sábado, agosto 27, 2016

De un espectador cansado

De un espectador cansado

Perdónenme pero acabo de presenciar algo en la calle que me ha afectado tremendamente. No lo podía creer pero estaba sucediendo delante de mis ojos y mis oídos.

Y esta vez no lo pienso contar, me siento bastante cansado de contar cosas que a nadie interesan. No se trata de una queja, nada más faltaba, pero la cosa es que no tengo ningunas ganas de contárselo a ustedes, no sólo a los pocos lectores que me siguen, sino a todos los demás. Son diez años escribiendo textos que combinan el análisis, el pensamiento y las  experiencias vitales propias. Y lo único que puedo decir es que cada vez tengo menos lectores. Lo cual no deja de ser una contingencia que siempre fue previsible aun cuando en el fondo existiera un deseo impronunciable fundamentado en la necesaria autoestima.

Me ha parecido tan atroz lo que acabo de presenciar que me ha dado fuerza para decir todo lo que quiero decir. Y lo que quiero decir es que me tienen ustedes harto, y no me refiero a los pocos de ustedes que me siguen, aunque también, sino a todos los demás.

Lo sucedido se encuentra relacionado, cómo no, con los efectos de la corrección política, precisamente el asunto por el que hace 10 años me decidí a abrir un blog y a escribir, fundamentalmente, para encontrar argumentos que me permitieran seguir siendo libre en mis opiniones. En cualquier caso la única explicación que puede darse a esa pérdida de lectores producida con perseverante cadencia sólo puede encontrarse, cómo no, en mi incompetencia. O a la poca capacidad de decir cosas interesantes, que viene a ser lo mismo. No hay otra.

Así que perdóneme pero pueden ir ustedes a tomar por culo. Y no me refiero sólo a los pocos que me leen, sino fundamentalmente a todos los demás. Especialmente a los que, además, fuman.

Eso sí, seguiré escribiendo a pesar de ustedes, los que no me leen. Porque si ustedes los que no me leen me leyeran dejaría de escribir inmediatamente.

jueves, agosto 25, 2016

Me encanta

Llego a las rocas a las siete y media de la mañana como todos los días. Unas oscuras nubes ocultan el sol que suele salir por el horizonte enfrente de mí. El mar está movido y tiene un color gris plomizo que lo hace parecer amenazador, algo nada propio de la estación estival.

He desplegado mi silla, como todos los días, y me he dispuesto a la lectura, pero esta vez sin quitarme la camisa debido a la ligera brisa de un amancer sin sol. Extraño día.

Antes de la hora en la que normalmente llegan a las rocas los primeros veraneantes que llegan todos los días una hora después que yo, llega una pareja de  desconocidos que actúa de una manera que al parecer tienen ritualizada. Otean en silencio un rato buscando el lugar más apropiado para instalarse, cuando lo encuentran abren las dos sillas pegables y sólo él se sienta con el pertinente libro, mientras ella se acerca a la orilla de rocas donde rompen las olas y se sienta sobre una piedra más o menos plana.

Adquiere una clara posición contemplativa enfrentada al horizonte sentada en el suelo y abrazando sus piernas. Pasa un buen tiempo y ella permanece inmutable. Desde mi posición me recuerda mucho a la mujer que mira la playa en esa fotografía tan significativa de la película Barton Fink. Fotografía en la que vemos a la mujer desde atrás. A la media hora suelta las piernas y sujeta su cuerpo apoyando los brazos por detrás de su cuerpo. La veo a ella mientras veo detrás de ella el mar desenfocado, un mar movido. Gris, precioso. Cuando enfoco al mar es a ella la que veo desenfocada. Su marido sigue leyendo, cosa que yo también sigo haciendo, algo despistado, eso sí, por ese otoñal matrimonio tan temparanero.

A las ocho y media, como todos los días, llegan juntos un hombre de 70 años con su madre de 96 y la vecina de estos, de una edad aproximada. Me saludan y ocupan el lugar que ocupan todos los días. Y no se hacen de esperar otras dos mujeres de clara edad provecta, que como todos los días se acercan a las rocas sobre las 9 horas; una de 98 años y su cuidadora, que no sé con exactitud qué edad tiene (cada año cambia de cuidadora esta mujer que roza el centenario). Los tres primeros avisan a estas dos últimas que el mar está tan movido y que resulta complicado el baño.

Y es cierto, debido al al tipo de orilla resulta difícil bañarse en este margen aun cuando se haya instalado, como todos los años, una escalera dispuesta para los efectos en la misma orilla. Las rocas cercanas a la escalera están muy erosionadas y su tacto resulta muy áspero, por eso nadie se acerca al agua sin sus pertinentes sandalias de goma. Por otra parte, las rocas que se encuentran dentro del agua misma conforman pequeños arrecifes no muy fáciles de sortear con aguas movidas. De ahí que en días como hoy sea muy poco habitual que la gente baje a las rocas; no hay sol y el agua hace casi impracticable el baño.

