que sueñan); porque su desalmamiento jamás deviene de la ingenuidad. No, los gusanos amarillos no están locos porque son, antes que otra cosa, malvados.

Uno tuvo un sueño un día, un buen sueño de mono loco. Un sueño, en definitiva. 

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