sábado, mayo 21, 2016

De tontos

Dándole vueltas al asunto de la bondad he llegado a conclusiones políticamente muy incorrectas. Qué le vamos a hacer: uno no ha nacido, al parecer, para tener amigos innecesarios. Y es que, ciertamente, hay más tontos que botellines. Siendo los tontos sucedáneos sofisticados de los malvados. Los tontos pues, como malvados no cercanos a la simpleza, como suele creerse, sino directamente cercanos a la maldad. Un tonto es antes un malvado que un ingenuo. Sobre todo si no se sabe tonto, que es lo habitual.

El caso es que ser feliz cuesta muy poco si, como dicen los sabios, son pocas las cosas que uno necesita. Y como esto no es una clase de autoayuda, que nadie me exija decir lo que por obvio debe resultar igual de innecesario que susurrar lindezas previsibles en los excitados oídos de los practicantes de la Corrección. Ser feliz cuesta muy poco si además de necesitar poco uno se libra de tener tontos a su alrededor. Y cuidadito que los tontos se disfrazan de cualquier cosa para despistar. Hay veces que incluso se disfrazan de malos, ya digo, lo cual no deja de ser una perversión paradójica.

De entre las subespecies de los tontos hay una que es especialmente peligrosa: la de los tontos ambiciosos. Son, claro, gente que además de no saber de su condición primera, la de ser tontos, tampoco intuyen nada respecto a su condición segunda, la de ser ambiciosos. Con lo que el tonto se convierte en un arma de destrucción masiva. La maldad personificada.

Pero no hay que descuidarse ante los que muchos denominan, a veces para poder justificarlos, como locos. Esos que muchos llaman locos (con el único fin de paliar algo las consecuencias que suelen producir sus acciones) no son más que malvados ambiciosos cuya obsesión no sería otra que la de nadar y guardar la ropa simultáneamente. Un tonto ambicioso jamás es un loco, es un malvado. Los malvados no siempre son tontos, pero los tontos siempre son maléficos lo sepan ellos o no.

Cuando en alguna ocasión he dudado respecto a una persona si era  mala o estaba loca la respuesta que me ha dado el tiempo ha sido inflexiblemente la misma: las personas malas están locas, pero la locura jamás entendida como atenuante, sino como parte de una maléfica y premeditada estrategia.  

Ahora bien, hay un tonto que se lleva la palma de los tontos: el que se fía de un tonto o el que se deja embaucar por ellos.

lunes, mayo 09, 2016

De la bondad (Virgin Mountain)

De la bondad (Virgin Mountain)

¿Cuánta bondad cabe en una persona?

Pero antes, ¿qué es ser una buena persona? Sí, esa sería la verdadera primera pregunta. Porque siempre habrá un allegado del gánster que asegure que su jefe, o su hermano o su padrino, o sea, el gánster, es una buena persona. ¿Qué no era Vito Corleone para su mujer y todos sus beneficiados sino una buena persona? Y por no ponernos dramáticos ni cuentistas: seguro que los altos ejecutivos de Vodafone/Ono y Moviestar/Telefónica son buenas personas para muchos de sus allegados. Aún cuando todos sepamos que nada hay tan maléfico como engañar y maltratar al que previamente se ha dejado indefenso y desamparado. Como lo está todo usuario de una telefonía móvil.

Seguro que muchos allegados de Carlos Slim lo describirían como una buena persona, quizá por ser campechano, o por llevar relojes de plástico. ¿Podemos decir, entonces, que buena persona es ese que saluda al panadero todos los días con una sonrisa y recoge la mierda de su perro con una bolsita de plástico?

¿Cuándo podemos decir de una persona que es buena? No, desde luego, cuando sólo podemos decir de esa persona que parece feliz. Por muy saludable y recomendable que pudiera ser una actitud social positiva. Como la que por cierto se conoce de esos asesinos cuando son descubiertos por la policía. Así sus desconcertados vecinos de escalera después de la detención: “era una persona muy normal e incluso atento, siempre tenía una palabra amable cuando subíamos en el ascensor”.

Pero sí, sí se puede saber cuándo una persona es buena: simplemente cuando esa persona se esfuerza en realizar el bien al otro. Así de fácil resulta saber de la calidad humana de una persona. Sobre todo cuando quien ejerce ese bien sobre el otro no repara en gastos propios, ya físicos, económicos, emocionales, sociales o neuronales.

Es desde este punto de vista que podemos decir que Fúsi, el protagonista de la película Virgin Mountain (Dagur Kári), es una buena persona. O mejor, una persona que exuda bondad, una persona buena. Y sólo por ver a un personaje de estas características en el cine contemporáneo ya merece la pena ver esta película. Un cine, este contemporáneo, que se regodea en la ambigüedad moral de unos protagonistas con quienes gustan de identificarse los espectadores.

Virgin Mountain es, pues, una película protagonizada por un personaje, Fúsi, en el que cabe toda la bondad posible. Su anodina vida responde a la inadapatación social que sufre debido a una personalidad que se ha forjado en ese mismo fracaso social; un bucle que aflora por lo laboral, lo familiar y lo sentimental. Con la inestimable ayuda, claro, de un aspecto físico que se encuentra en las antípodas del actual modelo vigoréxico.

Pero nada detiene a Fúsi si lo que quiere es repartir generosamente lo que su tremendo y desgarbado cuerpo le pide: amor. Y si algo impide a los demás estar a su altura moral es, precisamente, esa mirada limpia que sólo la verdadera bondad puede poseer. Por eso Fúsi no podrá ser feliz nunca, porque su bondad se enfrentará, siempre, a eso que a los demás impide estar a su altura.

¿Y de qué le sirve a Fúsi ser tan buena persona? De poco. ¿O no? ¿Acaba bien la película Virgin Mountain (Corazón gigante)? ¿Puede acabar bien una película que señala una sonrojante imposibilidad material? ¿Es posible la felicidad sin egoísmo?  

http://albertoadsuaradecine.blogspot.com.es/2016/05/de-la-bondad-virgin-mountain.html