Pero a la mujer de 98 y a su cuidadora les es igual, las han prevenido las primeras en llegar pero a ellas les es igual; dicen que no hay más que observar el flujo de las ondas para saber cuando hay que salir del agua, porque el problema, claro está, no está en la entrada al mar sino en la salida, que es cuando una ola puede estamparte contra esas rocas porosas abigarradas de puntiagudos salientes.

Se meten en el agua sin pensarlo demasiado mientras los otros 3 miran un tanto atónitos. La cuidadora es muy escandalosa y se empeña en dejar clara su valentía mientras que la nonagenaria parece disfrutar en silencio de un baño no muy apacible. Viéndolas se anima la vecina y decide meterse también. El baño dura poco pero cuando salen expresan su placer en tun tono elevado de voz, el que sin duda les confiere la euforia de la hazaña.

Se acerca una italiana que pasa todos los años 15 días en estos lares, las ancianas le cuentan la experiencia y le explican claramente cómo hacer para poder bañarse. La italiana no se arredra, se pone las gafas y se tira al agua mientras las ancianas le dan indicaciones. Mientras tanto la mujer contemplativa sigue sin perder de vista el horizonte haciendo caso omiso a estos incidentes. El marido sigue leyendo impertérritro a pesar de los gritos de las ancianas y los más fuertes todavía de la italiana que habla un español germánico. Yo, sin embargo, he desistido, no puedo concentrame en la lectura de un texto centrado en las diferencias entre la filosofía analítica y la continental.

Llegan entonces dos hombres que conozco de la piscina pero nunca había visto en las rocas a estas horas. Uno debe tener entorno a los 50 años y el otro, su padre, habrá pasado de los 80. Ante el alboroto deciden bañarse también. El más aciano, encorvado sobre su propia barriga se lanza como a una piscina, su hijo lo hace con más cautela y pendiente de su padre. Cuando salen del agua todos manifiestan su satisfacción con el inevitable “qué buena está el agua”. Yo en cambio sólo puedo mirarla desde lejos, la providencia nunca me regaló el arrojo necesario para acometer empresas que estuvieran relacionadas con las fuerzas de la naturaleza. O dicho de otra forma: soy un sieso. En cualquier caso yo estoy disfrutando tanto como ellos.

Al momento aparece la que es mujer y nuera del hombre y su padre respectivamente. Supongo que será porque está embarazada pero ni siquiera se atreve a acercarse a la orilla, no tanto por la orilla en sí como por el espectáculo que sin duda le intranquiliza: 3 nonagenarias, 2 heptagenarios, una sexagenaria, un cincuentón y una italiana gritona cogidos firmemente a una cuerda que permite comunicar la escalera con las rocas, mientras las olas les hace tambalear a todos. Así que mira desde lejos dando pequeños y discretos pasitos hacia atrás.

Salen todos y mientras se secan siguen comentando la jugada. La mujer contemplativa sigue obsesionada con el horizonte, ni siquiera ha girado la cabeza para ver el horizonte desde una posición que no fuera frontal. Y su marido no levanta la cabeza del libro. Me encanta.

lunes, agosto 22, 2016

Libertad II

O la cobardía de Eloy

Con Freud aprendimos a distinguir entre miedo real, entendido como reacción natural hacia un peligro real y miedo neurótico que se expresa a partir de temores más o menos infundados.

Entendemos tal diferenciación porque hacemos un esfuerzo empático hacia la taxonomía de Freud. Quizá mejor hubiera sido decir que con Freud supimos de la diferencia, aunque ello no nos enseñara a saber distinguir con demasiada claridad entre un miedo y otro, sobre todo cuando el miedo emerge y es a uno al que le afecta.

Miedo real, pues, cuando el peligro es real y miedo neurótico cuando no es real, o lo que es lo mismo, cuando es imaginado. En cualquier caso sabemos, por otra parte, que la imaginación es una de las formas más eficaces de conocer el mundo. Y una de las más productivas.

Así, el problema no se encuentra entre lo real o lo imaginario porque lo imaginado es, para quien imagina, real, tan real como lo real mismo. Que por eso tiene miedo. Y por eso mismo no es infundado. Es falso pero no infundado. Las persecuciones que sufre el paranoico no pueden ser para él más reales, por mucho que para su vecino sean infundadas. Otra cosa sería dilucidar hasta qué punto el falso miedo es una creación (in)consciente del propio sujeto.

Y pongo (in) entre paréntesis porque es ahí donde se encuentra la clave del asunto, ya que hemos empezado por Freud. Si el miedo proviene de eso que sólo se encuentra en lo más recóndito de nuestra mente, entonces además de real ese miedo es fundado y “comprensible”. Podríamos decir que también admisible, valga la excentricidad.

Otra cosa bien distinta es que eso que llamamos miedo neurótico no tenga como causa algo desconocido que se encuentra en el interior de nuestra mente sino algo que nos ha inoculado un sistema de convivencia supuestamente civilizado. Entonces, sólo entonces, el miedo es perfecta y absolutamente despreciable. Ya no sé si se podrá calificar de neurótico pero sí sé que se puede hacerlo de cobarde; miedo cobarde.

