jueves, diciembre 14, 2017

Reír o llorar

Fotografía y enseñanza

Hoy empieza uno, como todos los años por estas fechas, a impartir las clases de Fotografía en la Universidad. Siempre hay un primer día en la enseñanza de cualquier materia, siempre hay un primer día en que el profesor se confronta a los que, después, van a ser alumnos de su asignatura durante un tiempo. No hay otra, ni para uno ni para ellos: uno llega al aula el primer día de clase y se encuentra delante de los que van a ser alumnos de su asignatura; ellos llegan a esa desconocida aula por primera vez y se encuentran delante al profesor que les va a impartir la concreta asignatura. Mirando a uno casi sin parpadear se encuentran todos esos alumnos que no están ahí para otra cosa que para aprender la materia de la asignatura concreta, la que uno imparte desde hace 13 años (al menos en este lugar). Expectantes y algo atemorizados, sólo algo, pero algo. No tanto por la asignatura en sí, cuanto por lo que pueda esperarse de quien les va a enseñar fotografía.

Por eso intenta uno siempre hacer un discurso lo más “naturalista” posible en ese primer día, pero sin dejar de apuntar los objetivos de la asignatura. Así, intenta uno ser afable sin dejar de concretar cuáles son los conocimientos que resulta imprescindible adquirir. Y uno les cuenta, entre otras cosas, que Fotografía es una de las asignaturas más difíciles de impartir porque así como de otras materias no saben nada y ellos lo reconocen (diseño editorial, tipografía, after efects, etc.) todos creen, sin embargo, saber de fotografía en la medida en la que llevan años haciendo miles de fotografías y subiéndolas a sus redes sociales. Y cuenta uno estas cosas mientras le miran todos casi sin parpadear, al aparecer expectantes y posiblemente, aunque sólo algo, atemorizados. O eso al menos cree uno cuando ve los rostros de esos jóvenes en su primer día de clase. Rostros que miran a uno de forma impertérrita, casi paranormal en la medida en que apenas parpadean. Y es entonces cuando uno, tal y como sucede todos los años, no sabe qué pensar. Porque siempre e inevitablemente uno no sabe qué pensar cuando un nuevo grupo de jóvenes le mira aparentando un interés, insisto, casi sobrehumano. Dudas, las de uno, razonables, pues aunque todos los años pasa lo mismo uno siempre cree que las cosas pueden ser distintas cada vez. Y que por tanto esta vez, hoy, los alumnos estarán verdaderamente interesados en el discurso de uno. Eso al menos piensa uno hoy: que quizá hoy las cosas van a ser distintas.

Así que uno les explica a los primerizos, entre otras cosas y en ese primer día, las diferencias que existen entre aprender (de) fotografía a través de internet y aprender (de) fotografía a través de los libros. Y se explaya uno entonces en ofrecer detalles que demuestran tales diferencias, pero no sin antes haber dejado claras ¡las maravillosas virtudes de poder informarse de todo a golpe de click!, cosa que hay que hacer fundamentalmente para que no tomen a uno por gilipollas ya desde el primer día de clase. Les cuenta uno, digo, lo que es un libro de fotografía(s), o un fotolibro en tanto que variante del primero, más genérico. Y esto de explicarles qué es un libro, en este caso de fotografías, hay que entenderlo de forma textual: hay que explicarles lo que es un libro, primero porque en realidad no lo saben y segundo para que puedan entender a continuación las diferencias que median entre aprender (de) fotografía a través de internet o hacerlo a través de los libros. Y en este punto se acuerda uno de la frase de aquel alumno que hace un par de años respondió “desengáñate Alberto, ya hace tiempo que las nuevas generaciones no leemos” a mi afirmación “ya no os doy a leer el libro de Susan Sontag porque ya sé que no lo vais a leer, como he podido comprobar de forma progresiva desde hace unos años”. Y cuando hablaba de lectura -hace ese par de años- hablaba de lectura, no de miradas fragmentarias, inconexas, lábiles, fugaces, ocasionales y raudas; hablaba no de otra cosa que de leer libros.

De entrada un libro de fotografía, de fotografías -les cuenta uno-, así como un fotolibro, como este libro de fotografías del fotógrafo Robert Frank que tengo en mis manos (y es entonces cuando alzo el libro para que lo puedan ver todos: The americans) es antes que nada el producto de una negociación, de la negociación entre el autor y su editor. Así que observemos: Un libro tiene antes que nada un formato, unas proporciones, no es lo mismo un formato cuadrado que uno rectangular y no es lo mismo abrir en horizontal que abrir en vertical. Por no hablar del tamaño, tan vinculado al formato y claro está a la idea, a la idea de libro que se pretende. A los amantes de los libros -les señala uno-, no les suelen gustar los formatos horizontales si no se encuentran claramente justificados. Pero eso es sólo el principio, como también es previo a ese principio la concreta selección de las imágenes que van a formar parte de ese libro. Toda publicación que pretenda cierta excelencia es necesariamente el producto de una edición concienzuda, es decir, el producto de una selección muy concreta de entre todas las fotos posibles del autor. Después se encuentra ese otro tema capital de la edición de un libro, el de la estructura, que se organiza en función de una determinada secuencia narrativa; y en este sentido conviene saber el uso que se hace de la distribución de imágenes teniendo en cuenta, ya no sólo el orden, que también, sino la distinta importancia que puedan tener ciertas imágenes dependiendo de si se encuentran en las páginas pares o impares. Hay libros -les dice uno-, como éste, que decidió, con acierto indiscutible, reproducir las fotografías sólo en las páginas impares. En un libro de fotografía(s) las partes y el todo se encuentran estrechamente condicionadas entre sí. Por otra parte se encuentra el tamaño de las fotografías (la mancha, que se llama) respecto del formato del libro, si ocupan mucho o poco en ese blanco de la página, a lo que se añade la dificultad de decidir qué se hace con respecto a las diferencias de tamaño que, en un libro vertical, pueden darse entre fotos verticales (grandes en una página vertical) y muy pequeñas (en una página vertical). Por no hablar de cómo situarlas en esa página, si a sangre toda ella, o a sangre por uno de sus lados, o centrada... Un fotolibro -les acaba diciendo uno-, es puro pensamiento visual, así que resulta necesario saber elegir las imágenes adecuadas para hilar de la forma más adecuada una narración concreta, algo que encontrará su máxima excelencia si se tienen en cuenta todos esos factores. Y para acabar: un libro es un objeto con un peso específico que de alguna forma hay que tocar; las reproducciones son extremadamente parecidas a las fotografías originales, parten del mismo principio, el de ser/estar impresas sobre papel; en fin, todo en la experiencia de ver/tocar/ver un conjunto ordenado de fotografías invoca al conocimiento, al conocimiento que es pensamiento visual.

Todo eso les cuenta uno a sus primerizos alumnos -los que siguen mirando a uno casi sin parpadear- explicándoles inmediatamente después qué tipo de conocimiento puede adquirirse a través de internet: “Sin embargo -sigue uno- cuando pincháis el nombre de un fotógrafo en Google, como por ejemplo este de Robert Frank, aunque podríamos acudir a cualquier otro ejemplo -y es entonces cuando alzo con las manos otros 3 libros de otros autores que uno se ha tomado la molestia de traer a clase- lo que os vais a encontrar es, inevitablemente, un magma de fotografías sin orden ni concierto. Un magma caótico en el que aparecen fotos de forma aleatoria y que se visualizan en formato muy pequeño y en una visión de conjunto. En pequeño, sí, porque carecen de resolución suficiente para poder ser vistas con una mínima dignidad, y en ¡vaya conjunto!, porque son muchas, pero colocadas al tun tun debido a algoritmos fantasmas, siempre muy comerciales; una o varias de ellas pueden repetirse ad-nausean pero pareciendo distintas debido al color, que en unas es verde, en otras rojo o violeta aunque la foto sea en blanco y negro. Y lo peor de todo: ni siquiera todas las fotos que nos muestra la búsqueda de imágenes son del mismo autor, lo que sin duda confundirá definitivamente a quien quiere informarse con el fin de aprender algo del autor/fotógrafo”.

Y continúa uno dirigiéndose a esos primerizos alumnos que apenas parpadean: “Fijaos qué curioso, el año pasado, les conté todo esto mismo que os acabo de contar a vuestros predecesores, los que ahora están en segundo, les traje estos mismos libros que deposité sobre esta misma mesa tal y como he hecho hoy, habiéndoles señalado que aquí estaban -traídos a propósito- para que pudieran echarles una ojeada y corroborar el discurso, no sin antes habiéndoles hecho un pequeño comentario acerca de todos ellos. ¿Sabéis qué pasó cuando llegó la hora del almuerzo, que todo se ha de decir no fue inmediatamente después de ese discurso sino media hora más tarde? Pues yo os lo digo: que se levantaron, salieron del aula y cruzaron al horno a comprarse la empanadilla de turno”. Los libros se quedaron ahí, huérfanos de tacto y mirada. Y yo con un palmo de narices; “no hicieron a los libros ni puto caso”, eso fue lo que les dije.


Todo esto les ha contado uno a los alumnos primerizos aproximadamente media hora antes de que llegara la hora del almuerzo esta mañana, esta misma mañana, primer día de clase. ¿Y saben ustedes, lectores míos, qué ha pasado cuando he anunciado la hora del recreo, esto es, la del almuerzo? ¿A que sí? En efecto: que han salido disparados hacia el horno. Reír preferiría, pero sólo tengo ganas de llorar. Son ya varios palmos de narices.

jueves, noviembre 30, 2017

Sobre la igualdad II ¿Hipocresía, ignorancia o maldad?

O sobre La Manada

El post anterior se fundamentaba en sendas frases de mis dos sobrinos mellizos; la de ella, “La verdad es que las chicas y los chicos somos muy diferentes... y además eso lo sabemos todas”, y la de él, “Eso es verdad, nosotros también lo sabemos todos, es que salta a la vista”. Y yo afirmaba que ellos demostraban saber aquello que no sabían los adultos (?) embriagados por los beneficios sociales y económicos de la Corrección Política. Pero va y resulta que la lectura que hacen los menores es puramente materialista, es decir, basada en lo que para ellos es irrefutable por estar ahí: “salta a la vista”. Y, en efecto, si hay algo que salta a la vista ya para un niño primero y para un adolescente después es que los hombres y las mujeres NO son iguales. O, por darle un giro a la frase de mi sobrino y sin abandonar ni un ápice su significado: (cuando digo que) NO somos iguales (lo digo) debido a aquello “que salta a la vista”.

No se trata de negar todo aquello que, en tanto que seres humanos, nos iguala a ambos sexos, que es mucho más que aquello que nos diferencia, pero eso no quita para que las diferencias, evidentes ya en el propio físico, sean condicionantes determinantes, como lo es aquella que resulta más que determinante definitiva: la capacidad de engendrar hijos en el propio cuerpo. Ellos estaban hablando, sólo, de sexualidad y de predisposición hacia el otro en tanto que posible partenaire; de deseo, del tipo de deseo y de la forma de gestionar ese deseo. Y así, mientras él se mata a pajas porque su índice de testosterona le exige explotar de forma constante (la plenitud sexual de un varón se encuentra en los 19 años), ella se acuesta todos los días con la mirada perdida (la plenitud sexual de una mujer se da a los 35 años). Y eso sin contar lo que hacen con “el otro”, que daría para otro enfoque textual.


