lunes, agosto 22, 2016

Libertad II

O la cobardía de Eloy

Con Freud aprendimos a distinguir entre miedo real, entendido como reacción natural hacia un peligro real y miedo neurótico que se expresa a partir de temores más o menos infundados.

Entendemos tal diferenciación porque hacemos un esfuerzo empático hacia la taxonomía de Freud. Quizá mejor hubiera sido decir que con Freud supimos de la diferencia, aunque ello no nos enseñara a saber distinguir con demasiada claridad entre un miedo y otro, sobre todo cuando el miedo emerge y es a uno al que le afecta.

Miedo real, pues, cuando el peligro es real y miedo neurótico cuando no es real, o lo que es lo mismo, cuando es imaginado. En cualquier caso sabemos, por otra parte, que la imaginación es una de las formas más eficaces de conocer el mundo. Y una de las más productivas.

Así, el problema no se encuentra entre lo real o lo imaginario porque lo imaginado es, para quien imagina, real, tan real como lo real mismo. Que por eso tiene miedo. Y por eso mismo no es infundado. Es falso pero no infundado. Las persecuciones que sufre el paranoico no pueden ser para él más reales, por mucho que para su vecino sean infundadas. Otra cosa sería dilucidar hasta qué punto el falso miedo es una creación (in)consciente del propio sujeto.

Y pongo (in) entre paréntesis porque es ahí donde se encuentra la clave del asunto, ya que hemos empezado por Freud. Si el miedo proviene de eso que sólo se encuentra en lo más recóndito de nuestra mente, entonces además de real ese miedo es fundado y “comprensible”. Podríamos decir que también admisible, valga la excentricidad.

Otra cosa bien distinta es que eso que llamamos miedo neurótico no tenga como causa algo desconocido que se encuentra en el interior de nuestra mente sino algo que nos ha inoculado un sistema de convivencia supuestamente civilizado. Entonces, sólo entonces, el miedo es perfecta y absolutamente despreciable. Ya no sé si se podrá calificar de neurótico pero sí sé que se puede hacerlo de cobarde; miedo cobarde.

Y el miedo cobarde ante un miedo real, que recordemos era el causado por un peligro real, es tan comprensible como justificable, en la medida en que responde ante la integridad de nuestras vidas (naufragar el alta mar por ejemplo). Pero el miedo que impide a una persona decir lo que piensa o incluso le lleva a decir lo que no piensa, sólo debido a unas pautas de vida inculcadas por un sistema paternalista/administrativo que sólo quiere súbditos obedientes y dóciles, es un miedo rastrero, cobarde.

Lo decía en un post reciente, hay pocas personas realmente libres y todo debido a que de forma consciente -o no- han preferido el miedo antes que la libertad. Y son precisamente estos individuos acobardados por el miedo -miedo a la libertad entre otros- los que después resultan más proclives a quejarse de todo. Hay que joderse.

Con demasiada facilidad la Corrección Política ha hecho del sujeto civilizado un ser cobarde y rastrero que sólo actúa generando estrategias con las que enfrentarse a un mundo del que, después, dice no gustar. Así es el cobarde de el hoy, un ser que sólo dice lo que debe y que no da un paso sin que forme parte de una estrategia embadurnada de hipocresía. Y el sujeto posmoderno de la era tecnológica es un ser al que le han inoculado la proclividad a la cobardía. Muy pocos se libran de ella porque en realidad son muy pocos los que realmente quieren ser libres. Lo decíamos, ser libre no sólo resulta dificultoso porque no concibe estrategias amorales, sino porque además exige sacrificios. Los sacrificios que por otra parte acaban transmutándose en goce con el tiempo. De la misma forma que tanta estrategia -exenta de principios- acaba transmutándose en decrepitud y miseria

Post Scriptum. Sólo surge un problema ante este panfleto: que después de todo y aún a pesar de que los efectos de la Correccción Política son mesurables y evidentes muy pocos son los que se aceptarían como cobardes. Y sin embargo hay más cobardes que botellines, todos ellos con sus múltiples estrategias a cuestas generadas para engañarse a sí mismos. La “culpa” la tienen, entre otros, las definiciones y las simplificaciones en general. Muy poca gente se creerá al margen de la definición que plantea Montesquieu: la libertad “es poder hacer aquello que nuestro corazón y nuestra mente  plantean como deber en cada momento”. Pero la definición de la cosa no es la cosa misma y la cuestión es que la cosa no es tan fácil como dan a entender las simplificaciones. No es lo mismo leer la definición de Montesquieu en un azucarillo que en un ensayo de mil páginas. Y tampoco es lo mismo creer que uno se refleja en esa definición que hacerlo de verdad. Muchos podrán creerse incautos, débiles o incluso pusilánimes, pero pocos se calificarían as sí mismos de despreciables por albergar una cobardía electiva y voluntaria.

Post Scriptum II. Urge la implantación de la filosofía en los estudios que aproximen el pensamiento, el análisis y la ética a los estudiantes. La libertad produce vértigo, y el vértigo de la libertad conduce a la angustia, como bien sabía Kierkegaard. Pues bien, es aprender a gestionar esa angustia lo que en principio nos convierte en adultos responsables y nos ofrece las armas para luchar contra el miedo.

Pero la gente, en general, prefiere vivir con miedo. De ahí que haya cuajado tan perfectamente en las sociedades civilizadas la forma de control más severa posible después de las dictaduras; la Corrección Política, que sin otorgar consciencia de ello genera seres amorales capaces de adapatarse a eso que desprecian a base de contínuas microestrategias basadas en la hipocresía y la mentira. Porque ese es el peligro real de esta froma de control: que nadie se cree abducido por ella aún cuando la practique con tanta insistencia como complacencia.

Y lo único que libra al individuo civilizado de la Corrección Política y por ende de esa extraña querencia al miedo que a su vez es restrictiva de la libertad es el conocimiento, el amor al conocimiento. Y al conocimiento se accede, tal y como dice Escohotado, “buscando algo desconocido o buscando lo desconocido de algo”, que viene a ser lo contrario de aceptar los lugares comunes por comodidad y holgazanería. Que la cobardía ya llegará.

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