Y el miedo cobarde ante un miedo real, que recordemos era el causado por un peligro real, es tan comprensible como justificable, en la medida en que responde ante la integridad de nuestras vidas (naufragar el alta mar por ejemplo). Pero el miedo que impide a una persona decir lo que piensa o incluso le lleva a decir lo que no piensa, sólo debido a unas pautas de vida inculcadas por un sistema paternalista/administrativo que sólo quiere súbditos obedientes y dóciles, es un miedo rastrero, cobarde.

Lo decía en un post reciente, hay pocas personas realmente libres y todo debido a que de forma consciente -o no- han preferido el miedo antes que la libertad. Y son precisamente estos individuos acobardados por el miedo -miedo a la libertad entre otros- los que después resultan más proclives a quejarse de todo. Hay que joderse.

Con demasiada facilidad la Corrección Política ha hecho del sujeto civilizado un ser cobarde y rastrero que sólo actúa generando estrategias con las que enfrentarse a un mundo del que, después, dice no gustar. Así es el cobarde de el hoy, un ser que sólo dice lo que debe y que no da un paso sin que forme parte de una estrategia embadurnada de hipocresía. Y el sujeto posmoderno de la era tecnológica es un ser al que le han inoculado la proclividad a la cobardía. Muy pocos se libran de ella porque en realidad son muy pocos los que realmente quieren ser libres. Lo decíamos, ser libre no sólo resulta dificultoso porque no concibe estrategias amorales, sino porque además exige sacrificios. Los sacrificios que por otra parte acaban transmutándose en goce con el tiempo. De la misma forma que tanta estrategia -exenta de principios- acaba transmutándose en decrepitud y miseria

Post Scriptum. Sólo surge un problema ante este panfleto: que después de todo y aún a pesar de que los efectos de la Correccción Política son mesurables y evidentes muy pocos son los que se aceptarían como cobardes. Y sin embargo hay más cobardes que botellines, todos ellos con sus múltiples estrategias a cuestas generadas para engañarse a sí mismos. La “culpa” la tienen, entre otros, las definiciones y las simplificaciones en general. Muy poca gente se creerá al margen de la definición que plantea Montesquieu: la libertad “es poder hacer aquello que nuestro corazón y nuestra mente  plantean como deber en cada momento”. Pero la definición de la cosa no es la cosa misma y la cuestión es que la cosa no es tan fácil como dan a entender las simplificaciones. No es lo mismo leer la definición de Montesquieu en un azucarillo que en un ensayo de mil páginas. Y tampoco es lo mismo creer que uno se refleja en esa definición que hacerlo de verdad. Muchos podrán creerse incautos, débiles o incluso pusilánimes, pero pocos se calificarían as sí mismos de despreciables por albergar una cobardía electiva y voluntaria.

Post Scriptum II. Urge la implantación de la filosofía en los estudios que aproximen el pensamiento, el análisis y la ética a los estudiantes. La libertad produce vértigo, y el vértigo de la libertad conduce a la angustia, como bien sabía Kierkegaard. Pues bien, es aprender a gestionar esa angustia lo que en principio nos convierte en adultos responsables y nos ofrece las armas para luchar contra el miedo.

Pero la gente, en general, prefiere vivir con miedo. De ahí que haya cuajado tan perfectamente en las sociedades civilizadas la forma de control más severa posible después de las dictaduras; la Corrección Política, que sin otorgar consciencia de ello genera seres amorales capaces de adapatarse a eso que desprecian a base de contínuas microestrategias basadas en la hipocresía y la mentira. Porque ese es el peligro real de esta froma de control: que nadie se cree abducido por ella aún cuando la practique con tanta insistencia como complacencia.

Y lo único que libra al individuo civilizado de la Corrección Política y por ende de esa extraña querencia al miedo que a su vez es restrictiva de la libertad es el conocimiento, el amor al conocimiento. Y al conocimiento se accede, tal y como dice Escohotado, “buscando algo desconocido o buscando lo desconocido de algo”, que viene a ser lo contrario de aceptar los lugares comunes por comodidad y holgazanería. Que la cobardía ya llegará.

martes, agosto 16, 2016

Sexo y Adolescencia

Adolescencia y Sexo

Decir que las diferencias entre sexos son el producto de un constructo sociocultural sería una perogrullada, pues llevamos varios miles de años movilizándonos en tanto que seres humanos y por tanto somos inevitablemente lo que hemos ido forjando en sociabilidad. Ahora bien, decir que la diferencia entre sexos sólo se debe a la insistencia de ese constructo sociocultural sólo puede ser una idiotez, una idiotez devenida de la ignorancia, a su vez derivada de la vagueza intelectual. Muy poca gente tiene opinión sobre le asunto de las partículas elementales porque es consciente de su ignorancia respecto a la física cuántica pero todo dios cree saberlo todo acerca de lo que para ellos no es más que una simple condición. Confundiendo de esta forma el derecho a opinar -legítimo- con el valor de la opinión -domésticamente intuitivo.