En cualquier caso ambos llevan cerca de 8 años pudiendo ver, que es lo mismo que decir “viendo”, todo tipo de vídeos a través de sus teléfonos móviles, smartphones. ¿Y qué es eso que llevan viendo desde que tenían 10 años? Pues todas esas cosas de las que por tradición les habían protegido los adultos responsables. ¿Y de qué les protegían en antaño esos adultos responsables a esos niños sus hijos? Pues de todo aquello que pudiera perturbarles hasta el punto de generarles ideas equivocadas, cuando no monstruosas, sobre algo que resulta clave en el desarrollo de un ser humano civilizado: la sexualidad; de todo aquello que pudiera generarles un trauma que podría quedar oculto en el consciente pero no así en un perturbado inconsciente. ¿Pero qué es entonces eso que desde los 10 años ven con “naturalidad” los niños con sus tierna y frágiles mentes? Pues yo se lo diré: ante todo mucha sexualidad donde prevalece la violencia ejercida en todos los sentidos y direcciones. O por decirlo de forma que ustedes, padres responsables y reivindicadores sociales de la igualdad, puedan entender mejor: lo que ven sus pequeños, gracias al dispositivo que ustedes le regalaron a los 10 años, es eso que incluso a ustedes les costaría digerir y asimilar; no pornografía al uso, no, no se engañen porque eso no es compartible entre amiguitos debido a su vulgaridad; no, lo que ven sus pequeños es a una mujer siendo follada por pongamos 8 hombres que la manejan como un trapo, forzándola, follándosela simultáneamente por el coño y por el culo mientras se la tiene que chupar a 2 o 3 más que se la meten en la boca hasta que a ella se le corre el rimel de las pestañas; así sucesivamente y alternándose ellos mientras ella tiene que superar, sonriendo, las arcadas que le producen las pollas en la garganta. Usted, claro, como padre/madre responsable de su adorado/a hijito/hijita no sabe lo ve su adorado/a hijito/hijita en el dispositivo maravillo que le regalaron a los 9 años, un montón de vídeos con protagonistas guapos, musculosos y con pollas grandes que usan la violencia sobre chicas que parecen disfrutar a lo bestia de tanta bestialidad, con estrangulamientos, felaciones profundas, escupitajos, bofetadas, etc. Usted, claro, que es un padre/una madre actualizado/a y feminista/o defensor de la igualdad no le importa que eso que eduque a sus maravillosos hijitos/hijitas en materia de sexualidad sea aquello que pueda provocar daños irreversibles; por ejemplo, ver a una tierna joven sobre la que de forma continuada y consecutiva se corren en su cara 20 o 25 hombres de todo tamaño, aspecto y condición que se encuentran alrededor de ella pajeándose durante la media hora que dura ese simpático vídeo en el que ella sonríe constantemente. Pero sepan ustedes que ellos/ellas, sus adorables hijitos/hijitas, saben perfectamente lo que es una Gang Bang y lo que es un Bukkake... a los 10 años. Y después se sorprenden, como gente de bien que son ustedes, por supuesto, de lo que ha pasado con La Manada.

martes, noviembre 28, 2017

Sobre la igualdad

Sobre la igualdad

Hoy he comido con mi familia directa, esto es, con mi madre, mi hermano y mis dos sobrinos mellizos de 17 años. Ha salido el tema del sexo, la sexualidad y, lógicamente el de las relaciones sexuales y sentimentales. También lógicamente ha salido el asunto de la igualdad entre sexos. Así mi sobrina para zanjar una conversación que le aburría: “la verdad es que los chicos y las chicas somos muy diferentes... y además eso lo sabemos todas”. Y su hermano apostilla: “Eso es verdad, nosotros también lo sabemos todos, es que salta a la vista”. Por lo que, al parecer, saben a su corta edad lo que no saben los cientos de miles de adultos (?) que se expresan y opinan públicamente. Yo, que estaba allí, puedo asegurar que ambos eran plenamente conscientes de que sus palabras sólo tenían que ver con aquello a lo que esas palabras referían. Estaban hablando, sólo, de sexualidad y de predisposición hacia el otro en tanto que posible partenaire; de deseo, del tipo de deseo y de la forma de gestionar ese deseo.


Nota. No haría falta añadir que mis sobrinos distinguen perfectamente la necesaria igualdad de derechos que tienen las personas con independencia de su condición sexual de aquello que a ellos les resulta evidente: que “en eso otro” los chicos son muy distintos de las chicas. Y viceversa. Estos es, diferentes: desiguales. Y no haría falta añadir que mis sobrinos están absolutamente en contra de toda posible forma de violencia.

viernes, noviembre 24, 2017

Carta abierta a la sociedad actual y escatología

No me quedé con las cifras reales que el locutor pronunciaba ayer en la radio, pero lo que sí me quedaron claras fueron las proporciones, que según los datos (tomados a varios miles de personas) eran de once a uno. La encuesta a la que hacía referencia pretendía averiguar las preocupaciones ciudadanas respecto a su relación con la calle y los espacios públicos a base de propuestas de los propios ciudadanos; pues bien, el segundo asunto más votado habría sido el de generar refugios para gatos abandonados, con una cifra apabullante, tan apabullante que era 11 veces mayor que esa otra cifra que representaba a quienes habían propuesto la creación de espacios de atención a vagabundos y gente sin hogar.

Cambio de tercio (creo). A bombo y platillo se hacían cargo ayer todos los medios -tanto escritos como audiovisuales- en sus respectivas secciones de que casi 4 millones de personas estuvieron pegados a su televisor el día de la final de Master Chef Celebrity. Un share espectacular. Muy probablemente otros dos millones más estuvieran viendo los avatares (nunca mejor dicho) de Gran Hermano. A saber qué veían los que veían La Sexta, o Antena 3 o incluso La Primera.

Dice la noticia “9,8 es la media de edad en la que los niños reciben su primer teléfono... el 80% de ellos entra todos los días en internet y en sus redes durante una media de dos horas”. La noticia es dada de forma neutra, aséptica, sin opinión. Sin embargo dos meses antes apareció esta otra noticia en el mismo periódico;: titular: “El amor eterno ya es un mito a los doce años”; subtitular: “Una aplicación del móvil consigue que los adolescentes dejen de lado una visión del amor guiada por mitos -como 'el amor lo puede todo'”. Y después dicen que el pescado es caro.

Así que emulando al gran Fernán Gómez yo digo “¡se va usted a la mierda, sociedad actual!”... esa sociedad de la que por supuesto formo parte.

Menos mal que hoy empieza el Black Fridey... de mierda!

miércoles, noviembre 22, 2017

Micromundo fractal

(O a quien pueda no interesar II)

Ayer recibí una llamada verdaderamente extraña justo después de cenar. La de la ex-mujer del que en su tiempo fue un buen amigo. Una mujer que no veía desde hace aproximadamente 8 o 9 años, de hecho tengo su rostro desdibujado. Me llamó, ya digo, ayer, para mantener un extensísimo y desconcertante monólogo que me mantuvo mudo y colgado a mi auricular cerca de media hora.

Su incontinencia verbal se encontraba focalizada, de forma exclusiva, a explicarme el poco tiempo que quedaba a ella para serle infiel a su actual marido, “un aburrido, Alberto, un aburrido”. Mi perplejidad me impedía articular palabra porque no entendía en absoluto esa llamada, “lo quiero mucho, de verdad, pero es que estoy tan cansada...”. En todo caso yo articulaba monosílabos que pudiera aparentar un cierto interés, “ya”, “caray”, “joder” y cosas así. “Estoy harta de verlo tumbado en el sofá y ya sabes Alberto que yo soy de otra pasta”... Así yo: “ya”. “Está claro que es un buen amante, y tiene un cuerpo impresionante, la verdad; es un buen amante, pero eso ya no es suficiente, yo necesito otra cosa”... “Fíjate”. “Y yo, la verdad, es que me siento guapa, ¡estoy guapa! Y tú ya sabes que cuando quiero soy muy canalla”... “Sí, eso es verdad”. “Voy a hacer una fiesta con mucha gente en la que me gustaría que estuvieras, me voy a poner fantástica y va a haber un antes y un después de esta fiesta”... “Caramba”. “Así que sí, que ya toca, Paco es un buen amante pero me tiene cansada, ahí siempre en el sofá”... “Pues sí”. “Yo necesito volver al mundo Alberto, me voy a comprar ropa nueva y voy a volver al mundo”.

Así, la ex-mujer del que fue un buen amigo mío a la que no veía hace cerca de 9 años me llamó ayer para contarme que quiere volver al mundo y que en breve va a cuernear a su actual marido (que no conozco de nada) al que muy probablemente, aunque algo más adelante, va a mandar a freír espárragos, porque también eso lo dejó claro en su incontinente discurso, “no tengo ganas de estirar esta relación, Alberto, es un buen amante, porque eso es así, es bueno, y tiene un cuerpazo, pero es que está ahí siempre, en el sofá”... “Ya”.

También ayer, pero por la mañana, tuve la ocasión de charlar con una amiga que conservo de mis estudios universitarios. Me cuenta que su profesora de yoga y estiramientos padece con ella una cierta incontinencia verbal que le impulsa a hablarle de su vida personal. La experta en estiramientos vive con un hombre que es 10 años menor que ella y que tiene, según ella misma cuenta, un cuerpazo. El problema de esta experta en estiramientos es que está algo confusa, o mejor, bastante confusa. Al parecer ese hombre 10 años menor que ella, además de ser joven y estar plagado de abdominales, es una buena persona.

¡Vaya! -le digo- ¿Entonces, cuál es el problema?”. “Pues que tiene un amante sevillano hace años por el que está obsesionada y que no puede quitarse de la cabeza, por eso siempre encuentra una excusa para ir a verlo”, dice mi amiga, y poco después añade que la clave de esa obsesiva relación que convierte en infeliz (confusión, obsesión, depresión...) a su experta en estiramientos se encuentra en lo que la misma experta en estiramientos piensa de su amante sevillano: que “es un auténtico canalla”. Y matiza reduciendo los motivos de su enganche a dos: “el sexo con él es apoteósico, me hace cosas que a Carlos jamás se le ocurriría hacerme, es bestial, y por otra parte después pasa de mí olímpicamente; cuando nos distanciamos no muestra ningún interés por mí. No entiendo muy bien por qué estoy tan enganchada pero la verdad es que convierte mi relación estable en anodina”.


