viernes, agosto 12, 2016

Libertad

Supongo que no hay una sola forma de resistirse a la inevitable opresión de los poderes fácticos, pero la única que resulta absoluta e impepinablemente eficaz a esos propósitos es la libertad de acto y verbo del individuo, una libertad muy alejada, por ejemplo, del paradigma del indignado. Tanto la que propugna como la que vive en sus carnes.

Es cierto que como paradigma funciona muy bien en el ideario buenista y simplón de las masas, pero en principio un indignado no es más que un pitufo gruñón, es decir, un insignificante enano malcarado. Fruncir el ceño no indica un acto de libertad, más bien al contrario indica un estado de ánimo dado a regocijarse en la queja.

Ser libre no es tan fácil como la gente se cree y por supuesto no está al alcance de cualquiera. Requiere valor, pero sobre todo requiere de una incorruptible voz interior que emerge aun a pesar de los perjuicios que suele generar. No es una cuestión de vulgar sinceridad, siempre sobrevalorada. La sinceridad no determina ningún grado de libertad; en todo caso y en ciertas ocasiones sí sin embargo un cierto grado de insensibilidad e irresponsabilidad.

En principio: Actuar libremente es actuar sin miedo, algo que sólo se pueden permitir esos pocos que o no tienen nada que perder o les importa un bledo perderlo si su voz interior les exige una ética incorruptible. Los primeros corren el riesgo de acceder a una libertad insolidaria y poco compasiva. Sólo los segundos merecen lo que la libertad de sus actos y de su verbo les puedan ofrecer, ya sea bueno o malo. Un cierto ostracismo es la forma con que la libertad suele premiar a sus representantes más genuinos, todo se ha de decir.

Yo he conocido muy pocas personas realmente libres. Seguramente porque el mundo en el que me he movido toda la vida ha sido el del Arte, configurado generalmente por patanes que se creen libres por poner una mancha roja donde pudo ser verde. 

No hay comentarios: