sábado, marzo 26, 2016

Flora autóctona y sexo

Cuando llegamos al punto de reunión ya hay un buen grupo de gente variopinta esperando en la esplanada de la hermita, donde nos ha citado la organización. Nos espera una visita guiada por la ladera del Montgo en sus lindes con el Cabo de San Antonio. Me siento algo extraño participando en este tipo de actividades, pero la llevo a cabo por dos motivos: primero porque me hace ilusión ir acompañado de mi hermano y mis dos sobrinos mellizos; y segundo porque llevo demasiados años habitando este lugar costero sin saber nada acerca de su flora autóctona ni de su historia más singular ligada a las costumbres. Para llegar a ese punto de encuentro hemos tenido que recorrer 5 Kms. por una carretera sinuosa muy conocida por estos lares. También hemos tenido que pasar por el acceso a una famosa discoteca que varias generaciones llevan disfrutando y que se encuentra muy cercana a nuestro punto de encuentro. Mis sobrinos, aún algo jóvenes para moverse con cierta libertad nocturna, pero con el ansia metida en sus cuerpos adolescentes, abren las orejas y nos hacen preguntas acerca de ella.

Nos recibe el amable organizador, que nos da las pegatinas de reconocimiento y nos cobra por la sesión guiada contratada. Al final seremos 14 personas las que recorreremos los senderos del Cabo San Antonio escuchando a una guía tan entusiasta como entusiasmada. Se nota que le gusta su trabajo y desde luego lo hace con una pasión contagiosa. Es bióloga y se sabe los nombres de todas las especies florales de la zona. Nos cuenta cosas sin duda interesantes acerca de los molinos y los hornos de cal típicos de la zona. Tal es su pasión por la flora autóctona que nos desvía unos metros del camino porque ayer, paseando ella sola por el terreno ajeno al recorrido, descubrió una orquídea salvaje. Hay que acercarse para verla pues no mide más de 12 cms., carece de flor, y podría pasar por cualquier cosa que no se llamara orquídea. Pero allí estamos todos alrededor de ese tallo admitiendo su incomparable belleza. Yo de hecho me agacho dos veces para encontrársela, la belleza, la que sin duda posee. Otros no se agachan pero la ven igualmente, su belleza, aún estando a 15 metros de ella. Los niños más pequeños no dicen nada.

Hay algo en su discurso que resulta sumamente interesante por imprevisible: no parece estar afectada por el espantoso incendio que hace 3 años asoló 400 hectáreas de pinos y arbustos. Ese incendio que todos nos dejó desolados. Más bien al revés, parece incluso contenta. Y su explicación se hace cargo de tan extraña desafección. Según Teresa, que así se llama nuestra simpática guía, los incendios son malos cuando acaecen por causas humanas pero son sanos y renovadores cuando lo hacen por causas naturales. Teresa es de esas personas que no dudan en afirmar, cada vez que pueden, que la naturaleza es más sabia que el ser humano (?).

La cuestión es que tras el incendio comenzaron a aparecer brotes de toda esa flora que resulta ser tan autóctona que sólo puede crecer a velocidad de vértigo. Fundamentalmente las palmeras de arbusto y los pinos. “Todos esos pequeños matorrales verdes que veis a vuestro alrededor -nos dice- son pinos” y acto seguido nos cuenta, casi excitada, cómo hacen los pinos para salvaguardar su especie ante el inminente poder destructivo de las llamas. Que lo hacen.

Ante explicaciones como ésta mi hermano bromea y le dice a su hijo “mira que interesante, todos estos conocimientos los podrás utilizar cuando vengas a la discoteca y ligues con una chica; le hablarás de todo esto y la tendrás a tus pies”. Mi sobrino, que es poco discutidor, lo mira de reojo y todo lo que alcanza a decir es “no sé”; pero mi sobrina que no se calla ni debajo del agua no duda en decirle a mi hermano “desengáñate papá, a las chicas nos gustan más los chulos que los frikis”.

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