También ayer (vaya día... ¡que parecido a tantos otros!) tuve una comida familiar en la que coincidí con mi hermano, el único soltero empedernido que conozco que es, además, buena persona. Me cuenta lo que a su vez le ha contado la mujer con la que ha compartido una pequeña relación llamémosla sentimental. Así esa mujer: “La verdad es que ya todas las relaciones sexuales que tengo, más allá de ser satisfactorias en mayor o menor medida, se me quedan cortas al lado de la única que verdaderamente ha sido importante y determinante en mi vida. De hecho contigo lo he pasado muy bien -le asegura a mi hermano-, de verdad, pero es que aquella relación que mantuve durante casi un año condicionó definitivamente mi existencia, desde entonces noto que me resulta difícil si no inviable enamorarme porque nadie está a la altura de aquellas circunstancias y nadie me proporciona el placer que obtenía yo de aquellos encuentros hoteleros, porque siempre nos veíamos en hoteles, él estaba casado y yo también”. “¿Y en qué consistían esos encuentros si puede saberse”, preguntó mi lacónico hermano. “Pues me maltrataba de forma maravillosa, me ataba, me humillaba, me pegaba cuando sabía que podía hacerlo y donde sabía que debía hacerlo, incluso se meaba encima de mí; en fin, maravilloso, insuperable”.

miércoles, noviembre 08, 2017

Yo, el amante del amor

Yo, el amante del amor. O la regla
(no apto para mentes sensibles)

Nadie, y cuando digo nadie lo que queremos decir es... nadie, le ha dado la importancia que se merece al hecho en cuestión. Así que cuando digo nadie lo que queremos decir es exactamente eso, nadie. Nadie ha querido la importancia que se merece a la cuestión, pero la verdad es que el carácter de las mujeres, además de depender de los factores externos -o internos- que actúan igualmente sobre personas con otro sexo, también depende, y mucho, de su ovulación y en definitiva de la existencia de su periodo, de su regla. Poco tengo que decir sobre ello, paradójicamente, en la medida en la que sé que lo sabe al menos la mitad de la población mundial por experiencia propia, aunque, insisto, nadie hable de ello porque al parecer a nadie le gusta (?) hablar de ello. Aún a pesar de lo sumamente decisivo y determinante que resulta sobre el entorno de las mujeres una actitud que es voluble de forma continuada y cíclica por naturaleza.

Nadie quiere darle importancia, pues, al hecho de que el carácter de las mujeres sea variable de forma cíclica durante 12 (24) veces al año, y nadie lo hace aun a pesar de todos los desencuentros (¿menores?) que genera en la Humanidad esa variabilidad contumaz en lo que respecta a las relaciones sociales en general y las sentimentales y privadas en particular (y atención que hablo de desencuentros, no de otra cosa). ¿Por qué? No lo sé, pero algo intuyo. Porque cuando decimos variable o voluble para calificar un carácter que se manifiesta dispar o inconsecuente (sinónimos de voluble según la RAE) siempre de forma regularmente cíclica nos olvidamos de asignar la importancia que pudiera tener en las relaciones humanas. Porque lo que hacemos ignorando la cuestión no es otra cosa que desplazar cualquier intención de analizar las consecuencias. Que esas sí las conocemos de sobra. Y más ahora, donde el nihilismo sentimental se ha instalado en nuestra sociedad, no por otra cosa sino debido a una conculcación ideológica a la que nos ha sometido la Cultura de la Queja, tan Políticamente Correcta ella, tan displicente con el varón, criminalizado, con los varones todos, pues. Una ideología conculcada que tiene por fundamento (entre otros) un absoluto desprecio hacia el amor romántico.

En Las razones del deseo dice Sharon Moalem, “Es como si las mujeres buscaran aparearse cuando están ovulando, pero buscaran pareja cuando no lo están”. Y poco después apunta, en un estudio realizado en la misma universidad y publicado en Evolution and Human Behavior, que “era más probable que las mujeres fantasearan con otros hombres cuando su fecundidad estaba en su punto más alto”. Por otra parte la doctora Haselton dice “Hemos descubierto que las mujeres se sienten atraídas por hombres distintos a su pareja principal sobre todo cuando están en la fase de mayor fecundidad de su ciclo menstrual. Es decir el día de la ovulación y varios días antes”. En otros libros se hila más fino y se añade algo respecto al punto hacia donde se dirige esa volubilidad. Al parecer, lo que atrae a las mujeres en esos días de menor fecundidad es hombres amorosos, cariñosos, blanditos, ingeniosos, graciosos, colaboradores, etc., y lo que les atrae esos días de máxima fecundidad es tipos duros, varoniles, egoístas, decididos o incluso chulos. ¡En fin!


El otro día me encontré con una mujer a la que no veía de hace muchos años. Después de cierta conversación típica de reencuentro se adentró, con evidente ímpetu y ganas (?), en el asunto que en estos momentos le preocupaba hasta generarle un alto grado de ansiedad: su hija adolescente de 13 años con la que convive a solas. Por no alargarme iré directamente a su conclusión; así ella: “desde luego que a lo que no voy a estar dispuesta en ninguno de los casos es a admitirle esos cambios de estados de ánimo y esas salidas de tono que no son otra cosa que constantes confrontaciones directas sobre mi persona. Sólo hace 3 meses que tiene la regla y desde entonces nuestra relación se ha convertido en una montaña rusa. No, definitivamente conmigo que no cuente para usarlo de excusa o para que yo la excuse”.


No sé, de repente me he acordado de aquella otra mujer que un día me dijo recientemente: “la verdad es que no entiendo a los hombres, con lo fácil que resulta amar a una mujer”.

Nota. Este texto también pudo llamarse, por qué no, dado su carácter personal: Yo, el amante del amor. O la regla (que mil veces me he comido, literalmente hablando, y lo siento por las mentes sensibles).

miércoles, noviembre 01, 2017

Rito sin mito

Rito sin mito

Allí estaban ellos todos, correteando por la calle peatonal pintarrajeados de forma grotesca. Gritando de forma desaforada y blandiendo en su manitas, la mayor parte de ellos, extrañas armas. Así es, todos los niños del barrio estaban en esa calle, mi calle, que va y resulta que es peatonal. Todos los niños del barrio todos. Todos los niños del barrio y sus amiguitos, quizá de otros barrios, quizás, gritando disfrazados de algo y pintarrajeados de forma grotesca en mi calle peatonal que contiene 5 terrazas gigantes que se corresponden con los 5 bares que las regentan. Todos los niños gritando enloquecidos con sus caritas pintarrajeadas de forma grotesca mientras sus padres cenaban en las terrazas también disfrazados y pintarrajeados de forma grotesca. No todos pero si casi todos. De todas formas allí estaban todos, correteando o cenando en mi calle peatonal disfrazados de forma grotesca; lo que aún no sé es quién gritaba más, si los niños excitados con sus espadas láser o los padres, crecidos, con sus maquillajes de zombie. Todos gritando y enloquecidos -crecidos- sobremanera debido a la facultad que les proporcionaban, precisamente, los disfraces y maquillajes. Todos los niños correteando y gritando excitados, esos niños y esos no tan niños que disfrutaban de una fiesta que sólo es fiesta. Sólo eso,:puro rito, además en este caso importado. Y todos esos padres atiborrándose de patatas bravas entre gracia y gracia, las que gritaban supongo que con el fin de hacerse entender. O de hacerse querer. Todos, niños y padres, celebrando una fiesta que les exige, como cualquier fiesta, divertirse, gritar. Los niños correteando pintarrajeados y gritando frases verdaderamente grotescas si no inverosímiles. Todos los niños todos acercándose a los viandantes y otros padres diciendo “¿truco o trato?”. Mientras todos los padres todos gritaban con estruendosas carcajadas las gracias de todos, las gracias de sus niños y las de los niños de otros y las de los otros padres y las de ellos mismos. Así todos excitados, disfrazados y pintarrajeados de forma grotesca, gritando chistes y preguntas inverosímiles. Ocupando la calle, toda la calle, estaban los niños, todos los niños de mi barrio, haciendo extrañas preguntas con sus caritas pintarrajeadas de payaso asesino. Ocupando toda la calle estaban todos los niños de mi barrio, así como los padres de esos niños que enseñaban a esos niños, sus hijos, cómo comportarse, perdón divertirse, en público en la noche de difuntos, esa noche en las que los muertos no llaman a la puerta sino que se filtran por las paredes. Gritando desaforados se encontraban en mi calle todos los padres de aquellos niños que ocupaban toda la calle peatonal corriendo por ella como si les fuera la vida en ello que les iba a tenor de sus gritos y de sus armas. Mientras sus padres gritaban sentados para darle sentido a la noche, la noche divertida, la noche de difuntos, la noche de Halloween, la noche que exige el rito sin mito. Menos mal que tenemos cerca el Black Fridey, ¿no?

Pos Scriptum. O dicho sin tanta literatura. Los mismos padres que no saben qué hacer con sus niñitos ante una fiesta que celebra todo el mundo aun sin saber por qué, son los mismos padres que le ponen a sus niñitos un teléfono en las manos sin saber por qué a los 10 años. Y todo por un miedo que no saben controlar en toda su adultez: miedo a que sus niñitos les desprecien en tanto que padres frikis, que lo serían por no hacer lo de “todo el mundo” (aunque ese miedo suponga convertir a esos padres en seres impersonales y sin verdadera preceptividad sobre sus hijos), y miedo a que sus niñitos puedan convertirse en los frikis -para sus amiguitos canallas y encanallados por el consumismo- si no les OBLIGAN a tener lo que “todo el mundo tiene”, un teléfono con internet: así, pintarrajearse como un payaso asesino el día de difuntos y tener un móvil con internet a los 10 años.  

martes, octubre 31, 2017

No saben

Don Juan Tenorio. ¿Qué coño es la UDEF?
Don Luis Mejía. Pues no sé... no tengo ni idea
Don Juan. Perdón, perdón, no sé en qué estaría yo pensando, lo que quería saber es qué coño es Halloween
Don Luis. Tampoco, no puedo ayudarte, lo siento en el alma
Don Juan. No sé... no sé... preguntaré a Buttarelli
Don Luis. Y yo a Gastón

domingo, octubre 08, 2017

Nada personal

En muy pocas palabras.
Nos hablan de carácter lúdico y de espíritu festivo cada vez que nos cuentan las reivindicaciones soberanistas e independentistas... ¡MENTIRA!
Todo, absolutamente TODO lo que se cuece desde la ideología independentista (incluidas las manifestaciones, cómo no) es el producto descarado del rencor y el odio. El rencor y el odio que lleva inculcándose a los "niños" desde hace 35 años; rencor y odio del que se libró el 50% de la población, o el 40%, o el 60%, los que fueron más fuertes, o más sensatos, o más inteligentes, o más cultos, o más sensibles... Rencor fundamentado en lo imaginario y odio xenófobo, por cierto...
En cualquier caso, cualquier pueblo que pretenda forjar su futuro en base al odio y el rencor es un pueblo condenado a fracasar.

Un odio y un rencor generado, eso sí, con la connivencia de todos los gobiernos españoles habidos desde el final de la dictadura y con toda "la vista gorda" de los votantes españoles que con sus votos apoyaban a esos partidos que nos irían gobernando haciendo la "vista aún más gorda".


domingo, septiembre 24, 2017

Claro que se trata de algo personal

“Como no podía ser de otra forma”, que diría un político -o un periodista- amedrentado antes de dar su opinión (¿más personal?) que siempre comenzará con la preposición “pero…”. En cualquier caso, después del “pero” los políticos –y los periodistas- tampoco dicen luego nada que sea tan personal. Que por algo están amedrentados. Y por algo dicen todos lo mismo respecto a ciertos temas sociales. 

Así que sí podía ser de otra forma... en el caso de que así pudiera ser: decir las cosas tal y como uno las piensa. Y abandonando el miedo, miedo a ser rechazado socialmente o miedo a perder el sueldo.

