miércoles, julio 20, 2016

Praga I

De vuelta de Praga, ¿qué decir?

De momento lo mismo que se podría decir de una buena cantidad de ciudades contemporáneas, ya sean orientales u occidentales: que en toda ciudad supuestamente importante cohabitan simultáneamente dos ciudades, la ciudad “Dragón Khan”* y la ciudad “Giorgio de Chirico”. Son antagónicas pero cohabitan. No insitu, pero cohabitan en la medida en que se encuentran ambas dentro del mismo perímetro en el que se circunscribe lo que desde el Ayuntamiento se considera la ciudad. Juntas, pues, pero separadas por un enorme y claramente invisible muro concéntrico que se encuentra siempre a una distancia x del epicentro.

Antes de proseguir debo decir que uno no conoce los sitios cuando lo desea sino cuando lo hace. Yo siempre quise conocer Praga pero sólo las circunstancias actuales han propiciado un viaje que debí hacer cuando no pude hacerlo. Por eso quizá lo más oportuno fuera volver atrás y reiniciar el texto con otra pregunta antes de continuar con mi ambigua digresión.

¿Qué Praga es la que tenía que haber visto?

Así pues, no tanto qué decir de Praga, sino más bien ¿qué no poder decir de ella a tenor de lo que invariablemente se me dijo antes de partir? Porque si de algo no había duda es de la invariabilidad de la opinión de todos cuantos ya la habían visitado, que me la expresaban con un entusiasmo desaforado. Invariable, ya digo: “maravillosa”, “bellísima”, “increíble”, “preciosa”, “extraordinaria”, etc., y los más jóvenes “espectacular”, “guapísima”, “genial” y “brutal”.

Así, ¿de qué Praga debo hablar, de la que he vivido o de la que debí ver? No resulta fácil optar por el único enfoque que no parece insensato, créanme, porque hablar desde uno -y no desde el común (predeterminado)- me genera cada vez más, respecto a una sociedad perfectamente consensuada, un muro tan enorme y tan invisible como el anteriormente aludido. No resulta fácil, pues, pero no queda más remedio. Otra cosa sería analizar cómo se traducen todas esas particulares percepciones en el personal estado de ánimo que uno vive en el viaje día a día.

Pero sí, dos ciudades cohabitan en toda ciudad contemporánea, llámese como se llame: la ciudad “Dragón Khan” es la ciudad de las hordas humanas y de la venta de imanes para neveras y la otra, la ciudad “Giorgio di Chirico”. En la primera no sólo no hay tregua, sino que tampoco hay espacio. Ni tiempo, lo que resulta mucho más inquietante que lo anterior. Las hordas circulan como habitualmente lo han hecho durante la historia, avasallando. Tiene uno que esquivarlas con dificultosos juegos de cintura para los que no todo el mundo está preparado, y no es broma, vi caer a una anciana que quedó estampada contra el suelo haciendo un cristo tan perfectamente estático como extático. No tuvo tiempo de esquivar a 3 jóvenes orientales que quisieron hacerse un selfie delante de una tienda de donuts sin haber reparado en su presencia. El peligro de estas hordas se acrecienta sin duda cuando conjuga varios grupos de diversa procedencia, pues cada uno de ellos se debe al paraguas que inflexiblemente los guía, pero sin dejar de atender al móvil con el que pretenden fotografiarlo todo. Peligrosas, pues, en la medida en la que se desplazan sin ver.

En resumen: la Praga “Dragón Khan” resulta imposible, pero no tanto porque la tapen los turistas, que sin duda lo hacen, cuanto porque dejó de existir desde el momento en que se convirtió en un juguete, como tantas otras ciudades (París, Roma, Florencia, Venecia, Barcelona, etc., y todas la que están de camino). De hecho nadie vive en la Praga “Dragón Khan”. Fíjense si la visitan próximamente, miren hacia arriba cuando paseen si la multitud les deja. Entonces verán que se trata sólo un escenario sintético, un escenario que representa perfectamente las fantasías de lo que los viajantes profesionales esperan encontrarse. No hay apenas luces encendidas en esos enormes edificios que tan perfectamente decoran todo el centro.