En cualquier caso ambas afirmaciones han tenido que coincidir en la mayor para llegar a discrepar en las conclusiones; ambas han tenido que aceptar la existencia de tales diferencias. Cosa que niegan rotundamente quienes desde los lugares comunes de la Corrección se desgañitan reclamando y exigiendo la igualdad de los sexos, la igualdad entre hombres y mujeres. Así pues, hay que comenzar por aceptar lo que en principio niega la Opinión Pública: así, no hay igualdad en la medida en que las diferencias son permanentemente constatables. (Insisto por enésima vez: aquí sólo se habla de diferencias de sexos respecto a seres sociales que cuentan con su cuerpo y su deseo para gestionar sus sentimientos más o menos vinculados a la reproducción)

Pero ¿son las diferencias producto de una adaptación biológica o son sólo resultado de un proyecto cultural machista? ¿Por qué las mujeres “siempre” tienen más frío? ¿Por qué son siempre ellas las que se quejan del aire acondicionado del vagón del tren o del restaurante o de la habitación o de la oficina? ¿Por qué ellas pueden dormir a pierna suelta en verano mientras los hombres buscan el fresco para pegar un ojo? ¿Por qué ellas califican de agradable brisa lo que para ellos no es sino un soplo de aire infernal que no alivia ni a las chicharras?

Aunque la pregunta sería más bien ¿es esa diferencia una diferencia suficiente? ¿Que nos dice tal diferencia? Desde luego que no somos iguales y que la diferencia que nos distingue debe tener su explicación. ¿Es por pequeña tal diferencia menos diferencia? ¿Acaso el desajuste de comportamientos que provoca en una pareja las diferentes sensaciones térmicas no es suficiente para hablar de diferencias en alto grado? ¿Obligar a una pareja que se ama a dormir en estancias separadas no es suficiente para aceptar el gran alcance de la diferencia? Yo diría que sí. Como también afirmaría que esa diferencia de grado se da en los sexos ante multitud de situaciones.

Y quien habla de frío habla de dolor, ¿no es cierto que las mujeres soportan el dolor mejor que los hombres? ¿O ahora que hablamos en positivo sí somos capaces de aceptar la existencia de diferencias? ¿No tendría esa diferencia una explicación NO cultural? Calificar esas diferencias de “menores” no sería más que otro grave error devenido de la indulgencia. No hay diferencia, por pequeña que sea, que no otorgue un matiz diferencial a los sexos respecto a ella. Y hay una que es tan definitoria como definitiva: un hombre y una mujer no pueden ser iguales mientras sea la mujer quien engendre y dé a luz a los hijos. Tal es la magnitud de esa diferencia que todas las demás se quedarían en anecdóticas a la hora de demostrar la imposibilidad de igualdad.    

¿Acaso también son todas esas diferencias el producto de un proyecto machista?

He tenido la suerte de convivir unos días con mis sobrinos de 16 años, mellizos de ambos sexos, y de observarlos en su pandilla. La conclusión es que el comportamiento de ellas es absolutamente diferente al de ellos y viceversa. Absoluta y radicalmente diferente. Pero ¿son verdaderamente esas diferencias producto del constructo sociocultural, es decir, impuestas por el desarrollo de una sociedad ancestral y persistentemente machista? Aunque la pregunta debería ser ¿son esas diferencias acogidas en buen grado por ellos, por los adolescentes? Mi respuesta no puede ser sino paradójica y sólo controvertida para los holgazanes; la daré en forma de hipótesis: si decidiéramos eliminar esas diferencias por las cuales se habla de sociedad machista las primeras que se negarían a aceptar el cambio serían ellas, las chicas, que son las que al fin y al cabo van por delante. Porque mientras ellas van de princesas (o de lo contrario) a ellos sólo les cabe jugar a la pelota y matarse a pajas.

Si decidiéramos imponer a los adolescentes esa supuesta igualdad -en nombre del derecho- que quieren imponer los lobbies y por ende toda la sociedad alienada por ellos -que es prácticamente toda-, lo único que obtendríamos es una negativa radical por parte de ¡ellas, las chicas, las supuestas víctimas!, esas mismas que después calificarán a la sociedad de sexista y machista instigadas y apoyadas por una ideología que criminaliza al varón de todo sin pestañear.

Son ellas las primeras y únicas que no aceptarían cambio alguno por mucho que eso supusiera la supuesta igualdad, reivindicando así vivir su rol tal y como lo viven actualmente. Y así sería aún a pesar de que ellas, las adolescentes, hubieran sido educadas desde niñas con todos esos miles de slogans feministas que sin duda abdujeron sus tiernas y manipulables mentes. El caso es que son ellas las que reclamarían quedarse igual que están (en una sociedad que sigue siendo calificada de machista), y no tanto por conformismo cuanto por pura vocación. Son ellas las que dejarían las cosas como están a pesar del lavado de cerebro al que invariablemente han sido sometidas. Observen si no a una pandilla de adolescentes.

