domingo, junio 12, 2016

Salirse de uno

Salirse de uno


Una semana consta de tan sólo 7 días. Por eso la vida sucede tan deprisa. En verdad resulta difícil visualizarla mentalmente sin su estructura bipolar, dialéctica. Son 5 contra dos. Quizá no para todo el mundo pero sí para la gran mayoría. En principio: 5 días de castigo divino y dos días de supuesta compensación. Aunque, como siempre, la “norma” existe para que ciertos excéntricos la perviertan de forma más o menos voluntaria. No es mi caso.
En este sentido uno se considera un auténtico concéntrico, un vulgar ortodoxo. Los fines de semana para mí serían, por seguir con la terminología que les confirió sentido, una bendición. Pero no tanto por considerar un castigo los 5 días laborales cuanto por lo que esos otros dos días me ofrecen: recogimiento. ¡Eso!, eso es exactamente lo que confiere esplendor al par de días que adquieren sentido en su confrontación a los otros cinco, el hecho de que me sirvan de desapego. Vivir desapegado de mi casa y mis cosas, vivir sin comida en la casa, con demasiado frío en invierno y demasiado calor en verano, sin libros, sin internet y sin apenas música.


Cuando se acerca el mediodía de los viernes me invade una picazón que no cesa hasta que la ciudad me escupe fuera de ella. Cruzar los 20 kms. de arrozales al atardecer es el perfecto prólogo de una experiencia que, no por mucho que se repita, deja de parecerme onírica. Porque, en efecto, si hay alguna forma de describir las sensaciones por mí experimentadas todos los fines de semana es la que los vincula a lo surreal. La llegada inexorable de los lunes no impide que uno sienta y perciba el recientemente acabado fin de semana como una experiencia lejana en el tiempo, borrosa y al mismo tiempo esplendorosa. Extraña: perfecta.


No sé si existe algún término que pudiera entenderse como opuesto al de adrenalina, esa hormona que en la actualidad tanta gente adora, con su ansiada aceleración cardíaca y su pertinente contracción de los vasos sanguíneos. Recogerme en mi cabaña sería como una forma de salirme de mí para estar más dentro de mí, tal es la paradoja. Y sus efectos podrían describirse como exactamente los contrarios al denominado subidón. Más bien se trataría, como digo, casi de lo contrario: un sosegado spleen que me aclara la vista y me sensibiliza el olfato. Lo veo todo como con un gran angular y mis movimientos en vez de realizarlos a 25 fotogramas por segundo los realizo a unos 40 o 45.


Nada en mi cabeza se cuece allí (aquí) de la misma manera que en mi habitat doméstico-laboral. O por decirlo a la inversa: todo lo que se cuece en mi casa, en mi hábitat laboral y en mis relaciones sociales es casi vulgar al lado de lo que se cuece delante de un horizonte líquido o de unos aromas que no pueden dejar de ser exóticos por mucho que los huela regularmente.

Alguien hace poco me preguntaba cuáles eran mis aficiones. Ante tan original pregunta me aturullé y contesté “salirme de mí”. Claro, no he vuelto a ver esa persona. En todo caso, debo decir que ella me hab´ia confesado las suyas poco antes: bailar y viajar.

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