miércoles, noviembre 08, 2017

Yo, el amante del amor

Yo, el amante del amor. O la regla
(no apto para mentes sensibles)

Nadie, y cuando digo nadie lo que queremos decir es... nadie, le ha dado la importancia que se merece al hecho en cuestión. Así que cuando digo nadie lo que queremos decir es exactamente eso, nadie. Nadie ha querido la importancia que se merece a la cuestión, pero la verdad es que el carácter de las mujeres, además de depender de los factores externos -o internos- que actúan igualmente sobre personas con otro sexo, también depende, y mucho, de su ovulación y en definitiva de la existencia de su periodo, de su regla. Poco tengo que decir sobre ello, paradójicamente, en la medida en la que sé que lo sabe al menos la mitad de la población mundial por experiencia propia, aunque, insisto, nadie hable de ello porque al parecer a nadie le gusta (?) hablar de ello. Aún a pesar de lo sumamente decisivo y determinante que resulta sobre el entorno de las mujeres una actitud que es voluble de forma continuada y cíclica por naturaleza.

Nadie quiere darle importancia, pues, al hecho de que el carácter de las mujeres sea variable de forma cíclica durante 12 (24) veces al año, y nadie lo hace aun a pesar de todos los desencuentros (¿menores?) que genera en la Humanidad esa variabilidad contumaz en lo que respecta a las relaciones sociales en general y las sentimentales y privadas en particular (y atención que hablo de desencuentros, no de otra cosa). ¿Por qué? No lo sé, pero algo intuyo. Porque cuando decimos variable o voluble para calificar un carácter que se manifiesta dispar o inconsecuente (sinónimos de voluble según la RAE) siempre de forma regularmente cíclica nos olvidamos de asignar la importancia que pudiera tener en las relaciones humanas. Porque lo que hacemos ignorando la cuestión no es otra cosa que desplazar cualquier intención de analizar las consecuencias. Que esas sí las conocemos de sobra. Y más ahora, donde el nihilismo sentimental se ha instalado en nuestra sociedad, no por otra cosa sino debido a una conculcación ideológica a la que nos ha sometido la Cultura de la Queja, tan Políticamente Correcta ella, tan displicente con el varón, criminalizado, con los varones todos, pues. Una ideología conculcada que tiene por fundamento (entre otros) un absoluto desprecio hacia el amor romántico.

En Las razones del deseo dice Sharon Moalem, “Es como si las mujeres buscaran aparearse cuando están ovulando, pero buscaran pareja cuando no lo están”. Y poco después apunta, en un estudio realizado en la misma universidad y publicado en Evolution and Human Behavior, que “era más probable que las mujeres fantasearan con otros hombres cuando su fecundidad estaba en su punto más alto”. Por otra parte la doctora Haselton dice “Hemos descubierto que las mujeres se sienten atraídas por hombres distintos a su pareja principal sobre todo cuando están en la fase de mayor fecundidad de su ciclo menstrual. Es decir el día de la ovulación y varios días antes”. En otros libros se hila más fino y se añade algo respecto al punto hacia donde se dirige esa volubilidad. Al parecer, lo que atrae a las mujeres en esos días de menor fecundidad es hombres amorosos, cariñosos, blanditos, ingeniosos, graciosos, colaboradores, etc., y lo que les atrae esos días de máxima fecundidad es tipos duros, varoniles, egoístas, decididos o incluso chulos. ¡En fin!


El otro día me encontré con una mujer a la que no veía de hace muchos años. Después de cierta conversación típica de reencuentro se adentró, con evidente ímpetu y ganas (?), en el asunto que en estos momentos le preocupaba hasta generarle un alto grado de ansiedad: su hija adolescente de 13 años con la que convive a solas. Por no alargarme iré directamente a su conclusión; así ella: “desde luego que a lo que no voy a estar dispuesta en ninguno de los casos es a admitirle esos cambios de estados de ánimo y esas salidas de tono que no son otra cosa que constantes confrontaciones directas sobre mi persona. Sólo hace 3 meses que tiene la regla y desde entonces nuestra relación se ha convertido en una montaña rusa. No, definitivamente conmigo que no cuente para usarlo de excusa o para que yo la excuse”.


No sé, de repente me he acordado de aquella otra mujer que un día me dijo recientemente: “la verdad es que no entiendo a los hombres, con lo fácil que resulta amar a una mujer”.

Nota. Este texto también pudo llamarse, por qué no, dado su carácter personal: Yo, el amante del amor. O la regla (que mil veces me he comido, literalmente hablando, y lo siento por las mentes sensibles).

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