Da capo. Decir que las diferencias entre sexos son el producto de un constructo sociocultural sería una perogrullada, pues llevamos varios miles de años movilizándonos en tanto que seres humanos y por tanto somos inevitablemente lo que hemos ido forjando en sociabilidad. Ahora bien, decir que la diferencia entre sexos sólo se debe a la insistencia de ese constructo sociocultural sólo puede ser una idiotez. “Varios miles de años” no dejan de ser una porquería de años a lado de los millones en que fuimos bestias... 

viernes, agosto 12, 2016

Libertad

Supongo que no hay una sola forma de resistirse a la inevitable opresión de los poderes fácticos, pero la única que resulta absoluta e impepinablemente eficaz a esos propósitos es la libertad de acto y verbo del individuo, una libertad muy alejada, por ejemplo, del paradigma del indignado. Tanto la que propugna como la que vive en sus carnes.

Es cierto que como paradigma funciona muy bien en el ideario buenista y simplón de las masas, pero en principio un indignado no es más que un pitufo gruñón, es decir, un insignificante enano malcarado. Fruncir el ceño no indica un acto de libertad, más bien al contrario indica un estado de ánimo dado a regocijarse en la queja.

Ser libre no es tan fácil como la gente se cree y por supuesto no está al alcance de cualquiera. Requiere valor, pero sobre todo requiere de una incorruptible voz interior que emerge aun a pesar de los perjuicios que suele generar. No es una cuestión de vulgar sinceridad, siempre sobrevalorada. La sinceridad no determina ningún grado de libertad; en todo caso y en ciertas ocasiones sí sin embargo un cierto grado de insensibilidad e irresponsabilidad.

En principio: Actuar libremente es actuar sin miedo, algo que sólo se pueden permitir esos pocos que o no tienen nada que perder o les importa un bledo perderlo si su voz interior les exige una ética incorruptible. Los primeros corren el riesgo de acceder a una libertad insolidaria y poco compasiva. Sólo los segundos merecen lo que la libertad de sus actos y de su verbo les puedan ofrecer, ya sea bueno o malo. Un cierto ostracismo es la forma con que la libertad suele premiar a sus representantes más genuinos, todo se ha de decir.

Yo he conocido muy pocas personas realmente libres. Seguramente porque el mundo en el que me he movido toda la vida ha sido el del Arte, configurado generalmente por patanes que se creen libres por poner una mancha roja donde pudo ser verde. 

domingo, agosto 07, 2016

La juventud de Eloy

Por una parte se encontraría el Conocimiento y por otra el Sujeto.

El Conocimiento sería, pues, eso que NO todo Sujeto desea poseer.

¿Y qué desea poseer ese Sujeto que carece de interés por el Conocimiento? No lo sé, ni me importa, supongo que tiempo para jugar (CandyCrash), bailar, chatear, hacer senderismo, running, ultramaratones. Que en su derecho están, digo yo, sobre todo si son jóvenes, o no.

En verdad sólo me ocupan los que, en principio, desean obtener algún tipo de Conocimiento en sentido abstracto, no especializado. Pero ¿quienes son, si es que se caracterizan por alguna particularidad que los hace reconocibles? ¿Y qué entienden por Conocimiento?

La cuestión es que al Conocimiento sólo se accede a través del ansia. Y aquí no valen distinciones entre analógicos y digitales. Sólo es posible el Conocimiento poseyendo un ansia previa y dedicando después un ulterior esfuerzo. Lo demás es pura palabrería bienintencionada.

¿Y cómo podría definirse el ansia de conocimiento en la juventud de esta era digital? Seguramente como peculiar, entre otras cosas debido a la inmanencia a la que son arrastrados por un ritmo de vida que rechaza radicalmente la parsimonia, el adaggio. Única forma posible, al menos desde el punto de vista analógico, de acercarse a cualquier posibilidad real de Conocimiento.

¿Generalizar? Por supuesto, pues los jóvenes son quienes son y hacen lo que hacen, y no quienes podrían haber sido, o quienes les gustaría ser, o quienes nos gustaría que fueran. Entonces, insisto, ¿quienes son esos jóvenes que supuestamente desean obtener Conocimiento? ¿Qué tipo de Conocimiento? Y sobre todo ¿en qué forma desean obtenerlo? ¿De qué forma esperan acceder a él?

De una forma o de otra yo estoy en contacto con ellos todos los días desde hace años, así que me veo capacitado para ensayar una respuesta, no tanto en base a opiniones deducidas de mi experiencia docente, cuanto en base a mi propia experiencia vital personal, que tampoco puede dejar de ser la que es.