Al grano entonces y sin miedo: ¡no me gusta los calabacines!... ¡ni tampoco las coliflores! Es así y así es porque uno no lo puede evitar. A nadie le importa cuántas veces haya podido probar uno coliflores ni en qué circunstancias. La cuestión es que no me gustan nada. Cosa que no puedo decir de las alcachofas… por ejemplo, que me parecen unas verduras excelsas cocinadas en todas sus facetas.

¡Claro que se trata de algo personal! Me gustan tan poco los calabacines como las coliflores y el brócoli, sin embargo disfruto como un enano (¿) cuando mastico espárragos trigueros asados al dente. Y lo digo con la cabeza bien alta. Aunque en realidad podría llegar más lejos: no es tanto que no me gusten las coliflores como que me repugnen. Cierto, la coliflor es una verdura de la que desprecio todo, su forma, su olor, su textura y su sabor. No me pasa lo mismo con los calabacines, de los que sólo desprecio su sabor. ¡Claro que se trata de algo personal! Disgustar de algo, así como despreciar algo, no puede responder más que aun sentimiento que deviene del interior de uno. Por lo que sea. O no. Todo es cuestión de experiencia, de la experiencia del sujeto que no elige, sino que es elegido por ella.


Post Scriptum. Por cierto, desprecio a todas esas mujeres que en su momento gustaron de La pasión turca de Antonio Gala. Mi experiencia me advierte que debo alejarme de ellas. Y huyo como alma que lleva el diablo de las mujeres que gustaron de Las 50 sombras de Grey.

miércoles, agosto 30, 2017

Periodismo basura (que es prácticamente todo)

(Aclaración: periodismo basura como podríamos decir televisión basura porque lo es en su práctica totalidad, así que periodismo basura no tanto para hablar de ese periodismo que es basura cuanto para decir que el periodismo de hoy es basura –en su práctica totalidad)

No hay ninguna duda: todo aquello que haga referencia al asunto de los géneros y sexos y tenga que ser tratado a través de la Opinión Pública deberá ser políticamente correcto. ¿Y en que consiste esa Corrección Política? Pues entre otras pocas cosas en tener que hablar partiendo siempre, de forma explícita o implícita, de Igualdad, de la Igualdad en tanto que concepto indiscutible, porque esa es la máxima del discurso feminista reivindicador cuyo activismo es descomunal.

¿Y cómo se hace efectiva esa Corrección Política que siempre parte de la Igualdad en tanto que concepto (previo) indiscutible? Pues muy fácil: primero culpabilizando, si no criminalizando al varón de todos los males –entre ellos la carencia de Igualdad, aún presente, entendida como una lacra-, segundo señalando las carencias, ineptitudes, minusvalías, incapacidades y sobre todo defectos de los hombres, y tercero poniendo de relevancia todas las virtudes de las mujeres que más que muchas van a ser infinitas. Así, degradación del hombre y ensalzamiento de la mujer. No hay otra, y es aquí cuando toma pleno sentido el inicio del post: “no hay ninguna duda…”.

[A modo de paréntesis, así se expresaba el gran Javier Cercas hace unos días describiendo a los hombres en El País Semanal (13-8-2017):

“En lo esencial, una panda de descerebrados borrachos de testosterona y únicamente ocupados por beber cerveza y averiguar quién es más macho mientras provocamos catástrofes”]

Así pues, en la Opinión Pública (que más bien sería Opinión Publicada) el precepto previo y fundamental y por tanto indiscutible es la Igualdad, pero después esa misma Opinión señala, de forma perfectamente psicópática, las enormes diferencias que existen entre un género/sexo digamos que estupendo y un género/sexo digamos que inferior y maléfico (y quien dude de este aserto tan excesivo como real que haga el esfuerzo de investigar seriamente y si no lo hace que calle para siempre).

[“Desengañémonos: los hombres de mi generación somos machistas por defecto. Los de mi generación y los de la anterior y los de la anterior a la anterior, y así hasta el infinito… No sé cómo serán los chicos de ahora… a juzgar por las estadísticas, iguales o peores. Por una vez seguro que tienen razón las estadísticas” Javier Cercas].

De esta forma no podrá haber noticia que respecto al asunto que nos ocupa –el de los géneros/sexos y su Igualdad- que no acabe cumpliendo esos tres preceptos señalados. Se toque el tema desde el prisma que se toque y, sobre todo, haga falta o no, toda Opinión Publicada contendrá inevitablemente esos tres componentes ideologizados  ad-nauseam:

1. Sobreentender, cara al lector y de forma previa, (los escritores tiene un pánico desmedido a caer en cualquier pequeño atisbo de incorrección) la Igualdad al tiempo que se la reivindica (por ejemplo, si el artículo va a hablar de deseo, del deseo, el escritor debe partir con el previo de la absoluta igualdad respecto a él por parte de ambos sexos; nunca podrá presuponer que hombres y mujeres puedan desear de forma distinta)
2. Señalar ciertas “diferencias” que impiden la necesaria y requerida Igualdad culpabilizando al varón de las mismas, “diferencias”, eso sí, que siempre son el resultado de su carácter despótico y autoritario (es decir, que si a pesar de todo resulta que aún existen diferencias en la forma de entender el deseo por parte de los géneros eso se debe, sin duda, al carácter déspota, patriarcal y machista del varón que no ha entendido aún que ¡somos iguales!), y
3. Señalar esas grandes cualidades/virtudes sólo propias de la mujer que nos muestran esa Gran Diferencia entre el género masculino y el femenino (esto es, que el varón déspota, patriarcal y machista sigue sin entender que somos iguales… pero siendo las mujeres más sensibles, empáticas, imaginativas, generosas, comprensivas, contemporizadoras, etc.).

En esta ocasión el artículo de investigación trataba de las relaciones sexuales rápidas con el original título “Aquí te pillo…” y con el explicativo subtítulo “Si breve, ¿dos veces bueno? Sube la fiebre por el sexo rápido aupada por las apps de contactos”. Todo el texto plagado de referencias entrecomilladas extraídas de expertos psicólogos analistas del concreto tema, como las del libro de Joel Block El arte del sexo rápido: “muy inspirador –según el firmante del artículo- para conseguir el clímax en un tiempo récord”.

Así que ya conocemos la primera intención del artículo de investigación (¿): la de dar por saludable, bueno y normal un tipo de sexo que siempre fue puesto en entredicho por… ¡todas esas millones de mujeres que siempre se quejaron de la rapidez con la que sus novios o maridos intentaban cumplir! sin éxito, por supuesto. No había más que leer el enorme Informe Hite (cosa que yo hice para escribir mi libro El lacónico, un hombre de cine) para comprobar que el nivel de insatisfacción de la práctica totalidad de las miles de mujeres encuestadas provenía del poco tiempo que sus partenaires dedicaban a la relación sexual.

Pero no es este el asunto que me mueve a escribir, que daría para otro estudio, sino el de las formas con las que estos periodistas de investigación estructuran sus artículos divulgativos: titular supuestamente ingenioso, subtitular explicativo pero con un toque de cultismo, referencias entrecomilladas de expertos respecto al tema, referencia a un libro best seller (generalmente de tapa repujada), fotos horteras ad hoc y, cómo no, una comparativa por género/sexo. Pero cumpliendo, eso desde luego, con los tres preceptos citados.

¿Y cuál podría ser el resultado de esa comparativa* en el asunto del “aquí te pillo…”? ¿Cuál creen ustedes que podría ser, lectores míos? Piensen, piensen, antes de continuar leyendo: ¿cuál podría ser el resultado en la comparativa si tenemos en cuenta que estamos hablando de relaciones sexuales de 3 minutos de duración?** Sí, 3 minutos, que de eso es de lo que estamos hablando según el artículo de la revista, de sexo rápido, eso que está de moda “aupado por las apps de contactos”. Y esto resulta importante dejarlo claro, porque si hablamos de sexo rápido (“aquí te pillo…”) hablamos de un sexo que no puede requerir ni de prolegómenos ni de calentamientos. Tan claro como tener que aceptar como indiscutible, tal y como hace el artículo en cuestión, que ambos sexos se enfrentan al sexo rápido en las mismas condiciones de deseo y con el mismo interés por él (¿). ¿Cuál podría ser, entonces, el resultado de esa comparativa que lógicamente trata de constatar o encontrar… diferencias?

Muy, muy fácil:

  1. “Sucede muy a menudo que cada uno, y más él, tiene la atención más centrada en satisfacer su propio placer en un tiempo record”.
  2. “La mujer disfruta más del sexo rápido, dado que su cerebro, el órgano más poderoso de la sexualidad, consigue de antemano que el encuentro resulte excitante”.

Y tal y como puede verse, y con independencia de lo que pudiéramos aceptar como Verdad (que si fuera verdadera nos eximiría hablar tanto de Igualdad), la mujer es siempre más y mejor aun a pesar de la manifiesta incompetencia (por egoísmo ¿innato”?) del varón, que siempre es el malo en todo.

Y como también puede verse la cosa va, ya como en todo, de récords… y de amor, mucho amor.

[En su artículo, el gran Javier Cercas dice en negrita:

No entiendo que después de siglos de maltratos y explotación despiadados, las mujeres sigan aguantándonos, queriéndonos y cuidándonos”

Ante su manifiesta ignorancia respecto al conocimiento de la mujer, yo le contesto:

*Comparativa que resultaría innecesaria en caso de que se creyera verdaderamente en la Igualdad.


**Sí, 3 minutos, que de eso es de lo que estamos hablando, según el artículo de la revista: de sexo rápido, eso que está de moda “aupado por las apps de contactos”. 3 minutos es el tiempo considerado para hablar de sexo rápido por comparación al que los expertos determinan que es el habitual de una relación sexual normal, que según ellos es de entre 7 y 13 minutos. Lo que sin duda daría para otro análisis.

martes, agosto 29, 2017

Haiku mal parido

Ayer me reí del inserso
¡Plof!
Hoy el inserso se ríe de mí

martes, agosto 22, 2017

Poema (en prosa)

Sinceramente


Te ha pasado por idiota, aunque quizá fuera previsible. Que lo fueras, quiero decir. ¡Idiota! Porque tú y las tuyas lleváis ya mucho tiempo introduciéndoos tierra adentro, quizá demasiado, y seguro que con toda la asertividad de la que sois capaces, o al menos de la que sois capaces de reivindicar en público. Así que te ha pasado por idiota, por meterte, demasiado, tierra adentro, algo que como digo lleváis haciendo demasiado tiempo desde un tiempo a esta parte. Riéndoos de nosotros, los de mar afuera (que diríais vosotras), de forma tan clara como contundente. Así que te ha pasado por idiota… aunque fuera previsible; lleváis quizá demasiado tiempo riéndoos de nosotros cuando, cada vez con más asiduidad, os metéis mar afuera (que tú dirías). ¡Idiota! Que eres idiota. Por adentrarte tanto, por adentrarte y reírte. Y no tanto por reírte de nosotros como por reírte de nuestro futuro, porque tú, como todas vosotras os reís de nosotros, pero también de nuestro futuro; yo diría que especialmente de esto último. Así que me alegro, idiota, que eres una gaviota idiota, como todas. Te adentraste demasiado, riéndote, y te ha salido el tiro por la culata; te has dado un trompazo tremendo contra un coche. Huyendo de mi sombra te has empotrado contra un coche, gaviota idiota. Y ni Juan Salvador Gaviota ni hostias. ¡Eres tonta!, tan tonta como todas las tuyas, gaviota.

jueves, agosto 17, 2017

Es que me muero de risa con el mundillo del Arte

Es que me muero de risa con el mundillo del Arte

Al parecer hay alguien que ha decidido “comprobar si en la era digital aún es posible crear historias fraudulentas”; se trata del subtitular de una noticia que ocupa media página (con 2 fotografías) en la sección de cultura. Ante lo que yo me pregunto en estos mismos términos, ¿cómo que si es posible… en la era digital… ¡aún!… crear historias fraudulentas? ¿Cómo que “aún”? ¿En la era digital? ¿En la era que definitivamente ha convertido en ingenua, cuando no en estúpida, toda posibilidad de creer en la existencia de Verdad alguna? ¿Precisamente en esta era, la era que por carecer de Verdad, entre otras cosas, se encuentra promiscuamente disponible al engaño y al fraude?

Así que me digo a mí mismo, a quién si no, sólo un idiota dudaría acerca de la capacidad de la red -en tanto que medio de comunicación masivo, universal e incontrolado- de generar mentiras. Incluso las más grandes, diría. Es más, sólo un idiota creería en la inocencia de la red, me sigo diciendo, sólo un idiota pondría en duda la perfecta capacidad de mentir de la red, la capacidad de generar engaños. Y no tanto de mentir como de “inventar”, de “crear” contenidos que nada tienen que ver con Verdad alguna, continúo diciéndome, porque ha sido precisamente la red la que ha convertido a todo Dios en la más genuina representación del escéptico con ansias de creer en algo, en la más pura representación del no-Dios más gnóstico. El ser digital es lo que tiene, me digo, que es (tiene que ser) escéptico por necesidad, pero siempre dispuesto a abandonar su –mal llamada- zona de confort para generarse “ilusiones”. O mejor, que es (tiene que ser) escéptico porque sabe perfectamente que la red está ahí, entre otras cosas para engañarle (con la invención de historias, muertes falsas de famosos, suplantaciones de identidad, definiciones falsas, recreaciones mentirosas, noticias imposibles, imágenes que mienten sobre lo que dicen ser ...). Así, sólo un idiota podría sentir la necesidad de demostrarnos que la red puede engañarnos, sólo un idiota haría un esfuerzo por demostrar lo que todo el mundo sabe (aunque lo sepa sólo por pura supervivencia).

La lectura completa del titular y el subtitular nos saca de dudas (y a partir de ahora cambiaré el nombre propio del protagonista de la noticia por el de Perico, pues no es mi intención escribir ad-hominen): “El fotógrafo Perico contó con la complicidad del IVAM para inventarse un artista valenciano, con la intención de comprobar si en la era digital aún es posible crear historias fraudulentas”.

Así, ya tenemos más datos: un fotógrafo, Perico, ha decidido comprobar si es aún (¿) posible en la era digital crear historias fraudulentas y para ello ha decidido elaborar un plan que debía contar, misteriosamente (pues nada hace que tengamos que vincular una intención en principio netamente sociológica al asunto del Arte), con la colaboración de la máxima representación de una Institución, en este caso la del Arte, un Museo de Arte Contemporáneo. Y por otra parte (o antes que nada) está el titular, ya en un tipo más grande, que reza “La falsa historia del fotógrafo Ximo Berenguer”. Así, entre una cosa y la otra tenemos el resumen de la noticia: un fotógrafo, Perico, se ha inventado a otro fotógrafo, Ximo, para poder demostrar que, muy probablemente, aún es posible crear historias fraudulentas en la era digital. ¡Qué grande este Perico! Y además no lo ha hecho a solas, sino que lo ha hecho con la complicidad y connivencia de un gran Museo. Definitivamente este Perico no tiene nada de idiota, por mucho que sólo un idiota pueda dudar acerca de la capacidad de la red de crear historias fraudulentas. Qué risa con la paradoja.

Pero en realidad hay que leer la noticia para entender de verdad de qué va la cosa. Sólo así uno puede enterarse de que el fotógrafo no es un fotógrafo cualquiera sino un Premio Nacional de Fotografía; de que fue él mismo quien desveló el engaño que había creado, lógicamente para un público súper-enrrollado y muy poco exigente con la adquisición de conocimientos (¿ontológicos?); de que lo desveló, ¡o casualidad!, el mismo día de la presentación de su producto artístico, el que demostraba que sí, que aún se pueden crear historias fraudulentas; un producto que no sólo estaba/estaría a la venta sino que en parte ya había sido adquirido por el IVAM… y por otras instancias vinculadas al mundillo/mercadillo del Arte.

Pero hay más: conforme se va leyendo la noticia y se van descubriendo nuevos datos sin duda más graciosa se torna. Al menos para quien conociendo las estrategias del mundillo, no deja, a pesar de todo, de sorprenderse cuando las ve funcionar tan bien entre… los propios del mundillo, sobre todo a estas alturas de una más que cuestionable  existencia del Arte. Aunque no tanto para aquellos que nunca dudaron sobre las capacidades maléficas de la red, que nada tienen que aprender (respecto a unas dudas que no comparten con Perico porque no las tienen) y sobre todo nada que comprar. Así, se nos cuenta cómo el fotógrafo Perico fue generando la estrategia contaminando primero la red y buscando cómplices después. Y es en este punto -y hago un pequeño paréntesis- donde ya decido que definitivamente Perico es cualquier cosa menos un idiota… por muy idiota que pudiera ser todo aquel que dudara acerca de la posible capacidad de la red de crear historias fraudulentas. Qué risa.

Así, se nos cuenta, sigo, cómo a Perico no le bastó la colaboración y la complicidad del director del IVAM y que contó, también, con el Consejo Asesor y el Consejo Rector del museo (todos del mundillo), con un famoso comisario de arte (del mundillo), con un galerista espabilado (del mundillo y mercadillo), con una galería de arte prestigiosa (del mundillo y mercadillo), con la Facultad de Bellas Artes (del mundillo) y con la Facultad de Historia del Arte (del mundillo). En fin, con todos aquellos que con independencia de los resultados respecto a su proyecto, (que no era otro que el de resolver una duda: la de si aún… en la era digital… etc.), formaban parte de la gran familia, esto es, del mundillo y mercadillo. Y no contó con aquellos que nunca hubieran dudado acerca de la por todos conocida posibilidad de fraude que habita en la red.


Así es el Arte del hoy, o mejor, así son los artistas del hoy: personajes que se inventan unas dudas siempre profundas y “comprometidas”, las hacen extensibles a la humanidad a través de su filantropía creativa, se las resuelven entre ellos a su manera (generando productos y teorías), se las cuentan a sí mismos (mercadeando) y se la chupan en grupo. Es que me muero…

domingo, julio 30, 2017

Hegel y el progreso

O Hegel y el progresismo


Para la común y más extendida forma de historiar el Arte y la Cultura los periodos históricos no son sino esos lapsos de tiempo en los que un determinado Espíritu se ha manifestado de una concreta forma aun con todas sus pequeñas variables y excepciones. Esto es, se ha manifestado de forma colectiva, en las formas supraindividuales de las naciones o de los periodos. De tal forma que es el espíritu de Hegel el espíritu más reencarnado del mundo… y por tanto de la Historia Universal. Así es como cierto entendimiento de la Cultura y de las Civilizaciones ha logrado imponerse durante más de 200 años: considerando que cada época se manifiesta de una determinada manera evidente… a través del producto que resulta más representativo. Nadie (¿) ha podido evitar el influjo poderoso de Hegel ni aun toda la obsesiva determinación por distanciarse de él, como le pasó al bueno de Burkhardt, el padre de la Historia Cultural, que no pudo apartarse de Hegel ni un minuto. Todas las críticas, las apostillas, las correcciones, las refutaciones, los remedos, las aportaciones de filósofos historiadores y antropólogos a las tesis de Hegel no han servido, al fin a la postre, más que para perfeccionar la necesidad de entender las épocas a partir de las entidades supraindividuales. Y de entender la Historia como despliegue de la mente divina que cobra sentido en la inevitable autorrealización del Espíritu. Es Hegel quien nos presenta el desarrollo de las artes como un proceso lógico que acompaña y regula el desarrollo del Espíritu y él, por tanto, quien implanta un Sistema que no ha podido ser orillado por todo el pensamiento que durante más de 200 años se ha ido considerando a sí mismo progresista. En efecto, así fue como durante esos más de 200 años “TODOS” los expertos en Arte y en Historia se abandonaron a esta religión del Progreso con fines de Autorrealización del Espíritu y configuraron esa Historia del Arte que es UNA y sólo UNA. Y quien conserve alguna duda respecto a esa unicidad tan radical que intente hacer un listado de artistas ordenados cronológicamente de los siglos XIX y XX, por ejemplo. A ver si le sale un lista distinta de la que todos conocemos.

Así, la “voluntad artística” de Riegl y el matiz al respecto de Worringer, la dualidad de conceptos de Wölfflin, el psicologismo historicista de Burchardt, el método iconológico de Warburg, el enfoque personalista de Morelli, el idealista de Croce, el biocéntrico de Huyghe, el psicoanalítico de Kris, el sociológico de Francastel, los revisionismos de conservadores como Rene Clair, y sobre todo las variaciones marxistas de Hauser, Plejanov, Lukacs, Antal y Argan, no son más que pequeñas variaciones que confirman que la Historia es UNA y que el Arte, gracias a esa Historia ha superado sus pueriles jugueteos con la Belleza para pasar a ser la “expresión y realización del Espíritu”.  

La semiótica, el estructuralismo, la fenomenología, el existencialismo, el postestructuralismo, la hermenéutica, la lingüística, el psicoanálisis, etc., no consiguieron ser otra cosa (en su aproximación al mundo del Arte) que disciplinas excéntricas del saber puestas al servicio esa Historia que sólo puede ser UNA. Rosalind Krauss, por ejemplo, hizo un esfuerzo colosal por revisar el arte desde el punto de vista del psicoanálisis y lo que le salió es una interpretación excéntrica de los artistas que conforman… esa Historia del Arte que es UNA. Barthes, por su parte, se empeñó en hablar del grado cero del autor pero  a poco que se descuidaba recurría a Avedon y Stieglitz para explicar la fotografía. Aportaciones interesantes, pues, para la Historiografía que no varían un ápice la Historia UNA.

Por eso vale la pena insistir: si alguien quisiera comprobar hasta qué punto la Historia del Arte es UNA no tendría más que citar cronológicamente los nombres de los artistas que conforman una historia lineal del Arte. El resultado no podría que ser otro que el configurado por esa única historia elaborada desde ese pensamiento que se piensa a sí mismo como progresista. (Otra cosa sería hablar de lo que pasa una vez la Historia del Arte ha quedado cerrada, esto es, muerta y por ello es sólo una cuestión de pasado).

De hecho Hegel nos presenta el desarrollo de las artes como un proceso lógico que acompaña y regula el desarrollo del Espíritu. En su Sistema, Todo Arte –así como Toda Cultura- existe por derecho propio. Todo lo producido (en pasado, da igual si se trata de un cuadro o una guerra) representa una etapa hacia la realización del Espíritu, con lo que todo fenómeno histórico queda legitimado desde su misma existencia. No existiendo, además, la posibilidad de que la Historia hubiera podido equivocarse. El progreso, por tanto, como proceso de una evolución del Espíritu (divino) que se piensa a sí mismo en un proceso de ascenso que conducen a la plena autoconsciencia.