Pero sí, dos ciudades cohabitan simultáneamente en toda ciudad contemporánea, llámese como se llame: si por una parte se encuentra la ciudad “Dragón Khan”, que es la ciudad juguete, por otra se encuentra la ciudad “Giorgio di Chirico”, que es la ciudad metafísica. Lógicamente se encuentra ubicada, aunque dentro del perímetro estipulado por el correspondiente Ayuntamiento, en las partes más alejadas del epicentro.

Pasear por la ciudad metafísica de una ciudad es exactamente eso: pasear. Algo que no puede ocurrir cuando esquivas a miles de personas que desplazándose zómbicamente sólo se paran para comprarse una camiseta o para posar delante ante una omnipresente cámara fotográfica. Sin embargo, apenas se cruza uno con nadie en la ciudad metafísica de una ciudad y desde luego muy rara vez con turistas, por lo que uno se encuentra mucho más cercano a su propia consciencia. Lo que, como sabemos y ha quedado claro, es algo que no desean los viajantes profesionales, que son esas personas a las constantemente les gusta dejar claro sus aficiones: “me encanta viajar”, o en el peor de los casos, “lo que más me gusta es viajar”, algo que dicen cada vez que pueden venga o no a cuento.

Son zonas, las de la ciudad metafísica de una ciudad, que los turistas rehúsan con especial decisión porque no sólo les aleja del epicentro que mentalmente tanto tranquiliza, sino porque les aleja también de su objetivo primordial, que no es otro que el de constatar lo que ya sabían; en este caso que Praga es una ciudad maravillosa, bellísima, preciosa, extraordinaria, divina, espectacular y brutal.

Pero pasear por la ciudad metafísica de una ciudad es pasear por lugares sin apenas tiendas, sin apenas cafeterías y sin apenas gente, rodeado de olores verdaderamente idiosincrásicos y de un silencio atronador, valga la expresión, que te conduce a una suerte de trance extático conectado a tu consciencia. En fin, es pasear en unas condiciones que sin duda acrecientan la experiencia perceptiva que sólo podrá ser densa por ausencia de “ruido”. O por decirlo de otra forma: en contra de lo que pudiera parecer, la percepción sensorial se incrementa proporcionalmente a la disminución del “ruido”.

Pero ¿quién quiere después de todo una experiencia perceptiva densa? Y esa sí sería la verdadera pregunta, la pregunta que convierte en innecesaria o inútil mi disertación, la pregunta que convierte este texto en el producto de un excéntrico. Porque la verdad verdadera es que una ingente mayoría de gente gusta de las ciudades “Dragon Khan” y del cine blockbuster y una minoría cada vez más escuálida de las ciudades “Giorgio di Chirico” y del cine de Bilge Ceilan o Kiarostami, por poner un par de ejemplos.  

Y no hay motivos para pensar que tanta gente pueda estar equivocada.

Aunque, y ésta sí sería ahora una buena pregunta de cierre: ¿qué resulta en realidad más kafkiano, desplazarse por la Praga “Dragón Khan” o pasear por la Praga “Giorgio di Chirico”?

Sin duda alguna que desplazarte por la Praga “Dragón Khan”. Lo que no sé es eso qué quiere decir. No sé a quién da la razón, si a las personas que en su viaje creen haber conocido Praga o a las que saben que eso no es forma de conocer una ciudad.

En cualquier caso Praga no es lo que dicen que es sino lo que se deja ver. No es lo que es teniéndola que imaginar sino lo que vemos cuando la miramos y vivimos en directo. Y lo que vemos es absoluta e indiscutiblemente kafkiano.
 
*El Dragón Khan es la atracción (montaña rusa) que durante muchos años funcionó como símbolo del parque de atracciones más importante de nuestro país. 

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