  1. Hace unos pocos meses (ya lo conté aquí en otro post) fui invitado a dar una conferencia sobre el tema de mi último libro, titulado De otros mundos. Una aproximación al paisaje sintético, en la Universidad de Bellas Artes de Murcia. A pesar de los esfuerzos del programador -del ciclo de ponencias- sólo consiguió reunir a unas 30 personas en el salón de actos. La sensación era ciertamente desoladora si tenemos en cuenta al menos dos circunstancias: que el tema era en principio un tema directamente vinculado a los jóvenes y a sus estudios, que son a quienes hace referencia el libro cuando habla de creación digital; y que además la ponencia se daba en “sus” instalaciones tan cercanas a los estudiantes de 3 cursos y masters varios. Avergonzado por la ausencia de público quien ha contratado mi presencia me dice “Aún has tenido suerte, con Valcárcel Medina (Premio Nacional de Arte) fueron 9 los asistentes y con Borja Villel (Director del Reina Sofía), una de las personas más inflyentes en el mundo del arte contemporáneo, no llegaron a una quincena”.
  2. Y ya que estoy: el libro De otros mundos ha sido escrito a partir de una exhaustiva investigación que pretende aproximarse a un mundo, el de la creación digital figurativa, sobre el que aún nadie ha reflexionado seriamente (creación de personajes y sobre todo entornos digitales figurativos). Y lo he hecho por encontrarme en la, posiblemente, mejor escuela universitaria de videojuegos que hay en el estado español. Así, en una escuela en la que las imágenes sintéticas (digitales) forman parte intrínseca y primordial de su formación más especializada. Pues bien, y por no extenderme, puedo decir sin faltar a la verdad que absolutamente NADIE ha leído el libro. Nadie. Y hay cerca de 300 alumnos y 60 profesores que de forma directa se encuentran vinculados a la creación artística en general y más concretamente a la creación artística relacionada con las imágenes sintéticas figurativas en muchos casos particulares. Pues nadie.
  3. Todos los años espero, como quien espera el maná, la llegada del estupendo ciclo de conferencias que organizada el periodista Salva Torres en Valencia. Y todo debido a la presencia del para mí mejor pensador vivo actual, Jesús González Requena, uno de los pocos pensadores españoles, si no el único, con un personal corpus teórico perfectamente sistematizado que constantemente queda corroborado desde su apabullante fecundidad. Presenciar una conferencia de Requena acaba convirtiéndose siempre en una experiencia extática para quienes como yo no se conforman con las ideas ingeniosas y buscan, precisamente, aproximación al Conocimiento real. Ya son varios años acudiendo aquí en Valencia a las ponencias en las que interviene González Requena. Pues bien y por ir al grano, la media de asistentes a sus charlas podría cifrarse en la veintena, de los que habría que descontar la docena que van obligados por una profesora que se lo exige a sus alumnos. Así, entre 6 y 10 espectadores tirando por lo alto.
  4. Este año debo haber ido al teatro pongamos que unas 20 veces, 15 de las cuales ha sido en salas alternativas donde por lo general se hace un teatro más digno que las salas “major”. Salvo raras excepciones, se trata de compañías semiprofesionales que suelen representar buenos textos y que me han otorgado muy buenos momentos (de goce y conocimiento). Pues bien, hay veces en las que he sentido verdadera vergüenza debido a la escuálida asistencia que han convocado algunas de esas obras. Recuerdo una en concreto en la que el número de actores (de una compañía venida para los efectos desde Mallorca) era aproximadamente el de los espectadores: 6 actores para 9 espectadores. Y yo me preguntaba cada vez ¿dónde están quienes no se encuentran? ¿Quiénes son? ¿Dónde están, por ejemplo, los estudiantes de Arte Dramático de las 3 escuelas que a ello se dedican en Valencia (dos privadas y una pública)? ¿Dónde están los estudiantes de interpretación que se encuentran ahora cursando el primer curso… y los de segundo… y los de tercero… y los de los másters? ¿Dónde los licenciados de hace un año, de dos años, de tres? ¿Dónde los que quieren estudiar Arte Dramático? ¿Dónde los que lo estudiaron hace 5, 6 o 7 años? Yo conozco a muchos de esos estudiantes y jamás me he cruzado con ninguno en ninguna ocasión. Y no debemos olvidar que Valencia cuenta con más de un millon y medio de ciudadanos.
  5. Cinema Jove es el Festival de Cine de Valencia por antonomasia y por derecho propio. Este año se esforzó por complementar complementó la programación con una sección que estuviera más cerca de los nuevos intereses de los jóvenes, una sección dedicada a las webseries, esas series realizadas para ser deglutidas por internet, que a su vez es eso a lo que los jóvenes se encuentran adheridos varias horas al día. Para indagar acerca de esos intereses y de las dificultades que llevaba intrínsecas esta nueva y juvenil forma de expresión audiovisual se programaron dos mesas redondas, en una de las cuales yo participaba. ¿Número de asistentes? Respuesta: 8. Es decir, en toda la Comunidad Valenciana hay en principio sólo 8 personas a las que les interesa reflexionar acerca de los intereses y gustos de un sector de la población, la juventud, respecto a un formato narrativo audiovisual incipiente e inventado por ellos mismos. Y digo en principio porque 6 de esos 8 asistentes eran amigos de los ponentes. Así, 2. UN Festival con 20 años de existencia programa una mesa redonda para abordar un asunto que atiende a intereses puramente juveniles -pero de forma “profesional” y buscando un análisis que pueda ayudar a solventar los problemas que todos los creadores admiten tener- y es capaz de convocar a ¡2 personas!

Sin embargo, lo veo en los telediarios, el éxito de Arenal Sound (Festival de Música en la playa) es apabullante incluso a pesar de los inonvenientes surgidos este año. Y éste es sólo uno de los numerosos festivales de música estivales.