Así es como Hegel pudo engatusar no ya tanto a tantos expertos en Arte y configuradores de esa Historia del Arte que es UNA, sino, también, a todos aquellos que se pudieran ver reflejados en esa tesis justificativa de los acontecimientos –pasados- en tanto que producto de las determinaciones de esos personajes que el propio Hegel llamó “individuos histórico mundiales”.

Porque en efecto, si algo de Hegel ha llegado más lejos que su influencia en expertos del Arte y su Historia, ha sido sin duda la Filosofía de la Historia, que desarrolló con esa concepción de los hechos/acontecimientos entendidos como procesos inevitables del progreso. De ahí su admiración por los soberanos, esos seres que tomaban las riendas de la Historia para conseguir que el Espíritu se desplegara firme –y adecuadamente- hacia su plena autoconsciencia. Los soberanos, que no son otros que los verdaderos filósofos/poetas de la Historia (de esa Historia que es Filosofía de la Historia como todo Arte es Filosofía del Arte), los inoculadores de la Razón (astuta) en la Historia, en fin, los “individuos histórico mundiales”, en definitiva los líderes mundiales que de alguna forma dirigen el decurso de la Historia con sus siempre sabias decisiones y determinaciones, ya sean esos soberanos Generales, Jefes de Estado o Iluminados.

Sabemos lo que Hegel pensaba de Napoleón de la misma forma que sabemos lo que de Hegel pensaban Marx, Stalin, Lenin, así como, y salvando las distancias, los influyentes pensadores de la Teoría Crítica, o los de la Escuela de Francfurt, todos followers de Hegel, si bien con distintas intenciones en la aplicación de los mismos principios sistémicos. En cualquier caso se trataba de entender el proceso como un ascenso de categorías lógicas que desde lo dialéctico (como forma de superación de las contradicciones) conducen al despliegue del Espíritu, a su plena autoconsciencia.

El contenido fundamental de la empresa hegeliana, totalizadora y sintética, es la Idea, que siendo sustancia misma de lo que es, se despliega a través de la dialéctica, que a su vez no es otra cosa que la superación de las contradicciones. Y esto es, valga la pena el anticipo, lo que siempre puso cachondos a los pensadores que se pensaban a sí mismos progresistas, y sobre todo a quienes tocados por la Razón Divina (“individuos histórico mundiales”) decidieran imponer la superación de las contradicciones de un único modo.  Así, someter la Historia a la luz de la Razón y a la impronta de la Idea (proyecto propuesto por Hegel cuyo éxito ha ido configurando la Historia Universal de la Humanidad) no era otra cosa que poder decir respecto a la invención de las armas de fuego: “la humanidad las precisaba y, de repente, helas ahí, al alcance de sus manos”, para poder asignar a la Guerra un plano abstracto, esto es, elevado, para poderla considerar un instrumento del Espíritu.

O por decirlo de otra forma, gracias a la superación de contradicciones, y a través del ejercicio dialéctico, para Hegel todo lo negado no es relegación sino integración; no hay pues aniquilamiento de lo negado sino incorporación al Todo. Y para aclararlo recurre a ese capullo que se convierte en flor; el capullo es negado por la flor pero no aniquilándolo, sino conservándolo. La superación de contradicciones, por tanto, como acción de suprimir y negar conservando, sin aniquilar: lo negado es integrado en una síntesis que unifica los momentos antitéticos. De esta forma lo negativo cobra un papel importante en su Sistema en tanto que destruye, mantiene y también conserva. Así que ya sabemos cuál es el momento exacto por el que Hegel ha puesto tan cachondos siempre a los pensadores que se han creído a sí mismos progresistas: ese en el que aceptamos que la construcción de sentido mediante la acción política (siempre guiada por las astucias de la Razón) tienen inevitablemente un coste. Tal y como puede serlo, por ejemplo, el de la Guerra. Un coste que mida como se mida siempre será el inevitable en la consecución del objetivo, que no puede ser otro que el que el Espíritu se realice.

Así que ahora ya estamos en condiciones de entender mejor esa afirmación que hacíamos más arriba, la de entender el progreso como un ascenso de categorías lógicas que desde lo dialéctico conducen al despliegue del Espíritu, a su plena autoconsciencia, para poder justificar a los soberanos en la toma de decisiones tales como la de provocar una guerra. La Guerra no deja de ser para Hegel una simple síntesis que unifica los momentos antitéticos; un ejercicio de integración relativa que tiene unos costes siempre inferiores a los beneficios que proporciona encaminarse adecuadamente hacia el despliegue del Espíritu. Los soberanos, es decir los “individuos histórico mundiales” no tenían que conocer la Historia sólo tenían que orientarla, como dice José Luis Pardo en su excelente Estudios del malestar. Y la Historia nunca se equivoca, que por algo está confeccionada por individuos –seguro que histórico mundiales- que ineluctablemente han acertado en sus decisiones valorando adecuadamente los costes.

O dicho aún de otra manera; entender el progreso como un proceso en ascenso de categorías lógicas que desde lo dialéctico –y su consecuente superación de contradicciones- conducen al despliegue del Espíritu, a su plena autoconsciencia, no es sino una forma peculiar de poder decir, entre otras cosas, “viva la Guerra en su inevitabilidad”. Algo que vino muy bien a todos aquellos que se creían progresistas, ya digo, hablando de derecho pero despreciando la libertad. Fe ciega, por tanto (la de quienes se creen progresistas), en los soberanos, los verdaderos poetas/filósofos de la Historia. O lo que es lo mismo, fe ciega en ese soberano que representa al Estado, “esa instancia social que ha alcanzado la plena consciencia de sí misma” en palabras del mismo Hegel.

Es una forma peculiar de ver la Vida (la Historia Universal en tanto que autorrealización del Espíritu) ésta de asignarle pleno valor (en su doble acepción) a las decisivas determinaciones de esos soberanos que –gracias a las astucias de la Razón- nunca se equivocaban en sus declaraciones de Guerra. Una peculiar forma de ver la Vida ésta, la de considerar que la Guerra es un instrumento del Espíritu; tan peculiar como la de todos esos followers de Hegel a los que les pone tan cachondos esa justificación de la invención de las armas y la pólvora basada en el proceso dialéctico; una forma peculiar de ver la Vida ésta, la de atribuirle a la Guerra lo que no se le quiere atribuir a la búsqueda de condiciones para la Paz. ¿Acaso no resulta tan peculiar como coherente que las tesis de Hegel pongan cachondos a quienes se creen progresistas? A Hegel le ponía cachondo Napoleón y a sus followers les pone cachondos ese Hegel al que le poneía cachondo Napoleon. Todo cuadra. A Hegel le ponía más cachondo Napoleon que los comerciantes anónimos de la misma forma que a los followers de Hegel les pone más cachondos Hegel que los comerciantes anónimos, sobre todo si estos acababan siendo empresarios. Entre otras cosas porque los followers de Hegel han realizado con las tesis de Hegel una pirueta retórica cogiendo de ellas la parte (que les interesa) sin dejar de asignar a esa parte el valor del todo. Pero también porque el pensamiento progresista de los followers de Hegel (que no solo son historiadores al estilo Hobsbawn o Hauser, ni pensadores al estilo Marcuse o Adorno, sino soberanos amparados por la legitimidad de (alg)ún Estado) prefiere creer en lo épico/sagrado antes que en lo puramente profano. Resulta más épica una Guerra que un cúmulo de libre-comerciantes generando ciertas posibles condiciones de Paz. Hegel creía más en la pólvora que en los gremios de artesanos y sus comerciantes. Y los actuales followers de Hegel, que tan progresistas se creen defendiendo la redistribución de bienes, se pirran por esos soberanos que defienden los intereses de “su” pueblo con independencia de los costes que pudiera tener que soportar ese “su” pueblo.

Si uno mira atentamente el Guernica de Picasso sabe por qué su reproducción colgaba en las paredes de todos aquellos que se consideraban progresistas en los años 50, 60 y 70: no tanto por su rechazo a aquella guerra concreta como por la fascinación que provocaban unas imágenes indudablemente cruentas, es decir, no tanto por representar Guernica cuanto por representar la Guerra, que les fascinaba (si no, no hay otra forma de entender el hecho de tener presentes esas imágenes cruentas constantemente en tu propio hogar). Lo que no podían permitir aquellos que se consideraban progresistas –y por ello colgaban el cartel del Guernica en sus casas- es que no hubieran ganado los buenos, solamente eso.


En Los ángeles que llevamos dentro el psicólogo evolucionista Steven Pinker sostiene, por el contrario, que el comercio “elimina el incentivo del adversario a atacar, ya que se beneficia de intercambios pacíficos de igual modo […] Una vez la gente entre en relaciones de intercambio voluntarias se ve incentivada a tomar las perspectivas del otro para hacer el mejor negocio, lo que a su vez puede llevarlos a una consideración respetuosa del interés del otro”. Y añade poco más adelante: “Las élites intelectuales y culturales siempre se han sentido superiores a la gente de negocios y no se les ocurre atribuirles a los comerciantes algo tan noble como la paz”. Donde pone “élites intelectuales y culturales” podemos poner aquellos que se consideran progresistas, dando lo mismo que con ello se haga referencia a soberanos, historiadores, filósofos o concejales de cultura. Porque todos ellos creen en el plan de la Historia, o mejor, que la Historia tiene UN plan, que no es otro que aquel que le permita desarrollarse hasta la consecución de la realización del Espíritu. Algo que sólo será posible si se hace, lógicamente, desde el intervencionismo, con el Estado como máxima expresión de la voluntad divina. Así, si algo queda realmente aniquilado en este esquema es la libertad como concepto, pues el plan implica obediencia al patrón supuestamente encarnado en el Estado (a través del soberano, que puede ser un General, un Jefe de Estado o un Iluminado). 

miércoles, julio 26, 2017

Lucifer

Lucifer

Estaba sentado en la barra como de costumbre, tomándome un vino como de costumbre y a la hora de siempre si es que pudiera haber algo parecido a un siempre más allá del sentimiento puro, que lo dudo. Pero, sí, allí estaba yo en el mismo lugar de siempre, que no siempre es el mismo, aunque sí, y a la misma hora de siempre tomándome un vino, en la barra y sentado en esa parte de la barra que me permite ver bien prácticamente todo el en derredor.

Estaba yo sentado en la barra donde suelo hacerlo habitualmente, esto es, donde suelo hacerlo siempre, cuando se acercó un tipo que se sentó a mi derecha. No sé, hubo un algo que me dijo que no se había sentado junto a mí casualmente. Se le veía algo inquieto y sin saber dónde mirar. ¿Cómo puede no saberse dónde mirar? me dije a mí mismo, a quién si no. Se situó en paralelo a mí, mirando hacia afuera y en perfil tres cuartos respecto a la barra que quedaba detrás. Así, en principio, los dos debíamos ver lo mismo, otra cosa era lo que pudiéramos mirar. De vez en cuando rectificaba su posición y se giraba hacia mi lado, en principio sin mirarme pero con la clara intención de dejarse ver por mí pues en ese lado apenas había nada que ver, bueno sí, las camareras; detrás de mí se encontraba el lugar donde las camareras recogían las comandas de los clientes; y también una televisión de gran formato retransmitiendo deporte ininterrumpidamente, fuere cual fuere, en ese mismo momento, cricket. Hubo un momento en que me miró de reojo, lo que me hizo girar la cabeza en dirección opuesta y alzar la vista hacia un punto absurdo.

Al momento me llamaron por teléfono; se trataba un amigo que solicitaba conversación acerca de nuestra empresa común, un negocio que estábamos comenzando juntos. Me di la vuelta e hinqué los codos sobre la barra, de forma que pudiera aislarme de la gente lo máximo posible. Estoy seguro de que mi vecino no podía escuchar lo que yo decía debido a mi posición y al ruido de fondo. En cualquier caso nada más colgué ese tipo se dirigió a mí con estas palabras, “hay que ver cómo es la gente”. Yo no sabía qué responder, de hecho no lo hice, había en sus palabras algo siniestro. Hay que ver cómo es la gente, no sé, no le entendí muy bien pero sé que algo quería decirme y que además no se trataba de nada bueno. Lo había dicho mirándome de soslayo y esperando cierta complicidad por mi parte. Yo lo ignoré con un levantamiento de hombros pero no podía evitar sentir la presencia de quien, seguro, se había puesto a mi lado porque quería algo de mí. Que así era.

“Antes me fiaría del camarero –se detuvo unos instantes y continuó- y espero que nadie se ofenda por lo que digo”, dijo en uno de esos momentos en los que la casualidad, provocada por la necesidad de moverse en una banqueta no demasiado cómoda, hizo que nuestras miradas se cruzaran siquiera levemente. No lo pude evitar, ¿nadie?, pensé en voz alta. “Sí, nadie”, contestó con seguridad pero con una sonrisa ladeada.

Yo estaba incómodo por muchas razones pero se trataba de mi vino de siempre en el sitio de siempre y en la banqueta de siempre, así que lo único que tenía que hacer era, simplemente, ignorarlo. Nadie me iba a aguar la fiesta, nadie. Pensé entonces que había escuchado la conversación telefónica con mi amigo y por eso me había dicho aquello, si bien es cierto que no dejaban de rondarme por la cabeza esas frases… Hay que ver cómo es la gente; hay que ver, ¿ver?, ¿ver del verbo ver?, ¿qué gente, mi amigo? ¿de quién se fiaría tan poco hasta preferir fiarse antes del camarero?, ¿de mi amigo o de algo que él había visto y a mí se me había escapado? Me miró sonriente, estiró la mano y me dijo “me llamo Fernando, te he visto otros días por aquí”. Sin embargo a mí no me sonaba de nada, y eso que en ese bar de siempre lo único que hago, además de beber, es observar, diría que con cierto nivel obsesivo.

Aturdido por las dudas no la vi venir hasta que la tuve encima, una rubia de siluetas generosas que se sentó en la banqueta de mi izquierda. Yo estaba en paralelo a ella así que pude verla de reojo con bastante claridad. Llamó al camarero con el brazo y le pidió un Trending Topic. Era la primera vez que oía ese nombre en un bar, así que esperé a ver la reacción del camarero, que no la hubo, más bien le dijo con toda naturalidad “en seguida” mientras le levantaba el pulgar.

“Es sólo una forma de hablar”, me dijo el tal Fernando mientras yo pretendía no perder ojo a las acciones del camarero, necesitaba saber lo que era un Trending Topic, pero hubo un momento en que me perdí, demasiados ingredientes en la coctelera que desconocía. Además Fernando presionando por mi derecha y la rubia con toda su presencia por mi derecha. Demasiado.

El camarero vierte entonces el contenido de la coctelera en una copa pequeña, que la rubia coge con sutileza pero con cierta ansia, acerca sus carnosos labios y realiza una pequeña absorción ruidosa. Con una mirada entre natural y libidionosa, si es que esa combinación pudiera existir, me dice “hay que ver lo bueno que está esto”. Miro al camarero que a dos metros de mí se encuentra secando vasos y me lanza lo que sin duda es una sonrisa cómplice. Hay que ver, ¡de nuevo!  ¿Qué es lo que hay que ver?, me digo a mí mismo, a quién si no. Sé que podría tratarse de una frase hecha, pero no en este caso. Y tampoco creo en las casualidades.

Me encuentro como en una encrucijada, ahora el que no sabe a dónde mirar soy yo. No tengo ganas de darle conversación al tal Fernando y la rubia me tiene mosqueado, hay algo en ella que, no sé, no veo claro. El tal Fernando la mira, pero atravesándome, no hay otra porque me interpongo entre ella y él. Noto que tiene ganas de decir algo. Así él en unos segundos: “tempus fugit, amigo, tempus fugit”. ¡Vaya, esto sí que no me lo esperaba! Un desconocido, con una pinta algo más que discutible ¡estaba sentenciado en latín! Yo ya no me hacía preguntas respecto a lo que pretendía el tal Fernando, que en realidad no me importaba tanto, sólo me hacía preguntas respecto a lo que yo tenía que hacer con todo aquello.

La cosa es que de forma espontánea me sale contestarle: “la verdad es que ciertamente no puedes fiarte de tus percepciones inmediatas y que hay que dejarse llevar por la intuición… y yo, pues prefiero fiarme de la gente”. El tal Fernando me miró durante unos segundos en silencio, ladeó ligeramente la cabeza y me dijo “nada es lo que parece pero todo es lo que ves”. Caramba, me dije a mí mismo para mis adentros, a quién si no, este tipo no es un cualquiera, seguro que con dos frases más se destapa y me intenta vender algo, lo que sea, una colonia, un dolor, una duda o un discurso. Pero antes de que me diera tiempo a reaccionar la rubia se dirige a nosotros sin mirarnos a los ojos y con la copa en la mano dice, “algo de eso hay”. Esto sí que ya era demasiado para mí. Los dos personajes me tenían acorralado y se había establecido entre los tres una conversación de lo más críptica. Sugerente, sin duda, pero inquietante.


Algo de eso hay… se repetía en el interior de mi cabeza acordándome de mi tía Josefina, que también ella repetía esa frase sin cesar, viniera o no viniera a cuento, sin bien ella lo hacía hacia el exterior de la suya, de su cabeza. ¿Ago de eso hay… de qué? ¿De que nada es lo que parece? ¿De que todo es lo que vemos? ¿De que lo que vemos es siempre el todo? ¿De que el tiempo pasa volando? ¿De que por eso hay que aprovechar el momento? ¿Cómo podría aprovechar yo el momento, ese momento? Así me encontraba yo aturdido ante tanta duda cuando la rubia dijo “Fer, creo que esta vez nos hemos equivocado, este tipo no es de los nuestros…”. ¡Hostia!, me dije a mi mismo, a quién si no, ¡estos tipos ya se conocen! Y antes de que pudiera seguir elucubrando posibles reacciones ante tan extraña situación ella remató su sentencia “…no va a hacer nada con nosotros, ya te digo, no es de los nuestros”. “Tienes toda la razón Luciana, por esta vez nos hemos equivocado, la lástima es que tú habías puesto mucho interés en él, lo siento por ti” contesto el tal Fer como si yo no estuviera. Sin mediar más palabra la tal Luciana pidió la cuenta al camarero, éste le devolvió el cambio con una sonrisa pícara mientras le decía “siempre es un placer volverte a ver Luci”. Había pagado su Trending Topic y el vino del tal Fer, que por cierto había desaparecido sin más. Mientras se alejaba, la tal Luci murmuró, “hay que ver cómo están cambiando las cosas… o es que últimamente estamos teniendo mala suerte, no sé, un desastre”. Yo me quedé pensativo, dejé de mirar a mí alrededor porque en esos momentos no existía alrededor alguno, me encontraba realmente desconcertado… Fernando y Luciana, Fer y Luci… o lo que es lo mismo Luci… y Fer.

miércoles, junio 07, 2017

Goytisolo

Cuánto amor ha mostrado siempre Goytisolo por África en general y por el norte de África en particular; cuánto amor mostrado hacia el norte de África en general y hacia Marrakech y Tánger en particular; cuánto. Cuánto amor ha destilado siempre Goytisolo hacia la cultura islámica en general y hacia sus amigos islámicos en particular, todos ellos amigos de buena fe, amigos con buena fe. Cuánto amor ha demostrado tener siempre Goytisolo hacia “un lugar”, el norte de África, ese lugar adonde se trasladó a vivir allá por principios de los ochenta; amor inversamente proporcional al que sentía por cierta parte de España, que no por toda ella, aunque también. De hecho, multiplicando el amor que sentía hacia Marrakech por cualquier número Goytisolo dividía por el mismo número el amor que sentía hacia buena parte de España, que no de toda, pero sí hacia aquella a la que consideraba “retrasada”. Cuánto amaba a todo el norte de África y cuanto rencor sentía hacia buena parte de España el bueno de Goytisolo. Cuánto amaba Goytisolo el norte de África y cuánto amaba su cultura que tanto defendió, aunque fuera a costa de que naciera en él cierto desprecio hacia la parte “ignorante” y por ello “retrasada” del país que le vio nacer. Pero el pobre Goytisolo ha muerto. Al parecer tenía pocas últimas voluntades, pero una de ellas la había dejado clara a sus amigos, esos vecinos, amigos y compadres con los que departía a diario allí en esas fantásticas ciudades en las que vivió  y que tanto amó... en el norte de África. Sí, pocas cosas había dejado tan claras a sus amigos, vecinos y compadres como la de que no quería ser enterrado sino incinerado. Así, ser incinerado era una de sus últimas voluntades, quizá la verdaderamente última. Por eso, sus amigos, vecinos y compadres se han pasado su última voluntad por el arco de triunfo y lo han enterrado. Con el mismo ímpetu que Goytisolo dejó claro que quería ser incinerado sus amigos, vecinos y compadres lo han enterrado debido a las creencias de ese país en el que le sobrevino la muerte y de donde son esos amigos, vecinos y compadres que se han pasado por el forro su última voluntad, quizá debido a las creencias de esas ciudades africanas que tanto amaba Goytisolo. Sí, las creencias. 

sábado, junio 03, 2017

Amor

Venía yo de unos esos eventos en los que corresponde felicitar al protagonista te guste o no su producto exhibido mientras todo el mundo sonríe con una copa en la mano. Y cuando digo todo el mundo me refiero, en este caso, a los asistentes de ese particular evento, que como todos los de su especie, tanto propician a todo el mundo, digo, a sonreír con una copa en la mano. Algarabía y mucha aparente alegría, aunque no sé por qué digo lo de aparente. Venía yo de allí, decía, de la inauguración de una exposición de arte, cuando observé de lejos una extraña forma estática que no se correspondía con una figura humana, diría. Estaba lo suficientemente lejos como para no saber de qué se trataba pero lo suficientemente sobrio para intuir qué es lo que podía ser, pero sin verlo claro.

Debido al horario en el que todo esto sucedía no había mucha gente en la calle, no sé, quizá estuvieran cenando, me dije. O quizá sí la había, la gente, en la calle, pero yo no la veía. O quizá se trataba de una percepción provocada por el contraste, quiero pensar, porque podría jurar que la calle se encontraba realmente vacía; y digo contraste porque, como creo haber dicho, la galería de arte se encontraba repleta de gente que sonreía con una copa en la mano. Posiblemente había yo saludado a demasiada gente con una copa en la mano, sonriendo. A gente que con una copa en la mano sonreía.