Antes hacía referencia a la poca o nula necesidad que sienten los estudiantes por leer un concreto libro que, esta vez, se encontraba estrechamente vinculado al producto que les tendría absorvidos durante al menos 4 años de sus vidas. Podría parecer que el tono de lamento viniera por tratarse de un libro escrito por mí. Nada más lejos. Pero no dejaba de ser un libro que parecía haber sido escrito para esa gente y no otra. Y la cuestión fue que un libro que indagaba y reflexionaba entorno a los fundamentos de la creación de un producto al que los estudiantes pensaban dedicar su vida no obtuvo ni un solo lector.

Por decirlo a las bravas, y a ver si nos dejamos de dar rodeos y de marear la perdiz: los jóvenes de el hoy no leen nada; o mejor, leen algo si el protagonista de la historieta tiene los pies peludos o porta una varita mágica, pero NADA sobre, por ejemplo, los fundamentos de aquello a lo que van a dedicar su vida entera (por no decir NADA sobre asuntos que les conciernen pero desde un punto de vista más filosófico). Me resulta impensble que mis alumnos pudieran leer libros sobre los fundamentos de su futura profesión, tal y como hicimos todos los que estudiamos años ha. Impensable por imposible que dedicaran su maravilloso tiempo ¿libre? a leer lo que todos leímos a las 18 años: Munari, Dorlfles, Arnheim, Panofsky, Dondis, Zunzunegui, Francastel...

Es cierto, de todas formas, que no debemos esperar de los jóvenes lo que no a todos los jóvenes tiene por qué interesar. Así, la cuestión no es criticar a ese porcentaje de gente al que jamás interesó el Conocimiento, sino de sorprendernos ante ese cada vez más exiguo porcentaje de jóvenes al que sí les interesó en otros tiempos. Porque incluso los jóvenes más avispados y competentes de el hoy son NO lectores empedernidos. Y quien dice no lectores dice en negativo todo lo que afecta a una cultura sensible; así: no espectadores de teatro, no espectadores de cine clásico o alternativo, no amantes de la Historia, en definitiva, del Conocimiento más abstracto y conceptual que se adquiere de múltiples y variadas formas, todas ellas imbricadas. Sí, ese Conocimiento que según muchos no sirve para nada, que por algo han quitado la filosofía de los nuevos planes de estudios. Así, mientras los magnates y los políticos engordan sus estómagos y sus arcas dejándonos indefensos ante las compañías de telecomunicaciones, por ejemplo, los demás, los ciudadanos de a pie, nos iremos haciendo cada vez más ciegos, o más gilipollas, por ir aceptando, con absoluta indulgencia, o incluso diría que en perfecta connivencia con ellos, todas esas dádivas -envenenadas- que nos hacen parecer más libres. ¿Que por qué? Pues debido a la indefensión y el desamparo en los que sume a un sujeto su propia ignorancia. Podemos ir con chanclas y bañador a las clases universitarias pero carecemos de argumentos y por tanto de Fuerza.


Nota. En cualquier caso, y por hacer honor a la verdad, debo decir que he regalado mi libro De otros mundos a bastante gente y la conclusión es que no lo ha leído nadie, al menos nadie me ha hecho jamás un comentario al respecto. Y ya no estamos hablando de jóvenes. Bueno miento; uno sí me hizo saber que lo había leído y me hizo algún comentario al respecto, Félix de Azúa. Ningún otro.

jueves, agosto 04, 2016

La vulgaridad de Eloy

Cuando uno dice que el mundo es cada vez más vulgar lo que hace es afirmar lo que, de seguro y después de todo, quiere escuchar “todo el mundo”, pues nada hay más popular y por tanto menos clasista en sus fundamentos que un mundo igualado, aunque sea por debajo. Pocas afirmaciones podrían, entonces, suscitar más entusiasmo y complicidad que ésta: el mundo es cada vez más vulgar.

Al fin y al cabo ése y no otro ha sido siempre el objetivo de las masas (y no uso el término de forma despectiva sino descriptiva): desalienarse, liberarse de los corsés que toda norma impone desde una supuesta unilateralidad restrictiva y discriminatoria. Así pues, en contra de las normas (restrictivas) y sin límites (discriminatorios y cuartadores). “Al fin libres” piensa “todo el mundo” cuando cree hacer lo que le da la gana allá donde antes había una norma más o menos implícita que le subyugaba y alienaba. Normas impuestas, claro, desde un poder tan abstracto como maléfico.

Y el mundo es, en efecto, cada vez más vulgar porque se encuentra configurado de acuerdo con los gustos e intereses de una inmensa mayoría; esto es, de “todo el mundo”. Afirmación que, insisto, sólo puede llenar de regocijo a “todo el mundo”, pues es “todo el mundo” quien ha reivindicado poder ir en bañador y chanclas al teatro o a la universidad, por ejemplo.