Así, no sé si la calle estaba vacía o no, aunque creo que sí, al menos eso sentía volviendo de ese evento a una hora en la que todo el mundo debía estar cenando. Así, repito, fue volviendo de ese risueño evento cuando vi a lo lejos esa extraña silueta que no se parecía a la de un ser humano; aunque a lo mejor no sea apropiado hablar de ser humano para hablar de las dudas que tal impávida forma, humana pero no tanto, me provocaba. Porque ¿qué podía ser si no? Era extraña pero no tanto, repito. Era extraña sí, pero a lo mejor no se trataba tanto debido a su forma, que de alguna forma también, cuanto debido a su inmovilidad, a su absoluta inmovilidad.

Había salido de un evento que podría calificar de barroco, de hiperbólico, podría llegar a decir, por lo apabullante de las sonrisas y los saludos histriónicos, cuando, quizá por todo ello, me topara con esa extraña –así me lo pareció- forma que por lo menos me lo parecía de lejos. Extrañeza que seguramente provenía, con toda seguridad, digo yo, de haber vivido hasta hacía unos pocos minutos una experiencia de esas que podría calificar de barroca, si no de hiperbólica. La cuestión es que la calle estaba vacía, creo, y aquella extraña forma a la que me aproximaba me parecía extraña por dos cosas, por lo lejana que estaba en el espacio, el espacio que mediaba entre esa forma y yo mismo, quién si no, y por lo cercana que se encontraba de mi experiencia reciente, la que se había caracterizado por su exceso, por su aceleración, diría.

Cuando me aproximé lo suficiente se despajaron todas mis dudas, pero la calle seguía vacía y no sólo vacía sino incluso silenciosa, podría llegar a decir. Extremadamente silenciosa. Ya lo había avanzado antes cuando decía que estaba lo suficientemente lejos como para no saber de qué se trataba pero lo suficientemente sobrio para intuir qué es lo que podía ser. Y en efecto, algo de eso había, quiero decir, que aún no sabiendo a qué respondía aquella extraña forma, que al menos a mí me lo había parecido, no resultaba en el fondo difícil asociarlo a algo previsible, aunque vagamente. Al fin y al cabo estaba en una calle y no en un desierto. Así que cuando me aproximé lo suficiente descubrí que no se trataba de un espejismo, como podría haber sucedido si en vez de en una calle hubiera estado en un desierto y que se trataba de algo que el fondo era previsible, que lo era, aún cuando mi estado no me lo hubiera permitido admitir hacía un momento. El estado, claro, provocado por una experiencia acelerada, hiperbólica, la que precisamente confiere sentido a hablar de dudas, desconciertos, extrañezas y espejismos.

A unos metros –del bulto- se despejaron todas mis dudas, decía, y aquello que tan extraño me había parecido hacía un momento no era otra cosa que dos personas abrazadas, absolutamente inmóviles. Me fui acercando a ellos mientras ellos permanecían tan inmóviles como lo habían estado desde que me había yo fijado en ellos sin saber que se trataba de ellos, es decir de una pareja de amantes que se encontraban abrazados, amarrados, inmóviles y con los ojos cerrados. El tiempo se había detenido para ellos, de eso no hay duda. El instante para ellos carecía tiempo y de espacio, podría decirse. No estaban allí porque no estaban ni aquí ni allí, que es una forma de estar en el universo cagándose en la muerte.

Pasé junto a ellos mientras permanecían estáticos, extáticamente inmóviles. Los sobrepasé y me volví para comprobar lo que además de previsible era inevitable, diría. Allí seguían abrazados, con los ojos cerrados y cagándose en la muerte. Llegué a mi casa, me acosté y me dormí. Y allí seguían ellos abrazados, con los ojos cerrados y cagándose en la muerte.


Así que a unos metros –del bulto-, decía, se despejaron todas mis dudas, y aquello que tan extraño me había parecido hacía un momento era algo verdaderamente extraño: dos personas abrazadas, absolutamente inmóviles, con los ojos cerrados y cagándose en la muerte.

jueves, mayo 11, 2017

De la impuntualidad

Esperar no en sí mismo un problema, le dije, lo que me resulta francamente repugnante es esperar a alguien con quien he concertado una cita. Nada hay más despreciable que la impuntualidad, nada más repugnante que esperar a alguien con quien se ha concertado una cita -de común acuerdo- en un lugar concreto a una hora concreta, le dije. Porque esperar es algo normal, de hecho nos pasamos la vida esperando; así, esperar no es el problema. Lo que resulta francamente despreciable es la impuntualidad, como bien sabe Reger, le dije. Como a mí, a Reger le repugnan la impuntualidad. Nada hay más despreciable que quien no se toma en serio las citas, me dijo Reger el otro día. Y es que para mí, como para Reger, la impuntualidad es imperdonable, le dije; la impuntualidad es una absoluta falta de respeto. Si hay algo que no estoy dispuesto a consentir es la impuntualidad. Los impuntuales no son sólo eso, impuntuales, no, la impuntualidad lleva consigo asociadas otras cualidades de calaña parecida pero con repercusiones quizá menos concretas. Los impuntuales son siempre gente a la que les importa muy poco el otro, así pues, egoístas, le dije; los impuntuales no pueden no ser egoístas porque les importa más bien poco el otro, como dejan claro en la misma impuntualidad. No son capaces de darse cuenta que en la espera –en un lugar concreto a una hora concreta- los minutos de espera no suceden en progresión aritmética sino geométrica; no son capaces de darse cuenta que el otro se ha preocupado por ser puntual con todo lo que eso pueda haberle supuesto; no son capaces de imaginar, si quiera de lejos, que el otro puede haber movida cielo y tierra por ser puntual, para ser puntual. Por eso los impuntuales son despreciables, porque además de ser egoístas infligen un mal a aquel con el que han adquirido un compromiso. Los impuntuales son malos, son malas personas, y por eso son despreciables. Sé que hay gente, le dije, que creerá desmesuradas mis opiniones, pero seguramente se tratará de aquellos a los que les importe, y mucho, esperar, que por eso son de los que siempre llegan tarde y creen desmesuradas las opiniones de quienes ven tan despreciable la impuntualidad. Pero después de todo, y precisamente por todo ello, los impuntuales son unos desalmados, unos egoístas, unos canallas, le dije. Siempre habrá quien no le quiera dar tanta importancia a la impuntualidad, pero con toda seguridad se tratará de alguien a quien le importe, y mucho, tener que esperar, que por eso no les importa llegar tarde, siendo impuntuales. Que por eso son impuntuales, es decir, canallas, despreciables. 

lunes, mayo 01, 2017

De niños, adolescentes y adultos

 Ahí están ellos tecleando sus aparatitos con sus veloces y asquerosos deditos. Sentados todos ellos en el banco del parque, concretamente en el situado más cerca de la salida, tecleando sus aparatitos con una compulsión poco propia de seres de su edad. Así, sentados en el banco de forma desordenada pero nada casual, teclean todos ellos sus respectivos aparatitos cogidos con firmeza, con ambas manos diría, y moviendo los dedos a la velocidad de la luz, como si les fuera la vida en ellos, que les va, como puede observarse por la velocidad a la que mueven sus veloces y asquerosos deditos. No se hablan entre sí esos niños que se encuentran en el banco del parque sentados con sus aparatitos, esos aparatitos que miran fijamente como si les fuera la vida en ello, que les va. No hablan, no se hablan, sólo miran hacia sus brillantes aparatitos moviendo sobre ellos sus veloces y asquerosos deditos mientras llega un grupo de adolescentes que decide sentarse en el banco de enfrente. Tras unos instantes de risas los adolescentes toman posición definitiva del banco. Sentados de forma desordenada y sin que a ninguno de ellos se le hubiera ocurrido dar una orden de salida se ponen todos a teclear sus aparatitos con sus dedos asquerosos, dedos que no son ni de niño ni de adulto; dedos que no son como los dedos de esos niños que se encuentran en el banco de enfrente tecleando de forma asquerosamente compulsiva sus aparatitos brillantes; dedos que no son como esos gruesos dedos de adultos que tienen su padres. Resulta francamente repugnante ver a esos niños olvidarse de su infancia mientras se concentran en la luz que despiden sus respectivos cacharros, diría yo. Niños que se han olvidado de sí mismos debido a esos aparatitos que toquetean con sus asquerosos deditos veloces, aparatitos que pronto serán cacharros con bordes descascarillados que irán a parar a la basura después de una vida intensa si es que pudiera hablarse de vida cuando se habla de aparatitos. Resulta francamente repugnante ver a esos adolescentes actuando exactamente igual que los niños que tienen sentados en el banco de enfrente, ese banco que se encuentra junto al Frankfurt que se encuentra a la salida del parque. Adolescentes que se han olvidado de ser adolescentes después de haberse olvidado de haber sido niños mientras toqueteaban unos aparatitos brillantes que manejaban con ambas manos simultáneamente. Repugnante por desolador resulta ver a esos adolescentes toqueteando enfermizamente unos cacharritos mientras se le va la vida en ellos, por ellos a través de ellos, que se les va. Como desolador por repugnante resulta ver a esos niños que hacen lo mismo que esos adolescentes a quienes se les va la vida toqueteando compulsivamente sus cacharritos. No hablan entre ellos, sólo manosean de forma enfermiza por compulsiva esos aparatitos que pronto serán cacharros, diría. Así, mientras no hacen otra cosa, lo que hacen esos adolescentes es mover sus asquerosos dedos a toda velocidad sobre esos aparatitos brillantes que les fascinan. Así, mientras esos adolescentes no hacen otra cosa que mover a toda velocidad sus asquerosos dedos mientras se les va la vida en ello, que se les va, los niños del banco de enfrente no hacen otra cosa que mover sus asquerosos y veloces deditos sobre esos aparatitos brillantes por los que se les va la vida, que se les va. Allí están, junto a la salida del parque, sentados de forma desordenada y nada casual, un puñado de adolescentes que no hacen otra cosa que lo que les apetece, que es precisamente lo mismo que hacen esos niños que se encuentran sentados en el banco de enfrente que se encuentra situado a la salida del parque junto al Frankfurt. Niños que no hacen otra cosa que lo que les apetece: mover sus asquerosos deditos compulsivamente sobre unos aparatitos brillantes sumamente parecidos, si no iguales, a los que poseen sus padres, quienes habitualmente mueven sus dedos veloces, pero no tanto, pero sí más gruesos y por ello más asquerosos, sobre unos aparatitos brillantes, diría, que recargan todas las noches junto a la cama, en la mesita de noche. Así, esos niños que se olvidan de ser niños mientras hacen lo que hacen sus padres -siendo niños que no hacen otra cosa que manosear esos cacharritos como lo hacen sus padres, que recargan esos cacharritos todas las noches junto a su cama-, esos niños, digo,  no hacen otra cosa que lo que hacen sus padres, padres que con sus gruesos y patéticos dedos no hacen otra cosa que manosear sus aparatitos brillantes cogidos firmemente con las dos manos. Moviendo sus gruesos y asquerosos dedos a toda velocidad, que es una velocidad patética, como si les fuera la vida en ello, que les va, mientras se les va la vida en ello, que se les va. Y así Ad libitum.