El que aún existan algunos resistentes a la vulgaridad -en extinción sin duda- ya sólo le sirve al vulgo/masa para acrecentar y reivindicar su vulgaridad. Esa en la que se regocija debido al componente vengativo que posee. “¿Qué es eso de que me tengan que decir cómo tengo que vestir para ir a clase?” se dicen los jóvenes a sí mismos, a quién si no. Porque en la vulgaridad también siempre hay algo de autocomplacencia. De hecho esos seres exquisitos a los que aún les preocupan las formas no son sino tipos ridículos para la gente vulgar. Y por eso se encuentran cada vez más desclasados en una sociedad sin clases, valga la paradoja. Una sociedad en donde cualquiera puede hacer turismo enológico y en donde cualquiera coje el avión 6 veces al año. Y cuando digo que no hay clases es, precisamente, porque la vulgaridad las ha eliminado haciéndose cargo de todos.

La cuestión podría ser ¿no será acaso esa vulgaridad más que una simple moda?, ¿no será en el fondo más que la manifestación de la última gran moda? Si aceptamos que una moda se sirve del mimetismo para imponer sus preceptos entre gente predispuesta a aceptarlos podemos especular acerca de esta posibilidad, pues antes de la existencia de Facebook y Twiter nadie usaba dibujitos predeterminados -emoticones- para expresar sus emociones compulsivamente y a tiempo real.

La clave se encuentra, de todas formas, en el detalle “gente predispuesta a aceptarlos” porque, ¿qué sería de una moda que no fuera masiva, que no se hiciera cargo de la expresión “todo el mundo”? Nada, de hecho usaríamos el concepto moda con la boca pequeña. Y es que para que una moda sea importante, epocal, lo que hace falta antes que nada es mucha gente predispuesta a aceptar sus premisas con todo lo que ello implica a nivel social, estético e ideológico.

¿Y qué puede haber más vulgar que gestionar la comunicación con impulsos primarios? “Fulanita ha cambiado su foto de perfil” anuncia Facebook. Y ante la original noticia le aparecen a la usuaria y en pocos minutos 70 respuestas simplificadas y 5 algo más complejas. Las simplificadas -con dibujitos- se reparten entre los “me gusta”, los “me encanta” y los “me sorprende”; y las complejas, por escritas, se mueven entre el “waaapa” y el “lo que daría por ser el gatito”. Después todos rien: “je je je”.

El problema surge cuando la vulgaridad puede definirse como una perfecta simbiosis de incultura y aburrimiento. Como bien explica Chuck Klostermans: “Como internet está obsesionada con su versión del capitalismo no monetario, recompensa el volumen de respuestas muy por encima del mérito que pueda tener aquello ante lo que la gente está respondiendo”.

Esta época de sociabilidad virtual no es, para uno, una época para hacer amigos, más bien al contrario, pero eso se encuentra en las antípodas de lo que está de moda. De moda está, además de los amigables “me gusta”, el ciscarse en la cumbre de la pirámide social; atacando a los políticos, empresarios, directores, gestores etc., pero eso, como ya ha quedado demostrado en estos últimos años, no sirve para nada, si acaso para que todo permanezca igual en el mejor de los casos, o que nos haga más ciegos en el peor de ellos.

No, la cosa no está en apuntar arriba, sino en apuntar a las bases, que es desde donde se “soporta” el peso que la misma base ha ido depositando encima de ella. La vulgaridad no se mide auscultando a un político sino auscultando al votante, sobre todo cuando el votado se ha demostrado reiteradamente incompetente y corrupto. Es cierto que apuntar a las bases implica estigmatizar a gente inocente, sana y trabajadora, pero se trata de la única forma de afrontar la insidiosa vulgaridad con alguna posibilidad de éxito.

“Todo el mundo” es todo el mundo porque los amantes de las formas conforman una escuálida minoría que además se encuentra en extinción. Ahora no hay confrontación entre pobres y ricos porque todos forman parte del mismo vulgar equipo, con sus “me gusta”, sus “je je” y sus chanclas. Ahora la confrontación se encuentra entre los amantes de las formas y los que se regocijan en su método desalienante.

El último éxito de Nintendo lo conoce todo el mundo, primero porque todo el mundo tiene un amigo cazador de Pokémons y segundo porque la noticia de su éxito ha salido en todos los telediarios de todo el mundo. Ya ven: siempre “todo el mundo”. Pues bien ante una de esas noticias dadas en los telediarios entrevistaron a una mujer que se encontraba con su familia haciendo turismo rural en Cabárceno, extraordinario parque natural de Cantabria. El inicio de su respuesta, aun siendo el perfecto reflejo del problema que aquí señalo me hace albergar una cierta esperanza. En tono de queja y lamento dice respecto a la actitud que su hijo lleva teniendo en el viaje “mi hijo no ve animales, ni paisaje, ni nada, sólo ve Pokémons…”. Así, la cosa promete, la mujer parece sorprendida ante la actitud de un hijo que ante la bella naturaleza no es ni capaz de verla. Pero la frase continúa, “ (sólo ve Pokémons)...tanto es así que me han entrado ganas…”. Yo hago mis conjeturas en esa fracción de segundo y me digo a mí mismo, a quién si no, vale, por fin alguien va decir algo sensato. Pero no, la mujer prosigue, “tanto es así que me han entrado ganas de iniciarme a mí también”.

No hay nada que hacer, ni siquiera se ha sorprendido el director del telediario ante tan insensata declaración.